Juan J. Molina

Juan J. Molina
Juan J. Molina

miércoles, 22 de mayo de 2013

LA BÚSQUEDA DEL MEJOR ORDEN (II)

Desde tiempos inmemoriales los hombres vienen buscando la piedra filosofal política, es decir, el mejor régimen político, aquel que consideradas las circunstancias, sea el mejor para un determinado pueblo.
Desde ese punto de vista la aportación del liberalismo a la filosofía política consiste en poner en el centro de la atención la libertad individual, y en preguntarse cómo es que de las asociaciones de individuos puede brotar un orden, o sea un conjunto de normas que permite reducir el carácter imprevisible de los resultados de las acciones humanas. En este sentido, podría sostenerse que el orden es el resultado no-intencionado de una selección social de normas que tienden a eliminar las que con el tiempo parecen menos satisfactorias y que no se pueden universalizar en el espacio y en el tiempo.
Queda por ver por qué la condición de libertad es tan importante. Esto se debe a que cuanto más libres sean los individuos, tanto más podrán hallarse en condiciones de discutir sobre las consecuencias que pueden derivarse de la adopción de ciertas modalidades de intercambio.
El liberalismo pues, se propone garantizar la libertad y la realizabilidad de las expectativas individuales mediante una reducción del poder. Se trata de un objetivo que en el campo religioso se concreta en la reducción de lo religioso a un fenómeno privado y en la tolerancia, en el campo político en la lucha contra el absolutismo y el despotismo, y en el campo económico en la lucha contra los monopolios. Consecuencia directa de todo esto es que el liberalismo es ante todo una teoría para la limitación del poder estatal, como dijo Jefferson “ El mejor gobierno es el que gobierna menos”.

Bibliografía: Atlas del liberalismo, Ramón cubed

martes, 21 de mayo de 2013

La atrofia identitaria, por Eduardo Goligorsky




Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda.

Aunque parezca raro, empiezo por elogiar sin reservas un artículo de la panfletista Pilar Rahola. En "Los que marcan la opinión" (LV, 23/3), Rahola contradice a una investigadora que la singularizó "por sus ataques contra el mundo árabe". Y replica:
Debo de ser la articulista que más artículos ha dedicado a hacer visibles a árabes valerosos y heroicos y nunca he dedicado ni una línea, ni una, a atacar a un país árabe o al mundo islámico en general. Sólo he atacado a dictadores e ideologías fanáticas, pero siempre acompañado de una defensa de todos los que, desde el Islam, luchan por sus derechos. Incluso osé decir que el Nelson Mandela actual era una mujer musulmana luchadora.
Imposible explicar más concisamente que una cosa es denunciar la intolerancia política o religiosa que determinadas corrientes ideológicas o individuos autoritarios practican en perjuicio de una comunidad y sus ciudadanos, y otra muy distinta insinuar que dicha denuncia está dirigida contra la comunidad y los ciudadanos víctimas de esas prácticas. Y aquí es donde queda en evidencia la táctica tramposa que Pilar Rahola emplea para desacreditar y difamar a quienes se oponen a la aventura secesionista porque están convencidos de que su éxito implicaría un desastre económico, social y cultural; una ruptura de la convivencia con el resto de España y de Europa; y la exhumación de primitivas atrofias identitarias. Si a ella la acusan, falsamente, de atacar al mundo árabe, ella acusa, falsamente, a quienes no comulgan con sus obsesiones deatacar a Cataluña.

Azote de herejes

La tendencia a identificar la subordinación al régimen imperante con la lealtad a la patria es típica de las mentalidades totalitarias. Y al discrepante, ni agua. Para los comunistas, Solyenitsin era traidor a Rusia; para los nazis, Thomas Mann lo era a Alemania; para los franquistas, Salvador de Madariaga lo era a España; para los peronistas, Jorge Luis Borges lo era a Argentina. Las listas de botiflers que elaboran los secesionistas catalanes son interminables y demuestran que su movimiento dista de ser representativo de la mayoría de la sociedad. Hasta el versátil Josep Antoni Duran Lleida se siente incluido en ellas (LV, 7/5). Repito, y seguiré repitiendo, por su origen y contundencia, lo queescribió el secesionista puro y duro Francesc-Marc Álvaro (LV, 6/5). El soberanismo es
la minoría más activa y organizada. (…) En Catalunya, el 33,7% es partidario de un Estado catalán, lo cual representa que uno de cada tres catalanes ha asumido con normalidad la propuesta independentista.
¡De mayorías, ni hablar! Sin embargo, Pilar Rahola usurpa la representación de "los catalanes", así en masa, para asumir el papel de azote de herejes. Ya que niega, con razón, serlo de los árabes, se complace en desenmascarar apostasías identitarias. Como si la pobre Carme(n) Chacón no se bastara a sí misma para cubrirse de ridículo, la inquisidora Rahola la convierte en una Agustina de Aragón que, siendo catalana, "más ferozmente atacará nuestros intereses como nación" (LV, 7/5). A Mariscal, que "hizo una pasta gansa" gracias a Barcelona, no le perdona que se burlara de la manifestación del 11-S y le reprocha que el Cobi fuera feo (horrible, diría yo) y que tuviera "un padre con el carnet número 13 de la Falange, miembro honroso de la División Azul y galardonado con la Cruz de Hierro" (LV, 4/5). Olvida, Rahola, que con parecidos trofeos Dionisio Ridruejo se hizo acreedor al respeto y la admiración de todos los demócratas, y muy especialmente de los demócratas catalanes, y que las acusaciones de esta índole pueden volverse como un bumerán contra muchos de sus próceres.
La fatua de Rahola castiga, empero, a una apóstata cuyos pecados convierten en travesuras infantiles los que los fundamentalistas islámicos le atribuyen a Salman Rushdie. Sus diatribas llueven sobre Dolores Serrat, consejera de Educación del Gobierno de Aragón, responsable de que se aplique a una variante del catalán la denominación de Lengua Aragonesa Propia del Aragón Oriental. Ya me ocuparé en otra oportunidad de esta innovación. Veamos ahora por qué Rahola se ensaña con Serrat (LV, 12/5).

La tiranía de la cuna

Serrat, nos informa Rahola, nació en Ripoll, y cometió el pecado de no dejarse marcar para siempre por los efluvios telúricos emanados de su terruño. Su boca nació aquí (en Cataluña) y habló el idioma (catalán) desde la infancia, lo cual no le impidió "perpetrar tamañas barbaridades contra el idioma que aprendió en la cuna". Diagnóstico:
El autoodio catalán (…) en nuestra historia siempre hubo catalanes que fueron grandes botiflers.
Aquí tenemos, en apretada síntesis, los elementos de la atrofia identitaria que predica Rahola. Si Serrat hubiera nacido en Tombuctú, debería practicar la ablación del clítoris a sus hijas para ceñirse a las tradiciones heredadas de sus mayores. Hay quienes continúan practicando esta costumbre bárbara aunque hayan emigrado a países civilizados: los domina la tiranía de la cuna que idealiza Rahola. Si la señora Serrat, después de nacer en Ripoll, se educó, leyó, por ejemplo, a Erasmo, a Spinoza, a Voltaire, a Stuart Mill, a Nietzsche, a Russell, a Unamuno, y descubrió que el mundo es ancho y ajeno, difícilmente podría haberse quedado subordinada a atavismos sectarios y dogmáticos como los que seducen a Rahola. En este contexto, el diagnóstico de autoodio –al que Rahola recurre con frecuencia para estigmatizar a quienes rompen con los mitos sobre los que descansa la ideología secesionista– es el gran aporte que algunos psicoanalistas hicieron a los apóstoles del inmovilismo o, peor aun, de la involución hacia modelos medievales.
Los secesionistas no se dan cuenta de que si se les aplicara esta falacia psicoanalítica, también podrían acusarlos de autoodiarse porque se desentienden de las raíces religiosas de su árbol genealógico para irse por las ramas de una frágil quimera profana.

Antídotos para la atrofia

Afortunadamente, hay antídotos para la atrofia identitaria. Siempre recomiendo la lectura de Identidades asesinas (Alianza, 1999), de Amin Maalouf. Explica Maalouf:
Cuando me preguntan qué soy "en lo más hondo de mí mismo" están suponiendo que "en el fondo" de cada persona hay sólo una pertenencia que importe, su “verdad profunda” de alguna manera, su “esencia”, que está determinada para siempre desde el nacimiento y que no se va a modificar nunca; como si lo demás, todo lo demás –su trayectoria de hombre libre, las convicciones que ha ido adquiriendo, sus preferencias, su sensibilidad personal sus afinidades, su vida en suma–, no contara para nada.
Y prosigue más adelante:
De hecho, todos estamos infinitamente más cerca de nuestros contemporáneos que de nuestros antepasados. ¿Estaría exagerando si dijera que tengo muchas más cosas en común con un peatón elegido al azar en una calle de Praga, Seúl o San Francisco que con mi propio bisabuelo? No sólo en el aspecto, en la indumentaria, en los andares, no sólo en la forma de vida, el trabajo, la vivienda, los instrumentos que nos rodean, sino también en los principios morales, en los hábitos mentales.
Arcadi Espada fue menos caritativo cuando escribió (Contra Catalunya, Flor del Viento, 1997):
Siempre pienso de mis antepasados en unos términos poco amables: los imagino cercanos a la animalidad, muy rudimentarios.

Discriminaciones retrógradas

Lógicamente, Pilar Rahola tiene todo el derecho del mundo a encerrarse en su cápsula identitaria y a disfrutar en ella de los placeres de la evocación nostálgica, como lo hace en su artículo "Elogio del país pequeño" (LV, 28/4), pletórico de "tiempos inmemoriales", "mitos del pasado", “los atavismos y la tradición”, “la propia identidad”, “una memoria secular”, “un idioma que lo articula”, “las patrias pequeñas”, “sus mitos, su historia, sus costumbres y esa identidad local”, “su cultura milenaria” y así hasta la saturación. A lo que no tiene derecho es a menospreciar y tildar de traidores a quienes no comparten sus obsesiones, ni a tramar más exclusiones y discriminaciones retrógradas desde el Consell Nacional de la Transició, del que se siente “orgullosa de formar parte” (LV, 13/4). Consell que, además, no representa a la mayoría, sino a "la minoría más activa y organizada" (Francesc-Marc Álvaro dixit).
En fin, es curioso que deba rescatar una frase de Martin Luther King que Rahola esgrime injustamente contra Dolores Serrat, porque me parece que es la que mejor define a todos los cazadores de herejes:
Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda.

martes, 14 de mayo de 2013

Ni los comunistas creen ya en el comunismo


POR EL "DESARROLLO CONTINUO Y SANO"

La dictadura comunista china aboga por más libertad económica

El primer ministro Le Keqiang pidió a los políticos chinos que “deleguen poderes innecesarios” y transformar las labores del Gobierno.

LIBERTAD DIGITAL/AGENCIAS 
El primer ministro chino Li Keqiang, al frente del Consejo de Estado desde marzo, ha pedido una menor intervención del poder político en la economía de mercado "con el fin de motivar la creatividad y transformar el Gobierno", destacó este martes la agencia oficial Xinhua y recoge Efe.
En una teleconferencia sobre las reformas que el Ejecutivo ha iniciado para estimular el desarrollo nacional, Li pidió a los responsables políticos chinos que "deleguen poderes innecesarios" en sus relaciones con los sectores económicos. "La prioridad del trabajo gubernamental debería gravitar hacia la creación de un mercado favorable para el desarrollo, facilitar unos servicios públicos de calidad y mantener justicia y equidad social", subrayó el primer ministro. Según el líder comunista, es necesario transformar las labores del Gobierno"para mantener el desarrollo continuo y sano de la economía".
En los dos meses del nuevo Gobierno, éste ha cancelado 133 trámites administrativos, destacó Li como ejemplo de la progresiva no intervención política en la economía, y afirmó que esta simplificación continuará en materias como la producción, la inversión o las actividades de mercadotecnia.

“Reformas pro-mercado”

La semana pasada, el Consejo de Estado ya anunció planes para avanzar en las reformas pro-mercado, minimizando la intervención estatal en numerosos ámbitos como los mercados financieros, el sistema tributario o el sistema de control demográfico del país.
Uno de los principales cambios se basa en la aceleración del proceso de convertibilidad total de la moneda nacional, el yuan, en la cuenta de capital, algo que permitirá a empresas o personas del país y del extranjero intercambiar moneda sin restricciones en la compra de activos o acciones.
Además, se pretende liberalizar las tasas de interés y se creará un sistema para que los inversores individuales puedan invertir en el extranjero, así como políticas "de protección de los derechos e intereses de los pequeños y medianos inversores".
En el ámbito tributario, el Gobierno dará más protagonismo al impuesto de valor añadido en detrimento del de sociedades, un cambio que supondrá la rebaja de impuestos a muchas compañías del sector de los servicios.

Ralentiza su crecimiento

China experimentó en los tres primeros meses del año un crecimiento de su producto interior bruto (PIB) del 7,7% interanual, lo que representa una desaceleración de dos décimas respecto a la expansión del 7,9% observada en el cuarto trimestre de 2012, según los datos publicados por el Buró Nacional de Estadística.
La economía del gigante asiático registró un crecimiento del 7,8% en el conjunto de 2012, el peor dato de expansión del país desde 1999. El Gobierno chino prevé un crecimiento del 7,5% para el conjunto de 2013.

¿PARA QUÉ SIRVE LA CULTURA? "Sí, soy un inculto, pero gano mucho más que tú. ¿Qué pasa? ¿Eh?" 2ª parte


“Yo a mi hija ya le he dicho que se haga cantaora o algo, que canta muy bien. Sal en la tele”. El que habla es Mané, que tiene un bar donde, a veces, por las tardes, se juntan unos amigos a tocar flamenco. “Yo esos de los libros, a los que van de culturales, me descojono”, dice. “Llevo diez años con el negocio y no he visto ni uno que tenga para pagarse los cafés. ¿Qué le dices a tu gente? ¿Qué sean como ellos? Venga hombre. Mucha facha y nada más. A mí, esos de los libros, negocio me hacen poco”.
Si desde “arriba” la cultura ha pasado a ser un ornamento secundario, desde abajo se ve hace tiempo como un lujo estúpido y prescindible, cuando no como un problema. Lucrecia es sólo a medias un personaje de ficción –como todos los de ficción, acaso-. Es el elemento clave de Animales domésticos, una excelente novela social que la escritora madrileña Marta Sanz publicó en 2003, y su médula proviene directamente de una persona real. Animales domésticos, explica Sanz sobre el origen del libro, “es una novela muy condicionada por mi extracción social. Mi abuelo era mecánico, un obrero que trabajó toda su vida como tal, pero era una un obrero que se preocupaba por ser culto, y por leer, y al que le gustaba la música…”. También la mujer que acabó retratada como Lucrecia había hecho ese intento de mejorar: “Era una mujer de Getafe que -después de una conferencia que di sobre las novelas de adulterio- me dijo que ella había dejado de leer porque a medida que leía se sentía más infeliz, que veía la realidad de una manera más eficaz y eso le hacía ver a su familia como ‘una absurda pandillita de animales domésticos’”.Si desde arriba la cultura ha pasado a ser un ornamento secundario, desde abajo se ve hace tiempo como un lujo estúpido y prescindible
Una renuncia que deja entrever una de las realidades más terribles del país: que la cultura no es ya sólo ninguneada sino que puede llegar a ser un lastre. “A mí”, explica Sanz, “me interesaba mucho esa percepción de cómo la cultura había dejado de ser un elemento de desclasamiento positivo… porque la cultura ha perdido prestigio, y a un obrero ya no le interesa para nada ser culto. Por una parte, está esa visión de que la cultura no es inofensiva, de que nos abre los ojos, de que en lugar de ilusionarnos nos desilusiona… y por otra parte está la percepción de ese desprestigio absoluto de lo cultural que nos ha estado haciendo a todos desde el punto de vista humano más blandos, más susceptibles, más manipulables y más acríticos. Animales domésticos es una radiografía de lo que ha pasado con las clases medias, con la mesocracia española en los últimos años”.
Juan, periodista cultural en un medio local, explica esta situación desde la incapacidad de la burguesía “para mantener la cultura como una seña de identidad. Si lo hubiera hecho, el que quisiera ascender socialmente o simplemente tener otro nivel personal la seguiría viendo como algo necesario, y su prestigio, digamos “social”, persistiría. Pero si no da dinero ni te permite codearte con otros, si todos somos igual de burros, pierde todo su peso. Son muy pocos los que la pueden considerar como algo que se debe intentar tener por encima de su utilidad práctica tangible, como algo que te hace -por usar una expresión que también está ‘demodé’- más noble”.
Las participantes femeninas de Gandía Shore (MTV)

Pero, por otra parte, Juan, cargando con su mileurismo y sus muchos miles de páginas leídas, no sólo constata cómo una parte de la sociedad desdeña, la cultura, sino que constata cómo el resto se ríe de ella. “Lo fascinante de la ignorancia actual no es la ignorancia, es la satisfacción por esa ignorancia, el regodeo en ella. Lo fascinante de los realities, por ejemplo, de Jersey Shore, y Gandía Shore, y esas cosas, no es que la gente exhiba su burricie a pelo y le dé igual, o que las rivalidades y el ‘yo valgo más’ se diriman en duelos de abdominales, o el que la promiscuidad sea un valor. Lo fascinante es cuando aparecen los padres de los protagonistas: siempre están henchidos de orgullo por el ridículo que hacen a diario los cabestros de sus hijos. Eso es lo que demuestra que el problema viene de más atrás y es más grave. Andy Warhol tenía razón sólo en parte: todo el mundo tendrá sus 15 minutos de fama, excepto quien tenga algo que decir. Hacia ahí vamos”.En el pasado reciente la gente que no era culta se avergonzaba de no serlo
En el pasado reciente, explica Manuel Cruz, la gente que no era culta se avergonzaba de no serlo, mientras que hoy, en un giro completo, vemos cómo “la gente alardea de su incultura, añadiendo incluso a su actitud de desprecio expresiones chulescas del tipo '¿Qué pasa? ¿Eh? ¿Pasa algo?'. Antes, ser culto estaba asociado a las clases sociales más pudientes. Hoy no. La gente te dice ‘No soy culto, no sé nada pero me gano la vida mucho mejor qué tú’. Y es un mensaje que se lanza masivamente. Son actitudes que ves en televisión con mucha frecuencia. Nos hemos acostumbrado al analfabetismo, incluso al más desatado, y parece que da igual”.

¿DE VERDAD SIRVE LA CULTURA PARA ALGO? Los nuevos bárbaros: "¿Culta? No, es mucho mejor ser mona" 1ª parte



Los nuevos bárbaros: "¿Culta? No, es mucho mejor ser mona"
Un grupo de personas se agolpa ante la 'Gioconda' para sacarle fotos con su móvil. (EFE)

-Esto debe ser un país asiático. Y fíjate, aquí está en un yate. Y en esta otra, haciendo senderismo.
Alberto y Carlos, separados en la treintena, están ojeando los perfiles de una página web destinada a que adultos solteros puedan conocerse. Ante sus ojos, montones de perfiles de personas en actitud sonriente, tratando de ganar su mejor ángulo a la cámara, ofreciendo una versión favorecida de sí mismos. Abundan las imágenes en las que el fondo importa más que el primer plano, en las que la definición de sí se realiza a partir de los escenarios en que la fotografía ha sido tomada. Es una manera de decir, este/a soy yo, estos son mis gustos, estas son mis experiencias, este es mi nivel socioecónomico, y espero de los candidatos potenciales algo a la altura.
-¿Te das cuenta? Nadie se ha fotografiado a la entrada del Louvre o del Moma, en Broadway o ante el Royal Albert Hall.
Alberto explica entre risas a Carlos que la gente se hace fotos en el Taj Mahal, en el Empire State Building o en una playa desierta, pero nunca ante lugares que sean una referencia cultural y que en sus perfiles suelen reconocerse como buenos aficionados a la lectura o al teatro, pero siempre por detrás de otros como las compras (ellas), el deporte (ellos) y los restaurantes (ambos).
-Y eso es por una razón evidente: decir que te gusta la cultura es mal rollo para ligar.
No, la cultura ya no sirve para esos propósitos. También lo sabe Clara, una abogada de 30 años, que vive en Madrid, cerca de El Retiro, en un bonito apartamento donde tiene reservado un cuartito para sus cuadros, que recuerdan un poco a Magritte y aRousseau. Quizá hubiese podido ganarse la vida con una afición que en algún momento fue casi vocación y que, sin embargo, en su entorno de clase alta es considerada poco más que un capricho. Su cultura está claramente por encima de la media, aunque muchos de los que la tratan lo ignoren. Ironiza: “Si hablamos de hombres, ya sabes, ’un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer’, y eso no es leer, sino hacer algo productivo. Caricaturizando un poco, en mi ambiente la gente divide a los culturetas masculinos en tres categorías ‘refinadísimas’: perdedores que leen porque creen que les servirá para ligar, los que se escudan en su diletantismo porque están resentidos al ganar menos que sus padres o amigos y los rojos”.Los culturetas se dividen en perdedores que leen para ligar, resentidos y ‘rojos’
Tampoco para las mujeres destacarse en ese plano resulta especialmente útil. En el ambiente en el que Clara se mueve,‘culto’ se identifica con ‘friki’, con ratón de biblioteca o, en nuestro caso, con mujer sosa, apocada y con pocas habilidades sociales. En el mejor de los casos es un ‘plus’, un divertimento añadido, como podía ser antes bordar, cocinar o tocar el piano, pero no más”. Aunque probablemente lo que mejor define el pensamiento general de su entorno es la anécdota con la que cierra la conversación: “Hablaba con una amiga, que es diseñadora, sobre la necesidad o no de tener una cierta cultura para ‘estar’ en cierto ambiente. Yo le pregunté: ¿Tú crees que a las niñas pijas se les exige socialmente cierto barniz cultural? Ella respondió: Depende de lo guapas que sean”.
Fátima, amiga de Clara y también abogada, 35, casada y con dos hijos, es la otra cara de la moneda y explica en el fondo lo mismo, aunque en sus palabras no haya ni un resto de amargura. Ha leído exactamente 15 novelas en su vida, dice, y recuerda el número porque todas ellas las leyó en un lapso de seis meses, cuando tenía 17 años, como parte, casi, de un experimento. Lo explica con sencillez: “En un momento dado me di cuenta de que, aunque nadie de mi entorno leía, entre la gente un poco más mayor, no quedaba bien decir ‘no leo’, ni confesar que no tenías ni idea de quién era García Márquez o Henry Miller, así que me los leí. Me gustó hacerlo, no estuvo mal, era interesante”. Después, Fátima fue a la universidad, estudió Derecho, se colocó y no volvió a leer ni una línea que no fuese necesaria para su trabajo. “No me hace falta. Soy independiente, gano dinero, me he casado y, si quieres que te diga la verdad, las conversaciones en mi ambiente van sobre cualquier cosa menos sobre cultura. Alguna ‘peli’ de George Clooney y punto”.

Fuente:http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2013/01/26/los-nuevos-barbaros-culta-no-es-mucho-mejor-ser-mona-113612/

LIBERALISMO, por Jesús Huerta de Soto


huerta de soto
JESÚS HUERTA DE SOTO.- El liberalismo es una corriente de pensamiento (filosófico y económico) y de acción política que propugna limitar al máximo el poder coactivo del Estado sobre los seres humanos y la sociedad civil. Así, forman parte del ideario liberal la defensa de la economía de mercado (también denominada “sistema capitalista” o de “libre empresa”); la libertad de comercio (librecambismo) y, en general, la libre circulación de personas, capitales y bienes; el mantenimiento de un sistema monetario rígido que impida su manipulación inflacionaria por parte de los gobernantes; el establecimiento de un Estado de Derecho, en el que todos los seres humanos -incluyendo aquellos que en cada momento formen parte del Gobierno- estén sometidos al mismo marco mínimo de leyes entendidas en su sentido “material” (normas jurídicas, básicamente de derecho civil y penal, abstractas y de general e igual aplicación a todos); la limitación del poder del Gobierno al mínimo necesario para definir y defender adecuadamente el derecho a la vida y a la propiedad privada, a la posesión pacíficamente adquirida, y al cumplimiento de las promesas y contratos; la limitación y control del gasto público, el principio del presupuesto equilibrado y el mantenimiento de un nivel reducido de impuestos; el establecimiento de un sistema estricto de separación de poderes políticos (legislativo, ejecutivo y judicial) que evite cualquier atisbo de tiranía; el principio de autodeterminación, en virtud del cual cualquier grupo social ha de poder elegir libremente qué organización política desea formar o a qué Estado desea o no adscribirse; la utilización de procedimientos democráticos para elegir a los gobernantes, sin que la democracia se utilice, en ningún caso, como coartada para justificar la violación del Estado de Derecho ni la coacción a las minorías; y el establecimiento, en suma, de un orden mundial basado en la paz y en el libre comercio voluntario, entre todas las naciones de la tierra. Estos principios básicos constituyen los pilares de la civilización occidental y su formación, articulación, desarrollo y perfeccionamiento son uno de los logros más importantes en la historia del pensamiento del género humano. Aunque tradicionalmente se ha afirmado que la doctrina liberal tiene su origen en el pensamiento de la Escuela Escocesa del siglo XVIII, o en el ideario de la Revolución Francesa, lo cierto es que tal origen puede remontarse incluso hasta la tradición más clásica del pensamiento filosófico griego y de la ciencia jurídica romana. Así, sabemos gracias a Tucídides (Guerra del Peloponeso), como Pericles constataba que en Atenas “la libertad que disfrutamos en nuestro gobierno se extiende también a la vida ordinaria, donde lejos de ejercer éste una celosa vigilancia sobre todos y cada uno, no sentimos cólera porque nuestro vecino haga lo que desee”; pudiéndose encontrar en la Oración Fúnebre de Pericles una de las más bellas descripciones del principio liberal de la igualdad de todos ante la ley.
Posteriormente en Roma se descubre que el derecho es básicamente consuetudinario y que las instituciones jurídicas (como las lingüísticas y económicas) surgen como resultado de un largo proceso evolutivo e incorporan un enorme volumen de información y conocimientos que supera, con mucho, la capacidad mental de cualquier gobernante, por sabio y bueno que éste sea. Así, sabemos gracias a Cicerón (De re publica, II, 1-2) como para Catón “el motivo por el que nuestro sistema político fue superior a los de todos los demás países era éste: los sistemas políticos de los demás países habían sido creados introduciendo leyes e instituciones según el parecer personal de individuos particulares tales como Minos en Creta y Licurgo en Esparta . . . En cambio, nuestra república romana no se debe a la creación personal de un hombre, sino de muchos. No ha sido fundada durante la vida de un individuo particular, sino a través de una serie de siglos y generaciones. Porque no ha habido nunca en el mundo un hombre tan inteligente como para preverlo todo, e incluso si pudiéramos concentrar todos los cerebros en la cabeza de un mismo hombre, le sería a éste imposible tener en cuenta todo al mismo tiempo, sin haber acumulado la experiencia que se deriva de la práctica en el transcurso de un largo periodo de la historia”. El núcleo de esta idea esencial, que habrá de constituir el corazón del argumento de Ludwig von Mises sobre la imposibilidad teórica de la planificación socialista, se conserva y refuerza en la Edad Media gracias al humanismo cristiano y a la filosofía tomista del derecho natural, que se concibe como un cuerpo ético previo y superior al poder de cada gobierno terrenal. Pedro Juan de Olivi, San Bernardino de Siena y San Antonino de Florencia, entre otros, teorizan sobre el papel protagonista que la capacidad empresarial y creativa del ser humano tiene como impulsora de la economía de mercado y de la civilización. Y el testigo de esta línea de pensamiento se recoge y perfecciona por esos grandes teóricos que fueron nuestros escolásticos durante el Siglo de Oro español, hasta el punto de que uno de los más grandes pensadores liberales del siglo XX, el austriaco Friedrich A. Hayek, Premio Nobel de Economía en 1974, llegó a afirmar que “los principios teóricos de la economía de mercado y los elementos básicos del liberalismo económico no fueron diseñados, como se creía, por los calvinistas y protestantes escoceses, sino por los jesuitas y miembros de la Escuela de Salamanca durante el Siglo de Oro español”. Así, Diego de Covarrubias y Leyva, arzobispo de Segovia y ministro de Felipe II, ya en 1554 expuso de forma impecable la teoría subjetiva del valor, sobre la que gira toda economía de libre mercado, al afirmar que “el valor de una cosa no depende de su naturaleza objetiva sino de la estimación subjetiva de los hombres, incluso aunque tal estimación sea alocada”; y añade para ilustrar su tesis que “en las Indias el trigo se valora más que en España porque allí los hombres lo estiman más, y ello a pesar de que la naturaleza del trigo es la misma en ambos lugares”. Otro notable escolástico, Luis Saravia de la Calle, basándose en la concepción subjetivista de Covarrubias, descubre la verdadera relación que existe entre precios y costes en el mercado, en el sentido de que son los costes los que tienden a seguir a los precios y no al revés, anticipándose así a refutar los errores de la teoría objetiva del valor de Carlos Marx y de sus sucesores socialistas. Así, en su Instrucción de mercaderes (Medina del Campo 1544) puede leerse: “Los que miden el justo precio de la cosa según el trabajo, costas y peligros del que trata o hace la mercadería yerran mucho; porque el justo precio nace de la abundancia o falta de mercaderías, de mercaderes y dineros, y no de las costas, trabajos y peligros”.
Otra notable aportación de nuestros escolásticos es su introducción del concepto dinámico de competencia (en latín concurrentium), entendida como el proceso empresarial de rivalidad que mueve el mercado e impulsa el desarrollo de la sociedad. Esta idea les llevó a su vez a concluir que los llamados “precios del modelo de equilibrio”, que los teóricos socialistas pretenden utilizar para justificar el intervencionismo y la planificación del mercado, nunca podrán llegar a ser conocidos. Raymond de Roover (“Scholastics Economics”, 1955) atribuye a Luis de Molina el concepto dinámico de competencia entendida como “el proceso de rivalidad entre compradores que tiende a elevar el precio”, y que nada tiene que ver con el modelo estático de “competencia perfecta” que hoy en día los llamados “teóricos del socialismo de mercado” ingenuamente creen que se puede simular en un régimen sin propiedad privada. Sin embargo, es Jerónimo Castillo de Bovadilla el que mejor expone esta concepción dinámica de la libre competencia entre empresarios en su libro Política para corregidores publicado en Salamanca en 1585, y en el que indica que la más positiva esencia de la competencia consiste en tratar de “emular” al competidor. Bovadilla enuncia, además, la siguiente ley económica, base de la defensa del mercado por parte de todo liberal: “los precios de los productos bajarán con la abundancia, emulación y concurrencia de vendedores”. Y en cuanto a la imposibilidad de que los gobernantes puedan llegar a conocer los precios de equilibrio y demás datos que necesitan para intervenir en el mercado, destacan las aportaciones de los cardenales jesuitas españoles Juan de Lugo y Juan de Salas. El primero, Juan de Lugo, preguntándose cuál puede ser el precio de equilibrio, ya en 1643 concluye que depende de tan gran cantidad de circunstancias específicas que sólo Dios puede conocerlo (“pretium iustum mathematicum licet soli Deo notum”). Y Juan de Salas, en 1617, refiriéndose a las posibilidades de que un gobernante pueda llegar a conocer la información específica que se crea, descubre y maneja en la sociedad civil afirma que “quas exacte comprehendere et pondedare Dei est non hominum”, es decir, que sólo Dios, y no los hombres, puede llegar a comprender y ponderar exactamente la información y el conocimiento que maneja un mercado libre con todas sus circunstancias particulares de tiempo y lugar. Tanto Juan de Lugo como Juan de Salas anticipan, pues, en más de tres siglos, las más refinadas aportaciones científicas de los pensadores liberales más conspicuos (Mises, Hayek). Por otro lado, tampoco debemos olvidar al gran fundador del Derecho Internacional Francisco de Vitoria, a Francisco Suárez y a su escuela de teóricos del derecho natural, que con tanta brillantez y coherencia retomaron la idea tomista de la superioridad moral del derecho natural frente al poder del estado, aplicándola con éxito a múltiples casos particulares que, como el de la crítica moral a la esclavización de los indios en la recién descubierta América, exigían una clara y rápida toma de posición intelectual. Pero, sin duda alguna, el más liberal de nuestros escolásticos ha sido el gran padre jesuita Juan de Mariana (1536-1624) que llevó hasta sus últimas consecuencias lógicas la doctrina liberal de la superioridad del derecho natural frente al poder del estado y que hoy han retomado filósofos liberales tan importantes como Murray Rothbard y Robert Nozick. Especial importancia tiene el desarrollo de la doctrina sobre la legitimidad del tiranicidio que Mariana desarrolla en su libro De rege et regis institutione publicado en 1599. Mariana califica de tiranos a figuras históricas como Alejandro Magno o Julio Cesar, y argumenta que está justificado que cualquier ciudadano asesine al que tiranice a la sociedad civil, considerando actos de tiranía, entre otros, el establecer impuestos sin el consentimiento del pueblo, o impedir que se reúna un parlamento libremente elegido. Otras muestras típicas del actuar de un tirano son, para Mariana, la construcción de obras públicas faraónicas que, como las pirámides de Egipto, siempre se financian esclavizando y explotando a los súbditos, o la creación de policías secretas para impedir que los ciudadanos se quejen y expresen libremente. Otra obra esencial de Mariana es la publicada en 1609 con el título De monetae mutatione, posteriormente traducida al castellano con el título de Tratado y discurso sobre la moneda de vellón que al presente se labra en Castilla y de algunos desórdenes y abusos. En este notable trabajo Mariana considera tirano a todo gobernante que devalúe el contenido de metal de la moneda, imponiendo a los ciudadanos sin su consentimiento el odioso impuesto inflacionario o la creación de privilegios y monopolios fiscales. Mariana también critica el establecimiento de precios máximos para “luchar contra la inflación”, y propone la reducción del gasto público como principal medida de política económica para equilibrar el presupuesto. Por último, en 1625, el padre Juan de Mariana publicó otro libro titulado Discurso sobre las enfermedades de la Compañía en el que ahonda en la idea liberal de que es imposible que el gobierno organice la sociedad civil en base a mandatos coactivos, y ello por falta de información. Mariana, refiriéndose al gobierno dice que “es gran desatino que el ciego quiera guiar al que ve”, añadiendo que el gobernante “no conoce las personas, ni los hechos, a lo menos, con todas las circunstancias que tienen, de que pende el acierto. Forzoso es se caiga en yerros muchos, y graves, y por ellos se disguste la gente, y menosprecie gobierno tan ciego”; concluyendo Mariana que “es loco el poder y mando”, y que cuando “las leyes son muchas en demasía; y como no todas se pueden guardar, ni aun saber, a todas se pierde el respeto”.
Toda esta tradición se filtra por los ambientes intelectuales de todo el continente europeo influyendo en notables pensadores liberales de Francia como Balesbat (1692), el marqués D’Argenson (1751) y, sobre todo, Jacques Turgot, que desde mucho antes que Adam Smith, y siguiendo a los escolásticos españoles ya había articulado perfectamente el carácter disperso del conocimiento que incorporan las instituciones sociales entendidas como órdenes espontáneos. Así, Turgot, en su Elegía a Gournay (1759) escribe que “no es preciso probar que cada individuo es el único que puede juzgar con conocimiento de causa el uso más ventajoso de sus tierras y esfuerzo. Solamente él posee el conocimiento particular sin el cual hasta el hombre más sabio se encontraría a ciegas. Aprende de sus intentos repetidos, de sus éxitos y de sus pérdidas, y así va adquiriendo un especial sentido para los negocios que es mucho más ingenioso que el conocimiento teórico que puede adquirir un observador indiferente, porque está impulsado por la necesidad”. Y siguiendo a Juan de Mariana, Turgot concluye que es “completamente imposible dirigir mediante reglas rígidas y un control continuo la multitud de transacciones que aunque sólo sea por su inmensidad no puede llegar a ser plenamente conocida, y que además dependen de una multitud de circunstancias siempre cambiantes, que no pueden controlarse, ni menos aún preverse”.
Desafortunadamente, toda esta tradición liberal del pensamiento hispano fue barrida en la teoría y en la práctica, como indica Francisco Martínez Marina (Teoría de las Cortes o Grandes Juntas Nacionales de los Reinos de León y Castilla) por los Austrias y los Borbones que han producido una “monstruosa reunión de todos los poderes en una persona, el abandono y la abolición de las Cortes y siglos de esclavitud del más horroroso despotismo”. Se termina de consolidar así en nuestro país un marco político y social intolerante e intervencionista ajeno a las más genuinas tradiciones representativas y liberales de los viejos reinos de España: la antigua tolerancia y modus vivendi entre las tres religiones de judíos, moros y cristianos de la época de Alfonso X El Sabio, es sustituida por la intolerancia religiosa de los Reyes Católicos y sus sucesores, que Americo Castro (La realidad histórica de España) y otros han interpretado como una desviación mimética de la cultura y sociedad españolas que paradójicamente terminan reflejando e incorporando en su esencia más íntima las características más negativas de sus seculares “enemigos”: el integrismo religioso musulmán justificador de la Guerra Santa contra el infiel, y la obsesión por la pureza de la sangre, propia del pueblo judío. No se absorben, por contra, la proverbial iniciativa y espíritu empresarial de los comerciantes y artesanos hebreos y moriscos que hasta su expulsión constituyeron la médula económica del país. En España se termina menospreciando, por considerarse impropia de cristianos viejos, la función empresarial y prácticamente hasta hoy el éxito económico se valora negativamente a nivel social y se critica con envidia destructiva, en vez de ser considerado como una sana y necesaria muestra del avance de la civilización, que es preciso emular y fomentar. Si a todo esto añadimos la “Leyenda Negra” que impulsada por el mundo protestante y anglosajón tuvo como objetivo desprestigiar todo lo español, se comprenderá la soledad y el vacío ideológico con que se hallaron los ilustrados españoles del siglo XVIII, como Campomanes y Jovellanos, y los padres de la patria reunidos en las Cortes de Cádiz que habrían de redactar nuestra primera Constitución de 1812, y que fueron los primeros en el mundo en calificarse a sí mismos con el término, introducido por ellos, de “liberales”.
La situación en el resto del mundo intelectual europeo no evolucionó mucho mejor que en España. El triunfo de la Reforma protestante desprestigió el papel de la Iglesia Católica como límite y contrapeso del poder secular de los gobiernos, que se vio así reforzado. Además el pensamiento protestante y la imperfecta recepción en el mundo anglosajón de la tradición liberal iusnaturalista a través de los “escolásticos protestantes” Hugo Grocio y Pufendorf, explica la importante involución que respecto del anterior pensamiento liberal supuso Adam Smith. En efecto, como bien indica Murray N. Rothbard (Economic Thought before Adam Smith, 1995), Adam Smith abandonó las contribuciones anteriores centradas en la teoría subjetiva del valor, la función empresarial y el interés por explicar los precios que se dan en el mercado real, sustituyéndolas todas ellas por la teoría objetiva del valor trabajo, sobre la que luego Marx construirá, como conclusión natural, toda la teoría socialista de la explotación. Además, Adam Smith se centra en explicar con carácter preferente el “precio natural” de equilibrio a largo plazo, modelo de equilibrio en el que la función empresarial brilla por su ausencia y en el que se supone que toda la información necesaria ya está disponible, por lo que será utilizado después por los teóricos neoclásicos del equilibrio para criticar los supuestos “fallos del mercado” y justificar el socialismo y la intervención del Estado sobre la economía y la sociedad civil. Por otro lado, Adam Smith impregnó la Ciencia Económica de calvinismo, por ejemplo al apoyar la prohibición de la usura y al distinguir entre ocupaciones “productivas” e “improductivas”. Finalmente, Adam Smith rompió con el Laissez-faire radical de sus antecesores iusnaturalistas del continente (españoles, franceses e italianos) introduciendo en la historia del pensamiento un “liberalismo” tibio tan plagado de excepciones y matizaciones, que muchos “socialdemócratas” de hoy en día podrían incluso aceptar. La influencia negativa del pensamiento de la Escuela Clásica anglosajona sobre el liberalismo se acentúa con los sucesores de Adam Smith y, en especial, con Jeremías Bentham, que inocula el bacilo del utilitarismo más estrecho en la filosofía liberal, facilitando con ello el desarrollo de todo un análisis pseudocientífico de costes y beneficios (que se creen conocidos), y el surgimiento de toda una tradición de ingenieros sociales que pretenden moldear la sociedad a su antojo utilizando el poder coactivo del Estado. En Inglaterra, Stuart Mill culmina esta tendencia con su apostasía del Laissez-faire y sus numerosas concesiones al socialismo, y en Francia, el triunfo del racionalismo constructivista de origen cartesiano explica el dominio intervencionista de la Ecole Polytechnique y del socialismo cientificista de Saint-Simon y Comte (véase F.A. Hayek, The Counter-Revolution of Science, 1955), que a duras penas logran contener los liberales franceses de la tradición de Juan Bautista Say, agrupados en torno a Frédéric Bastiat y Gustave de Molinari.
Esta intoxicación intervencionista en el contenido doctrinal del liberalismo decimonónico fue fatal en la evolución política del liberalismo contemporáneo: uno tras otro los diferentes partidos políticos liberales caen víctimas del “pragmatismo”, y en aras de mantener el poder a corto plazo consensúan políticas de compromiso que traicionan sus principios esenciales confundiendo al electorado y facilitando en última instancia el triunfo político del socialismo. Así, el partido liberal inglés termina desapareciendo en Inglaterra engullido por el partido laborista, y algo muy parecido sucede en el resto de Europa. La confusión a nivel político y doctrinal es tan grande que en muchas ocasiones los intervencionistas más conspicuos como John Maynard Keynes, terminan apropiándose del término “liberalismo” que, al menos en Inglaterra, Estados Unidos y, en general, en el mundo anglosajón pasa a utilizarse para denominar la socialdemocracia intervencionista impulsora del Estado del Bienestar, viéndose obligados los verdaderos liberales a buscarse otro término definitorio (“classical liberals”, “conservative libertarians” o, simplemente, “libertarians”).
En este contexto de confusión doctrinal y política no es de extrañar que en nuestro país nunca haya cuajado una verdadera revolución liberal. Aunque en el siglo XIX se puede distinguir una señera tradición del más genuino liberalismo, con representantes tan conspicuos como Laureano Figuerola y Ballester, Alvaro Flórez Estrada, Luis María Pastor, y otros, se desarrolla doctrinalmente muy influida por el tibio liberalismo de la Escuela Anglosajona (la traducción española de José Alonso Ortiz de La Riqueza de las Naciones ya se había publicado en Santander en 1794), o por el racionalismo jacobino de la Revolución Francesa. En el ámbito político el liberalismo español se enfrenta primero a las poderosas fuerzas absolutistas y después al pragmatismo disgregador de los “moderados”, todo ello en un entorno continuo de guerra civil desgarradora. De manera que el triunfo de la Gloriosa Revolución Liberal de 1868 es efímero y cuando se produce la Restauración Canovista de 1875, triunfa el arancel proteccionista y se traicionan principios liberales esenciales, por ejemplo en el ámbito de la autodeterminación del pueblo cubano, con un coste tremendo para la nación en términos de sufrimientos humanos. Y ya entrado el siglo XX la pérdida de contenido doctrinal del Partido Liberal Democrático se hace cada vez más patente y en cierta medida culmina con el “reformismo social” de José Canalejas que impregna su política de medidas intervencionistas y socializadoras, restablece el servicio militar obligatorio y sigue adelante con la inmoral y nefasta política de gradual implicación militar de nuestro país en Marruecos. En este contexto de vacío doctrinal no es de extrañar que los pocos españoles que continúan aceptando calificarse de “liberales” crean que el liberalismo, más que un cuerpo de principios dogmáticos a favor de la libertad, es un simple “talante” caracterizado por la tolerancia y apertura ante todas las posiciones. Así, para Gregorio Marañón (véase el “Prólogo” a sus Ensayos liberales) “ser liberal es, precisamente estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios, sino que, por el contrario, son los medios los que justifican el fin. El liberalismo es, pues, una conducta y, por tanto, es mucho más que una política”. Posición que en gran medida es compartida por otros grandes liberales españoles de la primera mitad del siglo XX, como José Ortega y Gasset o Salvador de Madariaga, y que en gran parte explica por qué el protagonismo político, primero durante la Dictadura del General Primo de Ribera, después durante la República y más tarde durante el Franquismo, nunca estuviera en manos de verdaderos liberales, sino más bien en la esfera de ambos extremos del intervencionismo (el socialismo obrero o el fascismo o socialismo conservador o de derechas), o bajo el control de políticos racionalistas jacobinos como Manuel Azaña.

A pesar de que el siglo XX será tristemente recordado como el siglo del Estatismo y de los totalitarismos de todo signo que más sufrimiento han causado al género humano, en sus últimos veinticinco años se ha observado con gran pujanza un notable resurgir del ideario liberal que debe achacarse a las siguientes razones. Primeramente, al rearme teórico liberal protagonizado por un puñado de pensadores que, en su mayoría, pertenecen o están influidos por la Escuela Austriaca que fue fundada en Viena cuando Carl Menger retomó en 1871 la tradición liberal subjetivista de los Escolásticos Españoles. Entre otros teóricos, destacan sobre todo Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek que fueron los primeros en predecir el advenimiento de la Gran Depresión de 1929 como resultado del intervencionismo monetario y fiscal emprendido por los gobiernos durante los “felices” años veinte, en descubrir el teorema de la imposibilidad científica del socialismo por falta de información, y en explicar el fracaso de las prescripciones keynesianas que se hizo evidente con el surgimiento de la grave recesión inflacionaria de los años setenta. Estos teóricos han elaborado, por primera vez, un cuerpo completo y perfeccionado de doctrina liberal en el que también han participado pensadores de otras escuelas liberales menos comprometidas como la de Chicago (Knight, Stigler, Friedman y Becker), el “ordo-liberalismo” de la “economía social de mercado” alemana (Röpke, Eucken, Erhard), o la llamada “Escuela de la Elección Pública” (Buchanan, Tullock y el resto de los teóricos de los “fallos del gobierno”). En segundo lugar, cabe mencionar el triunfo de la llamada revolución liberal-conservadora protagonizada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher en Estados Unidos e Inglaterra a lo largo de los años ochenta. Así de 1980 a 1988 Ronald Reagan llevó a cabo una importante reforma fiscal que redujo el tipo marginal del impuesto sobre la renta al 28 por 100 y desmanteló, en gran medida, la regulación administrativa de la economía, generando un importante auge económico que creó en su país más de 12 millones de puestos de trabajo. Y más cerca de nosotros, Margaret Thatcher impulsó el programa de privatizaciones de empresas públicas más ambicioso que hasta hoy se ha conocido en el mundo, redujo al 40 por ciento el tipo marginal del impuesto sobre la renta, acabó con los abusos de los sindicatos e inició un programa de regeneración moral que impulsó fuertemente la economía inglesa, lastrada durante decenios por el intervencionismo de los laboristas y de los conservadores más “pragmáticos” (como Edward Heath y otros). En tercer lugar, quizás el hecho histórico más importante haya sido la caída del Muro de Berlín y el desmoronamiento del socialismo en Rusia y en los países del Este de Europa, que hoy se esfuerzan por construir sus economías de mercado en un Estado de Derecho. Todos estos hechos han llevado al convencimiento de que el liberalismo y la economía de libre mercado son el sistema político y económico más eficiente, moral y compatible con la naturaleza del ser humano. Así, por ejemplo, Juan Pablo II, preguntándose si el capitalismo es la vía para el progreso económico y social ha contestado lo siguiente (véase Centessimus Annus, cap. IV, num. 42): “Si por ‘capitalismo’ se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, el mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, la respuesta es ciertamente positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de ‘economía de empresa’, ‘economía de mercado’, o simplemente ‘economía libre’”.
El pensamiento español no se ha mantenido ajeno a este resurgir mundial del liberalismo. Pensadores como Lucas Beltrán o Luis de Olariaga supieron mantener viva la llama liberal durante los largos años del autoritarismo franquista, llevándose a cabo un importante esfuerzo de estudio y popularización del ideario liberal por parte de los profesores, intelectuales y empresarios aglutinados en torno a la sociedad liberal Mont Pèlerin fundada por Hayek en 1947, y al proyecto de Unión Editorial que, a lo largo de los últimos 25 años, ha traducido, publicado y distribuido incansablemente en nuestro país las principales obras de contenido liberal escritas por pensadores extranjeros y nacionales. Entre éstos destacan los hermanos Joaquín y Luis Reig Albiol, Juan Marcos de la Fuente, Julio Pascual Vicente, Pedro Schwartz, Rafael Termes, Carlos Rodríguez Braun, Lorenzo Bernaldo de Quirós, Francisco Cabrillo, Joaquín Trigo, Juan Torras, Fernando Chueca Goitia y, como principal representante de la tradición liberal subjetivista en nuestro país, el prof. Jesús Huerta de Soto. La influencia de esta corriente doctrinal no ha dejado de sentirse en la vida política de nuestro país a partir del restablecimiento de la Monarquía constitucional, primero dentro de la extinta Unión del Centro Democrático a través de Antonio Fontán y del ya fallecido Joaquín Garrigues Walker; después vino el Partido Demócrata Liberal de Antonio Garrigues Walker, que integrado en el Partido Reformista de Miguel Roca no logró representación parlamentaria en las elecciones de 1986; posteriormente tuvieron representación parlamentaria la Unión Liberal de Pedro Schwartz y el Partido Liberal de Antonio Segurado, ambos integrados dentro, primero de Alianza Popular, y después en la Coalición Popular (1982-1987). Y tras los años de gobierno del PSOE, en los cuales, y a pesar de sus atentados al principio liberal de separación de poderes, también cupo distinguir una tímida corriente liberal de la mano de Miguel Boyer y Miguel Angel Fernández Ordóñez, tanto el Presidente del Gobierno del Partido Popular, José María Aznar, como alguno de sus ministros más significados (como Esperanza Aguirre y otros) no han dudado en calificarse como los herederos actuales del liberalismo y del centrismo político.
Dada la trágica trayectoria del socialismo a lo largo de este siglo no es aventurado pensar que el liberalismo se presenta como el ideario político y económico con más posibilidades de triunfar en el futuro. Y aunque quedan algunos ámbitos en los que la liberalización sigue planteando dudas y discrepancias -como, por ejemplo, el de la privatización del dinero, el desmantelamiento de los megagobiernos centrales a través de la descentralización autonómica y del nacionalismo liberal, y la necesidad de defender el ideario liberal en base a consideraciones predominantemente éticas más que de simple eficacia- el liberalismo promete como la doctrina más fructífera y humanista. Si España es capaz de asumir como propio este humanismo liberal y de llevarlo a la práctica de forma coherente es seguro que experimentará en el futuro un notable resurgir como sociedad dinámica y abierta, que sin duda podrá ser calificado como “Nuevo Siglo de Oro español”.
(Jesús Huerta de Soto).
Bibliografía básica en español: Lucas Beltrán, Ensayos de economía política (1996); Luis Díez del Corral, El liberalismo doctrinario (1984); Friedrich A. Hayek, Los fundamentos de la libertad (1998) y La fatal arrogancia: los errores del socialismo (1997); Jesús Huerta de Soto, Socialismo, cálculo y función empresarial (1992), Estudios de economía política (1994) y Dinero, crédito bancario y ciclos económicos (1998); Israel M. Kirzner, Creatividad, capitalismo y justicia distributiva (1995); Bruno Leoni, La libertad y la ley (1995); Ludwig von Mises, La acción humana (1995) y Sobre liberalismo y capitalismo (1995); Karl R. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos (1967); Robert Nozick, Anarquía, estado y utopía (1988); Wilhelm Röpke, Más allá de la oferta y la demanda (1996); Murray N. Rothbard, La ética de la libertad (1995); Rafael Termes, Libro blanco sobre el papel del estado en la economía española (1996); Milton y Rose Friedman, Libertad de elegir (1980).
Madrid, 12 de Octubre de 1998
Día de la Hispanidad

Jesús Huerta de Soto
Catedrático de Economía Política
Universidad Rey Juan Carlos de Madrid
“Artículo reproducido de la página web del autor” 

Rap Hayek vs. Keynes: La pelea del siglo, segundo round

Se recomienda ver en yotube si queréis poner los subtítulos en español: http://www.youtube.com/watch?v=h_tQ-wXly4k&feature=em-subs_digest-vrecs

domingo, 12 de mayo de 2013

El empresario no explota al trabajador, por Juan Ramón Rallo


La propaganda socialista ha popularizado la idea de que el capitalista explota el trabajador para arrebatarle una parte de su salario. De acuerdo con semejante estampa, el obrero constituye un elemento esencial del proceso de generación de riqueza al que se le adosa un improductivo parásito que le impide retener la totalidad del “fruto de su trabajo”. La realidad, sin embargo, es más bien la opuesta.

El trabajo por el trabajo, la simple aplicación de esfuerzo en cualquier actividad, no genera en sí mismo riqueza. Si lo hiciera, los centenares de miles de viviendas construidas en España durante la burbuja o los aeropuertos vacíos e innecesarios paridos del trabajo humano se erigirían como monumentos a la prosperidad universal. Pero no lo hacen: al contrario, todos coincidimos en la magna dilapidación de recursos que han supuesto. Digamos que el trabajo allí dedicado fue una completa pérdida de tiempo: si los trabajadores que se ocuparon y retuvieron en tan disparatados proyectos hubiesen sido empleados en otras finalidades más útiles, toda la sociedad –empezando por los propios trabajadores– se habría visto beneficiada por esta buena dirección de los esfuerzos.
Que el trabajo sea en muchos casos una condición necesaria para generar riqueza no lo convierte en una condición suficiente. Es verdad que en un orden social extremadamente simple y primitivo casi cualquier trabajo permitía generar riqueza: las necesidades urgentes no satisfechas (alimentación, vestimenta, cobijo, ornamentación…) eran tantas y los medios potenciales para lograrlas eran tan poco variados (fuerza bruta) que, en efecto, lo único que se requería era esfuerzo físico; la coordinación de ese trabajo, sin carecer de importancia, apenas tenía un rol meramente técnico, de modo que era fácil confundir el esfuerzo humano con una condición suficiente para alumbrar bienestar.
Pero, por el contrario, en un orden social altamente complejo, las necesidades no urgentes por ser satisfechas y los medios disponibles para alcanzarlas son de tal enormidad que la función de seleccionar dónde y cómo maximizar en cada momento la creación de riqueza resulta de una importancia básica: no en vano, invertir los recursos de un modo significa no poder invertirlos de otro; es decir, seguir determinados cursos de acción bloquea la posibilidad de seguir otros. He ahí, precisamente, la labor fundamental que realiza el capitalista en su papel de promotor-empresario: seleccionar, bajo su propia responsabilidad y riesgo, aquellos planes de negocio que sí generan valor para los consumidores y a los que, una vez confeccionados, se incorporarán los distintos trabajadores. De la misma manera que para encontrar la salida de un extenso bosque es preferible contar con un buen guía que esforzarse en dar vueltas circulares, a la hora de coordinar a miles de millones de personas en generar riqueza resulta esencial contar con buenos capitanes del navío que eviten que naufrague ese proceso de coordinación social (la famosa “división del trabajo”).
Es entonces, cuando ya conocemos el destino hacia el que debemos dirigirnos –cuando el buen plan de negocios ha sido confeccionado por algún habilidoso empresario–, cuando ese plan puede comenzar a tomar forma contratando a los factores productivos necesarios para implementarlo, entre ellos los trabajadores. Pero fijémonos que el trabajador es sólo un relevante compañero de viaje una vez éste viaje ya se ha iniciado. Si de alguna forma fuese posible prescindir del trabajador (por ejemplo, robotizando su ocupación), el empresario seguiría generando riqueza con su plan de negocios; en cambio, el obrero sería incapaz de hacerlo prescindiendo del plan empresarial de negocios (a menos que él ejerciera de empresario exitoso vía empleo autónomo o cooperativas y confeccionara un plan de negocios tan bueno o mejor que el de sus rivales).
Por consiguiente, es el empresario el que cede al trabajador parte de la riqueza que su plan de negocios crea: lejos de rapiñar la plusvalía del proletario, es el trabajador el que toma parte de la plusvalía que le correspondería al empresario. Marx, por consiguiente, entendió el proceso social del capitalismo justo al revés: no se extraía el valor del proletario al capitalista sino, más bien, del capitalista al proletario. Claro que, también a diferencia de la propaganda marxista, en ningún caso puede decirse que todo ello suponga una explotación del trabajador al empresario: las relaciones laborales son acuerdos voluntarios donde ambas partes salen ganando y por tanto donde no existe parasitismo y sí simbiosis.
En suma. el capitalista proporciona la financiación, el empresario elabora el plan de negocios, el trabajador lo ejecuta en colaboración con muchos otros factores de producción y el consumidor disfruta de los masivos bienes así producidos. Capitalismo de libre mercado, se llama. 

jueves, 9 de mayo de 2013

La gran mascarada socialista,




«Cuando Stalin o Mao llevaron a cabo sus genocidios no violaron los auténticos principios del socialismo: aplicaron, por el contrario, esos principios con un escrúpulo ejemplar y con una total fidelidad tanto a la letra como al espíritu de la doctrina.
Es lo que demuestra con precisión George Watson. La hagiografía moderna ha rechazado toda una parte esencial de la teoría socialista. Sus padres fundadores, empezando por el propio Karl Marx, dejaron enseguida de ser estudiados de manera exhaustiva por los mismos creyentes que los reivindicaban sin cesar. Sus obras parecen disfrutar en nuestros días del raro privilegio de ser comprendidas por todo el mundo sin que nadie las haya leído en su totalidad, ni siquiera sus adversarios, a los que el miedo a las represalias despoja normalmente de toda curiosidad. Generalmente, la historia es una recomposición y una selección, y, por lo tanto, una censura. Y la historia de las ideas no escapa de la ley.
El estudio no expurgado de los textos nos revela, por ejemplo, escribe Watson, que "el genocidio es una teoría propia del socialismo". Engels pedía en 1849 el exterminio de los húngaros que se habían levantado contra Austria. Da a la revista dirigida por su amigo Karl Marx, la Neue Rheinische Zeitung, un sonado artículo, cuya lectura recomendaba Stalin en 1924 en sus Fundamentos del leninismo. Engels aconseja en él que, además de a los húngaros, se hiciera desaparecer a los serbios y otros pueblos eslavos, a los vascos, bretones y escoceses. En Revolución y contrarrevolución en Alemania, publicado en 1852 en la misma revista, el mismo Marx se pregunta cómo desembarazarse de "esos pueblos moribundos, los bohemios, corintios, dálmatas, etcétera". La raza cuenta mucho para Marx y Engels. Éste escribe en 1894 a una de las personas con las que mantenía correspondencia, W. Borgius: "Para nosotros, las condiciones económicas determinan todos los fenómenos históricos, pero la raza es en sí un dato económico..." En este principio se basaba Engels para negar a los eslavos toda capacidad de acceder a la civilización. "Aparte de los polacos", escribe, "los rusos y, quizá, los eslavos de Turquía, ninguna nación eslava tiene porvenir pues a los demás eslavos les faltan las bases históricas, geográficas, políticas e industriales necesarias para la independencia y para la capacidad de existir. Naciones que no han tenido nunca su propia historia, que apenas han alcanzado el nivel más bajo de la civilización..., no tienen capacidad de vida y no pueden alcanzar jamás la mínima independencia". Es cierto que Engels atribuye parte de la "inferioridad" eslava a circunstancias históricas, pero considera que el factor racial imposiblita la mejora de esas circunstancias. ¡Imaginémonos [hoy, agrego yo] la indignación que provocaría un "pensador" al que se le ocurriera formular el mismo diagnóstico sobre los africanos! Según los fundadores del socialismo, la superioridad racial de los blancos es una verdad "científica"». Jean-François Revel; La gran mascarada [Capítulo VII: los orígenes intelectuales y morales del socialismo]

Fuente: https://www.facebook.com/EscuelaAustriaca/posts/374628392658110