Alfredo Bullard es co-director del Instituto Tecnológico Autónomo de México y del Instituto Latinoamericano y del Caribe de Derecho y Economía. Además, es autor del libroDerecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales.
No ocurrió en un día y lugar específicos. Ocurrió en muchos días y lugares diferentes. Es un ‘déjà vu’ (esa sensación que tenemos de haber vivido antes lo que nos está pasando ahora) pero eterno, que se repite una y otra vez. Luego de haber defendido en una conferencia, una charla, una conversación o un artículo la superioridad del mercado como sistema de interacción económica, un panelista, comentarista, asistente o lector refuta la afirmación diciendo: “Su error es que usted considera que el mercado es perfecto”.
El autor de la refutación es un personaje variopinto. Suele ser de izquierda o, al menos, izquierdoso (comunista, socialista, socialdemócrata, aprista, caviar o algún muchacho desorientado). Pero hay de otros tipos. Hay mercantilistas, empresarios defendiendo “su mercado” del mercado mismo, como los que creen en el antidumping. Hay conservadores, incluso autodeclarados equivocadamente como liberales, del tipo de Aldo Mariátegui. O, como escuche alguna vez, hay liberales peristas (de los que dicen “soy liberal, pero…” ).
Como en un ‘déjà vu’, mi respuesta termina siendo siempre la misma: estoy de acuerdo con la premisa (el mercado es imperfecto) pero no con la conclusión (el mercado es un sistema inferior de interacción a otros como el socialismo, la planificación o el populismo).
El mercado es muy imperfecto. Su imperfección nace de la imperfección del ser humano. Es un ser de racionalidad limitada. Decide con información escasa. Está lleno de emociones y gustos impredecibles. Pero además es diverso y caprichoso. Somos millones interactuando para encontrar satisfacción a deseos y objetivos de los más distintos: unos quieren ver fútbol, mientras otros prefieren leer literatura. A unos les gusta la comida chatarra, mientras otros quieren ser vegetarianos. Unos no se pierden un programa de Magaly o de “Yo soy”, mientras a otros se les hace insoportable ver televisión. Somos seres imperfectos interactuando en una atmósfera imperfecta.
¿Cómo hacer que seres imperfectos colaboren entre si para satisfacer necesidades tan diversas? Cualquier sistema que usemos, como expresión de la voluntad humana, será imperfecto. Allí es donde aparece la superioridad del mercado en relación con otros sistemas. El mercado acota las imperfecciones haciéndonos responsables de nuestras decisiones. Nos fuerza a exigirnos para controlar nuestra imperfección. Si no escojo bien la cama en que voy a dormir, entonces sufriré de insomnio por mi decisión. Si escojo un televisor caro, pagaré el precio.
Además el mercado nos fuerza a revelar información importante para que otros decidan interactuar con nosotros. Los precios y las condiciones de mercado expresan con asombrosa precisión lo que gente tan diversa y contradictoria quiere y desea, y satisface una cantidad de necesidades que sería inimaginable bajo cualquier otro sistema.
Para lo que la premisa de la imperfección humana sirve es precisamente para rechazar los demás sistemas de interacción. Si los seres humanos son imperfectos para decidir sobre su propio destino, ¿por qué asumir que son perfectos cuando deciden sobre el destino de los demás?
¿Por qué los reguladores o los burócratas se comportarán racionalmente y de manera perfecta cuando planifican la economía, dictan leyes en el Congreso o toman decisiones de gobierno? ¿Por qué creer que Humala es imperfecto cuando compra una refrigeradora y perfecto cuando decide crear Pensión 65?
En el mercado uno soporta el peso de sus propios errores. La regulación traslada el costo de nuestra imperfección a los demás. Mientras el mercado le pone las riendas de la responsabilidad a nuestra imperfección, la regulación nos trae imperfección desbocada. Por eso, el mercado no es solo superior, sino que, además, es más justo.
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