Juan J. Molina

Juan J. Molina
Juan J. Molina

domingo, 30 de septiembre de 2012

El joven Popper, Por Mario Vargas Llosa



Sin Hitler y los nazis Karl Popper no hubiera escrito nunca ese libro clave del pensamiento democrático y liberal moderno, La sociedad abierta y sus enemigos (1945), y probablemente su vida hubiera sido la de un oscuro profesor de filosofía de la ciencia confinado en su Viena natal. Muy poco se conocía de la infancia y juventud de Popper —suAutobiografía (1976) las escamotea casi por completo— hasta la aparición del libro de Malachi Haim Hacohen, Karl Popper. The Formative Years 1902-1945 (2000), exhaustiva investigación sobre aquella etapa de la vida del filósofo en el marco deslumbrante de la Viena de fines del XIX y los primeros años del XX, una sociedad multicultural y multirracial, cosmopolita, de efervescente creatividad literaria y artística, espíritu crítico e intensos debates intelectuales y políticos. Allí debió gestarse la idea popperiana de la “sociedad abierta” de la cultura democrática contrapuesta a las “sociedades cerradas” del totalitarismo.
Como desde la ocupación nazi de Austria en marzo de 1938 la vida cultural de este país entró en una etapa de oscurantismo y decadencia de la que todavía no se ha recuperado —sus mejores talentos emigraron, fueron exterminados o anulados por el terror y la censura— cuesta trabajo imaginar que la Viena en la que Popper hizo sus primeros estudios, descubrió su vocación por la investigación, la ciencia y la disidencia, aprendió el oficio de carpintero y militó en el socialismo más radical, era acaso la ciudad más culta y libre de Europa, un mundo donde católicos, protestantes, judíos integrados o sionistas, librepensadores, masones, ateos, coexistían, polemizaban y contribuían a revolucionar las formas artísticas, la música sobre todo aunque también la pintura y la literatura, las ciencias sociales y las exactas y la filosofía. Un libro recién traducido al español, de William Johnston, The Austrian Mind: An Intellectual and Social History 1848-1938(1972) (El genio austrohúngaro. Historia social e intelectual 1848-1938),reconstruye con rigor esa fascinante Torre de Babel en la que precozmente Popper aprendió a detestar el nacionalismo, una de sus bestias negras a la que siempre identificó como el enemigo mortal de la cultura de la libertad.
La familia de Popper, de origen judío, se había convertido al protestantismo dos generaciones antes de que él naciera en 1902. Su abuelo paterno tenía una formidable biblioteca en la que él, niño, contraería la pasión de la lectura. Nunca se consoló de haber tenido que venderla cuando se desplomaron las finanzas de su familia, que, durante su infancia, era muy próspera. En su vejez, cuando, por primera vez en su vida, recibió algo de dinero por derechos de autor, trató ingenuamente de reconstruirla, pero no lo consiguió. Su educación fue protestante y estoica, puritana, y, aunque se casó con Hennie, una católica, esa moral estricta, calvinista, de renuncia de toda sensualidad y autoexigencia y austeridad extremas, lo acompañó toda su vida. Según los testimonios recogidos por Malachi Hacohen, lo que más reprochaba Popper a Marx y a Kennedy, no eran sus errores políticos, sino haberse permitido tener amantes.
En la Viena de su juventud —la Viena Roja—, prevalecía un socialismo liberal y democrático, que propiciaba el multiculturalismo, y muchas familias judías integradas, como la suya, ocupaban posiciones de privilegio en la vida económica, universitaria y hasta política. Su precoz rechazo de toda forma de nacionalismo —la regresión a la tribu— lo llevó a oponerse al sionismo y siempre pensó que la creación de Israel fue “un trágico error”. En el borrador de su Autobiografía escribió una frase durísima: “Inicialmente me opuse al sionismo porque yo estaba contra toda forma de nacionalismo. Pero nunca creí que los sionistas se volvieran racistas. Esto me hace sentir vergüenza de mi origen, pues me siento responsable de las acciones de los nacionalistas israelíes”.
Pensaba entonces que los judíos debían integrarse a las sociedades en las que vivían, como había hecho su familia, porque la idea “del pueblo elegido” le parecía peligrosa. Presagiaba, según él, las visiones modernas de la “clase elegida” del marxismo o de la “raza elegida” del nazismo. Debió ser terrible para quien pensaba de este modo ver cómo, en la sociedad que creía abierta, el antisemitismo comenzaba a crecer como la espuma por la influencia ideológica que venía de Alemania, y sentirse de pronto amenazado, asfixiado y obligado a exiliarse. Poco después, ya en el exilio de Nueva Zelanda, donde, gracias a sus amigos F. A. Hayek y Ernst Gombrich, había conseguido un modesto trabajo como lector en la Canterbury University, en Christchurch, se iría enterando que 16 parientes cercanos suyos —tíos, tías, primos, primas—, además de innumerables colegas y amigos austriacos de origen judío, como él, y perfectamente integrados, serían aniquilados o morirían en los campos de concentración víctimas del racismo demencial de los nazis.
Este es el contexto que indujo a Popper a apartarse unos años de sus investigaciones científicas (antes de abandonar Austria había ya publicadoLogik der Forschung (1935) (Lógica de la Investigación Científica) y prestar lo que llamaría su contribución intelectual a la resistencia contra la amenaza totalitaria. Primero fue La pobreza del historicismo (1944-1945) y luego La sociedad abierta y sus enemigos (1945). Malachi Hacohen traza una minuciosa y absorbente historia de las condiciones difíciles, poco menos que heroicas, en que Popper trabajó estos dos libros de filosofía política que le darían una celebridad que nunca imaginó, robando horas a las clases y obligaciones administrativas en la Universidad, pidiendo ayuda bibliográfica a sus amigos europeos, y viviendo en una pobreza que por momentos se acercaba a la miseria, ayudado por la lealtad y la entrega misioneras de Hennie, que descifraba el manuscrito, lo dactilografiaba y, además, lo sometía por momentos a críticas severas.
Malachi Hacohen ha trabajado tanto en este libro sobre el joven Popper como éste en su investigación sobre los orígenes del totalitarismo en la Grecia clásica que, según él, arranca con Platón y llega hasta Marx, Lenin y el fascismo, pasando por Hegel y Comte. Y por momentos da la impresión de que, en el curso de esos años de intensa dedicación, fue pasando de la admiración devota y casi religiosa hacia Popper a un cierto desencanto, a medida que descubría en su vida privada los defectos y manías inevitables, sus intolerancias, su poca reciprocidad con quienes lo habían ayudado, sus depresiones y manías, su poca flexibilidad para aceptar la llegada de nuevas formas, ideas y modas de la modernidad. Algunas de estas críticas me parecen muy injustas, pero ellas no están demás en un libro dedicado a quien sostuvo siempre que el espíritu crítico es la condición indispensable del verdadero progreso en el dominio de la ciencia y en el de la vida social, y que es sometiendo a la prueba del examen y del error —es decir, tratando de “falsearlas”, de demostrar que son falsas— que se conoce la verdad o la mentira de las doctrinas, teorías e interpretaciones que pretenden explicar al individuo aislado o inmerso en la amalgama social.
Por otra parte, Malachi Hacohen deja claramente establecido, contra lo que se llegó a creer en los años de la Guerra Fría, que Popper era el filósofo nato del conservadurismo, sus tesis sobre la sociedad abierta y la sociedad cerrada, el esencialismo, el historicismo, el Mundo Tercero, la ingeniería social fragmentaria, el espíritu tribal y sus argumentos contra el nacionalismo, el dogmatismo y las ortodoxias políticas y religiosas, cubren un amplio espectro filosófico liberal en el que pueden reconocerse por igual todas las formaciones políticas democráticas, desde el socialismo hasta el conservadurismo que acepten la división de poderes, las elecciones, la libertad de expresión y el mercado. El liberalismo de Karl Popper es profundamente progresista porque está imbuido de una voluntad de justicia que a veces se halla ausente en quienes cifran el destino de la libertad sólo en la existencia de mercados libres, olvidando que éstos, por sí solos, terminan, según la metáfora de Isaiah Berlin, permitiendo que los lobos se coman a todos los corderos. La libertad económica, que Popper defendió, debía complementarse, a través de una educación pública de alto nivel y diversas iniciativas de orden social, como una vida cultural intensa y accesible al mayor número, a fin de crear una igualdad de oportunidades que impidiera, en cada generación, la creación de privilegios heredados, algo que le pareció siempre tan nefasto como los dogmas religiosos y el espíritu tribal.
© Mario Vargas Llosa, 2012.

sábado, 29 de septiembre de 2012

CONCLUSIÓN, Hayek "camino de servidumbre"




No ha sido el propósito de este libro bosquejar el detallado programa de un futuro ordenamiento de la sociedad digno de ser deseado. Si al considerar las cuestiones internacionales hemos rebasado un poco la tarea esencialmente crítica, fue porque en este campo nos podemos ver pronto llamados a crear una estructura a la cual tenga que acomodarse por largo tiempo el desarrollo futuro. Mucho dependerá de cómo
utilicemos la oportunidad que entonces se nos ofrecerá.Pero todo lo que podamos hacer no será sino el comienzo de un nuevo, largo y arduo proceso en el cual todos ponemos nuestras esperanzas de crear gradualmente un mundo muy distinto del que conocimos durante el último cuarto de siglo.
Es dudoso, por lo menos, que fuera de mucha utilidad en este momento un modelo detallado de un ordenamiento interno deseable de la sociedad, o que alguien sea capaz de facilitarlo. Lo importante ahora es que comencemos a estar de acuerdo sobre ciertos principios y a liberarnos de algunos de los errores que nos han dominado en el pasado más cercano. Por desagradable que pueda ser admitirlo, tenemos que
reconocer que habíamos llegado una vez más, cuando sobrevino esta guerra, a una situación en que era más importante apartar los obstáculos que la locura humana acumuló sobre nuestro camino y liberar las energías creadoras del individuo que inventar nuevos mecanismos para «guiarle» y «dirigirle»; más importante crear las condiciones favorables al progreso que «planificar el progreso». Lo más necesario es liberarnos
de la peor forma del oscurantismo moderno, el que trata de llevar a nuestro convencimiento que cuanto hemos hecho en el pasado reciente era, o acertado, o inevitable. No podremos ganar sabiduría en tanto no comprendamos que mucho de lo que hicimos fueron verdaderas locuras.
Para construir un mundo mejor, hemos de tener el valor de comenzar de nuevo, aunque esto signifique reculer pour mieux sauter. No son los que creen en tendencias inevitables quienes dan muestras de este valor, ni lo son los que predican un «Nuevo Orden» que no es sino una proyección de las tendencias de los últimos cuarenta años, ni los que no piensan en nada mejor que en imitar a Hitler. Y quienes más alto claman por el Nuevo Orden son, sin duda, los que más por entero se hallan bajo el influjo de las ideas que han engendrado esta guerra y la mayoría de los males que padecemos. Los jóvenes tienen razón para no poner su confianza en las ideas que gobiernan a gran parte de sus mayores. Pero se engañan o extravían cuando creen que éstas son aún las ideas liberales del siglo XIX, que la generación más joven apenas si
conoce de verdad. Aunque ni queremos ni podemos retornar a la realidad del siglo XIX, tenemos la oportunidad de alcanzar sus ideales; y ello no sería poco. No tenemos gran derecho para considerarnos, a este respecto, superiores a nuestros abuelos, y jamás debemos olvidar que somos nosotros, los del siglo XX, no ellos, quienes lo hemos trastornado todo. Si ellos no llegaron a saber plenamente qué se necesitaba para crear el mundo que deseaban, la experiencia que nosotros logramos después debía habernos preparado mejor para la tarea. Si hemos fracasado en el primer intento de crear un mundo de hombres libres, tenemos que intentarlo de nuevo. El principio rector que afirma no existir otra política realmente progresiva que la fundada en la libertad del individuo sigue siendo hoy tan verdadero como lo fue en el siglo XIX.

viernes, 28 de septiembre de 2012

LAS PERSPECTIVAS DE UN ORDEN INTERNACIONAL, (Resumen XVI, Hayek)




“De todos los frenos a la democracia, la federación ha sido el más eficaz y el más adecuado... El sistema federal limita yrestringe el poder soberano, dividiéndolo y asignando al Estado solamente ciertos derechos definidos. Es el único método para doblegar, no sólo el poder de la mayoría, sino el del pueblo entero.”
Lord Acton
En ningún otro campo ha pagado el mundo tan caro el abandono del liberalismo del siglo XIX como en aquel donde comenzó la retirada: en las relaciones internacionales. No es ya menester subrayar cuán pocas esperanzas quedan de armonía internacional o paz estable si cada país es libre para emplear cualquier medida que considere adecuada a su interés inmediato, por dañosa que pueda ser para los demás. En realidad, muchas formas de planificación económica sólo son practicables si la autoridad planificadora puede eficazmente cerrar la entrada a todas las influencias extrañas; así, el resultado de esta planificación es inevitablemente la acumulación de restricciones a los movimientos de personas y bienes.
Si los recursos de cada nación son considerados como propiedad exclusiva del conjunto de ésta; si las relaciones económicas internacionales, de ser relaciones entre individuos pasan cada vez más a ser relaciones entre naciones enteras, organizadas como cuerpos comerciales, inevitablemente darán lugar a fricciones y envidias entre los países. Una de las más fatales ilusiones es la de creer que con sustituir la lucha por los mercados o la adquisición de materias primas por negociaciones entre Estados o grupos organizados se reduciría la fricción internacional. Pero esto no haría sino sustituir por un conflicto de fuerza lo que sólo metafóricamente puede llamarse la «lucha» de competencia, y transferiría a Estados poderosos y armados, no sujetos a una ley superior, las rivalidades que entre individuos tienen que decidirse sin recurrir a la fuerza. Las transacciones económicas entre organismos nacionales, que son a la vez los jueces supremos de su propia conducta, que no se someten a una ley superior y cuyos representantes no pueden verse atados por otras consideraciones que el interés inmediato de sus respectivos países, han de terminar en conflictos de fuerza.
Los problemas que plantea la dirección consciente a escala nacional de los asuntos económicos adquieren inevitablemente aún mayores dimensiones cuando aquélla se intenta internacionalmente. El conflicto entre la planificación y la libertad no puede menos de hacerse más grave a medida que disminuye la semejanza de normas y valores entre los sometidos al plan unitario. Pocas dificultades debe haber para planificar la vida económica de una familia, y relativamente pocas para una pequeña comunidad. Pero cuando la escala crece, el nivel de acuerdo sobre la gradación de los fines disminuye y la necesidad de recurrir a la fuerza y la coacción aumenta. En una pequeña comunidad existirá unidad de criterio sobre la relativa importancia de las principales tareas y coincidencia en las normas de valor, en la mayoría de las cuestiones. Pero el número de éstas decrecerá más y más cuanto mayor sea la red que arrojemos; y como hay menos comunidad de criterios, aumenta la necesidad de recurrir a la fuerza y la coerción. Basta parar mientes en los problemas que surgirían de la planificación económica aun en un área tan limitada como Europa occidental, para ver que faltan por completo las bases morales de una empresa semejante. ¿Quién se imagina que existan algunos ideales comunes de justicia distributiva gracias a los cuales el pescador noruego consentiría en aplazar sus proyectos de mejora económica para ayudar a sus compañeros portugueses, o el trabajador holandés en comprar más cara su bicicleta para ayudar a la industria mecánica de Coventry, o el campesino francés en pagar más impuestos para ayudar a la industrialización de Italia?
Imaginarse que la vida económica de una vasta área que abarque muchos pueblos diferentes puede dirigirse o planificarse por procedimientos democráticos, revela una completa incomprensión de los problemas que surgirían. La planificación a escala internacional, aún más de lo que es cierto en una escala nacional, no puede ser otra cosa que el puro imperio de la fuerza; un pequeño grupo imponiendo al resto los niveles de vida y ocupaciones que los planificadores consideran deseables para los demás. Si hay algo cierto, es que el Grossraumwirtschft de la especie que han pretendido los alemanes sólo puede realizarlo con éxito una raza de amos, un Herrenvolk, imponiendo brutalmente a los demás sus fines y sus ideas.
La planificación de esta clase tiene necesariamente que comenzar por fijar un orden de preferencia para los diferentes objetivos. Planificar para la deliberada igualación de los niveles de vida significa que han de ordenarse las diferentes pretensiones con arreglo a sus méritos, que unos tienen que dar preferencia a otros y que aquéllos deben aguardar su turno, aunque quienes se ven así preteridos pueden estar convencidos, no sólo de su mejor derecho, sino también de su capacidad para alcanzar antes su objetivo sólo con que se les concediera libertad para actuar con arreglo a sus propios proyectos. No existe base que nos consienta decidir si las pretensiones del campesino rumano pobre son más o menos urgentes que las del todavía más pobre albanés, o si las necesidades del pastor de las montañas eslovacas son mayores que las de su compañero esloveno. Pero si la elevación de sus niveles de vida ha de efectuarse de acuerdo con un plan unitario, alguien tiene que contrapesar deliberadamente los merecimientos de todas estas pretensiones y decidir entre ellas. Una vez en ejecución este plan, todos los recursos del área planificada tienen que estar al servicio de aquél; y no puede haber excepción para quienes sienten que podrían hacerlo mejor por sí mismos. Si sus pretensiones han recibido un puesto inferior, tendrán que trabajar ellos para satisfacer con anterioridad las necesidades de quienes lograron preferencia.
Aunque, sin duda, hay muchas personas que creen honradamente que si se les permitiera encargarse de la tarea serían capaces de resolver todos estos problemas de un modo justo e imparcial, y que se sorprenderían de verdad al descubrir sospechas y odios volviéndose contra ellas, éstas serían, probablemente, las primeras en aplicar la fuerza cuando aquellos a quienes se proponían beneficiar mostrasen resistencia, y las que actuarían con la mayor dureza para obligar a la gente a hacer lo que se presuponía era su propio interés. Lo que estos peligrosos idealistas no ven es que cuando asumir una responsabilidad moral supone recurrir a la fuerza para hacer que los propios criterios morales prevalezcan sobre los dominantes en otros países, al aceptar esta responsabilidad pueden colocarse en una situación que les impida una actuación moral.
Asistamos por todos los medios posibles a los pueblos más pobres, en sus propios esfuerzos para rehacer sus vidas y elevar su nivel. Un organismo internacional puede ser muy recto y contribuir enormemente a la prosperidad económica si se limita a mantener el orden y a crear las condiciones en que la gente pueda desarrollar su propia vida; pero es imposible que sea recto o consienta a la gente vivir su propia vida si este organismo distribuye las materias primas y asigna mercados, si todo esfuerzo espontáneo ha de ser «aprobado» y nada puede hacerse sin la sanción de la autoridad central.
Basta considerar seriamente todas las consecuencias de unos proyectos al parecer tan inocentes como el control y distribución de la oferta de las materias primas esenciales, muy aceptados como base fundamental del futuro orden económico, para ver qué aterradoras dificultades políticas y peligros morales crearían. El interventor de la oferta de una materia prima tal como el petróleo o la madera, el caucho o el estaño, sería el dueño de la suerte de industrias y países enteros. Al decidir el consentimiento de un aumento de la oferta y una reducción del precio y de la renta de los productores, decidiría si permitir el nacimiento de alguna nueva industria en algún país o impedirlo. Dedicado a «proteger» los niveles de vida de aquellos a quienes considera como especialmente encomendados a su cuidado, privaría de su mejor y quizá única posibilidad de prosperar a muchos que están en una posición más desfavorable. Si todas las materias primas esenciales fueran así controladas, no habría, ciertamente, nueva industria ni nueva aventura en la que pudieran embarcarse las gentes de un país sin el permiso de los controladores, ni plan de desarrollo o mejora que no pudiera ser frustrado por su veto. Lo mismo es cierto de todo acuerdo internacional para la «distribución» de los mercados y aún más del control de las inversiones y de la explotación de los recursos naturales.
Lo que hay, evidentemente, en el fondo del pensamiento de los no del todo cándidos «realistas» que defienden estos proyectos es que las grandes potencias no estarán dispuestas a someterse a una autoridad superior, pero estarán en condiciones de emplear estas instituciones «internacionales» para imponer su voluntad a las pequeñas naciones dentro del área en que ejerzan su hegemonía. Hay tanto «realismo» en ello, que, efectivamente, enmascarando así como «internacionales» a las instituciones planificadoras, pudiera ser más fácil lograr la única condición que hace practicable la planificación internacional, a saber: que la realice, en realidad, una sola potencia predominante. Este disfraz no alteraría, sin embargo, el hecho de significar para todos los Estados pequeños una sujeción mucho más completa a una potencia exterior, contra la que no sería ya posible una resistencia real, sujeción que traería consigo la renuncia a una parte claramente definible de la soberanía política. Pero esto no significa que sea menester dar a un nuevo superestado poderes que no hemos sabido usar inteligentemente ni siquiera en una escala nacional; no significa que se dé poder a una institución internacional para dirigir a las diversas naciones en el uso de sus recursos. Significa solamente que debe existir un poder que pueda prohibir a las diferentes naciones una acción dañosa para sus vecinas; significa la existencia de un conjunto de normas que definan lo que un Estado puede hacer y una institución capaz de hacer cumplir estas normas. Los poderes que tal institución necesita son, principalmente, de carácter prohibitivo; tiene que estar, sobre todo, en condiciones de poder decir «no» a toda clase de medidas restrictivas.
Lo que necesitamos y cabe alcanzar no es un mayor poder en manos de irresponsables instituciones económicas internacionales, sino, por el contrario, un poder político superior que pueda mantener a raya los intereses económicos y que, ante un conflicto entre ellos, pueda, verdaderamente, mantener un equilibrio, porque él mismo no está mezclado en el juego económico. Lo que se necesita es un organismo político internacional que, careciendo de poder para decidir lo que los diferentes pueblos tienen que hacer, sea capaz de impedirles toda acción que pueda perjudicar a otros.
La forma de gobierno internacional que permite transferir a un organismo internacional ciertos poderes estrictamente definidos,mientras en todo lo demás cada país conserva la responsabilidad de sus asuntos interiores, es, ciertamente, la federación. El federalismo no es, por lo demás, otra cosa que la aplicación de la democracia a los asuntos internacionales, el único medio de intercambio pacífico que el hombre ha inventado hasta ahora. Pero es una democracia con poderes estrictamente limitados. Aparte del ideal, más impracticable, de fundir diferentes países en un solo Estado centralizado, cuya conveniencia está lejos de ser evidente, es el único camino por el que puede convertirse en realidad el ideal del Derecho internacional.
Conviene recordar que la idea de un mundo que, al fin, encuentra la paz mediante un proceso de absorción de los Estados separados, para formar grandes grupos federados y, por último, quizá, una sola federación, lejos de ser nueva, fue, sin duda, el ideal de casi todos los pensadores liberales del siglo XIX.  Desde Tennyson, a cuya visión, tantas veces citada, de la «batalla del aire» sigue la de una federación de los pueblos que vendría tras su última gran lucha, y hasta el final del siglo, la esperanza del inmediato gran paso en el avance de la civilización se cifró, una vez tras otra, en el logro último de una organización federal.  Los liberales del siglo XIX pueden no haber tenido plena conciencia de cuán esencial complemento de sus principios era una organización federal de los diversos Estados, pero fueron pocos los que no expresaron su creencia en ella como un objetivo último. Sólo al aproximarse nuestro siglo XX, ante la triunfante ascensión de la Realpolitik, empezaron a considerarse impracticables y utópicas estas esperanzas.
No podemos reconstruir la civilización a una escala aumentada. No es un accidente que, en conjunto, se encuentre más belleza y dignidad en la vida de las naciones pequeñas y que, entre las grandes, haya más felicidad y contento en la medida en que evitaron la mortal plaga de la centralización. Difícilmente preservaremos la democracia o fomentaremos su desarrollo si todo el poder y la mayoría de las decisiones importantes corresponden a una organización demasiado grande para que el hombre común la pueda comprender o vigilar. En ninguna parte ha funcionado bien, hasta ahora, la democracia sin una gran proporción de autonomía local, que sirve de escuela de entrenamiento político, para el pueblo entero tanto como para sus futuros dirigentes. Sólo donde la responsabilidad puede aprenderse y practicarse en asuntos que son familiares a la mayoría de las personas, donde lo que guía la acción es el íntimo conocimiento del vecino más que un saber teórico sobre las necesidades de otras gentes, puede realmente el hombre común tomar parte en los negocios públicos, porque éstos conciernen al mundo que él conoce. Cuando el objetivo de las medidas políticas llega a ser tan amplio que el conocimiento necesario lo posee casi exclusivamente la burocracia, decaen los impulsos creadores de las personas particulares. Una institución internacional que limite eficazmente los poderes del Estado sobre el individuo será una de las mayores garantías de la paz. El Estado de Derecho internacional tiene que llegar a ser la salvaguarda tanto contra la tiranía del Estado sobre el individuo como contra la tiranía del nuevo superestado sobre las comunidades nacionales. Nuestro objetivo no puede ser ni un superestado omnipotente, ni una floja asociación de «naciones libres», sino una comunidad de naciones de hombres libres.

Guy Sorman: "Nos hacen creer que los chinos aman a sus amos comunistas, lo cual no es cierto"


La fuerza silenciosa de la disidente china encarcelada Liu Xia

Por Raquel Moraleja
Liu Xia, esposa del Nobel de la Paz Liu Xiaobo, permanece bajo arresto domiciliario por ser considerada peligrosa por el Partido Comunista de China. El escritor y amigo del matrimonio Gur Sorman habla con El Aguijón para contarnos la agónica situación de los disidentes y el viaje que sus fotografías han emprendido por todo el mundo.
Raquel Moraleja San José 28.9.2012 Ella no lo sabe, pero sus angustiosas y melancólicas fotografías van a ser expuestas por el mundo entero. Liu Xia, esposa del disidente, defensor de los derechos humanos y Premio Nobel de la Paz, Liu Xiabo, comparte una cárcel llamada hogar desde hace dos años por orden del Partido Comunista Chino. Pero además de esposa, es una de las poetas y artistas más admiradas del panorama cultural chino. No habla con nadie. No ve nada que esté fuera del alcance de las ventanas de su casa en Beijing. Guy Sorman, filósofo, periodista y escritor francés, amigo íntimo del matrimonio, recogió las fotografías del encierro de Liu Xia y ahora se encarga de mostrar los estragos de la despótica política del PCCh por el mundo entero. Una a una, en diferentes viajes, el comisario las sacó de China, donde están vetadas, y se puso en contacto con diferentes museos e instituciones alrededor del mundo para sacarlas a la luz. "Son muy dramáticas, muy grandes. La gente que las ve se queda impresionada". El Centro Galileo las acoge en Madrid hasta el 28 de octubre, y El Aguijón ha hablado por primera vez con el comisario para que de voz a la artista encerrada.

¿Por qué decidiste mostrar las fotografías de Liu Xia en España?
He escrito y publicado un libro sobre los movimientos democráticos en China después de vivir allí en 2005. Entonces entablé amistad como muchos defensores de los derechos humanos en China como el Nobel de la Paz Liu Xiabo y su esposa Liu Xia. Justo después de ser puesto en arresto domiciliario -sin ningún tipo de pruebas ni juicios- ella me dijo que desde entonces había estado tomando fotografías en su apartamento. Me las dió y me pidió que se las mostrara al resto del mundo para que no se olvidasen de ella y del resto de los presos políticos en China. Madrid es parte del circuito mundial que empezó en Francia y seguirá por Nueva York, Berlín, Tokyo, Varsovia... Madrid es importante porque sabe lo que es luchar por la democracia. Cuando el Ayuntamiento de Madrid me propuso mostrarlas en el Centro Galileo estaba entusiasmado porque es un centro maravilloso. Liu Xia es ante todo una gran artista, no una personalidad política. Se merece un lugar así. Ella es parte de la resistencia cultural de China: es una artista disidente como ningún otro. La exposición en el Galileo será la celebración de un renacimiento artístico.
¿Qué cuentan sus fotografías?
Narran la vida diaria de una pareja encarcelada, aún cuando la cárcel es su hogar, bajo una constante vigilancia política. Como se ve en las fotos, estos prisioneros solo pueden fumar y leer. Es una vida horrible. Los personajes están representados por horribles muñecos. Y la historia no es sólo china: estos muñecos pueden representar a la civilización entera. Algunas fotos sí que están más enraizadas en la tradición cultural china, como las de piedras rompiendo estos muñecos. ¿Y el estilo es chino? Bueno, las fotos en blanco y negro podrían ser una continuación de la clásica escritura con tinta china.
¿Le gustaría a Liu Xia ser conocida por el mundo entero?
Es una artista tímida, que nunca habla de ella misma y tampoco de política. Tiende a pensar que su marido es el único personaje singular del matrimonio. No estoy de acuerdo con ella. Sus fotos envían un fuerte mensaje al mundo. ¿Sabe si sus fotografías se están mostrando por el mundo? No lo sé. Vive en completa aislación. Sin internnet ni teléfono. A veces ve a su madre. Su madre sabe que estamos mostrando las fotografías pero no le damos detalles por si le interroga la policía. Seguro que Liu Xia no sabe que ahora mismo sus fotografías están en Madrid.
¿Cómo es tu relación con el matrimonio?
Eramos muy buenos amigos. Compartíamos largas conversaciones y buena comida en Beijing. Ambos aman la comida y la vida. Pero ahora están encerrados. No tengo contacto con ellos desde hace dos años. Nadie lo tiene.
¿Crees que al resto del mundo le importa la violación de los derechos humanos en China?
Mucha gente está empezando a darse cuenta de que algo va mal con la opresión que ejerce el Partido Comunista Chino. Escuchamos más cosas acerca de la violencia, las rebeliones y la corrupción en China gracias a Internet y Twitter (Weibo en China), que es usado por los chinos para transmitir su enfado. Esto hará que los occidentales entiendan que los chinos son seres humanos como ellos y que necesitan libertad. También empezamos a ver que no hay amenaza china tan grande como la del PPCh ya que nadie sabe cuáles son las intenciones de este partido. Desgraciadamente, el conocimiento de la necesidad de libertad que tienen los chinos por parte de los occidentales está aún muy enterrado bajo la propaganda del PPCh: nos hacen creer que los chinos aman a sus amos comunistas, lo cual no es cierto.
¿Por qué los gobiernos de Europa y EEUU no se preocupan -o parecen no preocuparse- por las malas prácticas del Partido Comunista Chino? ¿Es por causas económicas?
La debilidad de los gobiernos europeos para con los líderes chinos se debe al nulo entendimiento cultural o a la plena ignorancia: es horrible oír a los líderes europeos decir que los chinos no saben nada de la democracia. Si estos políticos europeos conociesen mejor la historia de China recordarían la revolución democrática de partidos y medios libres en 1911 antes de la toma del poder del PPCh en 1949. También deberíamos saber más acerca de las religiones Budista y Taoísta que se basan en la libertad del individuo y que eran los pilares de la sociedad china antes de que fuesen erradicados. Incluso Taiwan que es 100% chino es una democracia. La ignorancia y los prejuicios siempre van primero. Y luego está el miedo a perder los mercados chinos, lo cual también está basado en la ignorancia: China necesita más nuestros mercados que nosotros el suyo. El gobierno alemán que es pro derechos humanos está haciendo más negocios en China que Francia, cuyo gobierno es a menudo humillado por el partido chino.
¿Está China preoccupada por la influencia del resto del mundo?
Sí. El gobierno chino teme una reacción violenta contra el gobierno dictatorial que interrumpiría los comercios. Es por lo que el gobierno ha construido un enorme aparato de propaganda para inundar el mundo occidental con estereotipos culturales y mentiras acerca de Liu Xiaobo y demás.
¿Cómo es la vida diaria de un occidental en China?
Como occidental estás seguro, siempre protegido por la policía. Si logras escapar del aburrido trámite burocrático para vivir allí descubrirás la autentica diversidad de los ciudadanos chinos, su amor por la buena vida y su infinito deseo de contar todo lo que han sufrido con las rebeliones y la Guerra Civil o su odio hacia el gobierno corrupto, lo imposible que es acceder a un buen sistema médico y mucho más. Las medidas que más odian son las de planificación familiar: la obligación de tener un sólo hijo y los abortos obligados.
¿Y qué pasa con Falun Gong?
Falung Gong es una más entre las muchas sectas budistas que están ahora reviviendo en China. La atracción por las religiones, incluida el cristianismo, está muy extendida en China como un método de reconstruir la historia china y las tradiciones. El Partido aceptará el resurgimiento de estas religiones siempre y cuando no se organicen para escapar del su control. Por eso muchos movimientos religiosos permanecen ocultos.

@Raquel_Moraleja

domingo, 23 de septiembre de 2012

Seis mitos sobre el liberalismo, por Murray Rothbard

Este artículo, publicado inicialmente en Modern Age, 24, 1 (Invierno 1980), pág. 9-15, como “Mito y verdad acerca del liberalismo”*, está basado en una ponencia presentada en abril de 1979 en el congreso nacional de la Philadephia Society de Chicago. El tema del encuentro fue “Conservadurismo y Liberalismo”. (Puede leerse el original en LewRockwell.com).


El liberalismo es la corriente política de más auge hoy en América. Antes de juzgarla y evaluarla, es de vital importancia dilucidar precisamente en qué consiste la doctrina y, más en concreto, en qué no consiste. Es especialmente relevante aclarar unos cuantos malentendidos que la mayoría de gente tiene acerca del liberalismo, en particular los conservadores.


En este ensayo enumeraré y analizaré críticamente los mitos más comunes en relación con el liberalismo. Cuando nos hayamos deshecho de éstos, entonces la gente será capaz de discutir sobre el liberalismo sin fábulas, mitos y malentendidos, y tratar con éste tal y como corresponde: de acuerdo con sus verdaderos méritos y deméritos.

Mito #1 Los liberales creen que cada individuo es un átomo aislado, herméticamente sellado, actuando en un vacío sin influenciarse con los demás.

Ésta es una acusación habitual, pero harto curiosa. En toda una vida de lector de literatura liberal no me he topado con un solo teórico o autor que sostuviera algo parecido a esta posición. La única posible excepción es el fanático Max Stirner, un alemán individualista de mediados del siglo XIX quien, sin embargo, tuvo una repercusión mínima en el liberalismo de su tiempo y posterior. Además, la explícita filosofía “la fuerza hace el derecho” de Stirner y su rechazo de todo principio moral incluyendo los derechos individuales, tenidos por “fantasmas mentales”, dudosamente le acreditan como liberal en cualquier sentido. Aparte de Stirner no hay nadie con una opinión siquiera remotamente similar a la que sugiere esta acusación.

Los liberales son metodológica y políticamente individualistas, desde luego. Ellos creen que sólo los individuos piensan, valoran y eligen. Creen que cada individuo tiene derecho a la propiedad sobre su cuerpo, libre de interferencias coercitivas. Pero ningún individualista niega que la gente se influencia mutuamente de forma constante en sus objetivos, en sus valores, en sus iniciativas y en sus ocupaciones. Como F.A. Hayek mencionó en su notable artículo “The Non-Sequitur of the’”Dependence Effect’”, el asalto de John Kenneth Galbraith a la economía de libre mercado en su best-seller “The Affluent Society“ se cimentaba en esta premisa: la economía asume que cada individuo llega a su escala de valores de un modo totalmente independiente, sin estar sujeto a la influencia de nadie más. Por el contrario, como responde Hayek, todos saben que la mayoría de gente no produce sus propios valores, sino que es instigada a adoptarlos de otras personas.[1] Ningún individualista o liberal niega que la gente se influencie mutuamente todo el tiempo, y por supuesto no hay nada de nocivo en este ineludible proceso. A lo que los liberales se oponen no es a la persuasión voluntaria, sino a la imposición coercitiva de valores mediante el uso de la fuerza y el poder policial. Los liberales no están en modo alguno en contra de la cooperación voluntaria y la colaboración entre individuos; sólo en contra de la obligatoria pseudo-cooperación impuesta por el Estado.

Mito #2: Los liberales son libertinos: son hedonistas que anhelan estilos de vida alternativos.

Este mito ha sido planteado recientemente por Irving Kristol, quien identifica la ética libertaria con el hedonismo y asevera que los liberales “veneran el catálogo de Sears Roebuck y todos los estilos de vida alternativa que la afluencia capitalista permite elegir al individuo”.[2] El hecho es que el liberalismo no es ni pretende ser una completa guía moral o ascética, sino sólo una teoría política, esto es, el significado subconjunto de la teoría moral que versa sobre el uso legítimo de la violencia en la vida social. La teoría política se refiere a aquello que debe acometer o no un gobierno, y el gobierno es distinguido de cualquier otro grupo social y caracterizado como la institución de la violencia organizada. El liberalismo sostiene que el único papel legítimo de la violencia es la defensa de la persona y su propiedad contra la agresión, que cualquier uso de la violencia que vaya más allá de esta legítima defensa resulta agresiva en sí misma, injusta y criminal. El liberalismo, por tanto, es una teoría que afirma que cada individuo debe estar libre invasiones violentas, debe tener derecho para hacer lo que quiera excepto agredir a otra persona o la propiedad ajena. Lo que haga una persona con su vida es esencial y de suma importancia, pero es simplemente irrelevante para el liberalismo.

Luego no debe sorprender que haya liberales que sean de hecho hedonistas y devotos de estilos de vida alternativos, y que haya también liberales que sean firmes adherentes de la moralidad burguesa convencional o religiosa. Hay liberales libertinos y hay liberales vinculados firmemente a la disciplina de la ley natural o religiosa. Hay otros liberales que no tienen ninguna teoría moral en absoluto aparte del imperativo de la no-violación de derechos. Esto es así porque el liberalismo per se no pregona ninguna teoría moral general o personal. El liberalismo no ofrece un estilo de vida; ofrece libertad, para que cada persona sea libre de adoptar y actuar de acuerdo con sus propios valores y principios morales. Los liberales convienen con Lord Acton en que “la libertad es fin político más alto”, pero no necesariamente el fin más alto en la escala de valores de cada uno.

No hay ninguna duda acerca del hecho, sin embargo, de que el subgrupo de liberales que son economistas pro-mercado tienden a mostrarse complacidos cuando el libre mercado dispensa más posibilidades de elección a los consumidores, elevando así su nivel de vida. Incuestionablemente, la idea de que la prosperidad es mejor que la miseria absoluta es una proposición moral, y nos conduce al ámbito de la teoría moral general, pero no es una proposición por la que crea que deba disculparme.

Mito #3: Los liberales no creen en los principios morales; se limitan al análisis de costes-beneficios asumiendo que el hombre es siempre racional.

Este mito está desde luego relacionado con la precedente acusación de hedonismo, y en parte puede responderse en la misma línea. Hay liberales, particularmente los economistas de la escuela de Chicago, que rechazan la libertad y los derechos individuales como principios morales, y en su lugar intentan llegar a conclusiones de política pública sopesando presuntos costes y beneficios sociales.

En primer lugar, la mayoría de liberales son “subjetivistas” en economía, esto es, creen que las utilidades y los costes de los distintos individuos no pueden ser sumados o mesurados. Por tanto, el concepto mismo de costes y beneficios sociales es ilegítimo. Pero, más importante, la mayoría de liberales fundamentan su postura en principios morales, en la convicción en los derechos naturales de cada individuo sobre su persona o propiedad. Ellos creen entonces en la absoluta inmoralidad de la violencia agresiva, de la invasión de los derechos sobre la propia persona y propiedad, independientemente de qué individuo o grupo ejerce dicha violencia.

Lejos de ser inmorales, los liberales simplemente aplican una ética humana universal al gobierno del mismo modo que cualquier otro aplicaría esta ética a cada persona o institución social. En concreto, como he apuntado antes, el liberalismo en tanto que filosofía política que versa sobre el uso legítimo de la violencia, toma la ética universal a la que la mayoría de nosotros nos acogemos y la aplica llanamente al gobierno. Los liberales no hacen ninguna excepción a la regla de oro y no dejan ninguna laguna moral, no aplican ninguna vara de medir distinta al gobierno. Es decir, los liberales creen que un asesinato es un asesinato y que no deviene santificado por razones de estado si es perpetrado por el gobierno. Nosotros creemos que el robo es un robo y que no queda legitimado porque una organización de ladrones decida llamarlo “tributos”. Nosotros creemos que la esclavitud es esclavitud incluso si la institución que la ejerce la denomina “servicio militar”. En síntesis, la clave en la teoría liberal es que no concede excepción alguna al gobierno en su ética universal.

Por tanto, lejos de ser indiferentes u hostiles a los principios morales, los liberales los consuman siendo el único colectivo dispuesto a extender estos principios por todo el espectro hasta al gobierno mismo.[3]

Es cierto que los liberales permitirían a cada individuo elegir sus valores y actuar acorde con ellos, y reconocerían en suma a cada individuo el derecho a ser moral o inmoral según su juicio particular. El liberalismo se opone firmemente a la imposición de todo credo moral a cualquier persona o grupo mediante el uso de la violencia – excepto, por supuesto, la prohibición moral de la violencia agresiva en sí misma. Pero debemos percatarnos de que ninguna acción puede considerarse virtuosa a menos que sea emprendida en libertad, habiendo consentido voluntariamente la persona. Como dijera Frank Meyer:

“No puede forzarse a los hombres a ser libres, ni puede forzárseles a ser virtuosos. Hasta cierto punto, es verdad, pueden ser obligados a actuar como si fueran virtuosos. Pero la virtud es el fruto de la libertad bien empleada. Y ningún acto, en la medida en que sea coaccionado, puede implicar virtud – o vicio”[4].

Si una persona es obligada por la fuerza o la amenaza de la misma a llevar a cabo una determinada acción, entonces ésta ya no supone una elección moral por su parte. La moralidad de una acción sólo puede ser el resultado de una decisión libremente adoptada; una acción difícilmente puede tildarse de moral si uno la acomete a punta de pistola. Imponer las acciones morales o prohibir la acciones inmorales, por tanto, no fomenta la moral o la virtud. Por el contrario, la coerción atrofia la moralidad porque priva al individuo de la libertad para ser moral o inmoral, y entonces necesariamente despoja a la gente de la posibilidad de ser virtuosa. Paradójicamente, pues, la moral obligatoria nos sustrae la oportunidad misma de actuar moralmente.

Es además especialmente grotesco dejar la salvaguarda de la moralidad en manos del aparato estatal, es decir, ni más ni menos que la organización de policías, gendarmes y soldados. Poner al Estado a cargo de los principios morales equivale a poner al zorro al cuidado del gallinero. Prescindiendo de otras consideraciones, los responsables de la violencia organizada en la sociedad jamás se han distinguido por su superior estatura moral o por la rectitud con la que sostienen los principios morales.

Mito #4: El liberalismo es ateísta y materialista, y desdeña la dimensión espiritual de la vida.

No hay ninguna conexión necesaria entre las adscripción al liberalismo y la posición religiosa de cada uno. Es verdad que muchos si no la mayoría de los liberales en la actualidad son ateos, pero esto tiene que ver con el hecho de que la mayoría de los intelectuales, de la mayoría de credos políticos, son ateos también. Hay muchos liberales que son ateos, judíos o cristianos. Entre los liberales clásicos precursores del liberalismo moderno en una época más religiosa que ésta encontramos una miríada de cristianos: desde John Lilburne, Roger Williams, Anne Hutchinson y John Locke en el siglo XVII hasta Cobden y Bright, Frederic Bastiat y los liberales franceses del laissez-faire y el gran Lord Acton.

Los liberales creen que la libertad es un derecho inserto en una ley natural sobre lo que es adecuado para la humanidad, en conformidad con la naturaleza del hombre. De dónde emanan este conjunto de leyes naturales, si son puramente naturales o fueron prescritas por un creador, es una cuestión ontológica importante pero irrelevante desde el punto de vista de la filosofía política o social. Como el padre Thomas Davitt señaló: “Si la palabra ‘natural’ significa algo en absoluto se refiere a la naturaleza del hombre, y en conjunción con la palabra ‘ley’, ‘natural’ remite al orden que es manifestado por las inclinaciones de la naturaleza humana y nada más. Por tanto, tomada en sí misma, no hay nada de religioso o teológico en la ‘Ley Natural’ de Aquinas”[5]. O, como d’Entrèves escribió en el siglo XVII aludiendo al jurista protestante holandés Hugo Grotius: “La definición de ley natural [de Grotius] no tiene nada de revolucionaria. Cuando mantiene que la ley natural es el cuerpo de normas que el hombre es capaz de descubrir mediante el uso de su razón, no hace otra cosa que reafirmar la noción escolástica de una fundamentación racional de la ética. De hecho, su intención es más bien la de restaurar esta noción debilitada por el augustianismo radical de ciertas corrientes protestantes de pensamiento. Cuando asevera que estas normas son válidas en sí mismas, independientemente de que Dios las dispusiera, repite el aserto que ya fue proclamado por algunos de los escolásticos...”[6]

El liberalismo ha sido acusado de ignorar la naturaleza espiritual del hombre. Pero uno fácilmente puede llegar al liberalismo desde posiciones religiosas o cristianas: enfatizando la importancia del individuo, de su libre voluntad, de sus derechos naturales y de su propiedad privada. Uno puede igualmente llegar al liberalismo mediante una aproximación secular a los derechos naturales, con la convicción de que el hombre puede alcanzar la comprensión racional de la ley natural.

Atendiendo a la historia, además, no está claro en absoluto que la religión sea un fundamento más sólido del liberalismo que la ley natural secular. Como Karl Wittfogel nos recuerda en su Oriental Despotism, la unión del trono y el altar ha sido una constante durante décadas que ha facilitado el imperio del despotismo en la sociedad[7]. Históricamente, la unión de la Iglesia y el Estado ha sido en muchos casos una coalición mutuamente alentadora de la tiranía. El Estado se servía de la Iglesia para santificar sus actos y llamar a la obediencia de su mando, presuntamente sancionado por Dios, y la Iglesia se servía del Estado para obtener ingresos y privilegios. Los Anabaptistas colectivizaron y tiranizaron Münster en nombre de la religión cristiana[8]. Y, más cerca de nuestro siglo, el socialismo cristiano y el evangelio social jugaron un importante papel en la marcha hacia el estatismo, y el proceder condescendiente de la Iglesia Ortodoxa en la Rusia soviética habla por sí mismo. Algunos obispos católicos en Latinoamérica han proclamado que la única vía hacía el reino de los cielos pasa por el marxismo, y si quisiera ser grosero diría que el reverendo Jim Jones, además de considerarse un leninista, se presentó a sí mismo como la reencarnación de Jesús.

Por otra parte, ahora que el socialismo ha fracasado de un modo manifiesto, política y económicamente, sus valedores han recurrido a la “moral” y a la “espiritualidad” como último argumento en pro de su causa. El socialista Robert Heilbroner, arguyendo que el socialismo debe ser coactivo y tiene que imponer una “moral colectiva” a la sociedad, opina que: “La cultura burguesa está centrada en los logros materiales del individuo. La cultura socialista debe centrarse en sus logros morales o espirituales”. Lo curioso es que esta tesis de Heilbroner fue elogiada por el escritor conservador y religioso de National Review Dale Vree, que dijo:

“Heilbroner está... diciendo lo que muchos colaboradores del NR han dicho en el último cuarto de siglo: no puedes tener libertad y virtud al mismo tiempo. Tomad nota, tradicionalistas. A pesar de su terminología disonante, Heilbroner está interesado en lo mismo que vosotros: la virtud[9].

Vree también está fascinado con la visión de Heilbroner de que una cultura socialista “promueva la primacía de la colectividad” antes que la “primacía del individuo”. Cita a Heilbroner con relación a los logros “morales y espirituales” bajo socialismo en oposición a los burgueses logros “materiales”, y añade acertadamente: “contiene un timbre tradicionalista esta afirmación”. Vree prosigue aplaudiendo el ataque de Heilbroner al capitalismo por no tener “ningún sentido de ‘lo correcto’” y permitir a los “adultos que consienten” hacer aquello que les plazca. En contraste con este retrato de la libertad y la diversidad tolerada, Vree escribe: “Heilbroner dice seductoramente que debido a que la sociedad socialista debe tener un sentido de ‘lo correcto’, no todo estará permitido”. Para Vree, es imposible “tener colectivismo económico junto con individualismo cultural”, y por tanto él está inclinado hacia un nueva fusión socialista-tradicionalista – hacia un colectivismo omnicompresivo.

Cabe apuntar aquí que el socialismo deviene especialmente despótico cuando reemplaza los incentivos “económicos” o “materiales” por los incentivos pretendidamente “morales” o “espirituales”, cuando aparenta promover una indefinible “calidad de vida” antes que la prosperidad económica. Si las remuneraciones son ajustadas a la productividad hay considerablemente más libertad así como estándares de vida más altos. Pero si se fundamentan en la devoción altruista a la madre patria socialista, la devoción tiene que ser regularmente reforzada a golpe de látigo. Un creciente énfasis en los incentivos materiales del individuo suponen ineluctablemente un mayor acento en la propiedad privada y en la preservación de lo que uno gana, y trae consigo una libertad personal superior, como atestigua Yugoslavia en las últimas décadas en contraste con la Rusia soviética. El despotismo más horrible en la faz de la Tierra en los años recientes ha sido sin duda el de Pol Pot en Camboya, donde el “materialismo” fue hasta tal punto desterrado que el dinero fue abolido por el régimen. Habiendo suprimido el dinero y la propiedad privada, cada individuo era totalmente dependiente de las cartillas de racionamiento de subsistencia del Estado y la vida no era sino un completo infierno. Debemos ser prudentes, pues, antes de despreciar los objetivos o incentivos “meramente materiales”.

El cargo de “materialismo” dirigido contra el libre mercado ignora el hecho de que cada acción envuelve la transformación de objetos materiales mediante el uso de la energía humana conforme a ideas y propósitos sostenidos por los actores. Es inaceptable separar lo “mental” o lo “espiritual” de lo “material”. En todas las grandes obras de arte, extraordinarias emanaciones del espíritu humano, se han empleado objetos materiales: ya fueran lienzos, pinceles y pintura, papel e instrumentos musicales, o la construcción de bloques y materia primas para las iglesias. No hay ninguna escisión real entre lo “espiritual” y lo “material” y por tanto cualquier despotismo sobre aquello material sojuzgará también aquello espiritual.

Mito #5: Los liberales son utópicos que creen que toda la gente es buena por naturaleza y que por tanto el control del Estado es innecesario.

Los conservadores tienden a añadir que, puesto que el hombre es vil por naturaleza parcial o totalmente, se hace precisa una severa regulación estatal de la sociedad.

Esta es una opinión muy común acerca de los liberales, si bien es difícil identificar la fuente de semejante malentendido. Rosseau, el locus classicus de la idea de que el hombre es bueno pero es corrompido por sus instituciones no era precisamente liberal. Aparte de algunos escritos románticos de unos pocos anarco-comunistas, que en ningún caso consideraría liberales, no conozco a un solo autor liberal que haya defendido esta postura. Por el contrario, la mayoría de escritores liberales sostienen que el hombre es una mezcla de bondad y maldad y que lo importante para las instituciones sociales es fomentar lo primero y mitigar lo segundo. El Estado es la única institución social capaz de extraer sus ingresos y su riqueza mediante coerción; todos los demás deben obtener sus rentas o bien vendiendo un producto o servicio a sus clientes o bien recibiendo una donación voluntaria. Y el Estado es la única institución social que puede emplear sus ingresos provinentes del robo organizado para intentar controlar y regular la vida y la propiedad de la gente. Por tanto, la institución del Estado establece un canal socialmente legitimado y santificado para que las personas malvadas cometan sus fechorías, emprendan el robo organizado y manejen poderes dictatoriales. El estatismo, así pues, alienta la maldad, o como mínimo los aspectos criminales de la naturaleza humana. Como Frank H. Knight mordazmente resalta: “La probabilidad de que los titulares del poder sean individuos que detestan su posesión y su ejercicio es análoga a la probabilidad de que una persona de corazón extremadamente benévolo devenga el patrono de una plantación de esclavos”[10]. Una sociedad libre, por el hecho de no instituir una canal legitimado para el robo y la tiranía, desalienta las tendencias criminales de la naturaleza humana y aviva aquéllas que son pacíficas y voluntarias. La libertad y el libre mercado desincentivan la agresión y la compulsión y fomentan la armonía y el beneficio mutuo del intercambio voluntario, en la esfera económica, social y cultural.

Puesto que un sistema de libertad promovería la voluntariedad y desalentaría la criminalidad, además de deponer el único canal legitimado de crimen y agresión, cabe esperar que una sociedad libre padeciera de hecho menos violencia criminal y agresiones de las que padecemos actualmente, aunque no hay razón alguna para asumir que desaparecerían por completo. Esto no es utópico, sino una implicación de sentido común del cambio de lo que socialmente se tiene por legítimo y del cambio de la estructura de premio y castigo en la sociedad.

Podemos aproximarnos a nuestra tesis desde otro ángulo. Si todos los hombres fueran buenos y ninguna tuviera tendencias criminales, entonces no habría ninguna necesidad de un Estado, tal y como conceden los conservadores. Pero si por otro lado todos los hombres son malvados, entonces el caso a favor del Estado es igualmente débil, pues ¿por qué tiene uno que asumir que aquellos hombres que componen el gobierno y retienen todas las armas y el poder para coaccionar a los demás están mágicamente exentos de la maldad que afecta a todas las otras personas que se hallan fuera del gobierno? Tom Paine, un liberal clásico a menudo considerado ingenuamente optimista acerca de la naturaleza humana, rebate el argumento conservador de la maldad humana en pro del Estado fuerte como sigue: “si toda la naturaleza humana fuera corrupta, estaría infundado fortalecer la corrupción instituyendo una sucesión de reyes, a quienes debiera rendirse obediencia aun cuando fueran siempre tan viles...” Paine añadió que “ningún hombre desde el principio de los tiempos ha merecido que se le confiase el poder sobre todos los demás”[11]. Y como el liberal F.A. Harper escribió una vez:

“De acuerdo con el principio de que la autoridad política debe imponerse en proporción a la maldad del hombre, tendremos entonces una sociedad en la cual se demandará una autoridad política completa sobre todos los asuntos humanos... Un hombre gobernará a todos. ¿Pero quién ejercerá de dictador? Quienquiera que sea el elegido para el trono con seguridad será una persona enteramente malvada, puesto que todos los hombres lo son. Y esta sociedad será entonces regida por un dictador absolutamente malvado en posesión de todo el poder político. ¿Y cómo, en nombre de la lógica, puede emanar de ahí algo que no sea pura maldad? ¿Cómo puede ser esto mejor que el que no haya autoridad política alguna en la sociedad?”[12]

Por último, como hemos visto, puesto que los hombres son en realidad una mezcla de virtud y maldad, un régimen de libertad sirve para alentar la virtud y desalentar la maldad, al menos en el sentido de que la voluntariedad y lo mutuamente beneficioso es bueno y lo criminal es malo. En ninguna teoría de la naturaleza humana, por tanto, ya establezca que el hombre es bueno, malo, o una combinación de ambos, se justifica el estatismo. En el curso de negar que es un conservador, el liberal clásico Friedrich Hayek apuntó: “El principal mérito del individualismo [que Adam Smith y sus contemporáneos defendieron] es que es un sistema bajo el cual los hombres malvados pueden hacer menos daño. Es un sistema social que no depende para su funcionamiento de que encontremos hombres buenos que lo dirijan, o de que todos los hombres devengan más buenos de lo que son ahora, sino que toma al hombre en su variedad y complejidad dada...”[13]

Es importante señalar qué es lo que diferencia a los liberales de los utópicos en el sentido peyorativo. El liberalismo no se propone remodelar la naturaleza humana. Uno de los objetivos centrales del socialismo fue crear, lo cual en la práctica supone emplear métodos totalitarios, un Hombre Socialista Nuevo, un individuo cuyo primer fin fuera trabajar diligente y altruistamente por la colectividad. El liberalismo es una filosofía política que dice: dada cualquier naturaleza humana, la libertad es el único sistema político moral y el más efectivo. Obviamente, el liberalismo – como los demás sistemas sociales – funcionará mejor cuanto más pacíficos y menos agresivos sean los individuos y menos criminales haya. Y los liberales, como la mayoría de la otra gente, querrían alcanzar un mundo donde más personas fueran “buenas” y menos criminales hubiera. Pero esta no es la doctrina del liberalismo per se, que dice que cualesquiera sea la composición de la naturaleza humana en un momento dado, la libertad es lo más deseable.

Mito #6: Los liberales creen que cada persona conoce mejor sus propios intereses.

Del mismo modo que la acusación precedente sugería que los liberales creen que todos los hombres son perfectamente buenos, este mito les acusa de creer que todos son perfectamente sabios. Pero como esto no es cierto con respecto a mucha gente el Estado debe intervenir.

Pero los liberales no asumimos la perfecta sabiduría del hombre más de lo que asumimos su perfecta bondad. Hay algo de sentido común en la afirmación de que la mayoría de los hombres conoce mejor que cualquier otro sus propias necesidades e intereses. Pero no se asume en absoluto que todos siempre conocen mejor sus intereses. El liberalismo propugna que cada uno debe tener el derecho a perseguir sus propios fines como estime oportuno. Lo que se defiende es el derecho a actuar libremente, no la necesaria sensatez de dicha acción.

Es cierto también, no obstante, que el libre mercado – en contraste con el gobierno – ha articulado mecanismos que permiten a las personas acudir a expertos que pueden aconsejar sensatamente acerca de cómo alcanzar los fines propios de la mejor manera posible. Como hemos visto antes, los individuos libres no están separados los unos de los otros. En el libre mercado cualquier individuo, si tiene dudas sobre sus verdaderos intereses, es libre de contratar o consultar a un experto que le ofrezca consejo en base a su conocimiento presumiblemente superior. El individuo puede contratar a este experto y, en el libre mercado, testar continuamente su competencia y su utilidad. Las personas en el mercado, por tanto, pueden patrocinar aquellos expertos cuyos consejos estimen más provechosos. Los buenos doctores, abogados o arquitectos serán recompensados en el libre mercado, mientras que los malos tenderán a ser desplazados. Pero cuando el gobierno interviene, el experto del gobierno obtiene sus ingresos mediante la coacción sobre los contribuyentes. No hay ninguna fórmula de mercado para testar su éxito informando a la gene de sus verdaderos intereses. Sólo necesita tener habilidad para adquirir el apoyo político de la maquinaria coercitiva del Estado.

Por tanto, el experto privado tenderá a florecer en proporción a su habilidad, mientras que el experto del gobierno florecerá en proporción a su destreza en obtener prebendas políticas. Además, el experto del gobierno no será más virtuoso que el privado; su única superioridad radica en el arte de conseguir favores de aquellos que retienen el poder político. Pero una diferencia crucial entre ambos es que el experto privado tiene todos los incentivos para velar por sus clientes o pacientes, obrando del mejor modo posible. El experto del gobierno carece por completo de semejantes incentivos; él obtiene sus ingresos de todos modos. Luego el libre mercado tenderá a satisfacer mejor al consumidor.

Espero que este artículo haya contribuido a limpiar el liberalismo de mitos y malentendidos. Los conservadores y todos los demás deben ser educadamente advertidos de que los liberales no creemos que los hombres son buenos por naturaleza, ni que todos están perfectamente informados acerca de sus propios intereses, ni que cada individuo es un átomo aislado y herméticamente sellado. Los liberales no son necesariamente libertinos o hedonistas, ni son necesariamente ateos; y los liberales enfáticamente creen en principios morales. Dejemos ahora que cada uno de nosotros se disponga a examinar el liberalismo tal cual es, sin temor ni partidismos. Yo estoy seguro de que, allí donde este examen tenga lugar, el liberalismo gozará de un auge impresionante en el número de sus seguidores.


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* N. del T.: he traducido los términos “libertarianism” y “libertarian” del original por “liberalismo” y “liberal”, que creo que reflejan mejor el espíritu del artículo que los términos “libertarismo” y “libertario”, de escasa raigambre en español en su acepción anglosajona.

[1] John Kenneth Galbraith, The Affluent Society (Boston: Houghton Mifflin, 1958); F. A. Hayek, "The Non-Sequitur of the ‘Dependence Effect,’" Southern Economic Journal (Abril, 1961), pp. 346-48.

[2] Irving Kristol, "No Cheers for the Profit Motive," Wall Street Journal (Feb. 21, 1979).

[3] Para un llamamiento a aplicar estándares éticos universales al gobierno, véase Pitirim A. Sorokin and Walter A. Lunden, Power and Morality: Who Shall Guard the Guardians? (Boston: Porter Sargent, 1959), pp. 16-30.

[4] Frank S. Meyer, In Defense of Freedom: A Conservative Credo (Chicago: Henry Regnery, 1962), p. 66.

[5] Thomas E. Davitt, S.J., "St. Thomas Aquinas and the Natural Law," in Arthur L. Harding, ed., Origins of the Natural Law Tradition (Dallas, Tex: Southern Methodist University Press, 1954), p. 39

[6] A. P d'Entrèves, Natural Law (London: Hutchinson University Library, 1951), pp. 51-52.

[7] Karl Wittfogel, Oriental Despotism (New Haven: Yale University Press, 1957), esp. pp. 87-100.
[8] Acerca de esto y otras sectas cristianas totalitarias, véase Norman Cohn, Pursuit of the Millenium (Fairlawn, N.J.: Essential Books, 1957).

[9] Dale Vree, "Against Socialist Fusionism," National Review (Diciembre 8, 1978), p. 1547. El artículo de Heilbroner se publicó en Dissent, Verano 1978. Más sob el artículo de Vree en Murray N. Rothbard, "Statism, Left, Right, and Center," Libertarian Review (Enero 1979), pp. 14-15.

[10] Journal of Political Economy (Diciembre 1938), p. 869. Citado en Friedrich A. Hayek, The Road to Serfdom (Chicago: University of Chicago Press, 1944), p. 152.

[11] "The Forester's Letters, III,"(orig. in Pennsylvania Journal, Apr. 24, 1776), en The Writings of Thomas Paine (ed. M. D. Conway, New York: G. P. Putnam's Sons, 1906), I, 149-150.

[12] F. A. Harper, "Try This On Your Friends", Faith and Freedom (January, 1955), p. 19.

[13] F. A. Hayek, Individualism and Economic Order (Chicago: University of Chicago Press, 1948), enfatizado en el curso de su "Why I Am Not a Conservative," The Constitution of Liberty (Chicago: University of Chicago Press, 1960), p. 529. 


Por Murray Rothbard
Traducido por Albert Esplugas Boter

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Reseña Bibliográfica

Murray Newton Rothbard (1926-1995), el gran discípulo de Mises, dio un nuevo empuje a la Escuela Austriaca con su tratado Man, Economy and State. Escribió ampliamente sobre teoría monetaria defendiendo el patrón oro y criticando los bancos centrales. Pero no se limitó a la teoría económica; revisó la historia del pensamiento económico en una obra de dos volúmenes y la historia de la independencia de los Estados Unidos en una de cuatro. Y yendo más allá de los campos de la economía e historia, escribió La ética de la libertad, con el que la Escuela Austriaca dejó de limitarse al análisis de los hechos económicos y se comprometió con la valoración ética de los mismos.
MURRAY ROTHBARD
, por José Carlos Rodríguez

Catalunya es Independiente. Mis dudas, por JORGE VALIN


Es fascinante ver las reacciones del mercado y la gente cuando las situación se vuelve adversa y complicada. Desde hace dos años se ha gestado en Catalunya una corriente independentista muy fuerte motivada principalmente por la crisis. El Gobierno de Artur Mas empezó culpando de la crisis catalana al Tripartit. Hizo absurdas medidas que no han servido, ni servirán de nada salir de la crisis. Desesperado ha hecho lo que todos los políticos actuales: patada para adelante. La Generalitat está en la ruina y su tejido económico no tira mucho que digamos. A esto hay sumar continuos conflictos de interés entre el Gobierno de España y el de Catalunya. Todo es un desastre. Los políticos lejos de querer arreglar nada hacen lo de siempre, crean más tensión, aumentan el expolio al ciudadano y empresas mientras ahogan al Pueblo con más recortes ‘sociales’.
Muchos catalanes ven en la independencia una salida real a la crisis que azota todo occidente. La independencia se ha convertido en un mantra. Hoy mismo Boi Ruiz, conseller de Salud de Catalunya, ha dicho que las farmacias catalanas empezarán a cobrar el copago atrasado el 1 de octubre, a lo que ha añadido que el sistema sanitario catalán, si Catalunya se vuelve independiente, “mejorará” como por arte de magia. ¿Y seremos más altos y guapos los catalanes también con la independencia? ¿Qué modelo de sanidad tienen pensado el conseller? ¿Te duele la cabeza? Independízate. ¿Te han diagnosticado cáncer? Independízate y te curarás. El debate actual sobre la independencia de Catalunya no es serio. Se fundamenta en soflamas políticas incendiarias y trucos de magia contables lanzados como lema. El sentimiento nacionalista, en cualquiera de sus formas suele tomar fuertes tintes sentimentales y emotivos. Según Robert Pape, en su libro Dying To Win (que es el único autor que ha realizado un estudio sobre todos los actos de terrorismo suicida de los últimos 50 años para sacar conclusiones), afirma que las principales organizaciones terroristas del mundo se estructuran en tres tipos de ideología: secesionista, comunista (o socialista) y religiosa (y por este orden). Estas tres clasificaciones aplacaran el 100% de los movimientos terroristas del planeta, aunque muchos combinan más de una de estas categorías. El secesionismo o independentismo es algo tan visceral como la religión en muchas ocasiones. Todo el mundo se calienta cuando le tocan ‘la nación’.
No tengo ningún problema con la independencia, al revés. La idea de un territorio independiente es atractiva. Y la posterior demolición de ese territorio independiente para crear una república del individuo sin políticos es el éxtasi. Una sociedad privada sin gobierno, lobbies ni burócratas que regulen nuestros estilos de vida. Tengo serias dudas sobre la independencia de Catalunya que se están esgrimiendo actualmente. Y sería fantástico que el debate naciese de esto.
1. Los estados pequeños son más libres (o liberales). Se está extendiendo esta idea. Mi amigo Albert Esplugas escribió de forma sintética y clara las razones (La unidad de España reconsiderada). Primero la teoría:
En primer lugar, cuanto más pequeña es una unidad política menos atractivo les resulta el proteccionismo a sus integrantes, pues comercian básicamente con el exterior. En segundo lugar, cuanto más pequeñas son las unidades políticas, y en consecuencia más numerosas, más oportunidades hay de votar con los pies y más se favorece la competencia fiscal entre administraciones, al afanarse éstas por reducir sus impuestos para evitar la deslocalización y atraer capitales. En tercer lugar, cuanto más pequeña es una unidad política más cerca está el gobierno de los gobernados, más visible es el resultado de sus políticas y más conscientes son los ciudadanos del coste de oportunidad que acarrean. La ventaja de estas tendencias es que se producen sin necesidad de que haya que elegirlas en las urnas, pues son independientes del color político de los gobernantes.[Negritas mías].
La aplicación:
Volviendo al caso de Cataluña, aun cuando se considere que el gobierno medio de una hipotética Cataluña independiente se escoraría ligeramente más hacia el intervencionismo que el gobierno medio de una España unitaria, los beneficios de conformar una unidad política menor podrían exceder los costes de tener una élite política más socialista. Para que el saldo fuera negativo la élite política o los votantes catalanes tendrían que ser notoriamente más socialistas que la élite política o los votantes españoles, y no está claro que la diferencia sea tan abrupta. De hecho CiU ocupa en Cataluña parte del segmento del centro-derecha que en el resto de España ocupa el PP.
¿Cuanto más pequeña es una unidad política menos atractivo les resulta el proteccionismo a sus integrantes?“. ¿Es cierto algo así? A nivel global no. No hay razones empíricas que lo demuestren.  Desde 1990 se han creado 34 estados independientes. Analicemos diez que he tomado al azar: Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Estonia, Georgia, Kazajstán, Kirguistán, Letonia, Lituania y Moldovia. De estos países, sólo Estonia, Georgia y Lituania están por delante de España en el Índice de Liberad Económica del Heritage Fundation—WSJ. Países incluso como Moldavia tienen una importante representación comunista en la sociedad (Moldavia tiene la mitad de habitantes que Catalunya). En Kirguistán (con menor población que Catalunya), el partido comunista es el tercero más votado. Kazajstán (con el doble de habitantes que Catalunya), Azerbaiyán y Bielorrusia (con poblaciones casi iguales y ligeramente superiores a las de Catalunya) no son precisamente un modelo de ‘libertad’. Este último país está denunciado por organizaciones periodísticas, humanitarias y económicas de todo el mundo. Y en los tres reina un nivel de corrupción que no se corresponde mucho al de un ‘país libre’.
Pero, dejando el empirismo de un lado, ¿puede lógicamente un país pequeño ser más liberal que otro grande? En realidad no hay una relación de causa–efecto evidente. Analicemos qué dice Esplugas. “cuanto más pequeña es una unidad política menos atractivo les resulta el proteccionismo a sus integrantes, pues comercian básicamente con el exterior“. ¿Por qué? Hagamos una reducción para simplificarlo. Los Amish son una comunidad autosuficiente, muy unida y casi literalmente independiente del Estado Federal de EE.UU. Y del mundo por extensión. ¿Son liberales? Más bien no. Todo en la vida de los Amish está regulado por la sociedad. Tal vez estén sometidos a una regulación voluntaria ya que son libres de marcharse del territorio cuando quieran, y tal vez la cantidad innumerable de imposiciones sea voluntaria, pero no es libre en el sentido que nosotros tenemos. Los Amish sí que ‘exportan’. Venden a comunidades limítrofes a sus zonas, pero el mercado interior, y más bien la pura autarquía reina su economía. Según la teoría ‘lo pequeño–es–liberal’, los Amish tendrían que estar en el S. XXIII. Y no es así. Esplugas afirma que los núcleos pequeños, automáticamente generan una economía de exportación. Nueva Zelanda (con casi la mirad de habitantes que Catalunya [4,3MM]) se pasó siglos viviendo de sus cabras y hasta que no hubo la revolución liberal vivió en la autosuficiencia. Actualmente Nueva Zelanda es de los países más prósperos del mundo y está en los primeros puestos del Índice de Libertad Económica del Heritage. No fue su pequeño tamaño lo que la hizo próspero, sino una crisis que la empujó al liberalismo. Hay varias razones por la que un país se decida a exportar. Generalmente suelen ser políticas laxas del Gobierno en materia económica, y esto, no tiene nada que ver con el tamaño, sino con la población. Exportar es una cuestión de costes y ‘captar’ las necesidades del mercado internacional. Aunque los catalanes tengan más genes empresariales que el resto de sus vecinos, sus políticos — históricamente— pecan de lo contrario. Catalunya tiene una cantidad indecente de barreras al comercio con altas barreras de entradas y procedimientos de salida. Pero esto lo veremos después. (Claro que también se puede dar el caso inverso, como le pasó a Argentina con la carne y el petróleo, esto es, que la sobrerregulación cree que las empresas vendan sus productos fura del país en lugar de dentro. Es un tema interesante para comentar pero no toca ahora, además que cosas así no son muy beneficiosas para el país).
Esplugas también hace referencia al ‘voto con los pies’. ¿Movilizaría mejor a la gente? Bueno, eso ya lo pueden hacer ahora. Y lo hacen. Esplugas da por descontado que un nuevo Estado catalán, y una división de Veguerías supongo, traería una competencia fiscal. De ser así, podría ser cierto, pero no queda nada claro este concepto, esto es, que el nuevo gobierno dejara libertad a las regiones para hacer lo que quisieran. Los políticos catalanes son muy centralistas con ‘lo suyo’ y la mentalidad colectiva del país no va precisamente a aumentar la competencia fiscal ni de ningún otro tipo. No solo pasa en Catalunya, sino también en España y ya no digamos en Europa que están haciendo todo lo posible para homogeneizar las leyes fiscales para eliminar la competencia de este tipo.
El autor también dice “cuanto más pequeña es una unidad política más cerca está el gobierno de los gobernados”. ¿Seguro? Yo vivo en Barcelona. Y en los últimos 10 años esta ciudad ha tenido varios alcaldes. Se han escrito libros contra ellos incluso (el más conocidoOdio Barcelona). Está claro que Catalunya sería más grande que Barcelona, y la ciudad condal es un sóviet donde los políticos hacen lo que les da la gana. Tiene una de las tasas impositivas más altas y tratan la ciudad como su cortijo personal. Hace unos años a Barcelona le costaban las luces del alumbrado público el doble de lo que podría costarle a usted en la ferretería. Aquí la corrupción, amiguismo y compra de votos tienen unas dimensiones de galaxia. Yo he escrito varias veces al Alcande Xavier Trias. Solo una vez me contentó diciéndome, más o menos, que no le molestase más. (Supongo que la próxima vez me enviará la policía local. Ya les comentaré desde la cárcel).
A nivel nacional las cosas no son diferentes, y es que otra vez, la dimensión no es una cuestión que aumente la libertad. Hoy día el concepto de Estados Nación ha ido a menos. Es precisamente lo que la UE quiere eliminar para hacer una Europa Federal con una capital europea. Las decisiones ya no se toman democráticamente ni en las urnas. Las toman lobbies internacionales, políticos de otros países más fuertes y organizaciones supranacionales. La política, no solo en Catalunya, sino en todo occidente ha perdido todo contacto real con el Pueblo. Y esto no es culpa de la dimensión, sino de la dejadez ciudadana, la irresponsabilidad del Pueblo y condescendencia hacia la élite o casta. La democracia se ha vuelto populismo y compra de votos, la guerra de todos contra todos. La independencia no veo que tenga que cambiar algo así.
2. ¿Moneda propia? Una de las cosas comentadas es si Catalunya tendría moneda propia. Lo más fácil y barato seguirá seguir con el Euro, como hace Andorra que no tiene moneda propia ni banco central. Sin embargo, muchos apuestan por la opción de la moneda nacional. Entre ellos Jordi Pujol. ¿Qué ocurriría si los políticos constituyen un banco central al día de proclamarse independientes y crear una moneda, digamos llamado ‘Florí‘ (por mencionar una moneda que ya tuvo Catalunya)? Cualquier austriaco lo ve claro. La Generalitat pagaría sus deudas ‘dándole a la manivela’, lo que crearía una importante inflación crediticia que se iría distribuyendo hacia las ramas de producción beneficiadas por el Estado acabando con violentos ciclos alcistas y bajistas e hiperinflación. Como dijo Huerta de Soto, crear dinero de la nada es una fuerte tentación para cualquier Estado. Y ahora tenemos el mejor ejemplo con las comprar de deuda del BCE o el QE3 de la FED.
3. ¿Libertad o Avances Sociales? Esta es una duda interesante (que tengo para los lectores). Catalunya ha presumido siempre (incluso antes de la Guerra Civil) de tener una de las economías más sociales de España. Esto es, más socialistas y confiscatorias. Mucha gente que se ha vuelto secesionista no quiere más libertad, son nostálgicos, gente del antiguo régimen que quieren la vuelta de las ayudas sociales y un papá estado. Con una moneda propia estas necesidades se pueden cubrir imprimiendo billetes y aumentando, pues, un Estado Omnipotente cuyo único fin no es más que el actual: mantener a la gente narcotizada con la cultura del subsidio y la compra de votos. No porque sean catalanes, sino porque es la mentalidad latina, ya sea española, italiana o griega: Vivir a expensas de los demás.
4. Cómo reaccionará el mercado. Llevo años trabajando en el mundo financiero. Una de las primeras cosas que se aprenden es que el dinero es cobarde. La desinversión masiva de España de inversores extranjeros y nacionales se debe simplemente al miedo, a la incertidumbre. En Quebec, muchas empresas grandes se fueron en el primer referéndum. Los inversores y empresas (de todo tamaño y tipo) tienen una enorme aversión al riesgo. Siempre son conservadoras.
Sala-i-Martín afirma que Catalunya tiene un déficit y deuda bajos comparados con España y resto de países de Europa. Y es totalmente cierto. Pero es que el problema no es el porcentaje de deuda, sino la capacidad de devolverlo, y como ya ha dicho Mas, Presidente de la Generalitat, el Gobierno local no puede pagar actualmente ni las nóminas del mes que viene. Miren Japón, tiene la deuda más grande del mundo, del 200%. Sin embargo, hasta el momento ningún inversor está asustado con el país (aunque ahora ha tenido varios meses de la contracción de la demanda y ese es el primer paso al declive). Es mucho más que razonable que en los primeros años los inversores les falte tiempo para salir del país porque no entienden de proyectos románticos de Estado ni nada de eso, solo de retorno, y muy especialmente, de no perder ni un céntimo de sus inversiones.
Para evitar tal fuga se han de crear contraincentivos. La política económica tiene ese fin siempre, es la continua creación de contraincentivos hacia el actor económico. Una posibilidad sería, al menos los primero años, eliminar impuestos y diezmar los que queden. Esto sí que sería beneficioso. Mi gran duda es, ¿lo haría el nuevo Gobierno? Teniendo en cuenta que tendría que incurrir en otros gastos como la parte total de hospitales, pensiones, aduanas, controles aduaneros marítimos, civiles, escuelas, embajadas serias y en todo el mundo… ¿Cómo pagaría todo esto? ¿Se reprimiría el Estado y políticos de sus aires de grandeza y de ser un Estado Omnipotente? ¿Habría recortes reales en la estructura del Estado? ¿Por qué no los ha habido ya, de ser así?
5. Corrupción. Hemos visto que una de las derivas de los Gobiernos es la corrupción impulsada, no por su tamaño en relación al Pueblo, sino por la democracia (para indagar más sobre este concepto desde un punto de vista liberal y anarquista, ver mi etiqueta:Democracia). Básicamente la democracia no otorga responsabilidades a los políticos, estando estos en un entorno de anarquía sin control que les permite hacer las barbaridades que quieran sin represalias reales. Expresado de otra forma más directa: ¿No se convertiría el Gobierno de Catalanya en algo así? Es decir, más como el Gobierno de Barcelona en lugar de la liberal Nueva Zelanda. Se acuerdan del caso ‘El 3%’. No pasó nada. Toda la clase política estaba untada. ¿Se acuerdan de las excentricidades pagadas a Carod Rovira y gente de su partido? ¿Por qué no ha habido ni una sola investigación de las chapuzas que hizo la Generalitat con las Caixes? ¿Cómo es que Narcis Serra está en calle? ¿No se convertiría el Gobierno en un cortijo más cerrado de ladrones y explotadores que en un Gobierno mínimo?
6. La Crisis. Soy de la firme opinión que Catalunya está en las últimas. Tanto si está con España como si no lo está. Tenemos encima una crisis sistémica que las autoridades no pueden parar. Más bien al revés, hacen todo lo que pueden para alargarla con rescates, subvenciones, impuestos y leyes de un estado policial. De hecho la Generalitat ya se ha quejado por el aumento del IVA. No porque oprime más al Pueblo, ¡sino porque ellos no están sacando tajada de ello! Con esta mentalidad no se arregla un país, ni una nación, ni una ciudad, pueblo o familia.
Las deudas públicas y las privadas han de ser liquidadas. Es una crisis de deuda que ha causado el dinero barato y el Estado del Bienestar. No se puede salir de ella con más de lo mismo. El único camino para salir de aquí es que empobrezca todo el mundo liquidando deudas y ese sistema de vida de la opulencia basada en el crédito. La independencia puede ser un acelerante en ese proceso, lo que le permitiría ‘limpiarse antes’ con la masiva desinversión privada y quiebra del nuevo Gobierno. En ese sentido, teniendo en cuenta que la crisis es irreversible hasta que se limpien los excesos, sería positiva.
En realidad tengo más preguntas y dudas, pero este un acercamiento. ¿Hay una independencia liberal para Catalunya? Personalmente preferiría una independencia de Europa, España, Catalunya, Barcelona y crear la república liberal de mi mismo decidiendo yo con quién y cómo comercio con el resto del mundo y practicando mi propio estilo de vida sin los absurdos mandatos de los políticos que viven de mis impuestos y en un estado de total irresponsabilidad. Libertad es crear una sociedad voluntaria basada en la libertad individual. Cambiar la URSS por un sóviet bananero no parece tener ventajas.
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