Juan J. Molina

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viernes, 26 de octubre de 2012

¡Que Amancio Ortega no destroce lo que Lucía Etxebarria dice soñar!, Escrito por Luis I. Gómez





Don Amancio Ortega, por medio de la Fundación que lleva su nombre, decide donar a una institución de caridad privada (Cáritas) 20 millones de euros para cubrir necesidades en alimentación, fármacos, servicios de vivienda y material escolar. ¿Aplausos? No. Esto:
o esto otro:
dos falacias ejemplares elevadas a principio moral válido para todos, utilizadas como arma arrojadiza contra quien pudiendo retener decide dar pero comete el gravísimo error de hacerlo sin contar con la bendición legitimadora de los de los expendedores de certificados social-democrático-justo-solidarios. En castellano: de los envidiosos mayoritarios. Mientras el señor Ortega nos da una loable muestra de madurez personal, los aperroflautadores nos regalan lo mejor de su adolescente estupidez.
“La caridad no es justicia. De hecho, la caridad solo puede existir en ausencia de la justicia”
El atractivo de estas ideas socialistas se basa en su profunda radicación en un principio materialista del que la mayoría de los humanos no se independizan jamás: el deseo por una justicia distributiva capaz de eliminar o suavizar el origen de la desigualdad. La envidia nace de la observación de aquellos que –eso nos parece- viven mejor que nosotros, son más felices que nosotros, tienen más cosas que nosotros. Se nos antoja que eso no es “justo” y aplaudimos cualquier medida encaminada a paliar semejante latrocinio.  Quien se esfuerza no sólo en hacerse mayor, sino en madurar, abandona poco a poco el egoísmo infantil, digiere del altruismo juvenil y termina expresando su voluntad con hechos voluntarios, personales, característicos. El hombre maduro es un hombre adulto, capaz de configurar activamente sus propias dependencias e interdependencias sociales, que accede voluntariamente a compromisos, cierra y cumple contratos, asume su responsabilidad por lo que hace y deja de hacer y convierte voluntariamente el bienestar propio y de los demás en la meta de sus acciones. Después de todo, nadie es feliz en un mundo de infelices.
Los aperroflautadores, sin embargo, no quieren hombres adultos. El placer de dominar a quienes se dejan, la convicción infantil de estar en posesión de la verdad, el mesianismo utópico de quien no ha dejado de ser joven activista asambleario les impide aceptar la madurez del otro. Les obliga a educar en la inmadurez de la dependencia y enseñar los horrores del desarrollo de un criterio propio: pensar diferente pude llevarnos a actuar diferente y lograr diferentes, mejores objetivos. ¡Injusticia! ¡Desigualdad!
Según ellos, la mayoría de la gente necesita protección, para lo que se crean leyes que ayudan en la consecución de una mayor “emancipación” que –tal y como vemos- nunca llega. Es la zanahoria en el palo: sigue mis leyes y serás más libre, serás más justo. Pero cuantas más leyes, menos libertad, menos emancipación, más dependencia…. perfecto para reanudar el camino de la reforma: los progres siempre están de reforma, de cambio, de “podemos”, de … progreso.
Pero no hay progreso, no hay más justicia, porque no permiten que los “protegidos” se conviertan en maduros emancipados. Y cuando uno –Ortega en este caso – actúa en público como tal, la reacción ha de ser democráticamente (es decir, mayoritariamente legitimada) de repudio:
el bien, si realizado fuera de los parámetros de protección que os hemos enseñado, no es bien. 
Es la envidia: no pueden soportar que lo justo sea precisamente que cada uno tenga en función de lo que es y de sus méritos. El mérito, dicen, genera desigualdad, injusticia. El mérito y el esfuerzo hacen que quien trabaja duramente disfrute de aquello con lo que sueña el que no quiere trabajar. El mérito y el esfuerzo terminan llevándonos a la madurez desde la que, conscientes de las carencias de otros, ejercemos voluntariamente nuestro derecho a DAR.
No me cabe la menor duda: los aperroflautadores y los perroflautas no pueden entender que alguien sea generoso de forma voluntaria porque ellos NO LO SON.
No pueden entender que para ser solidario no basta con usurpar la palabra SOLIDARIDAD y esconderla en los formularios sobre la mesa de un burócrata anónimo, quien ayudado por el aparato de violencia estatal, se asegura de que todos los educados en la inmadurez sean generosos con quienes han sido educados en la dependencia.
Gracias Don Amancio.

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