Juan J. Molina

Juan J. Molina
Juan J. Molina

jueves, 13 de diciembre de 2018

ESTRASBURGO


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ESTRASBURGO, LA CIUDAD VIGÍA DE LOS DERECHOS HUMANOS

Acabo de volver de un viaje a Estrasburgo formando parte de una delegación de letrados en cortes y parlamentarios con un objetivo: conocer el funcionamiento del Consejo de Europa. Después de la visita vuelvo con el sabor agridulce de comprobar cuan frágil es la democracia, pero también, cuanto hemos avanzado en esta compleja y maravillosa Europa en mecanismos para proteger nuestros derechos fundamentales. Me paro a pensar, y me asombro y me apeno al ver a esas miles de personas, guiadas por líderes políticos absolutamente irresponsables, que salen a las calles de nuestras ciudades a proclamar que no vivimos en democracia, que hay que poner todo patas arribas en pos de un nuevo orden paradisiaco; donde un maná milagroso se esparcirá por doquier dando toda clase de servicios a propios y ajenos. La gente no tiene culpa de creerse los cuentos de una arcadia feliz, pero los “Hamelins” toca flautas no tienen perdón porque saben que la partitura es falsa.
Cuarenta y siete países forman parte del  Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales que entró en vigor en 1953, más de 800 millones de personas, todos los países de Europa menos Bielorrusia. En una Europa donde nos hemos matado con saña y creatividad, por fin, hay una institución que vela porque eso no vuelva a ocurrir. El Consejo Europeo vela por nuestros derechos más fundamentales: el derecho a la vida, el derecho a un proceso equitativo, el derecho a la vida privada y familiar, la libertad de expresión, la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, el derecho al respeto a la propiedad. Prohíbe, sobre todo, la tortura y las penas o tratos inhumanos o degradantes, la esclavitud y el trabajo forzado, la detención arbitraria e ilegal y las discriminaciones en el disfrute de los derechos y libertades reconocidos en el Convenio. Todos los países adheridos se comprometen a proteger esos derechos y a someterse a las sentencias del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo.
Cuarenta y siete jueces, uno por cada país, estudian, después de admitir las demandas individuales, colectivas o de Estados, y sentencian siguiendo el espíritu del convenio. Una corte a la que se puede apelar una vez que has agotado todos los pasos en la justicia de tu país y creas que no se te ha hecho justicia. Un tribunal abierto a los ciudadanos y gratuito, donde los Estados cuando no respetan el Convenio, son condenados y deben resarcir o restituir a los ciudadanos por los daños causados. España ha sido condenada en algunas ocasiones y he de decir, puesto que así nos lo hicieron saber, que nuestro país cumple de manera más que aceptable dichas sentencias.
La democracia se construye con mucho esfuerzo y demasiado a menudo, con mucho sufrimiento. Vivimos en la parte del mundo más respetuosa con la vida humana, no necesitamos salvadores, ni líderes carismáticos, ni viajes revolucionarios a arcadias de felicidad. Sólo necesitamos creer en nosotros mismos, respetar las leyes que nos hemos dado y conocer y profundizar en nuestras instituciones, como el Consejo Europeo de derechos humanos, que vela día y noche por nosotros y que trabaja sin descanso asesorando los procesos consultivos de todos los miembros, mejorando las estructuras democráticas y formando a las nuevas generaciones en valores de libertad y respeto.
Por lo demás, Estrasburgo es una ciudad encantadora que recomiendo conocer. Un paseo por la Europa medieval donde la vida bulle en miles de rostros de todo el mundo, una babel de lenguas que te enriquece en todos los sentidos. Allá, lejos de nuestro país, nuestras cuitas nos persiguen aunque quizás la distancia las atenúa. Allí pude hablar de manera sosegada con otro compatriota, catalán e independentista supongo, al final eso no me quedó claro. Y ambos encontramos puntos de entendimiento, cuando la sensatez se adueña de los pensamientos el entendimiento se acomoda. No descubrimos la pólvora, ni tampoco soluciones mágicas, tan sólo acordamos que las cosas hay que hacerlas bien y nunca por las bravas. Que el “proces” es un error no tanto en las aspiraciones, legítimas, como en las formas, absolutamente impropias de unos dirigentes que parecen desconocer los fundamentos de los Estados de Derecho y de la esencia democrática: el respeto a la legalidad vigente. Me alegra que por encima de discrepancias dos españoles, que estamos tan lejos en los objetivos, podamos estar tan cerca en la necesidad de la pureza de los medios para alcanzarlos. Aunque sea allende las fronteras.
La barbarie terrorista acaba de golpear en esta bonita ciudad, en el corazón de los derechos humanos se ha violentado el más humanos de los derechos: el derecho a la vida. Podrán hacer daño, mucho daño, pero nunca conseguirán sus objetivos, Europa, la democracia y la paz no podrán ser vencidas por los bárbaros.