Juan J. Molina

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martes, 30 de octubre de 2012

La independencia de Cataluña, que gran negocio, para España. Por Juan J. Molina


 Económicamente la independencia de Cataluña o Euskadi será un mal negocio a nivel macro económico,  pues todos perderemos peso a nivel internacional, pero de puertas para adentro la jugada puede ser muy beneficiosa para España.


Yo no sé si los catalanes se merecen gobernantes como los que tienen, probablemente sí, porque los votaron ellos. Por “Mas” que lo pienso no encuentro “Más” que ventajas económicas a esto de la independencia de Cataluña. Ya está siendo ventajoso  y eso que ahora es solo una maqueta del anteproyecto de la ocurrencia, pero ya se sabe, el dinero es la cosa más cobarde que te puedas echar a la cara y a estas alturas de la representación, cuando todavía no se han vendido las entradas del espectáculo,  ya estamos ganando tejido empresarial y puestos de trabajo en España. Las deslocalizaciones pre-independencia  están sirviendo para que (sobre todo multinacionales) empiecen a mudar los muebles a otras regiones y no porque les guste más el clima, sino por la sencilla razón de que un mercado de cuarenta  millones es más rentable que uno de siete y medio. Si entre el año 2003 y el 2007 la deslocalización de multinacionales en Cataluña supuso el 50% de todas las que hubo en España, esta ocurrencia de Mas va a ser la puntilla de la desindustrialización catalana. Algo pillaremos.
A este escenario pre- independencia se le uniría la pérdida de mercado español que ya se está dando ahora, como deberían saber los nacionalistas, apelar a los sentimientos identitarios es un arma de doble filo, sentimientos identitarios los tenemos todos y los españoles ya empezamos a estar cansados de esta cantinela. Los siguientes en relocalizarnos vamos a ser los  consumidores de productos de empresas con sede en Cataluña, eso supondrá otro punto de beneficio para España, necesitaremos buscar proveedores de servicios como energía (mi proveedor es Gas Natural con sede en Barcelona)  y nuevos distribuidores de infinidad de productos,  de cuya procedencia  no nos preocupábamos,  pero que ahora tendremos que empezar a tener en cuenta.
Otro aspecto es el europeo, existe el derecho a veto unilateral, lo que supone que un país puede vetar la entrada de un aspirante por los motivos que considere oportunos, y nosotros tenemos un motivo, podremos vender a nuestros socios europeo muchos de los productos que Cataluña ya no podrá vender por estar fuera de la unión. Económicamente la independencia de Cataluña o Euskadi será un mal negocio a nivel macroeconómico,  pues todos perderemos peso a nivel internacional, pero de puertas para adentro la jugada puede ser muy beneficiosa para España.
Ya he dicho en otras ocasiones que la mejor forma de atajar un problema nacionalista, al menos el que tenemos aquí, es darles lo que piden. ¿Quieren un referéndum? No hay problema y la pregunta muy sencilla, que luego pasa lo que pasa, independencia si, independencia no y punto. Después que cada cual arrime el ascua a su sardina, que al fin y al cabo, la pela es la pela.

domingo, 28 de octubre de 2012

EL ERROR SOCIALDEMÓCRATA, POR Juan J. Molina

“… la labor del gobierno se debe ceñir a utilizar el dinero que proviene de los impuestos generados por el sector privado para dar cobertura a los ciudadanos que más lo necesiten…”
El gran error de la socialdemocracia, que por cierto comparten tanto derecha como izquierda pues sus políticas se diferencian muy poco, estriba en uso equivocado de la riqueza que los gobiernos recaudan a través de los impuestos. En vez de usar el dinero tan solo para proporcionar a los ciudadanos los derechos básicos a los que todos deberíamos tener acceso, por el simple hecho de ser ciudadanos y miembros de la sociedad, lo utilizan además de para esto, para adulterar el propio sistema capitalista, actúan como un árbitro que para ayudar a los equipos más débiles pitara a favor de ellos como compensación, lo que no han entendido es que intentando favorecer a unos perjudican a otros y finalmente, toda la competición queda adulterada.
El sistema de creación destructiva del capitalismo es un hábitat donde el reciclaje es continuo, constantemente se está creando y destruyendo tejido productivo, pero de una forma natural. Los más competitivos, audaces, creativos, etc. Desbancan a los que se quedan obsoletos o no son capaces de adaptarse a los cambios. En el momento que una fuerza externa, en este caso un gobierno inyecta capital para salvar a los perdedores el sistema comienza a ser adulterado, y con ello, comienza a funcionar mal. Ya no rige la regla natural de los mejores ganan, ahora hay una variante externa que permite que los que deberían caer y ser reciclados, se mantengan de manera artificial obstaculizando la evolución natural del mercado y discriminando a los que más se han esforzado por mejorar,  que ven como tienen que competir con equipos a los que el árbitro les favorece.
Este tipo de economía mixta, propia de la ideología socialdemócrata que como he dicho antes comparten tanto socialistas como conservadores, solo sirve para poner palos en la rueda  del sistema de libre mercado.  La economía necesita muy pocas reglas, sencillas y claras. Reglas antimonopolio, normas de calidad y un marco de seguridad e higiene para los trabajadores a partir del cual acordar libremente los contratos laborales. A partir de ahí, la labor del gobierno se debe ceñir a utilizar el dinero que proviene de los impuestos generados por el sector privado para dar cobertura a los ciudadanos que más lo necesiten, para mantener el orden y la ley y para crear las infraestructuras necesarias para el desarrollo social y económico del país.
Las coberturas básicas que un ciudadano necesita son la salud, la educación, un techo y la manutención (comida y ropa). Socorrer a los ciudadanos que no puedan alcanzar por si mismo esos mínimos es la tarea más importante que un gobierno tiene. Existen diferentes maneras de hacerlo. En mi libro “El estado a la carta” que próximamente sale publicado propongo algunas maneras de hacerlo, como el Crédito de subsistencia rembolsable que sustituiría al subsidio de paro que tenemos ahora. Al haber un mínimo al que tienen derecho aquellos ciudadanos emancipados que no tengan ingresos, la cuantía del salario mínimo se equilibra por si sola, ya que nadie trabajará por una cantidad inferior a ese mínimo, ni tampoco los empresarios ofrecerán sumas inferiores. En mi libro explico con más detenimiento como se rembolsa (en parte) dicho crédito, quiénes pagan el crédito y cómo se usa (ya que no se trata de dinero físico). Al poner en circulación un capital que tiene que ser gastado mes a mes, puesto que no es acumulativo, no solo se palían los problemas de subsistencia de los ciudadanos excluidos del sistema, sino que la economía se retroalimenta y engrasa produciendo riqueza de la que el estado y finalmente, los ciudadanos, se benefician.


sábado, 27 de octubre de 2012

PSOE: LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE SER “NA”, por Juan J. Molina


" Es imposible llegar a ser más leve que la fina capa de tópicos inconsistentes en los que se ha convertido el pensamiento socialista."



No me gustaría estar en la piel de los socialistas españoles, en realidad en la de ningún socialista, debe ser muy difícil mantener el tipo cuando todos los cimientos sobre los que has construido tu discurso político se tambalean,  amenazando con desmoronarse como un castillo de naipes.
Antaño anticapitalistas y hoy navegando como pueden en un mar de capitales y libres mercados del que no entienden ni el nombre de los vientos. Me pregunto si se habrán enterado de que el socialismo, como ideología, tal y como lo parieron sus creadores es hoy un zombi hambriento de impuestos y de ricos a los que desplumar. ¿Qué queda de un socialismo colectivista que donde se ha probado ha dejado un desierto de pobreza y ruina? Queda confusión en las filas, balbuceos sobre distribución de riquezas, alcanforadas luchas de clase, líderes irresponsables y mucho ruido, ruido de derechos perdidos, ruido de más estado disfrazado de servicios públicos, ruido de referéndums contra gobiernos elegidos democráticamente, nos gusten más o nos gusten menos.
Después de los últimos varapalos electorales el partido socialista obrero español es un hormiguero desquiciado. Es imposible llegar a ser más leve que la fina capa de tópicos inconsistentes en los que se ha convertido el pensamiento socialista. No son socialistas porque no se atreven a abdicar sin miedo del capitalismo, entre otras cosas, porque saben que fuera de él no hay nada excepto desolación. Llevan años coqueteando con el nacionalismo vasco y catalán atravesando una franja de tierra de nadie, un territorio entre el quiero y no puedo, intentando caerle bien a todos, cosa imposible, al final los que nunca les votarían se aprovechan y los que les votan se desquician con tanta bebería indolente y confusa. Federalismo asimétrico, socialistas catalanes amagando con separase, lendakaris pro abertzales, todo un despropósito continuado. Todavía continúan con cantinelas de memorias históricas de una guerra civil que perdieron hace más de 70 años, abuelos fusilados, desagravios, homenajes, etc. Hubo una guerra, si. La ganó Franco y puso en marcha una dictadura, si. Pero la guerra acabó en el año 40 del siglo XX y hoy estamos en el siglo XXI, por si alguno no se ha enterado todavía.
El último salvavidas al que se aferran es al manoseado estado del bienestar, cuyo primer precursor no fue precisamente un  socialista, sino el canciller alemán Otto Von Bismark a finales del siglo XIX, quien implantó en Alemania la primera legislación con carácter social y que suponía la primera vez que se daba protección para los trabajadores con un seguro sanitario, un seguro de accidentes y una pensión en caso de incapacidad o jubilación. No está mal coger esa bandera pero apoderarse de su autoría es un poco osado. Si eso fue posible era porque había una economía productiva, con todas las problemáticas y abusos propios de la época, pero una economía de libre mercado donde la iniciativa privada llevaba el peso y la iniciativa.
No merece perder más tiempo con una ideología fallida, hoy por hoy, fuera de la libertad y del capitalismo solo queda un páramo desolado y frío. Deberíamos empezar a tirar pesos muertos  por la borda y aplicarnos en mejorar un sistema capitalista que puede y debe ser solidario. Solo un sistema capaz de crear riqueza, como el capitalismo, puede permitirse el acto de justicia de ayudar a los ciudadanos que no puedan conseguir por sus propios medios los mínimos necesarios para llevar a cabo un proyecto de vida digno. Un socialismo enfocado a redistribuir la riqueza pero incapaz de crearla es proyecto destinado al fracaso, fracaso que hemos podido comprobar cada vez que se ha puesto en práctica.
Lo más parecido a una redistribución de la riqueza basada en principios de solidaridad, pero sostenida por un sistema de libre mercado y libertad individual, es el liberalismo social o solidario. Ese es el camino por el deberíamos dirigir nuestros pasos en pos de conseguir una sociedad más equitativa y libre. Lo demás, marxismo, socialismo, socialdemocracia, derecha, izquierda, anarquismo, etc.  Se han revelado como vanidades a los que les viene que ni pintado la máxima del Eclesiastés:
” Entonces miré cuanto habían hecho mis manos y todos los afanes que al hacerlo tuve, y vi que todo era vanidad y apacentarse de viento y que no hay provecho alguno debajo del sol.”

viernes, 26 de octubre de 2012

La desaparición del socialismo, por Ignacio de la Torre





Herodoto, en sus “Historias” cuenta que los persas educaban a sus hijos en dos máximas: primera, nunca mentir; segunda, nunca incurrir en deudas, porque el que lo hace, acaba mintiendo.
El razonamiento económico y sociológico que subyace a la progresiva desaparición del socialismo en Occidente es profundo pero inexorable y está muy ligado a las máximas arriba expuestas de Herodoto.  Los postulados socialistas se basan desde mi óptica en el triple concepto de un incremento del peso del sector público como porcentaje del PIB, una elevada intervención del poder público en la regulación sobre cómo los individuos deben interactuar, bajo la falsa premisa de que el gobernante es más inteligente que el gobernado, y la financiación de dicha acción política con endeudamiento público.  Que conste que con esta opinión personalísima no me refiero sólo a la política del Partido Socialista Obrero Español y sus congéneres occidentales.  Gestiones como la desempeñada por Camps en Valencia, por Ruiz-Gallardón en Madrid o por el PP con muchas de “sus” cajas de ahorro se acercan mucho a dichos postulados. 
El loable objetivo del socialismo, una reducción de las desigualdades(si esta reducción se consigue “hacia arriba”, no “hacia abajo”, como en Cuba), está detrás de dicho pensamiento.  El milagro económico europeo, en los años 50 y 60, basado en enormes incrementos de productividad por hora trabajada, permitió financiar el estado social que habría de actuar como supuesto motor de reducción de las desigualdades.  A medida que las productividades se fueron reduciendo, consecuencia lógica de la utilidad marginal decreciente y del aumento intervencionismo, fue preciso acudir a los mercados de deuda, cada vez en mayor cantidad, para sostener el gasto social.  Así se rompió el segundo precepto de Herodoto, y de él se derivó el primero. 
De esta forma, se cumple una lógica política cargada de una absoluta inmoralidad: con el argumento de proteger “al débil”, se captan votos mediante emisiones de deuda, dejando el pago de ésta a los que en realidad son los más débiles y desfavorecidos: los niños que no tienen capacidad de voto, que son los que afrontarán el pago futuro de dicha deuda.  De esta forma, se confabula deuda y mentira.  Una vez la deuda alcanza niveles cercanos al  distress (superiores al 80% de PIB) y que el crecimiento económico estructural se sigue reduciendo a medida que el peso de la deuda y del Estado ahogan la iniciativa privada, la deuda y la demagogia dejan de funcionar.  Se alcanza así el final de dicha acción política. 
Estamos asistiendo estos días a su funeral.
Si alguno opina que el fin justificase los medios (yo no, y a propósito, el que encuentre dicha máxima en “El Príncipe” de Maquiavelo que me escriba) se podría argumentar en defensa del socialismo que, si consigue su objetivo mediante tan discutibles fines, pues entonces tendría una justificación.  Sin embargo, los datos apoyan lo contrario: desde 2004 la desigualdad ha aumentado en España más que en ningún otro país europeo, como se puede ver analizando coeficientes de desigualdad (GINI, datos de Eurostat).
Hace tiempo escribí cómo la lógica marxista, de que un cambio en la infraestructura acabaría produciendo un cambio en la superestructura, podría conllevar la paradoja de que el enriquecimiento de la clase media china desembocaría, por lo tanto, en el final del Partido Comunista Chino.  La hipocresía acaba inexorablemente consumiendo y fagocitando a sus actores.  A pesar de su “comunismo”, China es hoy el país con una de las mayores desigualdades del mundo: el 10% más rico de la población controla el 85% de la riqueza.
El comunismo fue desenmascarado y vencido ideológicamente precisamente por ex comunistas, como Koestler (“El cero y el infinito”), o por ex integrantes del ejército rojo, como Grossman (“Vida y Destino”), o Solzhenitsyn (“Archipiélago Gulag”).  Hoy son los mercados de bonos los que desarman ideológica y financieramente al binomio deuda-demagogia.
Quizás también en otra paradoja pueda residir la salvación del socialismo: en el propio capitalismo. Las únicas fórmulas para lograr los fines socialistas han de ser capitalistas: fomentar el emprendimiento como fuente última de la riqueza de una nación, generar productividad mediante un sistema educativo serio, reducir la intervención del poder público, para así generar productividad e ingresos que puedan costear un sistema social abarcable, limpiar la banca de activos tóxicos para asegurar que puede volver a prestar a Pymes exitosas, promover el microcrédito para erradicar la pobreza creando mini negocios y facilitar el acceso de las Pymes al mercado de capitales para de esta forma generar empleo (algo que han hecho muy bien los alemanes). 
Las llamadas “finanzas de impacto social” pueden ser el mejor aliado de esta revolución capitalista al servicio del noble ideal socialista. Por ejemplo, la banca ética, desarrollada en el norte de Europa (que tiene su origen precisamente en las cajas de ahorro, que en su concepción tenían una base ética y de desarrollo social impagable).  Dicha banca ética presenta una doble vertiente, bancos eco-sociales (donde se publica el destino de cada crédito y su impacto social previsible), como GSL, o la banca sin interés con impacto social (como JAK en Suecia y en Dinamarca).  También los microcréditos para financiar mini-negocios, sobre todo entre mujeres, (Grameen), que están detrás de la erradicación de la pobreza en amplias zonas del mundo como hemos escrito en el pasado. 
El socialismo, tal y como se ha entendido hasta hoy, está muriendo.  Está muriendo porque ha incumplido sistemáticamente los dos preceptos que Herodoto subrayaba en una buena educación persa.  El único remedio es su rearme ideológico basándose en el capitalismo y las finanzas de impacto social.  Sólo una nueva generación de micro emprendedores puede contribuir a crear la riqueza necesaria para sostener el estado social y para reducir las desigualdades “hacia arriba”. 
Por lo tanto, el mejor consejo que se puede dar a un amigo socialista de cualquier partido político es una lectura renovada de “La riqueza de las naciones” de Adam Smith.

¡Que Amancio Ortega no destroce lo que Lucía Etxebarria dice soñar!, Escrito por Luis I. Gómez





Don Amancio Ortega, por medio de la Fundación que lleva su nombre, decide donar a una institución de caridad privada (Cáritas) 20 millones de euros para cubrir necesidades en alimentación, fármacos, servicios de vivienda y material escolar. ¿Aplausos? No. Esto:
o esto otro:
dos falacias ejemplares elevadas a principio moral válido para todos, utilizadas como arma arrojadiza contra quien pudiendo retener decide dar pero comete el gravísimo error de hacerlo sin contar con la bendición legitimadora de los de los expendedores de certificados social-democrático-justo-solidarios. En castellano: de los envidiosos mayoritarios. Mientras el señor Ortega nos da una loable muestra de madurez personal, los aperroflautadores nos regalan lo mejor de su adolescente estupidez.
“La caridad no es justicia. De hecho, la caridad solo puede existir en ausencia de la justicia”
El atractivo de estas ideas socialistas se basa en su profunda radicación en un principio materialista del que la mayoría de los humanos no se independizan jamás: el deseo por una justicia distributiva capaz de eliminar o suavizar el origen de la desigualdad. La envidia nace de la observación de aquellos que –eso nos parece- viven mejor que nosotros, son más felices que nosotros, tienen más cosas que nosotros. Se nos antoja que eso no es “justo” y aplaudimos cualquier medida encaminada a paliar semejante latrocinio.  Quien se esfuerza no sólo en hacerse mayor, sino en madurar, abandona poco a poco el egoísmo infantil, digiere del altruismo juvenil y termina expresando su voluntad con hechos voluntarios, personales, característicos. El hombre maduro es un hombre adulto, capaz de configurar activamente sus propias dependencias e interdependencias sociales, que accede voluntariamente a compromisos, cierra y cumple contratos, asume su responsabilidad por lo que hace y deja de hacer y convierte voluntariamente el bienestar propio y de los demás en la meta de sus acciones. Después de todo, nadie es feliz en un mundo de infelices.
Los aperroflautadores, sin embargo, no quieren hombres adultos. El placer de dominar a quienes se dejan, la convicción infantil de estar en posesión de la verdad, el mesianismo utópico de quien no ha dejado de ser joven activista asambleario les impide aceptar la madurez del otro. Les obliga a educar en la inmadurez de la dependencia y enseñar los horrores del desarrollo de un criterio propio: pensar diferente pude llevarnos a actuar diferente y lograr diferentes, mejores objetivos. ¡Injusticia! ¡Desigualdad!
Según ellos, la mayoría de la gente necesita protección, para lo que se crean leyes que ayudan en la consecución de una mayor “emancipación” que –tal y como vemos- nunca llega. Es la zanahoria en el palo: sigue mis leyes y serás más libre, serás más justo. Pero cuantas más leyes, menos libertad, menos emancipación, más dependencia…. perfecto para reanudar el camino de la reforma: los progres siempre están de reforma, de cambio, de “podemos”, de … progreso.
Pero no hay progreso, no hay más justicia, porque no permiten que los “protegidos” se conviertan en maduros emancipados. Y cuando uno –Ortega en este caso – actúa en público como tal, la reacción ha de ser democráticamente (es decir, mayoritariamente legitimada) de repudio:
el bien, si realizado fuera de los parámetros de protección que os hemos enseñado, no es bien. 
Es la envidia: no pueden soportar que lo justo sea precisamente que cada uno tenga en función de lo que es y de sus méritos. El mérito, dicen, genera desigualdad, injusticia. El mérito y el esfuerzo hacen que quien trabaja duramente disfrute de aquello con lo que sueña el que no quiere trabajar. El mérito y el esfuerzo terminan llevándonos a la madurez desde la que, conscientes de las carencias de otros, ejercemos voluntariamente nuestro derecho a DAR.
No me cabe la menor duda: los aperroflautadores y los perroflautas no pueden entender que alguien sea generoso de forma voluntaria porque ellos NO LO SON.
No pueden entender que para ser solidario no basta con usurpar la palabra SOLIDARIDAD y esconderla en los formularios sobre la mesa de un burócrata anónimo, quien ayudado por el aparato de violencia estatal, se asegura de que todos los educados en la inmadurez sean generosos con quienes han sido educados en la dependencia.
Gracias Don Amancio.

jueves, 25 de octubre de 2012

Reseña: ¿Cómo China se volvió capitalista? por Alberto Mingardi




Un nuevo libro de Ronald Coase, de 101 años, es algo importante por sí solo. El Sr. Coase, que se ganó el Premio Nobel de Economía en 1991, revolucionó la economía poniendo en duda la sabiduría convencional acerca de la naturaleza de las empresas y de cómo los tal llamados bienes públicos pueden ser provistos. Una de sus principales contribuciones es el concepto de los “costos de transacción”, que son los costos que los individuos incurren al hacer un intercambio económico. En un marcado contraste con la gran mayoría de los economistas contemporáneos, el Sr. Coase no eligió el método de elaborar modelos complicados, ni tampoco encontraba placer en calcular números. En cambio, el Sr. Coase quería ser una académico de la realidad. Consistentemente estudió los mercados por lo que son, en lugar de lo que podrían ser. En este sentido, él tal vez es el más distinguido discípulo de Adam Smith.
El Sr. Coase no estuvo entre los economistas más prolíficos del siglo XX —pero seguramente estuvo entre los más influyentes. Su nuevo libro, co-escrito con Ning Wang, profesor asistente en Arizona State University, investiga el despertar capitalista de la economía china. Para comprender Cómo China se convirtió capitalista (How China Became Capitalist), el Sr. Coase y el Sr. Wang analizan de cerca la mente china. Los autores sostienen que “China siempre ha sido una tierra de comercio y del emprendimiento privado” pero adoptó las instituciones de una economía moderna y capitalista solamente “un siglo y medio después de dudar de sí misma y de negarse así misma”.
El Sr. Coase y el Sr. Wang enfatizan cómo el cambio institucional no es simplemente el resultado de la interacción de distintos intereses. Un relato común acerca de las reformas pro-mercado en la China de Deng presenta una clase gobernante buscando sobrevivir desesperadamente, incluso aceptando el precio de diluir su ideología. Aquellos que suscriben este relato argumentan que tal desliz hacia el pragmatismo es mejor personificado por Deng Xiaoping, quien citaba un antiguo dicho de Sichuan: “No importa si un gato es negro o blanco, siempre y cuando atrape ratones”.
En este intento serio de comprender cómo las instituciones de mercado están saliendo adelante en China se encuentran los datos contundentes de la geografía y la demografía. “La centralización si existió alguna vez en la China de Mao, pero solo brevemente”. No obstante, el gobierno central nunca pudo realmente lidiar con el tamaño del país, la amplia variación en la cultura y las costumbres, más la dificultad de procesar la información a la velocidad requerida. De cierta forma, el socialismo chino desde hace mucho ha estado luchando con el hecho de que, como señaló Mao, el territorio era tan grande y la población tan abundante que China no podía “seguir el ejemplo de la Unión Soviética de concentrar todo en las manos de las autoridades centrales”.
Durante los ochentas, la economía china fue transformada por “cuatro fuerzas marginales: los cultivos privados, las empresas de los municipios y las aldeas, el emprendimiento individual y las zonas económicas especiales”. Estas jugaron un rol esencial en la apertura de China a la economía global. Shenzen, en la esquina sureste de la provincia de Guangdong, era una ciudad pobre antes de convertirse en la frontera de la integración económica de China. “China probablemente hubiese continuado en el camino destinado al socialismo si no fuese por las revoluciones marginales que reintrodujeron el emprendimiento privado en la economía”.
El cambio fue tanto institucional como cultural. Por el lado institucional, la propiedad privadafue reinstituida. Por el lado cultural, el discurso político en China redescubrió la importancia del ahorro, de la auto-dependencia y de la experimentación. El emprendimiento requiere que se asuman riesgos. El futuro es incierto, por lo tanto, el emprendedor apuesta en base a sus previsiones e intuiciones.
No sería sincero contrastar las “revoluciones marginales” de China con el tipo de “terapia de shock” que derivó en una transición exitosa del comunismo al mercado en lugares como Polonia y la República Checa. Sin embargo, estas “revoluciones marginales” chinas ciertamente no fueron menos dramáticas que la “terapia de shock” en Europa Oriental. Considere la apertura de la bolsa de valores en Shanghai en 1990. Uno de los economistas más importantes del siglo XX, Ludwig von Mises, indicó que no puede haber una genuina propiedad privada del capital sin una bolsa de valores y “no puede haber socialismo si se permite que exista tal mercado”.
Los autores no asumen que China se ha convertido en una democracia liberal, ni tampoco creen, de manera ingenua, que su economía puede ser considerada una economía verdaderamente libre. Ellos reconocen la naturaleza oligárquica de la política china y señalan a un todavía deprimido y censurado “mercado de ideas” como una tragedia en sí misma y como un obstáculo para el desarrollo en el futuro.
Como indican los autores, esto es un trabajo en progreso. “El capitalismo con características chinas es muy similar al tráfico en las ciudades chinas, caótico e intimidante para muchos turistas occidentales. Pero las carreteras chinas transportan más productos y pasajeros que aquellas en cualquier otro país”. Como era de esperarse, China se ha convertido en un punto focal del debate en las elecciones presidenciales y este libro, con su énfasis en los mercados y en la historia, se vuelve de gran importancia.
Este artículo fue publicado originalmente en The Washington Times (EE.UU.) el 11 de octubre de 2012.

sábado, 20 de octubre de 2012

LOS SINDICATOS Y SU “DEMOCRACIA” PERROFLAUTICA, por Juan J. Molina


"En las democracias, como en la vida, hay un tiempo para todo y esos tiempos hay que respetarlos, de lo contrario, se rompe la baraja y aquí no juega nadie."




No se cansan de fracasar. Esta es la segunda huelga general en menos de un  año y viendo el fracaso de la primera siguen sin desaliento, ahora se han juntado con sus colegas de Portugal y posiblemente se sumarán otros países, según comentan los líderes sindicales.
Una huelga para cambiar las condiciones de trabajo en una empresa, para protestar abusos de empresariales, para mejorar las condiciones laborales y la flexibilidad en los horarios, para conseguir mejoras en la concertación de la vida laboral y familiar, mejoras salariales, etc. son protestas  comprensibles, se podrá estar más o menos de acuerdo con ellas pero tienen un sentido lógico y lo más importante, son derechos democráticos que nos hemos dado.
Pero una huelga con la intención de presionar a un gobierno elegido democráticamente en las urnas, no tiene una justificación tan clara en términos democráticos. La exigencia de los sindicalistas en la próxima huelga es que el gobierno no solo cambie de política, si no que someta a referéndum su programa de gobierno y en caso de perder, lógicamente, el paso siguiente sería la de dimitir y convocar elecciones. Carecería de sentido que un gobierno que no tiene el respaldo de su pueblo para llevar a cabo su política, continuara en el poder.
Las dudas sobre la legitimidad de estos objetivos son muchas y grandes. ¿Cuanta gente  tiene que secundar  una huelga para considerar que el gobierno tiene que someter a referéndum su política? ¿Dónde está escrita esa regla? ¿Para qué sirven unas elecciones libres si luego la oposición las invalida desde las calles? ¿Quién tiene la responsabilidad de gobernar un país democrático, el gobierno salido de las urnas o las organizaciones sindicales y sociales que no se han presentado a las elecciones? Si estas organizaciones creen tener tanta legitimidad ¿por qué no se presentan a las elecciones? Al fin y al cabo, sus pretensiones son las de imponer sus tesis políticas, pero no desde la legitimidad democrática, sino desde la coacción callejera a base de movilizaciones.
En el caso de España la situación es muy clara, ha ganado un partido de derechas y la izquierda, de la que forman parte los sindicatos y las organizaciones sociales que apoyan estas movilizaciones, no va a permitir que se lleven a cabo unas medidas opuestas a su ideología. En otras palabras, la izquierda no acata civilizadamente los resultados de las últimas elecciones democráticas. Los golpes de estado contra las democracias se pueden perpetrar desde los cuarteles o desde las calles, pero el resultado es el mismo, alguien que no tiene el poder lo consigue por medios no democráticos incluyendo la violencia. Da igual que venga desde la izquierda o la derecha, por la propiedad conmutativa, el orden de los factores no altera el producto.
Todo este perverso juego de deslegitimaciones, coacciones, rebeldías, violencia, etc. Del que somos testigos en los últimos tiempos no hace mas que socavar nuestra democracia, desvirtuar los principios por los que creímos que era mejor decidir quién debía ostentar el poder durante un periodo de tiempo,  mediante los votos mejor que mediante los tiros y los navajazos, pero algunos tienen incontinencia de gobierno, no son capaces de esperar su turno y convencer al pueblo para que les legitime en las urnas y ser ellos quienes decidan, durante cuatro años, las políticas que se van a hacer.
Conmigo, desde luego que no cuenten. Soy liberal y respeto las decisiones democráticas, no voté a este gobierno ni tampoco al anterior. No pedí que se obligara a dimitir al presidente socialista, por muy mal que lo hiciera  y tampoco pediré, ni colaborare, para forzar la dimisión del actual presidente de gobierno. En las democracias, como en la vida, hay un tiempo para todo y esos tiempos hay que respetarlos, de lo contrario, se rompe la baraja y aquí no juega nadie.

viernes, 19 de octubre de 2012

Carlos A. Montaner - ¿Por qué fracasarán las reformas de Raúl Castro?


Carlos Alberto Montaner



Raúl Castro. 

Comencemos por una definición sencilla de "fracaso". Ya llegaremos a las reformas de Raúl.
Podemos calificar como fracaso a la obtención de unos resultados muy diferentes y notablemente inferiores a los objetivos originalmente procurados en cualquier acción que emprendemos.
De alguna manera, ésa es la historia de la revolución cubana: una creciente sucesión de fracasos magnificados por el desproporcionado tamaño de los objetivos que sus gestores se habían propuesto, pero invariablemente ocultados bajo una montaña de sofismas.
¿Cuáles eran los no siempre revelados objetivos de Fidel Castro y de su pequeño grupo de seguidores e íntimos cómplices el 1 de enero de 1959?
Entendámoslo: aunque eran comunistas, el propósito final de Fidel, Raúl y el Che no era transformar a Cuba en un satélite de Moscú. Ése sólo era el medio para lograr al menos tres grandes objetivos:
  • Convertir a Cuba en un país próspero, industrializado y desarrollado. Pensaban hacerlo de una manera fulminante, como anunció el Che en Punta del Este en 1961, cuando aseguró que en una década superarían a Estados Unidos.
  • Situar a la Isla en el centro de la lucha antinorteamericana y anticapitalista, ungiendo a Fidel Castro como el líder de esa batalla en el Tercer Mundo. Ese es el sentido mesiánico de la carta del Comandante a Celia Sánchez del verano del 58, en la que declara que su destino es luchar contra Estados Unidos.
  • Participar en el triunfo contra Washington y contra el capitalismo, dándole a Cuba y a su líder un relevante papel internacional. Esta visión se la explicará Fidel Castro al historiador venezolano Guillermo Morón quien lo visita en La Habana en 1979, tras el triunfo del sandinismo, el fortalecimiento de los No Alineados, ahora danzando bajo la batuta de la URSS, y los éxitos en África de las tropas cubanas en Angola y Etiopía. Fidel, pletórico de certezas, le asegura que en una década el Caribe sería el mare nostrum cubano y él podrá pasearse triunfalmente por Washington.

FRACASO ECONÓMICO

Muy pronto, en la primera mitad de los años sesenta, Fidel Castro y su corte descubrieron que la revolución era incapaz de desarrollar al país. Por eso, entre otras razones, el Che se marcha a pelear a África. La frustración era excesiva.
El primer fracaso evidente fue el económico. Los sesenta fue la década del desbarajuste total, de la inflación y del desabastecimiento, culminada en el desastre de la Zafra de los 10 millones. Tras ese colapso de la etapa guevarista, fundada en los incentivos morales, sobrevino la sovietización administrativa de Cuba, periodo al que llamaron de la "institucionalización de la revolución".
¿Por qué fracasaron en el terreno económico? Hay diversas razones, pero estas cinco son fundamentales:

  • Porque los dirigentes eran una colección de revolucionarios ignorantes y voluntariosos sin la menor experiencia laboral o empresarial. No tenían la más remota idea de cómo se crea la riqueza o cómo se conserva.
  • Porque desbandaron y lanzaron al exilio a la laboriosa clase empresarial cubana, destruyeron el capital acumulado y desordenaron severamente el tejido empresarial forjado a lo largo de siglos de trabajo intenso.
  • Porque era una locura arrancar a Cuba del marco histórico, económico y geopolítico en donde se había forjado el país para uncirlo a un imperio remoto torpemente gobernado por una ideología disparatada.
  • Porque ese cambio de alianzas, en medio de la Guerra Fría, acompañado de un comportamiento político agresivo, significaba un peligroso y costoso enfrentamiento con Estados Unidos.
  • Porque, en suma, el colectivismo suele fracasar donde quiera que se impone, dado que es contrario a la naturaleza humana, como me admitió Aleksander Yakolev la tarde que, en Moscú, le pregunté por qué se había hundido su reforma al comunismo de la URSS durante la época de la perestroika.

    En todo caso, Fidel y su corte, a partir de cobrar conciencia del inocultable fracaso económico, eliminaron los objetivos del desarrollo y la industrialización, refugiándose en supuestos logros sociales: niños nacidos vivos, niveles de escolaridad, acceso a cuidados de salud y triunfos deportivos.
    La batalla por desarrollar a Cuba se trasladaba a una discusión estadística bizantina donde el régimen de los Castro intentaba justificar la dictadura eligiendo arbitrariamente ciertas dudosas informaciones estadísticas (casi todas ellas desmentidas por los estudios de Carmelo Mesa Lago) donde comparaban los "logros de la revolución" con lo que sucede en Holanda o Bélgica.
    Objetivamente, el país se estaba (y está) cayendo a pedazos por la terrible improductividad del sistema y la incapacidad casi asombrosa de sus gerentes, pero se les exige a todos, dentro y fuera de Cuba, que se juzgue a la revolución por el número de analfabetos o por informaciones sanitarias sesgadas, ignorando deliberadamente que, juzgada por esos mismos parámetros, la Cuba prerrevolucionaria hubiera sido catalogada como un país del primer mundo, como puede confirmar cualquiera que se asome al aséptico Atlas Económico publicado por Ginsburg antes del triunfo de la revolución.
    Pero Fidel Castro, inasequible al desaliento revolucionario, dado que no tenía respuestas, cambió las preguntas: a partir de cierto momento, proclamará las virtudes de la frugalidad y el no-consumismo frente al grosero comportamiento de los países capitalistas. A partir de su fracaso, desapareció el desarrollista y compareció el anacoreta.
    El objetivo ya no era enriquecer a los cubanos para que vivieran confortablemente, sino disfrutar de las ventajas morales de la pobreza. A todas éstas, él, que disfrutaba de yates, cotos de caza, y medio centenar de viviendas suntuosas, desmentía con su estilo de vida lo que predica en todas las tribunas, como sucedía con los comandantes históricos Guillermo García o Ramiro Valdés.
    No obstante, el cambio en los objetivos económicos no quiere decir, sin embargo, que cancela los otros objetivos políticos. Por el contrario, los reforzará. Cuba se convertirá en la filosa punta de lanza de la conquista planetaria, proclamando paladinamente su derecho irrestricto a practicar el internacionalismo revolucionario, dado que el deber de cada revolucionario, de acuerdo con la doctrina, es, precisamente, hacer la revolución donde quiera que se necesite.
    Durante treinta años Cuba organiza, adiestra, protege y ayuda de diversas maneras a guerrilleros y terroristas de medio planeta, desde El Chacal hasta las FARC, o utiliza a sus propios soldados en prolongadísimas guerras africanas que comienzan en el Magreb, en los años sesenta, peleando contra Marruecos, y luego siguen en Angola y Etiopía en la siguiénte década. Su última y más audaz hazaña, como contó Jesús Renzolí, el exembajador provisional de Cuba en la URSS que deserta a partir de esos hechos, es colaborar con los golpistas que en la URSS intentan desalojar del poder a Gorbachov. En esa aventura serán aliados del general Nikolai Sergeyevich Leonov, segundo hombre del KGB y viejo amigo de los Castro y del Che Guevara desde los años cincuenta, cuando comenzaron la fascinación y el vínculo castrista con Moscú.

    FRACASO POLÍTICO E IDEOLÓGICO

    La llegada de la perestoika, el derribo del Muro de Berlín y la desaparición de la URSS, del bloque socialista y del marxismo-leninismo como referencia ideológica razonable, hicieron fracasar los objetivos políticos e históricos de la revolución cubana.
    Pero, de la misma manera que en los sesenta, Fidel Castro y su camarilla cambiaron los objetivos económicos, a partir de los noventa, a regañadientes, cambiaron los objetivos políticos e ideológicos para justificar la estancia en el poder del mismo núcleo gobernante.
    Modifican la Constitución de 1976, reclaman el nacionalismo como fuente primigenia de inspiración revolucionaria, buscan su filiación en los mambises y declaran que el objetivo es salvar a la nación cubana de un zarpazo imperial norteamericano. De paso, anacrónica y abusivamente desempolvan a José Martí, un liberal decimonónico que amaba la libertad, y le asignan la responsabilidad ideológica final de una revolución totalitaria.
    Como han desaparecido la URSS y el marxismo leninismo, ya no es posible insistir en la conquista del planeta para implantar la justicia revolucionaria. Ahora la coartada de la revolución será otra: presentarse como víctimas del embargo y del acoso estadounidense, y salvar a la nación cubana de la voracidad imperial de Washington. Según el nuevo discurso revolucionario, solo la unidad tras el líder y el Partido son capaces de preservar a Cuba como una entidad soberana.
    Nadie se pregunta por qué veinte naciones latinoamericanas pueden ejercer su soberanía, e incluso ejercer diversas formas de antiyanquismo, sin necesidad de recurrir a la dictadura unipartidista como forma de organización.
    Por otra parte, inventan una nueva variante económica del comunismo: el Capitalismo Mixto de Estado. El Gobierno se asocia a empresarios extranjeros para explotar la mano de obra cubana en empresas público-privadas.
    Simultáneamente, y dentro del mismo espíritu de Estado-Patrón, pero más cerca del esquema de los negreros de la época esclavista, el Gobierno cubano arrienda grandes cantidades de trabajadores a los países extranjeros que pueden pagarlos. La mayor parte son profesionales de la sanidad, pero hay también entrenadores deportivos y toda clase de especialistas.
    Es el Periodo Especial y todo vale para sostener a la dinastía familiar de los Castro. Incluso, tratan tibiamente de alejarse del colectivismo y convierten las Granjas del Pueblo, verdaderas comunas asombrosamente improductivas, en cooperativas agrícolas. Esto ocurre en 1993 y, naturalmente, fracasa, entre otras razones, como señala el economista Oscar Espinosa Chepe, porque continúan planificando y dirigiendo burocráticamente la producción y el consumo.

    Y EN ESO LLEGÓ HUGO CHÁVEZ

    Esa cháchara neoestalinista perdura hasta la aparición de Hugo Chávez en el panorama. El venezolano llega a Cuba con los bolsillos repletos de petrodólares y el encefalograma ideológico totalmente plano, aunque todavía fértil.
    Fidel, rápidamente, lo esquilma y lo fecunda. Primero, lo libera de las prédicas islamo-fascistas de Norberto Ceresole, un argentino peronista que había convencido al pintoresco bolivariano de las virtudes del modelo libio y de la verdad profunda del Libro Verde atribuido a Gadafi, suma y compendio de la Tercera Teoría Universal, versión renovada y pasada por el desierto de la "tercera posición" propuesta por Juan Domingo Perón varias décadas antes.
    En segundo lugar, dota al Socialismo del Siglo XXI proclamado por Chávez de una visión y de una misión. La visión es muy clara: el eje La Habana-Caracas será el representante de los pueblos oprimidos del planeta. De donde se deduce la misión: sustituir a los traidores soviéticos y luchar contra el imperialismo y el capitalismo hasta la victoria final.
    Los dos personajes, parecidos en la excentricidad y el disparate, coinciden y comienzan a estudiar la unión de ambos países. Como se sienten tan bien uno con el otro, deducen que Cuba y Venezuela pueden integrarse en una misma entidad. Al fin y al cabo, ¿no son ellos la encarnación de sus respectivos países? Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, entonces delfines de Fidel, lo anuncian a media lengua fines del año 2005.
    Estos sueños, en los que no falta una dosis de puerilidad y voluntarismo, se hunden en el verano del 2006. Fidel se enferma gravemente y debe traspasarle la autoridad a su hermano Raúl.
    Raúl hereda el poder y una economía en ruinas. Es más pragmático que su hermano y quiere acelerar los cambios para aumentar la productividad. Probablemente, no comparte la visión mesiánica de Fidel y de Chávez, ni a estas alturas cree en la misión de salvar al planeta de la voracidad del imperialismo, pero esos son los bueyes discursivos con que le ha tocado arar y no se aparta del grandioso guión que su megalomaníaco hermano le ha dejado escrito.
    Se propone, eso sí, rescatar la catastrófica economía que heredó de Fidel. ¿Cómo? Con medidas que parecen sacadas de un plan que, en su momento, lo deslumbró, y luego, públicamente, rechazó: la Perestroika de Gorbachov.
    La Prestroika se fundaba en la renovación de los cuadros del partido con el propósito de atraer a los más jóvenes e idealistas, descentralizar la autoridad y los mecanismos de toma de decisiones, aumentar el perímetro de las actividades económicas privadas, mejorar la gerencia del país con técnicas del mundo capitalista y combatir la corrupción y los privilegios de lanomenklatura.
    En los ochenta, cuando Raúl leyó el libro de Gorbachov titulado Perestroika, quedó convencido de que, a la escala diminuta de la Isla, los males que afectaban a la URSS eran los mismos que aquejaban a Cuba, de manera que los remedios debían ser los mismos. Hizo traducir el libro del ruso al español, tarea que le encargó a su entonces secretario en las fuerzas armadas, el mencionado oficial Jesús Renzolí, y se lo regaló a los oficiales de las Fuerzas Armadas.
    Cuando Fidel se enteró, montó en cólera, le exigió recoger la edición y lo regañó severamente, como cuenta su también exsecretario Alcibíades Hidalgo, un periodista especialmente sagaz hoy exiliado en Estados Unidos que llegó a ser representante de Cuba en Naciones Unidas y miembro del Comité Central.
    En todo caso, llamándole de otra manera, lineamientos, o sin siquiera mencionar a sus pretendidas reformas, Raúl, cuando le tocó gobernar, puso en marcha unos cambios que, supuestamente, le devolverían el pulso a la moribunda economía cubana sin abandonar el unipartidismo, la planificación económica y el rol de la clase dirigente.
    Todo eso está condenado al fracaso. ¿Por qué? Al margen de la necesidad de libertad que tienen todos los seres humanos para alcanzar algún grado de felicidad, fracasará al menos por siete razones, algunas de las cuales he apuntado en otros papeles:
    • Sin una moneda fuerte que mantenga su valor y poder adquisitivo para realizar las transacciones comerciales, es casi inútil intentar superar la situación en la que se encuentra el país. Cuba tiene al menos dos monedas. Una mala, con la que se les paga a los trabajadores, y otra buena, en la que se les vende todo lo que vale la pena adquirir. Esa práctica es lo más parecido a una estafa continuada de cuantas puede practicar un Estado.
    • Sin propiedad ni empresa privada no hay desarrollo. En Cuba la reforma de Raúl no consiste en devolverle a la Sociedad Civil la posibilidad de crear empresas que generen beneficios y crezcan, base del desarrollo capitalista en Suiza o en China, sino autorizan el surgimiento de unos pequeños timbiriches o chiringuitos, como les llaman en España a estas microentidades, bajo la estricta vigilancia de funcionarios implacables, sin otro objeto que el de absorber la mano de obra improductiva que existe en el sector público y, de paso, cobrarles altos impuestos.
    • Sin un sistema de precios regidos por la oferta y la demanda es imposible asignar eficazmente los recursos disponibles. La planificación centralizada a cargo de los técnicos del Estado es un desastroso camelo. Esto no es un caprichoso dogma ideológico sino una observación confirmada en el mundo real.
Nadie tiene toda la información para poder dirigir una economía compleja. Los precios son el lenguaje en que la sociedad expresa sus necesidades y preferencias. No hay modo de sustituir eficientemente ese mecanismo.
    • Sin competencia no hay manera de aumentar y mejorar la producción y la productividad. El ejemplo se ha utilizado mil veces: la razón por la que los ingenieros alemanes en Occidente fabricaban Mercedes Benz, mientras los de Oriente debían conformarse con los Trabant, era la existencia en Occidente de la competencia.Pero competencia significa libertad económica para investigar, invertir, innovar, asociarse. Nada de eso es posible en la encorsetada economía cubana. Sin libertad económica y reglas claras que faciliten la creación de empresas, obstaculicen la corrupción y premien el ahorro y la inversión local y extranjera, jamás se generará de forma sistemática de riqueza.
    • Sin un ordenamiento jurídico, un poder judicial eficaz, equitativo e independiente que resuelva los conflictos, castigue a los culpables, proteja los derechos de las personas y dé seguridades, no se sostiene una sociedad próspera. Las economías exitosas son las de sociedades que se guían por reglas administradas por personas independientes, no por ideólogos o por partidos. La independencia del Poder Judicial no es un capricho. Es una necesidad de cualquier sociedad basada en reglas justas y equitativas.
    • Sin transparencia ni rendición de cuenta de los actos de Gobierno, sin funcionarios colocados bajo la autoridad de la ley, guiados por la meritocracia y legitimados en elecciones periódicas entre opciones diferentes, tampoco se alcanzan cotas decentes de desarrollo. Una de las razones que explican el fracaso del comunismo cubano —al margen del carácter erróneo del marxismo como planteamiento teórico, lo que lo invalida de raíz—, es que durante más de medio siglo quienes cometían los errores y los horrores eran los mismos que juzgaban los hechos.

    ¿QUÉ PUEDE HACER, REALMENTE, RAÚL CASTRO, SI DE VERDAD QUIERE PONERLE FIN A LA PENOSA IMPRODUCTIVIDAD DE ESE SISTEMA? 

    Tal vez, reconocer algo que apuntó hace muchos años el dirigente comunista yugoslavo-montenegrino, y luego disidente antiestalinista, Milovan Djilas: ese tipo de régimen no es salvable. Hay que echarlo abajo y sustituirlo por un modelo que funcione, y el más acreditado es la democracia liberal acompañada de la economía de mercado que va poco a poco implantándose en el planeta desde fines del siglo XVIII y hoy rige en las treinta naciones más desarrolladas del mundo.
    La ilusión de crear un sistema fundamentalmente estatista y monopartidista que sea, al mismo tiempo, productivo, es una quimera. China, aunque todavía es una dictadura unipartidista, ya ha dejado de ser comunista y lo probable es que, eventualmente, deje de ser unipartidista, como previamente sucedió en Taiwán.
    Llega un punto en que las personas, incluso en sociedades con escasa tradición democrática, reclaman libertades. En Cuba hace mucho tiempo que esa hora ya ha llegado.
    Finalmente, sería impropio terminar estas líneas sin una referencia a la tímida reforma migratoria anunciada esta semana por el régimen de Raúl Castro.
    Sin duda, es algo positivo, porque abarata las gestiones y elimina ciertos trámites absurdos a los que se veían obligados los cubanos que querían salir del país. Pero la actitud del Gobierno permanece intacta: el Estado sigue siendo el dueño de los ciudadanos y a él le corresponde decidir quién puede salir y quien debe quedarse.
    De ahora en adelante, el filtro no será un permiso de salida, sino la posesión de un pasaporte adecuado para viajar, de manera que los demócratas de la oposición, los médicos, los catedráticos y quienes arbitrariamente decida el Gobierno, no podrán trasladarse fuera del país aunque posean catorce visas, como en el pasado le ha sucedido a Yoani Sánchez.
    En Cuba, simplemente, no se reconoce la libertad de movimiento, uno de los Derechos Humanos consagrados por Naciones Unidas.
    En Cuba el movimiento es un privilegio otorgado por el Estado en función de criterios políticos. Eso llega al extremo de que ni siquiera los cubanos pueden elegir dentro de Cuba el lugar donde desean vivir.
    Para la dictadura, sin embargo, esa actitud tendrá un costo. Todas las personas privadas del privilegio de poder viajar al extranjero se sentirán víctimas de un agravio comparativo y tendrán más razones para detestar a quienes les causan ese daño.
    En suma, la mínima reforma migratoria emprendida por el régimen tiene un costo para el raulismo. Unos lo verán como algo que les pertenecía y el Gobierno les negaba cruelmente. Otros pensarán que la dictadura los penaliza por ser estudiosos y valiosos.
    Vuelvo a la conclusion de Milovan Djilas: esos regímenes no son modificables. Hay que sustituirlos. Pacíficamente, pero hay que sustituirlos.

    Texto de la conferencia pronunciada en el Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos, Universidad de Miami, Coral Gables, el 17 de octubre de 2012. Se reproduce del periódico Diario de Cuba sin autorización de éste o del autor. 

    La crisis cuestiona la figura del funcionario público de por vida, por M. LLAMAS



    Las crisis son tiempos de cambios, tal y como está evidenciando la situación española. Antes del estallido de la burbuja inmobiliaria parecía impensable que los empleados públicos sufrieran congelaciones e incluso recortes en sus nóminas o que las plantillas al servicio de las administraciones se redujeran tras largos años de aumento imparable.
    Y, sin embargo, esto es lo que ha ocurrido en el último lustro: rebaja salarial, tres congelaciones de nómina consecutivas y retracción de paga extra, lo cual se materializa en una pérdida de poder adquisitivo próxima al 30%, según el principal sindicato de funcionarios (CSI-F); menos días de libre disposición; reducción del sueldo por baja médica; congelación de nuevas plazas, tasa de reposición máxima del 10% anual y extinción de contratos temporales que se refleja ya en una destrucción creciente de empleo público; a lo cual se sumará un nuevo mecanismo para despedir directamente empleados públicos no funcionarios y, muy posiblemente, cambios en la retribución variable de ciertos colectivos según su productividad.
    Sin embargo, pese a todas estas modificaciones, España sigue contando a día de hoy con un régimen funcionarial muy diferente al de muchos países europeos. El puesto garantizado de por vida constituye, en gran medida, una excepción que, tras la crisis, empieza a ser cuestionada de forma cada vez más intensa por los expertos. En este sentido, el Gobierno foral de Navarra abrió la espita en 2010 mediante la elaboración de un plan a largo plazo en el que se contemplaba la posibilidad de "eliminar el carácter vitalicio de los funcionarios".
    Esta propuesta, pero a nivel nacional, está siendo reclamada de forma insistente por la patronal CEOE y el Círculo de Empresarios desde que comenzó la crisis, poniendo así sobre el tapete un debate que, si bien los políticos españoles rechazan por el momento, la experiencia de otros países europeos demuestra que el particular régimen funcionarial español no es la norma en la UE.

    Evolución del empleo público

    1. El número de empleados públicos se ha multiplicado casi por cuatro desde la Constitución de 1978, alcanzando en la actualidad3,04 millones, de los que un 55% tiene estatus funcionarial.Desde 1995, el número de empleados públicos ha aumentado en un millón, incremento centrado en las CCAA.
    2. Desde el tercer trimestre de 2007 (fin de la burbuja) hasta el tercero de 2011, el empleo público llegó a aumentar un 10% (casi 300.000 empleados más) mientras que el sector privado perdió el 14% de sus ocupados.
    3. Sólo una cuarta parte de los empleados públicos está en la Administración Central y Seguridad Social, mientras que tres cuartas partes están en las CCAA, corporaciones locales (CCLL) y empresas públicas.
    4. En los 10 años anteriores a la crisis, los gastos de personal del sector público español crecieron a una tasa media del 7% anual.Más de tres cuartas partes del coste salarial de los empleados públicos reside en las CCAA y CCLL.
    5. Los sueldos de los empleados públicos consumen, prácticamente, la mitad de todo el gasto público, excluidas prestaciones sociales y servicio de la deuda.

    La propuesta del Círculo de Empresarios

    Dada la difícil situación económica y la grave crisis de de deuda que sufre España, los analistas del Círculo de Empresarios insisten en que es "prioritario" reducir el elevado gasto "estructural", pero "no sólo del Estado sino también de las Administraciones Territoriales, que representan tres cuartas partes del gasto total excluidas prestaciones sociales e intereses de la deuda".
    Por ello, en un documento presentado el miércoles sobre los Presupuestos Generales del Estado de 2013, insisten en que la solución no radica en subir impuestos, cuyo efecto recaudatorio está "agotado", sino en reducir, sobre todo, el gasto de las CCAA, ya que fueron las principales responsables del desvío de déficit público registrado en 2011 y, hoy por hoy, siguen siendo la principal amenaza para cumplir con los objetivos presupuestarios que exige Bruselas en 2012 (déficit del 6,3% del PIB) y 2013 (4,5%).
    Y, entre otras medidas, tales como reformar los servicios públicos y las pensiones (rediseñando el Estado de Bienestar), proponen lo siguiente en materia de empleo público:
    1. Reducción de los gastos de personal, ya que representan la mitad del gasto de las Administraciones Territoriales.
    2. Para ello, es preciso modificar el estatus, número y sistema de remuneración de los empleados públicos:
    • Flexibilizando el estatus de funcionario y de empleado público, para reservar el "empleo de por vida a aquellos en que se justifique por razón de su función (por ejemplo, jueces, magistrados, diplomáticos, fuerzas del orden público...).
    • Manteniendo la mínima reposición de empleados públicos que se jubilan (1 de cada 10, como máximo, tal y como aprobó el Gobierno).
    • Adaptando los sueldos del sector público a niveles de mercado, ya que la diferencia salarial entre puestos de alto y bajo rango es casi del doble, mientras que en el sector privado la distancia es "incomparablemente superior".
    3. Reducir el número y estructura de las empresas públicas y de la administración territorial (evitando duplicidades), así como el número de ayuntamientos y reorganizar los servicios prestados por las diputaciones.

    La experiencia de Europa

    Así pues, dichos expertos proponen, básicamente, adaptar el estatus de empleado público a la práctica que existe en otros países europeos, en los que el trabajo "no está asegurado de por vida".
    Por ejemplo, en algunos países, como Reino Unido y los escandinavos, menos del 10% de los empleados de la Administración Central tiene empleo de por vida; en Alemania menos de la mitad; mientras que en España casi tres cuartas partes.
    Igualmente, hay países en donde el contrato de un funcionario puede rescindirse por bajo rendimiento de forma similar al sector privado (Reino Unido o Suecia) o si así lo recoge la legislación (Francia, Holanda o Bélgica).
    De hecho, incluso algunos países contemplan la terminación del contrato por razones económicas o estructurales, como Dinamarca, Finlandia, Holanda o Reino Unido, entre otros.

    domingo, 14 de octubre de 2012


    El final del delirio autonómico

    Los errores en su planteamiento y en su desarrollo están llevando al colapso definitivo del estado autonómico tal y como lo conocemos.

    .

    LUIS DEL PINO 
    Independientemente del dinero disponible, cada organización tiene que tratar de estructurarse de la forma que considere más eficiente o deseable. En España, la Constitución optó por definir un modelo descentralizado de gestión en tres niveles básicos (estado central, comunidades autónomas, ayuntamientos) que en teoría no tendría por qué ser peor que otros modelos con distinto grado de centralización.
    Sin embargo, la ambigüedad de la Constitución permitía modificar extraordinariamente el peso relativo de esos tres niveles. Y la clase política ha aprovechado ese hecho para poner en marcha, a lo largo de los últimos treinta años, un proceso de descentralización en el que el Estado ha ido cediendo cada vez más competencias a las Comunidades Autónomas, hasta quedar prácticamente reducido a un papel residual, de mero encargado de pagar las pensiones y el seguro de desempleo.
    ¿Y por qué se ha hecho eso? ¿Es que acaso se trataba de una demanda social? Para responder a esa pregunta, acudamos a los datos demoscópicos disponibles. El Centro de Investigaciones Sociológicas ha ido pulsando año tras año la opinión de los españoles sobre la organización territorial del Estado y sobre el proceso de descentralización autonómica. Y los resultados de esa labor de prospección sociológica resultan bastante sorprendentes y reveladores.

    Un estado autonómico artificial

    La gráfica siguiente muestra la actitud de los españoles sobre el proceso de descentralización, indicando cuántos eran partidarios en cada momento de dar más competencias a las CCAA y cuántos eran contrarios a hacerlo:
    Como puede verse, los españoles nunca han sido partidarios de que el Estado cediera más competencias a las autonomías. Al preguntarles sobre el grado de autogobierno, una clara mayoría de los españoles se mostraba partidaria, año tras año, de dejar el estado autonómico como estaba o incluso de quitar competencias a las CCAA. Por cada español partidario de descentralizar, había dos españoles opuestos a hacerlo.
    Pero, en contra de la opinión mayoritaria de los españoles, la clase política ha ido cediendo, año tras año, cada vez más competencias a las autonomías. Lo cual demuestra que el estado autonómico y su actual nivel competencial nunca han sido otra cosa que un invento de nuestra clase política, empeñada en llevar a cabo una centrifugación del Estado que la sociedad ni demandaba, ni quería.
    El resultado de ese proceso de descentralización no ha sido una mejora en la eficiencia del servicio al ciudadano, sino un aumento de la desigualdad entre los españoles, una proliferación de castas políticas locales, una multiplicación injustificada del gasto público, una perpetua vulneración de los derechos constitucionales en buena parte del territorio y una creciente ineficiencia de nuestra economía.

    Con la crisis hemos topado

    Mientras el dinero fluía, las desigualdades, ineficiencias e injusticias inducidas por el estado autonómico han sido toleradas, mal que bien, por la ciudadanía. Ante cada nueva ronda de descentralización, los españoles asumían resignadamente el nuevo statu quo: la opinión pública no era partidaria de dar más competencias a las autonomías, pero tampoco existía ningún clamor por revertir las decisiones tomadas por la clase política, que no dudaba por ello en seguir el camino de los hechos consumados.
    Pero con la llegada de la crisis el modelo ha saltado en pedazos. Al faltar el soporte financiero, la disyuntiva existente se ha planteado con toda crudeza: o desmontamos el artificial estado autonómico o desmontamos el estado del bienestar. Y el malestar acumulado se ha desbordado en las encuestas.
    La gráfica siguiente indica el porcentaje de españoles partidarios de recentralizar el estado (eliminar las CCAA o reducir sus competencias), frente a los partidarios de mantener el estado autonómico en su forma actual o de continuar descentralizando (dando más competencias a las CCAA o reconociéndolas el derecho de autodeterminación). Como puede verse, el cambio de tendencia experimentado a partir del segundo semestre de 2007 ha sido brutal:

    ¿Hacia un estado jacobino?

    El creciente malestar ciudadano con el estado autonómico se pude visualizar de manera todavía más gráfica si nos fijamos en el porcentaje de españoles que directamente pide que el estado autonómico se suprima por completo, para volver a un único gobierno central:
    El estado autonómico había ido consolidándose desde 1984, con un porcentaje cada vez menor de gente frontalmente opuesta al mismo, pero la crisis ha disparado la demanda de una redefinición total del modelo. Ya son 1 de cada 4 los españoles que piden que las autonomías se eliminen por completo.

    ¿Y qué pasa con el separatismo?

    Para terminar, fijémonos en el otro extremo del espectro, el de los españoles que demandan que las comunidades autónomas puedan tener el derecho de autodeterminarse. La gráfica siguiente muestra el porcentaje de personas partidarias de llevar la descentralización hasta esas últimas consecuencias:
    Como puede verse, los españoles que no desean serlo no superan el 10%, y su porcentaje se ha mantenido aproximadamente constante a lo largo de los años. Ni la concesión de más autonomía a las comunidades ha hecho disminuir ese sentimiento separatista, ni tampoco treinta años de adoctrinamiento nacionalista lo han hecho aumentar.
    Lo cual hace aún más sangrante la evolución a lo largo de los años: ¿por qué el 90% de españoles han tenido que ceder, año tras año, para contentar a una ínfima minoría que, de todos modos, jamás va a darse por contenta?

    Conclusiones

    A la vista de estos datos, queda claro que la actual organización del estado es una construcción artificial de la clase política, que no respondía a ninguna demanda social y que ha fracasado a la hora de acabar con los problemas provocados por el nacionalismo. Se ha sacrificado la igualdad y el bienestar de los españoles, sin con ello conseguir desactivar las tensiones separatistas.
    Queda claro también que la crisis ha provocado una quiebra del modelo:nuestra clase política ha tensado demasiado la cuerda y esa cuerda ahora se ha roto. La prolongación de la crisis terminará por convertir en un clamor lo que ahora es solo un grito: que los españoles prefieren prescindir del estado autonómico antes que ver cómo se resquebraja el estado del bienestar.
    La pregunta es: ¿será capaz nuestra clase política de reinventarse y de poner fin al delirio autonómico, o está tan atada al estado autonómico que preferirá hundirse con él?