Juan J. Molina

Juan J. Molina
Juan J. Molina

domingo, 27 de septiembre de 2015

El fracaso del comunismo, en un gráfico. Por D. soriano


Los alemanes del oeste no sólo eran mucho más ricos que sus vecinos, también vivían más y mejor.

 
"Cuando yo era joven, el intento organizado de regular el interés común se llamaba comunismo. Tal vez deberíamos reinventarlo. Tal vez sea ésta nuestra única solución a largo plazo. ¿Es todo esto una utopía? Puede ser, pero si no lo hacemos, entonces es que estamos realmente perdidos y nos merecemos estar perdidos". Así acababa hace un par de semanas, su artículo en El Mundo el sociólogo esloveno Slavoj Zizek. Dos páginas tuvo a su disposición para explicar que la solución a todos los males que nos rodean es acabar con el capitalismo y volver a la utopía comunista.
Y no es un caso único. Con una simple búsqueda en Google es fácil encontrar opiniones semejantes en El PaísLa Vanguardia y casi cualquier otro diario de gran tirada de nuestro país. Sería impensable que un filósofo fascista llenase no ya dos páginas, sino apenas una columna de cualquier periódico de tirada nacional. Pero un tipo se reivindica comunista y no pasa nada. Como apuntaba David Gistau en ABC hace unas semanas: "Un conocimiento más exhaustivo del siglo XX le habría permitido entender que, intelectualmente, el anticomunismo es una obligación moral idéntica a la del antifascismo".
Y es que parece claro que el comunismo no ha muerto. Sufrió un duro golpe con la caída de la URSS y sus satélites, pero la crisis le ha dado nuevas alas, en las urnas, en las universidades y en las columnas de los periódicos. Incluso, se desliza un nuevo relato, que admite que quizás el comunismo fracasó en términos económicos, pero era un sistema más "humano" que el capitalismo. Vamos, que los que trataban de saltar el Muro de Berlín jugándose la vida lo hacían sólo porque querían enriquecerse, no porque la libertad de la que disfrutaban al oeste del Checkpoint Charlie les importase demasiado. En este cuento, los millones de muertes del Gulag, las hambrunas de los años 30 o la Revolución Cultural son anécdotas o incluso exageraciones. Ya lo dice Zizek: si no volvemos al comunismo es que "estamos realmente perdidos y nos merecemos estar perdidos".

El gráfico

Llegados a este punto, parece que lo fácil es desmontar al comunismo desde la economía. Hay millones de cifras para echar en la cara de los nuevos leninistas. El totalitarismo comunista ha generado perfectos experimentos sociales. En Alemania, Corea o Cuba: los alemanes de uno y otro lado del muro, los coreanos al norte y sur del paralelo 38 o los cubanos de La Habana y Miami… todos estos grupos son perfectamente homogéneos desde el punto de vista de la cultura, la etnia o la historia. Y en unos pocos años, sometidos a un entorno institucional distinto, han generado unas enormes diferencias en su nivel de vida. Por eso, entre otras cosas, miles de ellos han muerto tratando de escapar de la utopía de Zizek, intentando alcanzar el miserable mundo capitalista. Por cierto, aunque estos despreciables estados capitalistas sí tenían abiertas sus fronteras para quien quisiera irse, no se recuerda de nadie que hiciera el camino en sentido contrario (algún intelectual, quizás, al que el Polítburo fuera a mimar). Pero como decimos, quedarnos en la parte económica sería corto de miras. El comunismo también mata. Y no hablamos sólo de las torturas de la Stasi.
Esta semana, James Vaupel, uno de los mayores expertos del mundoen demografía, director del Instituto Max Planck, acudía a la Jornada sobre Pensiones que organizaron AFI y Aviva. Y mostró el siguiente gráfico para explicar cómo, en muy pocos años, dos sociedades muy parecidas podían divergir en términos de esperanza de vida y cómo podían volver a converger si las condiciones volvían a cambiar. El propósito de Vaupel no era político, su presentación era puramente científica, pero el poder de la imagen es sorprendente (aquí, un estudio compleo del Instituto Max Plancksobre el tema):
Esperanza de vida
Como vemos, el gráfico muestra la esperanza de vida en Alemania del Este y del Oeste, separando por hombres y mujeres. Y es enormemente llamativo. Tras los primeros años de posguerra, en los que las consecuencias del conflicto y la posterior escasez igualan la situación, a partir de 1965-1970 las dos líneas comienzan a separarse. En apenas 20 años, menos de lo que se considera una generación natural, los alemanes del oeste ganan 3-4 años de esperanza de vida respecto a sus vecinos del este. De hecho, entre el año 1965 y 1990 la línea para los varones en la Alemania comunista tiene picos y bajadas, pero casi no hay ganancia neta. El comunismo mata y el capitalismo da años de vida.

La brecha se cierra

Pero además, el gráfico también nos da otra clave. En el momento en el que acabó el régimen tiranicida y opresor y los alemanes del este comenzaron a disponer de las mismas oportunidades que los del oeste, la brecha comenzó a cerrarse. Puede verse en el siguiente gráfico que el Gobierno federal publicó el pasado año, con motivo de la celebración delos 25 años de la caída del muro. El poder del mundo libre también es capaz de revertir los males causados por el comunismo en un corto período de tiempo.
Alemania, tras la reunificación
Claro, las consecuencias son las que podemos ver en los próximos dos gráficos. Uno muestra las posibilidades que tenían de fallecer en un año determinado los alemanes nacidos en 1895, 1900, 1905 o 1910. El otro es un cuadro con los alemanes centenarios a uno y otro lado del Muro.
Mortalidad en Alemania 1980-2000
Alemanes centenarios
Hay un lado positivo. Como decimos, la tendencia ha cambiado y hace un par de días se conocía que los datos eran casi los mismos a uno y otro lado de la antigua frontera. Y este estudio del año 2000 lo explicaba así: "[La mejoría] en Alemania del Este se está acelerando tras la reunificación y parece que la diferencia entre el Este y el Oeste se está cerrando. Este efecto de la reunificación alemana en la mortalidad de los ancianos atestigua la plasticidad de la esperanza de vida a edades avanzadas y la importancia de los eventos que tienen lugar en los últimos años". Vamos, que incluso medidas tomadas a una edad tardía pueden ayudar (y mucho). Es una frase para la esperanza para aquellos que hayan llevado un estilo de vida poco saludable… o para los que vivan todavía bajo la pesada bota del comunismo.

martes, 22 de septiembre de 2015

Cataluña: ¡Es la historia, estúpido!



Veamos más de cerca a la Unión Europea y veamos por qué hay razones, más allá de las estrictamente jurídicas, por las que los actuales Estados miembros no solo rechazarán la acogida de Cataluña sino que serán adversarios implacables de sus esfuerzos por integrarse en ella.LAS VOCES que estos días se están oyendo desde Europa (e incluso desde los Estados Unidos) sobre el desafío de la independencia de Cataluña son muy esclarecedoras y deberían hacer meditar al votante del próximo día 27 de septiembre. Cataluña quedaría inmediatamente fuera de la Unión por las razones esgrimidas y por la más sencilla de que el Estado signatario de los Tratados es el Reino de España que seguiría siendo por supuesto miembro de la Unión solo que reducida su dimensión territorial. Cataluña, como nuevo Estado, tendría que empinarse y ponerse a hacer los deberes de quien llega de nuevas, lo que significa activar todas sus habilidades para ser reconocida internacionalmente e ingresar en los clubes donde se discuten y deciden los grandes problemas del mundo: la propia Unión Europea, la ONU, la OTAN, los diferentes Gs, el Consejo de Europa, la Organización Mundial del Comercio... y un largo etcétera: trabajo no va a faltar ciertamente a los diplomáticos del nuevo Estado.
Recordemos que el espacio conformado por la Unión ha vivido en paz varios decenios después de haber sufrido permanentes conflictos civiles incluso antes de las dos guerras mundiales. Pero, cuando se desmorona el Muro y empieza una nueva era, en el Este resurgen las reclamaciones nacionales de sus minorías provocando numerosas crisis y ocho graves conflictos armados: Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Chechenia, Georgia, Moldavia, Kosovo y, al final, Ucrania.
En todos los Estados balcánicos sigue habiendo minorías, así en Macedonia, en Bosnia y en Croacia. En Kosovo hay albaneses pero además hay serbios en Mitrovica. Estos lugares saben que, si no quieren enredarse en los horrores y en los errores del pasado, la mejor solución pasa por la integración en Europa. Y en ello están, desplegando todos los esfuerzos con los que cuentan.
No es casualidad que hasta ahora los casos de desintegración de Estados ocurridos a finales del pasado siglo hayan ocurrido fuera de la Unión Europea (así Checoslovaquia o Yugoeslavia).
El problema, y aquí se halla el nudo de la cuestión, es que esto podría empezar a cambiar.
Cuando ganó el no a la independencia en Escocia hubo un suspiro de alivio en Bruselas. Ahora hay un intento de secesión en Cataluña. De tener éxito, nadie garantiza que estos ejemplos constituyan excepciones.





¿Por qué? Veamos el mapa y coloreemos poblaciones, minorías, etnias, religiones, fronteras... La minoría húngara en Eslovaquia (600.000 en un país con 5.400.000 habitantes) tiene aspiraciones secesionistas o de volver a la madre Hungría que, a su vez, mantiene reivindicaciones históricas en la Voivodina y en el Banato. Lo mismo ocurre con Bulgaria respecto de los territorios fronterizos que perdió con Serbia tras la Primera Guerra Mundial. Por su parte, Rumanía acoge minorías húngaras.
En el Alto Adige italiano vive una mayoría étnica alemana, la Liga Norte anima tensiones separatistas bien conocidas, después contamos con Irlanda del Norte, Córcega, Flandes, con bretones, con galeses... Y, si nos entregamos al festival de rehacer fronteras, Alemania puede desempolvar las reivindicaciones territoriales de las suyas anteriores a 1937: sépase que los problemas que podría crear Alemania serían imposibles de asimilar si un día, animada porque sus vecinos han cogido el lápiz de rediseñar fronteras, decidiera reclamar territorios perdidos y que no se contraerían a las regiones de Alsacia y Lorena.
Pero Alemania no fue la única obligada a encogerse tras la Segunda Guerra: Finlandia cedió parte de su territorio a Rusia, pago del pecado de su alianza con un tal Adolf Hitler. Rumanía cedió la Besarabia a la URSS y, a cambio, recuperó la Transilvania que había pasado a Hungría. Bulgaria perdió su salida al mar en beneficio de Grecia y Checoslovaquia cedió a la URSS la región de Rutenia.
¿Se advierte la dimensión de los problemas que crearía aceptar la ocurrencia de Artur Mas? Aquí no se trata solo de aplicar tal o cual artículo de los Tratados: estamos hablando de preservar el frágil milagro de la Unión Europea que estallaría en mil pedazos si se accediera a abrir la caja de Pandora que significaría discutir sobre las aspiraciones de múltiples y eternos irredentismos (que, a su vez, crearían otros en una espiral infinita). Ni más ni menos. "Es la historia, estúpido", podríamos decirle al presidente catalán parafraseando a Bill Clinton.
En una obra de Alexander Lernet-Holenia, Die Standarte, novela con barones, sirvientes fieles, oficiales rigurosos del Ejército y algún amorío, aparecida en 1934, cuando ya se sabía dolorosamente quién era Dollfuss y se intuía que Hitler no andaba lejos, aparece un personaje que asegura con la voz quejosa de quien trata de borrar la historia: "A veces los hombres destruyen edificios que han construido las generaciones anteriores como si no fueran nada. Son capaces de quemar palacios tan solo para calentarse las manos".
Unas manos -las del nacionalismo catalán- que vienen por cierto ya calentitas con el magno trapicheo de tantos por ciento, comisiones, cuentas por aquí, dineros de luto por allá ...
Para algunos nacionalistas la construcción europea es un aliado destinado a desmontar los Estados que hoy dan forma a la Unión Europea y sustituirlos por su modelo. Llevadas sus ambiciones a sus últimas consecuencias darían como resultado una Europa formada por tantos micro-Estados que haría inviable el funcionamiento diario de sus instituciones. De ahí la reaccionaria aberración que suponen los Estaditos, los poderes públicos enanos, las Administraciones públicas bonsais, con competencias falsamente blindadas, fáciles de manipular y de conducir al huerto de los intereses de los grandes conglomerados económicos mundiales.
Respeto, pues, a lo que hemos construido porque es la historia la que nos enseña que la Unión Europea nació precisamente para superar ese pasado ominoso y hacerlo sobre la convicción de que no existen identidades inmaculadas ni fronteras perfectas, de que el reino de la pureza, si existe, se halla más allá de los espacios por los que transita el hombre mortal y de que, al cabo, la tal pureza es lo más cercano a la infecundidad.
Tocar las fronteras generaría tales conflictos que destruiría el prodigio que es la Unión Europea actual, la única capaz de dotar un día de verdadero contenido a la palabra ciudadanía.
Autores:
Francisco Sosa Wagner es catedrático de Universidad y Jacobo de Regoyos es periodista y corresponsal en Bruselas.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Los godos del emperador Valente, Arturo P. Reverte

Foto de Arturo Pérez-Reverte


En el año 376 después de Cristo, en la frontera del Danubio se presentó una masa enorme de hombres, mujeres y niños. Eran refugiados godos que buscaban asilo, presionados por el avance de las hordas de Atila. Por diversas razones -entre otras, que Roma ya no era lo que había sido- se les permitió penetrar en territorio del imperio, pese a que, a diferencia de oleadas de pueblos inmigrantes anteriores, éstos no habían sido exterminados, esclavizados o sometidos, como se acostumbraba entonces. En los meses siguientes, aquellos refugiados comprobaron que el imperio romano no era el paraíso, que sus gobernantes eran débiles y corruptos, que no había riqueza y comida para todos, y que la injusticia y la codicia se cebaban en ellos. Así que dos años después de cruzar el Danubio, en Adrianópolis, esos mismos godos mataron al emperador Valente y destrozaron su ejército. Y noventa y ocho años después, sus nietos destronaron a Rómulo Augústulo, último emperador, y liquidaron lo que quedaba del imperio romano.
Y es que todo ha ocurrido ya. Otra cosa es que lo hayamos olvidado. Que gobernantes irresponsables nos borren los recursos para comprender. Desde que hay memoria, unos pueblos invadieron a otros por hambre, por ambición, por presión de quienes los invadían o maltrataban a ellos. Y todos, hasta hace poco, se defendieron y sostuvieron igual: acuchillando invasores, tomando a sus mujeres, esclavizando a sus hijos. Así se mantuvieron hasta que la Historia acabó con ellos, dando paso a otros imperios que a su vez, llegado el ocaso, sufrieron la misma suerte. El problema que hoy afronta lo que llamamos Europa, u Occidente (el imperio heredero de una civilización compleja, que hunde sus raíces en la Biblia y el Talmud y emparenta con el Corán, que florece en la Iglesia medieval y el Renacimiento, que establece los derechos y libertades del hombre con la Ilustración y la Revolución Francesa), es que todo eso -Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Newton, Voltaire- tiene fecha de caducidad y se encuentra en liquidación por derribo. Incapaz de sostenerse. De defenderse. Ya sólo tiene dinero. Y el dinero mantiene a salvo un rato, nada más.
Pagamos nuestros pecados. La desaparición de los regímenes comunistas y la guerra que un imbécil presidente norteamericano desencadenó en el Medio Oriente para instalar una democracia a la occidental en lugares donde las palabras Islam y Rais -religión mezclada con liderazgos tribales- hacen difícil la democracia, pusieron a hervir la caldera. Cayeron los centuriones -bárbaros también, como al fin de todos los imperios- que vigilaban nuestro limes. Todos esos centuriones eran unos hijos de puta, pero eran nuestros hijos de puta. Sin ellos, sobre las fronteras caen ahora oleadas de desesperados, vanguardia de los modernos bárbaros -en el sentido histórico de la palabra- que cabalgan detrás. Eso nos sitúa en una coyuntura nueva para nosotros pero vieja para el mundo. Una coyuntura inevitablemente histórica, pues estamos donde estaban los imperios incapaces de controlar las oleadas migratorias, pacíficas primero y agresivas luego. Imperios, civilizaciones, mundos que por su debilidad fueron vencidos, se transformaron o desaparecieron. Y los pocos centuriones que hoy quedan en el Rhin o el Danubio están sentenciados. Los condenan nuestro egoísmo, nuestro buenismo hipócrita, nuestra incultura histórica, nuestra cobarde incompetencia. Tarde o temprano, también por simple ley natural, por elemental supervivencia, esos últimos centuriones acabarán poniéndose de parte de los bárbaros.
A ver si nos enteramos de una vez: estas batallas, esta guerra, no se van a ganar. Ya no se puede. Nuestra propia dinámica social, religiosa, política, lo impide. Y quienes empujan por detrás a los godos lo saben. Quienes antes frenaban a unos y otros en campos de batalla, degollando a poblaciones enteras, ya no pueden hacerlo. Nuestra civilización, afortunadamente, no tolera esas atrocidades. La mala noticia es que nos pasamos de frenada. La sociedad europea exige hoy a sus ejércitos que sean oenegés, no fuerzas militares. Toda actuación vigorosa -y sólo el vigor compite con ciertas dinámicas de la Historia- queda descartada en origen, y ni siquiera Hitler encontraría hoy un Occidente tan resuelto a enfrentarse a él por las armas como lo estuvo en 1939. Cualquier actuación contra los que empujan a los godos es criticada por fuerzas pacifistas que, con tanta legitimidad ideológica como falta de realismo histórico, se oponen a eso. La demagogia sustituye a la realidad y sus consecuencias. Detalle significativo: las operaciones de vigilancia en el Mediterráneo no son para frenar la emigración, sino para ayudar a los emigrantes a alcanzar con seguridad las costas europeas. Todo, en fin, es una enorme, inevitable contradicción. El ciudadano es mejor ahora que hace siglos, y no tolera cierta clase de injusticias o crueldades. La herramienta histórica de pasar a cuchillo, por tanto, queda felizmente descartada. Ya no puede haber matanza de godos. Por fortuna para la humanidad. Por desgracia para el imperio.
Todo eso lleva al núcleo de la cuestión: Europa o como queramos llamar a este cálido ámbito de derechos y libertades, de bienestar económico y social, está roído por dentro y amenazado por fuera. Ni sabe, ni puede, ni quiere, y quizá ni debe defenderse. Vivimos la absurda paradoja de compadecer a los bárbaros, incluso de aplaudirlos, y al mismo tiempo pretender que siga intacta nuestra cómoda forma de vida. Pero las cosas no son tan simples. Los godos seguirán llegando en oleadas, anegando fronteras, caminos y ciudades. Están en su derecho, y tienen justo lo que Europa no tiene: juventud, vigor, decisión y hambre. Cuando esto ocurre hay pocas alternativas, también históricas: si son pocos, los recién llegados se integran en la cultura local y la enriquecen; si son muchos, la transforman o la destruyen. No en un día, por supuesto. Los imperios tardan siglos en desmoronarse.
Eso nos mete en el cogollo del asunto: la instalación de los godos, cuando son demasiados, en el interior del imperio. Los conflictos derivados de su presencia. Los derechos que adquieren o deben adquirir, y que es justo y lógico disfruten. Pero ni en el imperio romano ni en la actual Europa hubo o hay para todos; ni trabajo, ni comida, ni hospitales, ni espacios confortables. Además, incluso para las buenas conciencias, no es igual compadecerse de un refugiado en la frontera, de una madre con su hijo cruzando una alambrada o ahogándose en el mar, que verlos instalados en una chabola junto a la propia casa, el jardín, el campo de golf, trampeando a veces para sobrevivir en una sociedad donde las hadas madrinas tienen rota la varita mágica y arrugado el cucurucho. Donde no todos, y cada vez menos, podemos conseguir lo que ambicionamos. Y claro. Hay barriadas, ciudades que se van convirtiendo en polvorines con mecha retardada. De vez en cuando arderán, porque también eso es históricamente inevitable. Y más en una Europa donde las élites intelectuales desaparecen, sofocadas por la mediocridad, y políticos analfabetos y populistas de todo signo, según sopla, copan el poder. El recurso final será una policía más dura y represora, alentada por quienes tienen cosas que perder. Eso alumbrará nuevos conflictos: desfavorecidos clamando por lo que anhelan, ciudadanos furiosos, represalias y ajustes de cuentas. De aquí a poco tiempo, los grupos xenófobos violentos se habrán multiplicado en toda Europa. Y también los de muchos desesperados que elijan la violencia para salir del hambre, la opresión y la injusticia. También parte de la población romana -no todos eran bárbaros- ayudó a los godos en el saqueo, por congraciarse con ellos o por propia iniciativa. Ninguna pax romana beneficia a todos por igual. Y es que no hay forma de parar la Historia. «Tiene que haber una solución», claman editorialistas de periódicos, tertulianos y ciudadanos incapaces de comprender, porque ya nadie lo explica en los colegios, que la Historia no se soluciona, sino que se vive; y, como mucho, se lee y estudia para prevenir fenómenos que nunca son nuevos, pues a menudo, en la historia de la Humanidad, lo nuevo es lo olvidado. Y lo que olvidamos es que no siempre hay solución; que a veces las cosas ocurren de forma irremediable, por pura ley natural: nuevos tiempos, nuevos bárbaros. Mucho quedará de lo viejo, mezclado con lo nuevo; pero la Europa que iluminó el mundo está sentenciada a muerte. Quizá con el tiempo y el mestizaje otros imperios sean mejores que éste; pero ni ustedes ni yo estaremos aquí para comprobarlo. Nosotros nos bajamos en la próxima. En ese trayecto sólo hay dos actitudes razonables. Una es el consuelo analgésico de buscar explicación en la ciencia y la cultura; para, si no impedirlo, que es imposible, al menos comprender por qué todo se va al carajo. Como ese romano al que me gusta imaginar sereno en la ventana de su biblioteca mientras los bárbaros saquean Roma. Pues comprender siempre ayuda a asumir. A soportar. 
La otra actitud razonable, creo, es adiestrar a los jóvenes pensando en los hijos y nietos de esos jóvenes. Para que afronten con lucidez, valor, humanidad y sentido común el mundo que viene. Para que se adapten a lo inevitable, conservando lo que puedan de cuanto de bueno deje tras de sí el mundo que se extingue. Dándoles herramientas para vivir en un territorio que durante cierto tiempo será caótico, violento y peligroso. Para que peleen por aquello en lo que crean, o para que se resignen a lo inevitable; pero no por estupidez o mansedumbre, sino por lucidez. Por serenidad intelectual. Que sean lo que quieran o puedan: hagámoslos griegos que piensen, troyanos que luchen, romanos conscientes -llegado el caso- de la digna altivez del suicidio. Hagámoslos supervivientes mestizos, dispuestos a encarar sin complejos el mundo nuevo y mejorarlo; pero no los embauquemos con demagogias baratas y cuentos de Walt Disney. Ya es hora de que en los colegios, en los hogares, en la vida, hablemos a nuestros hijos mirándolos a los ojos. 

martes, 8 de septiembre de 2015

Rivera se 'estrena' en Madrid: sus 18 medidas para seducir a la sociedad civil de la capital

Albert Rivera ayer en el Club Siglo XXI de Madrid.
Albert Rivera ayer en el Club Siglo XXI de Madrid. - Foto EFE
El candidato de Ciudadanos a las generales desgrana su proyecto nacional ante jueces, empresarios, periodistas y actores sociales en el simbólico Club Siglo XXI. Abre la puerta a trasladar instituciones a otras ciudades y a acabar con los conciertos económicos del País Vasco y Navarra. Se compromete a exigir la despolitización del CGPJ, el TC y la Fiscalía a cualquier presidenciable que reclame su apoyo.
Ochenta minutos de intervención, alrededor de 300 asistentes entre periodistas, simpatizantes y representantes de la sociedad civil madrileña y un escenario de lo más simbólico como atrezo: el Club Siglo XXI. Albert Rivera tuvo ayer su bautismo de fuego en la capital de España, donde desarrollará su carrera política a partir de ahora, al protagonizar un almuerzo-coloquio en el inmejorable escaparate que en su momento sirvió de trampolín a Aznar. Rivera evaluó de cabo a rabo la realidad sociopolítica del país y expuso el programa con el que saldrá “a ganar” las generales. Un compendio de su ideario que puede resumirse en 18 frases:
1. Acabar con el partidismo, no solo con el bipartidismo. “España necesita otra vez gente que haga más por su país que por su partido, y Suárez fue un ejemplo y ustedes lo saben y en este Club lo han vivido; Suárez hizo más por España que por su partido y yo, sin aspirar a compararme con el presidente Suárez, quiero colaborar con mi equipo para poder poner por delante España de nuestras siglas”.
2. Contra el populismo, una alternativa y no el discurso del miedo. “Quiero convencer a los españoles de que es mejor un proyecto sensato y viable que no un proyecto populista inviable, pero no lo voy a hacer con miedo, ya dan bastante miedo algunas propuestas que leemos y escuchamos y lo que pasa en Grecia. (…) Algunos ni queremos a Podemos ni queremos conformarnos con lo que vemos. España se merece y puede aspirar a más de lo que tenemos”.
3. Respuesta común a la crisis de los refugiados. “Pedimos un fondo de la Unión Europea para hacer frente a este drama, que es de guerra, de amparo a personas perseguidas que piden no ser masacradas en su guerra”. Sin entrar a valorar cifras o cuotas porque eso “compete a los Estados”.
4. Primarias para todos. La que ya fue una exigencia autonómica será también una aspiración a nivel nacional porque la democracia interna de los partidos es un valor intrínseco en Ciudadanos, aunque “no vamos a arreglar al PP o al PSOE, nosotros queremos arreglar España”.
"Algunos ni queremos a Podemos ni queremos conformarnos con lo que vemos. España puede aspirar a más”, @Albert_RiveraCompartir en Twitter 
5. Tolerancia cero con la corrupción. “No habrá una España unida si no es regenerada políticamente. Se tiene que acabar la impunidad, siempre habrá alguien que meta la mano, lo que no puede haber es impunidad, no queremos un sistema de justicia por el cual entre amiguetes acaben indultados los condenados por corrupción política”. Rivera también insiste en “apartar a los sospechosos de corrupción de la vida pública” y suprimir los aforamientos. 
6. Modelo de estado descentralizado pero no fragmentado. “Si España vuelve a ser un estado autonómico y no un estado fragmentado, sí que es buena idea. Pero se desarrolló [el autonomismo] sin un plan, se deformó la idea original. El estado autonómico reorganizado, aclarando las competencias locales, autonómicas y estatales, su financiación, obviando los debates identitarios, garantizando la igualdad, no es mala idea. El problema no es la descentralización, sino la corrupción, la duplicidad de administraciones, el modelo económico obsoleto que tenemos, gobernar España con quien quiere romper España…”
7. Instituciones y organismos no tienen por qué estar todos en Madrid. “Antes de trasladar Senados hay que reformarlos o cerrarlos, a partir de ahí en un modelo descentralizado de país no se puede descartar nada, a nadie le extraña que la Bolsa alemana esté en Frankfurt, que el motor económico de Italia sea Milán o que Ámsterdam, Rotterdam o La Haya compartan capitalidades económicas, culturas y políticas. El problema es que entendamos que las autonomías son Estado, que Artur Mas entienda que es el máximo representante del Estado en Cataluña. A partir de ahí que el Senado o un ministerio o un organismo determinado se trasladen, ¿por qué no? Si cualquier rincón de España es España”.
8. Un mismo dicurso en toda España. Ciudadanos mantendrá la coherencia discursiva en todas las regiones, así como las mismas exigencias regeneradoras. En este sentido, Rivera niega que se haya hecho la vista gorda con la corrupción en Andalucía, como asegura el PP, y la prueba es que “se ha puesto en marcha la comisión de investigación del caso Aznalcóllar y ha dimitido la directora general de Minas, cosa que era impensable con Arenas en la oposición”. Además, se fueron Chaves y Griñán y no se exige el cese de los otros cinco imputados de la Junta porque “hay que distinguir entre meter la mano y meter la pata”.
9- Despolitización de la Justicia. “Que la mayoría del Poder Judicial la elijan los jueces, no los políticos. Hay que recuperar la separación de poderes con la despolitización también del Tribunal Constitucional y de la Fiscalía General del Estado. Tienen que ser independientes.” Esta será una línea roja de Ciudadanos en cualquier negociación postelectoral: “Lo tengo claro, es una reforma necesaria, de estado”.
10. Periodismo libre. “No hay democracia sin periodismo libre. La crisis ha puesto a periodistas y a medios a los pies de los caballos, dejándoles en muchos casos sin libertad”. Rivera se compromete a impulsar un “modelo de televisión pública independiente” y “prensa concertada [entendiéndose así “la que sanea sus cuentas con dinero público”] libre”.
11. Estudiar la supresión del concierto económico vasco y navarro. “En ningún modelo federal del mundo hay cupos, y menos provinciales, yo espero que algún día tengamos una hacienda común europea y no tiene ningún sentido que haya haciendas provinciales, entiendo que los nacionalistas lo defiendan, lo que no entiendo tanto es que PSOE y PP no se hayan atrevido a poner encima de la mesa ese debate”.
"Espero que algún día tengamos una hacienda común europea y no haya haciendas provinciales", @Albert_RiveraCompartir en Twitter 
12. Mejorar las condiciones de los autónomos. “La cuota de autónomos solo se pagará por encima del Salario Mínimo Interprofesional. Además, el autónomo no tiene que pagar un fijo, sino en función de los ingresos. El modelo se asemeja a Reino Unido, Alemania, Francia… tenemos la cuota de autónomos más alta de Europa, prácticamente. Ahora tienen lo peor de ser empresarios y lo peor de ser trabajadores”.
13. Modernizar la ley de financiación autonómica. “Proponemos una caja común, un fondo de cohesión territorial y social, es decir, lo mismo que hace Europa, donde se garantice sanidad, educación, políticas sociales y justicia. Que las comunidades sean responsables en los ingresos en parte, en los gastos en parte. El modelo actual tiene cuatro fondos y eso que alimenta el victimismo y la opacidad”.
14. Reforma de la administración. Hay que plantearse “qué es productivo y qué es improductivo. Sobra estructura política y falta músculo. Hay que quitarse la grasa improductiva que no genera riqueza ni bienestar al ciudadano -como las diputaciones- y poner el dinero en lo que es productivo, en jueces y profesores. No podemos mantener una estructura tan amplia, proponemos también fusionar los servicios municipales. Impulsaremos una bajada del IRPF de 7.800 millones de euros que se compensará con la supresión de entes como las diputaciones y otros comarcales. Eso ahorraría 10.000 millones de euros. Rajoy no lo ha hecho para no enfrentarse a sus compañeros de partido”.
15. Reivindicación del centro político. “Un Gobierno tiene que tener ideas, nosotros nos definimos en Europa, Ciudadanos está en el Partido Demócrata Liberal, que defiende una economía de mercado y una sociedad de bienestar, no en el conservador ni en el socialista, en el centro. Y ese partido gobierna siete países, más que los socialistas (…). Constitución, bienestar, mercado y Europa son nuestro futuro. Hay que reformar y reforzar esos pilares, no destruirlos”.
16. Monarquía parlamentaria. “El debate sobre la forma de Estado fue bien solventado con la Monarquía parlamentaria, mientras los reyes no se equivoquen no es un sistema malo. De momento Felipe VI no es el problema de España, está haciendo las cosas razonablemente bien, sabe que la sociedad no toleró ciertos comportamientos. En la Jefatura de Estado, republicana y monárquica, lo que tienen que ser es austeros, transparentes y decentes. A partir de ahí, el debate es legítimo pero ahora no lo veo clave”.
17. Pacto educativo. “La educación es la palanca de cambio de cualquier sociedad, proponemos un pacto nacional por la educación, que se mantenga en el tiempo, donde los valores civiles se enseñen en las aulas”.
18. Apuesta por la sociedad civil. “Ciudadanos nació en la sociedad civil, una democracia no está completa sin una sociedad civil libre, los tentáculos de la política hay que cortarlos del poder judicial, de los medios de comunicación, que el poder político se dedique al ejecutivo y al legislativo, que no es poco. Hasta ahora la han adormecido, controlado, también con las subvenciones”.
Fuente: http://sabemosdigital.com/hoy/3247-rivera-se-estrena-en-madrid-sus-18-medidas-para-seducir-a-la-sociedad-civil-de-la-capital