Juan J. Molina

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jueves, 31 de marzo de 2016

"Vivimos en la mejor época de la historia de España", por Javier Gomá



SERGIO ENRÍQUEZ

Su obra: "Tetralogía de la ejempleralidad", fue reunida hace un par de años en Taurus
Galaxia Gutenberg acaba de compilar sus dos volúmenes de microensayos ('Todo a mil' y 'Razón: portería')


El filósofo dirige la Fundación March desde hace más de 10 años, y su despacho en ese oasis de excelencia cultural es amplio y luminoso, eficazmente dispuesto para el trabajo tranquilo y para el diálogo, con su mesa de reuniones y su zona de sofás. Tres chillidas cuelgan de las paredes, en las que domina un gran cuadro de Luis Feito de un rojo intenso. Gomá disfruta de un pequeño gabinete anexo, propicio al recogimiento, en el que los libros más personales pugnan por alcanzar el desorden que les es propio. Javier Gomá, sonriente, elegante y de aspecto juvenil, exhibe cierto aire británico, que no es sorprendente en un natural de Bilbao y que es coherente con su vocación por un cosmopolitismo contagioso. Sus maneras también ayudan a difundir su intención de abordar la realidad y el presente con un ánimo optimista y positivo, pese a reconocer y manifestarse empático con el sufrimiento y la incertidumbre que, a no dudar, son inseparables de los tiempos que corren. Los libros de Gomá, tan curtidos primero en la prensa, tienen una fuerte impronta literaria, como si la literatura fuera la fuente originaria de un humanista formado universitariamente en la triple pista de la Filosofía, la Filología Clásica y el Derecho, disciplinas que amueblan su cabeza y dan lugar a un discurso verbal preciso y sistematizado.

Y si ahora fuese estudiante de Bachillerato, ¿cree que recibiría en el colegio los mismos estímulos hacia las Humanidades que usted encontró?
La enseñanza reglada consiste en formar profesionales competentes capaces de generar mercancías a las que la sociedad pone precio y con renta suficiente para consumirlas y en formar ciudadanos críticos y dignos que se resisten al precio. Esos dos objetivos generan una tensión lógica y difícil de resolver. Hoy la enseñanza está más orientada hacia el primer objetivo, en detrimento del segundo, el que se satisface con un mayor cultivo de las Humanidades, el que conduce a la aventura hacia uno mismo, a la reflexión, al progreso interior y personal.
¿Es exagerado decir que estamos en el momento más bajo en la difusión de las Humanidades desde hace al menos un siglo?
Estamos en un momento de incertidumbre general y de transformaciones colosales, con el concurso de novedades tecnológicas que añaden más complejidad al panorama. La cultura era hasta hace poco aristocrática, elitista y autoritaria, y ahora se empieza a regir por un principio igualitario, de universalización. Sean muchos o pocos, nunca tanta gente leyó El Quijote, por ejemplo, como ahora. No se debe, por otra parte, confundir el cultivo de las Humanidades con el conocimiento y manejo de un montón de nombres y datos de creadores ilustres, con la cultura codificada. Eso, más que cultura, es Historia de la Cultura, y algunos encuentran en ella un refugio contra la vulgaridad.
Luego, hay vulgaridad...
Por supuesto que hay vulgaridad, pero, sobre todo, es un momento caótico, magmático, de primeros pasos... Hay que ir viendo hacia dónde va, hay que esperar a ver cuáles son las mejores formas que produce y tomar la actitud de contribuir a producirlas, sin reaccionar con una fuga consoladora, como refugio, a la cultura antigua. No podemos caer en el error de comparar a un chico tuitero o rapero con Shakespeare.
No vamos a peor entonces, buena noticia...
Karl Jaspers habló de un «tiempo-eje», que situó en el siglo V a.C., época en la que concurrieron en Occidente y Oriente grandes filósofos, pensadores y artistas. Estoy persuadido de que vivimos en otro «tiempo-eje», incluso de mayor envergadura, pendiente de decantarse y dar sus frutos mayores. Suelo decir que soy hijo gozoso de mi época, que me gusta, la asumo y, por supuesto, quiero mejorarla.
Uno de sus libros se titula Necesario pero imposible (2013). Juguemos con esas palabras. ¿Qué considera usted necesario, pero imposible, para España ahora y qué juzga necesario, pero posible?
Imposible es reescribir nuestro pasado. A España le hubiera sido necesario otro pasado. Dimos un tremendo rodeo, un rodeo de siglos, para llegar a la modernidad. La modernidad llegó a Europa por el norte y nos pilló en el sur, donde ciertamente radicaba la antigua cultura. Nos pasamos, además, demasiado tiempo montados a caballo, defendiendo con armas el Imperio, mientras otros países creaban instituciones cívicas, separaban poderes, definían derechos, hacían revoluciones... En España no hubo durante siglos el universo simbólico propio de la modernización y de la ilustración: educación, ciencia, novela, ópera, instituciones liberales, burguesía y clases medias, ciudadanos libres y con subjetividad autoconsciente... Todo eso llegó muy tarde, con la Transición.
¿La Transición fue para tanto, reparó males y carencias de siglos?
En gran medida. En unos pocos años saldamos muchas deudas que teníamos pendientes con nosotros mismos, muchas de las que he citado antes. Pero como nos faltaban dos siglos, como poco, de educación y de educación para la libertad, hubo una ebriedad de la libertad, que nos llegó sin instrucciones de uso. Fuimos libres, sí, pero no supimos ser siempre elegantes. Elegantes, en el sentido de elegir -que para eso está la libertad-, de elegir bien, lo bueno. Llegaron los excesos y la vulgaridad. Llegó el dinero, vino mucho dinero de Europa, y bastantes no se supieron desenvolver con libertad, con dinero y sin trabajar. En los 90, irrumpieron los nuevos ricos, que no acertaron a ser libres y virtuosos.
No perdamos de vista lo necesario, pero posible...
Va a ser posible una mejor educación del corazón y del buen gusto en las opciones éticas y vitales, tener una inclinación hacia determinados bienes, querer lo bueno... La crisis, con todo el sufrimiento que ha traído y que es preciso resolver, ha deparado también un desprestigio de los excesos, de las vulgaridades de la corrupción y de los nuevos ricos. Esquilo hablaba del aprendizaje por el dolor. Confío en que cuando se restauren las clases medias, hayamos escarmentado de ciertas cosas, prosigamos con esa educación del corazón, sepamos actuar con civismo y con refinamiento ético, al margen de premios y castigos.
Elige usted, aquí al lado, una novela morisca, de autor anónimo, como mejor texto novelesco para explicarnos y deplora la expulsión de judíos y moriscos. ¿Fue un gran error?
Sin paliativos y de graves consecuencias. Con la conquista de Granada hubo un brote de fanatismo religioso y totalitario que malogró las posibilidades de que, con la unidad de España, nuestro país hubiera sido en verdad el primer Estado moderno de Europa. Seguimos la cruzada medieval contra los otros. Los judíos, fuera de la doctrina teológica católica, eran los que prestaban dinero. Eran, por tanto, el germen de una burguesía que hubiera podido crecer bajo pautas de trabajo, esfuerzo y ahorro, que son las que acaban generando modernidad. Se les echó. Y nos fuimos alejando de la ética protestante del trabajo, teorizada después por Max Weber, para sólo valorar el vivir de las rentas y los actos heróicos.
Afirma y argumenta en su libro que vivimos en la mejor época de la Historia, también en España...
¡Sobre todo en España! Pese a todo... Hagámonos una pregunta muy sencilla: si yo soy mujer, obrero, homosexual, discapacitado, enfermo, disidente, librepensador, miembro de una minoría, anciano, sin trabajo etc. etc... ¿en qué época anterior me hubiera gustado vivir? ¡En ninguna! Ahora somos ciudadanos -no súbditos- con derechos, libertades y protección. Hay mucha gente que sufre, desde luego, y hacer un buen juicio del presente es compatible con reconocer el dolor, trabajar para eliminarlo, ser solidario y tener una filosofía y una ética compasivas. Los hechos son una cosa y la percepción que tenemos de ellos es otra. Eso es interesante: ¿por qué nadie percibe que estamos en el mejor momento de la Historia? Ya antes de la crisis había cansancio, tedio, malestar individual. El éxito como proyecto colectivo de la cultura occidental no se percibe, al contrario, se vive con descontento, angustia, sensación de sin sentido. ¿Por qué?
No sé, cada día nos llegan por los medios noticias terribles: estudiantes muertas en accidente, mendigas humilladas, atentados con decenas de muertes, refugiados maltratados... ¿Podemos asimilar todo eso?, ¿no es ésa la causa de nuestro desaliento, de nuestro pesimismo?
¿Puedo hacer una reflexión positiva? Esos acontecimientos nos escandalizan, y nos escandalizan y nos duelen porque hoy, como nunca antes, somos capaces de ponernos en el lugar del otro. La imaginación es un gran instrumento ético, nos permite colocarnos en el lugar del otro. La información y la imaginación nos llevan al lugar del otro. La persona no ética es incapaz de ponerse en el lugar del otro. Vamos comprendiendo que ningún dolor nos es ajeno, eso supone un cosmopolitismo moral. Ya no miramos, como hace nada, la raza, la religión, la cultura o la tendencia sexual del otro, del que sufre. Lentamente, estamos construyendo, como nunca antes -insisto-, la base del progreso moral: sólo existe un pueblo, que es la Humanidad, y sólo existe un principio, la dignidad de cada individuo.
Dice usted: "los políticos son los administradores cívicos de nuestra convivencia". ¿Tenemos políticos así?, ¿cómo va nuestra convivencia?
Voy a ser transgresor: en España, como consecuencia de la crisis -aunque también antes-, existe un exceso de desprecio hacia los políticos. Es muy vulgar ese desprecio. Cuando hay crisis y sufrimiento, puede ser normal tener odio y resentimiento hacia personas concretas, con cara y ojos, a las que hacemos responsables de nuestro dolor. No participo de eso. Odiar al político te da superioridad moral, te sientes mejor echándole la culpa de todo. Además, no nos engañemos con la política, no esperemos de los políticos que estén ahí para hacernos felices y tutelar nuestra vida como lo hacían papá y mamá... Ya eres mayor, tienes que confiar en ti, tener tus propias expectativas y responsabilidades. No nos confundamos, la política, partidos mediante, consiste en organizar grupos humanos para ocupar el poder y mantenerse en él el mayor tiempo posible. Tenemos la posibilidad, como ciudadanos, de educar a esos grupos, de criticarlos, de rechazarlos si, por ejemplo, son corruptos o incompetentes.
En su libro contempla lo que podríamos llamar el síndrome del "yo no he sido", la actitud de responsabilizar siempre a otro.
Sí, y es un síndrome infantil, el del niño que deja caer un jarrón en el cuarto de estar y, cuando le piden cuentas, dice "yo no he sido", ha sido el perro, el viento, ya estaba roto... La esencia de la vulgaridad moral es hacer a otro responsable de tus actos. Es necesario asumir responsabilidades, no pretender que nos lo den todo hecho. Soy firme partidario de la redistribución de la riqueza y del Estado del Bienestar, pero también, como mayor de edad, quiero ser dueño de mi destino y responsable de mis actos. Yo sí he sido, cuando algo he hecho mal, y yo tengo que ser el que procura mi bien y el de los demás.
 Y la convivencia entre españoles, ¿bien?
Bueno, tenemos urbanizadas nuestras ciudades, con sus farolas, sus aceras, sus jardines..., pero nuestro corazón necesita todavía más urbanidad, apetecer lo bueno, portarse bien cuando no nos ven... Vivimos en sociedad, pero no estamos bien socializados, no hacemos el mejor uso de la libertad para ser del todo cívicos. Ahora bien, mi impresión es que, con la crisis, hemos demostrado actitudes sólidas para la convivencia. Pese a tanto dolor, no ha habido una violencia significativa. Ha habido protestas, como parece comprensible, y también ha habido activismo político sano, asociacionismo nuevo, redes de solidaridad y apoyo.
Usted tiene un sesgo orteguiano, aunque discute y contradice a Ortega. En España invertebrada, Ortega decía que las clases dirigentes habían degenerado en masa vulgar y que ya no daban ejemplo a seguir con "docilidad", qué palabra...
Ortega tuvo gran talento, pero no tuvo genio. Fue un gran educador, que todavía nos dice muchas cosas, pero no un gran filósofo. No fue consciente del ideal de la igualdad y tuvo un fuerte temple aristocrático. La regeneración no depende de un ejemplo que dé una minoría selecta que vaya a ser seguida dócilmente por una mal llamada masa. La regeneración depende, al contrario, de una "mayoría selecta", es cosa de todos y de cada uno.
Ortega pedía una alta empresa de colaboración entre españoles y un sugestivo proyecto de vida en común. ¿Cuáles, hoy?
Cuando vayamos superando la crisis y menguando el dolor, nada más atractivo que, con las clases medias recompuestas, seguir profundizando en los logros de la Transición, en el proceso de modernización e ilustración de España.

miércoles, 30 de marzo de 2016

La Europa adormecida – Marta González

Los cerca de 20 millones de musulmanes que residen en la Unión Europea (UE), según cálculos oficiales y estimaciones realizadas por ONG´S, constituyen el segundo grupo religioso más grande de aquélla. La mayor parte de este 4% del total de la población de la UE llegó al viejo continente como trabajadores inmigrantes a partir de los años 60 del pasado siglo, y un número menor lo hizo en busca de asilo político durante los años 90. Desde hace más de treinta años, los diversos estudios promovidos desde las Instituciones europeas y Organismos Internacionales, como la Organización para la Seguridad y Cooperación Europea (OSCE) han pretendido romper los clichés establecidos en la sociedad civil y desmontar estereotipos. Se buscaba reducir el miedo ante un fenómeno cultural divergente y fortalecer la cohesión social luchando asimismo contra la marginación y la exclusión social por razones de raza, sexo, o religión.
Los atentados del 11S de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York, pero sobre todo, los de Madrid (2003) y Londres (2004) encendieron las primeras luces de alarma sobre la forma en la que Europa gestionaba su relación con la minoría musulmana residente en el continente. La ola de disturbios ocurrida en Francia a lo largo de 2004 y 2005, la ira desatada en septiembre de 2005 tras la publicación en un diario danés de las doce caricaturas sobre Mahoma consideradas ofensivas y blasfemas, el referéndum  de 29 de noviembre de 2009 en Suiza por el que se prohíbe la construcción de minaretes, el juicio abierto en Holanda contra el parlamentario Geert Wilders por su campaña política a favor de detener e invertir la islamización de los Países Bajos, el debate sobre el uso del velo o la crisis de identidad francesa, ponen de manifiesto que Europa comienza a recelar de su cara islámica.
Hace algunos años la analista judía de origen egipcio, Giselle Littman, más conocida como Bat Yeor, alertaba ya del riesgo de una futura Europa islamizada. En una teoría geopolítica arriesgada y muy incorrecta desde el punto de vista político, venía a decir que Occidente estaba siendo islamizado progresivamente desde la década de los 70 del pasado siglo de forma consciente como resultado de una Política Exterior europea conciliadora con los países musulmanes e islámicos. Dirigida por Francia y concebida para aumentar el poder de Europa frente a los Estados Unidos, tendría en la Asociación para el Diálogo Euro-Árabe, creada en 1974, la justificación jurídica necesaria para una total simbiosis cultural y demográfica entre Europa y el Mundo Árabe. A cambio de recibir un mejor trato por parte de los países productores de petróleo y de aumentar su influencia política y económica en el mundo, Europa se comprometía a incluir a Turquía en la UE, abrir la inmigración procedente de países musulmanes y defender la compatibilidad existente entre Islam y Democracia. La principal consecuencia de esta política, conocida más popularmente como Eurabia, sería, por supuesto, la hostilidad europea con Israel.
El tiempo, desgraciadamente, parece que ha dado la razón a Bat Yeor. Las políticas de inmigración permisivas de los Estados miembros, el buenismo multicultural a costa de la insatisfacción de la población autóctona, la colaboración cultural y académica, la financiación de asociaciones y organizaciones de todo tipo, las partidas económicas a determinados actores de Oriente Medio (OLP-ANP, Hamas, etc), la diplomacia blanda, son sólo un pequeño ejemplo de cómo la propaganda ha conseguido imprimir el fuerte sentimiento antiamericano y la obsesión paranoica por Israel en generaciones enteras.
Pero el mundo, en los 70, era radicalmente diferente al actual. Más predecible, al menos. Los peligros – y los enemigos -, que existían, estaban bien definidos, constreñidos en áreas geográficas  determinadas y bajo la vigilancia siempre atenta de las dos superpotencias que se repartían el mundo. Si los representantes de la entonces Comunidad Económica Europea (CEE), la Europa de los nueve, planearon deliberadamente la asociación geopolítica de Europa con el Mundo Árabe con el objetivo de crear una tercera superpotencia mundial, cometieron un delito gravísimo de desmantelamiento progresivo de los fundamentos de nuestra Civilización Occidental. Fueron deshonestos con las generaciones venideras y nos legaron un problema difícil de revertir.
Los culpables de esta política, que tienen nombre y apellidos – Jacques Chirac, de Villepin o Romano Prodi, entre otros – no fueron conscientes, bien por arrogancia, por ignorancia o por pereza intelectual, del significado auténtico y profundo del término islam.
Porque la normalidad en las relaciones actuales con el inmigrante es sólo aparente. La llegada masiva de aquellos que no quieren integrarse supone un grave riego para el pluralismo y la democracia. El islam, que significasumisión al Dios único y verdadero, Allah, es incompatible con la civilización occidental y con la libertad que abandera. En primer lugar, porque el pensamiento musulmán tradicional ignora la noción de progreso, esencial en nuestra cultura moderna. En segundo lugar, porque, al ser la última religión revelada, según sus creyentes no hay más religión verdadera que la suya, y más doctrina que la que contiene el Corán, los hadices, las tradiciones del Profeta y las enseñanzas de las 8 escuelas legales del islam. Esto es así, y hasta el Día del Juicio no se puede aportar ninguna modificación ni a las creencias fundamentales ni a las obligaciones mayores que constituyen la práctica de la religión. Es precisamente ese inmovilismo el que impide una reflexión seria en el seno del Islam y un debate profundo acerca de la separación de las esferas civil y religiosa. Un debate que en Europa llevó siglos y costó miles, millones de vidas pero que alumbró la Era de la Ilustración y las Luces, dando paso a la Modernidad. Desde luego, no hay nada más peligroso que creerse superior moralmente y en posesión de una verdad que tiene que imponerse por la fuerza, si es necesario, a todo aquel que considera infiel, aunque éste esté en su casa.
Una sociedad pluralista es aquella que acepta la diversidad, la integra y genera consenso. Por el contrario, el multiculturalismo progre segrega a los diferentes grupos étnicos y culturales en ghettos y los exime de la responsabilidad de aceptar los deberes derivados del contrato social del que le acoge. Para que una relación funcione debe haber reciprocidad, y con el islam, este principio no se da. Ante el retroceso tan evidente de los valores judeo-cristianos que nos han definido durante siglos, y el vacío dejado por una espiritualidad perseguida y acosada desde el laicismo oficial, el islam no sólo rellena el hueco, sino que se permite afirmar que es parte integrante de las raíces históricas de la civilización europea.
En octubre de 2008, el Secretario General de la Organización de la Conferencia Islámica (OCI), el turco Ihsanoglu, declaraba ante la segunda Conferencia por la Educación y el Diálogo Intercultural, en Copenhague, que estaba “particularmente interesado por los proyectos que llevarán a una descripción correcta de nuestro pasado común, a fin de dejar claro que el islam no es extranjero, sino parte integrante del pasado, del presente y del futuro de Europa en todos los terrenos de la actividad humana, y que mostrarán cómo la civilización y la cultura musulmanas han contribuido a la creación de la Europa moderna”.
Eurabia, si es que existió como planteamiento geopolítico de la elite europea, se ha hecho mayor de edad, se ha emancipado,  y ya independiente de la tutela paterna, ha empezado su tarea de regeneración moral y ética de la sociedad europea. Nuestra clase política sigue dando muestras de una ceguera obsesiva. Es necesario poner límites a nuestros sistemas democráticos y definir con claridad hasta dónde estamos dispuestos a seguir negociando si queremos mantener el sistema de libertades públicas y derechos civiles que nos hemos otorgado. Como señalaba recientemente Giovani Sartori, si queremos sobrevivir en medio de la diversidad, es necesario empezar por imponer el principio del derecho de impedir el daño, esto es, dejar muy claro y sin miedo a ser tachados de racistas o xenófobos que no vamos a tolerar ninguna práctica que conlleve la renuncia de nuestros valores más elementales. Léase aquí aplicación de la Sharia, uso de indumentaria discriminatoria y ajena a nuestras costumbres (velo, hijab, shador, etc), etc.
Resulta inconcebible que entrado ya el siglo XXI, una de las democracias más sólidas de Europa, Francia, se plantee y cuestione su identidad nacional. Esto no es sino el síntoma de una decadencia que asola, irremediablemente, a toda Europa. A este paso, la Sharía será una triste realidad en nuestras sociedades, y el recuerdo de los asesinatos de Pim Fortuym o Theo van Gogh, simplemente por hacer uso de su libertad de expresión, no estará registrado, ni siquiera, en las hemerotecas. Gracias a vuestras leyes democráticas os invadiremos; gracias a nuestras leyes religiosas os dominaremos. Lo dicen alto y claro. El que no quiera oír, que luego no se lamente.

domingo, 27 de marzo de 2016

Aurelio Arteta: "Rivera es pedagógico, Sánchez, vacío y en Iglesias se huele el populismo"



Entrevista al filósofo Aurelio Arteta.

El filósofo Aurelio Arteta
El filósofo Aurelio Arteta
Cuatro quinceañeras se refugian de la lluvia en un porche. Tantean con curiosidad a un hombre que, apoyado en una mesa de garito y con el ceño fruncido, posa ante la cámara. “¿Quién es?”, cuchichean sin quitar la mirada de Aurelio Arteta (Sangüesa, 1945).
Catedrático de Filosofía Política y Moral recién jubilado, es conocido por su intransigencia con los tópicos –“los utilizamos para evitar pensar” – y con los archisílabos –“alargamos las palabras cuando queremos quedar bien” –. Ha pedido whisky con hielo. Se toma su tiempo antes de contestar. Mide las palabras con los ojos puestos en el vaso y se acaricia el bigote de cuando en cuando.
Se muestra serio y reflexivo, pero dispara titulares apasionados: “Nacionalismo y democracia son términos antagónicos”, “Democracia y monarquía son incompatibles”, “La tentación es permanente para quien tiene acceso a la caja”…
Sentado en un loft moderno, de asientos a ras de suelo y colores tenues, este fundador y miembro activo en su día de UPyD aborda la situación política con detalle. Considera que el mejor gobierno vendría fruto de un acuerdo entre PSOE, Podemos y Ciudadanos. “¿Por qué va a ser imposible?”
Sus primeros trabajos versaron sobre la obra de Karl Marx y su periodismo político. ¿Qué queda de él en España?
Pervive, entre otras varias, su advertencia de que la relación entre los propietarios del capital y las fuerzas del trabajo es muy desigual. Su análisis acerca de la raíz del capital no ha sido superado todavía.
¿Sus posturas están representadas políticamente entre nosotros?
No lo tengo claro. Quizá en algunas de las tesis de Izquierda Unida. A Podemos lo veo más vinculado a autores populistas como Laclau o Gramsci.
Acaba de publicar su Cuaderno de la vejez (Ariel, 2015). ¿Qué tal envejece España?
España, no lo sé. Yo relativamente mal, supongo que como casi todos los que nos hacemos viejos –dice entre risas–. A este país le toca rejuvenecer, estaba viejo y no sólo por el franquismo, sino por el actual régimen, que tiene muy poco de democrático, se diga lo que se diga.
No hay democracia con la ley electoral que tenemos
¿Por qué España le parece un país poco democrático?
Pronunciamos sin parar el nombre de democracia en vano. Hemos degradado el concepto hasta utilizarlo sin conocer su sentido y sus exigencias. No hay democracia con la ley electoral que tenemos, que enjuaga los resultados para que los dos grandes partidos se vean favorecidos. ¿Es democrático un lugar donde los políticos están aforados? ¿Es democrático un lugar donde existen 19 políticas sanitarias y educativas distintas? ¿Es democrático un lugar donde los políticos eligen a quienes van a fiscalizar sus cuentas? ¿Es democrático un lugar donde el Congreso nombra los magistrados del Consejo General del Poder Judicial? La igualdad de derechos y deberes no existe en España. ¿Por qué los navarros y vascos gozamos de un privilegio fiscal? ¿Acaso nos ha señalado un dedo divino? Deben devolverse las competencias en Sanidad, Educación e Impuestos al Estado para contribuir a nuestra igualdad política.
¿Se repondrá el bipartidismo de su último golpe?
Creo que las dos nuevas formaciones han llegado para quedarse. Por desgracia para mí, ha desaparecido UPyD. Me pregunto hasta qué punto fue un error no haber llegado a un acuerdo con Ciudadanos.
El filósofo Aurelio Arteta
El filósofo Aurelio Arteta
¿Qué sensación le queda después de haber bajado al barro de la política?
Uno se queda asustado y decepcionado. Decepcionado porque prueba que los partidos son capaces de todo con tal de conseguir un puesto o un voto más. Asustado por la alarmante falta de formación de quienes están en la cúpula. Pero bueno, sabía que esa era la realidad. Quienes nos dedicamos a la filosofía política, aceptamos que nuestro trabajo debe ir orientado a la práctica. No concibo una teoría política si no busca plasmarla en la acción. Si no pensara en términos de praxis, sería una especie de torero de salón.
Una vez dijo: “Los tópicos rellenan nuestras frases a diario, pero muchos de ellos esconden un efecto perverso”. ¿Por qué?
Los utilizamos para no pensar. Dejamos que otro, la sociedad, hable por nosotros. Pero el peor de sus efectos es que a través del tópico estamos diciendo: “Soy de los vuestros”. Pedimos que nos admitan en las filas de la mayoría, renunciamos a emitir un juicio que pueda disgustar al prójimo. Los tópicos producen el bienestar de quien se sabe como todo el mundo. En Cataluña, ¿tendríamos el problema nacionalista si la gente se atreviera a cuestionar los tópicos nacionalistas? Tenemos miedo a quedarnos solos. El pensamiento propio, diferente, suscita la envidia y el resentimiento.
Si cada uno pudiera votar de acuerdo con su propia conciencia, gobernar sería imposible.
¿Es un mal muy extendido en nuestra sociedad?
En todas partes. Le pongo un ejemplo. Si digo ‘nadie es más que nadie’, quedo como Dios. Es verdad que nadie es más que nadie en el sentido último de la dignidad del ser humano, pero con este tópico nos referimos a que nadie es más listo o mejor que yo. Y eso es manifiestamente falso. Los tópicos son pildoritas mentales que nos hacen comportarnos de manera gregaria y cobarde.
Vayamos con otro tópico: “Al enemigo, ni agua”. ¿Lo ve reflejado hoy en la imposibilidad para llegar a un acuerdo de Gobierno?
Eso ha sido así desde que empezó la democracia parlamentaria. No ocurre sólo en política. En el mercado decimos lo mismo: “Al competidor, ni agua”. Cuando no tenemos confianza en nosotros mismos, nos movemos por resquemores. Sería mucho más convincente el político que reconociera los eventuales aciertos del contrario y cambiara su postura. Pero limitamos la democracia al mero hecho de votar. Por eso, la política es una guerra entre nosotros y el resto. La deliberación – debatir opiniones y propuestas públicas– es el momento intermedio necesario entre la representación y las decisiones democráticas, pero nos la hemos cargado. La disciplina de los partidos la ha destruido.
¿Qué pasos habría que dar para que la deliberación recuperara su importancia?
Cuando tenía menos años, no entendía la disciplina de voto en los partidos. Pero claro, cuando uno madura y le da vueltas, piensa: si cada uno pudiera votar de acuerdo con su propia conciencia, gobernar sería imposible. Si un señor empieza a formar parte de un partido, acepta defender su programa. Ahora bien, ¿qué margen le queda para objetar en las reuniones internas? Ahí está el quid de la cuestión. El momento deliberativo cobrará importancia cuando los ciudadanos demos importancia a argumentar. La gente sólo cree en votar y no en educar las razones que fundan su voto.
Nacionalismo y democracia son conceptos antagónicos
Suele decirse que alguien tiene “madera de líder”. ¿Alguno de los cabezas de partido la tiene?
No he oído muchos discursos recientes porque llega un momento en el que el debate político se convierte en un blablablá que disuade de atenderlos. Los ciudadanos sabemos que las decisiones están tomadas antes del intercambio de razones. Por lo poco que escuché, y aunque no esté en su dirección ideológica, Albert Rivera me pareció el mejor desde un punto de vista retórico y pedagógico. En Sánchez percibí bastante vacío y en Iglesias se huele el populismo.
¿Cuál es el gobierno que necesita España?
Excluiría radicalmente al PP porque está corrupto y quienes lo controlan no han querido cambiarlo. También dejaría fuera a todos los partidos nacionalistas, porque nacionalismo y democracia son conceptos antagónicos: la denominación "nacionalismo democrático" es absurda. Pienso que el gobierno ideal hoy, aunque pueda sonar a dislate, lo formarían PSOE, Podemos y Ciudadanos. ¿Por qué va a ser imposible? Parecen incompatibles, pero si se esfuerzan y forman un gobierno, lograrán más objetivos de su programa de los que alcanzarían boicoteando un Ejecutivo desde fuera.
Pero Podemos exige un referéndum en Cataluña como condición imprescindible.
Cierto. Pero siempre habrá cosas que no admitan dos frente a uno. PSOE y Ciudadanos podrán frente a Podemos en algunas cuestiones. En otras, Podemos y PSOE ganarán frente a Ciudadanos, etc. Creo que las disensiones no son insalvables. La política es llegar a acuerdos parciales, que no contentan a todos. El PP, sin embargo, ha obtenido sus mayorías a costa de pasar el rodillo y pisar demasiadas voluntades, lo que ha puesto en su contra al resto de grupos políticos.
El filósofo Aurelio Arteta/Iván Aguinaga
El filósofo Aurelio Arteta/Iván Aguinaga
¿Qué es el nacionalismo?
La creencia de que yo y los de mi tierra somos los mejores. Formo parte de algo y, por razones casi metafísicas, soy superior al resto. Encarno una historia que me enaltece y me eleva. Pero no hay tal historia, ni la historia concede derechos ni existe tal pueblo escogido. Son todo mentiras. Incluso aunque hubiera en ello algo de verdad, ¿acaso les otorgaría el derecho a su secesión? ¿Desde cuándo los privilegios forales (o sea, la desigualdad de la ciudadanía) son derechos democráticos? Están recogidos en la Constitución, pero son anticonstitucionales.
Si es algo tan obvio como usted dice, ¿por qué el nacionalismo tiene su espacio político? Es una ideología romántica que lleva en los parlamentos desde hace siglos.
Porque no hay muchos ciudadanos en los Estados llamados democráticos. Para los nacionalistas, ya lo he dicho, los ciudadanos no son iguales. Pero entre nosotros las distintas mayorías de gobierno –González, Aznar…– han alimentado a los partidos nacionalistas aplaudiéndoles a cambio de su voto, cuando su apoyo era necesario para el Gobierno de turno.
En 1993, escribió un ensayo titulado Recuperar la piedad para la política. ¿Qué quería decir entonces?
La política debe alimentarse de virtudes éticas. Pongamos, entonces, que todos nos vamos a morir. Cuando uno empieza a considerar que el otro es un ser similar, que se va a morir, y que lo sabe igual que yo, se genera un motivo seguro de fraternidad entre nosotros.
Ha escrito una serie de artículos en los que habla de los “archisílabos”. Se refiere a incrementación, confortabilidad, clientelización, contratación… y muchos centenares más. Muchas veces el político utiliza estas palabras como eufemismos. ¿Se acuerda de la desaceleración económica de Zapatero?
Chesterton y Orwell ya hablaron de esa manía de esconderse detrás de las palabras largas. Uno se encampana y se pone de puntillas sobre las palabras a base de alargarlas para parecer más importante o interesante. Se eleva respecto a los interlocutores ordinarios. Si se trata de un político o directivo, el hablante común dice: “Qué culto es este tío”. Elegimos las palabras largas y pedantes cuando no buscamos decir la verdad o hablar con precisión, sino quedar bien.
El filósofo Aurelio Arteta
El filósofo Aurelio Arteta
Los archisílabos se escuchan con frecuencia en los parlamentos. ¿Son consecuencia de una falta de lectura?
No creo que los políticos sean muy distintos a la media española, que lee muy poco. En este país, se lee mucho relato de ficción y casi nada como ensayo de pensamiento. Pero luego pontificamos sobre lo que haga falta.
¿Por qué el poder nos seduce con tanta facilidad?
Dos pasiones máximas atraviesan la vida del hombre: el deseo de poder y el miedo. El afán y la esperanza de poder algo, y el miedo a no poder hacerlo o alcanzarlo. La ilusión de sobrevivir y el miedo a morir o a la impotencia. Todos queremos poder; absolutamente todos. Hasta que el verbo se convierte en sustantivo: algunos quieren el poder, el político o el económico.
¿La corrupción es inherente al ser humano?
La tendencia a la corrupción es inherente al hombre. Todos tenemos deseo de robar alguna vez, pero no todos nos convertimos en ladrones. La tentación es permanente para quien tiene acceso a la caja. En España, no existen los mecanismos suficientes para ahuyentar esta tentación o no se aplican. Si se instituyera, por ejemplo, con las debidas garantías la figura de la delación -denunciar a quien ha cometido un delito– habría menos corruptos. Debería, en ese caso, garantizarse la confidencialidad y la seguridad del delator. ¿Por qué ser "chivato" ha de ser siempre vergonzoso, incluso cuando sea heroico?
Todos tenemos deseo de robar alguna vez, pero no todos nos convertimos en ladrones
¿Monarquía o república?
Desde un punto de vista democrático, no hay discusión: república. Democracia y monarquía son formas políticas incompatibles. Que un padre pueda transmitir el poder político a su hijo es absurdo. ¿Acaso debería ser presidente del Gobierno el hijo de Felipe González o de Rajoy? Ahora bien, si la monarquía fuera algo meramente decorativo y que concitara la unidad ciudadana, como en Inglaterra, tal vez no la vería con tan malos ojos. Pero creo que en España la Constitución reserva al Rey más papeles de los que debería.
¿Qué me dice de la crisis de los refugiados? ¿Hasta dónde hemos llegado?
Es una de las muestras más desgarradoras de las desigualdades del mundo. Las fronteras son siempre artificiales. Creo que llegará un día en el que el mundo sea mundo y no se rija por los valores de la nación o del mercado, sino por los de la humanidad. Avanzamos a base de grandes catástrofes. Protágoras, en el diálogo platónico de su nombre, sostiene que la mecánica, la ingeniería o el dominio musical son saberes que deben atribuirse a unos pocos. Basta un especialista para resolver los problemas mecánicos de cien o mil personas. Pero hay dos cosas, decía, que deben distribuirse a todos por igual: el sentido del respeto y de justicia. Si eso falta, no habrá ciudad.
Hace ya más de diez años, escribió una apología de la compasión. ¿Le gustaría defenderla ahora?
La compasión es el sentimiento por el cual nos apenamos ante la desgracia del otro. Tiene como correlato la indignación, fruto de la tristeza que nos genera el bien que el prójimo ha conseguido causando la desgracia de alguien. Aristóteles las entendió como pasiones de Justicia. Uno tiende a hacer justicia cuando le impacta la desgracia inmerecida suya o del prójimo. Cuando lees esto a la gente joven, son incapaces de imaginar que se escribió en el siglo IV antes de Cristo. No imaginamos lo que pueden enseñarnos los autores clásicos. Padres e hijos prefieren asegurar el empleo laboral.

Fuente: http://www.elespanol.com/espana/20160326/112488816_0.html