Guerra de élites (II): por qué financieros y políticos desconfían unos de otros
De Guindos, tecnócrata que ejerce de político. (EFE)
“Lo que se esperaba es que Rajoy hubiera dicho hace ya tiempo, vale, dónde firmo, abridme el grifo, voy haciendo reformas y seguimos adelante”. La insistencia del entorno financiero en que el primer ministro español pida el rescate, tal y como es gráficamente descrita por Juan Luis Martín, socio y fundador de Truman Factor, señala de forma inequívoca hasta qué punto las visiones de políticos y economistas divergen incluso en momentos tan complicados como el presente. El diagnóstico del entorno financiero, y más aún en el otro lado del Atlántico, abunda en esa “falta de valentía y de arrojo a la hora de implementar programas que hace que todo se quede en discusiones bizantinas”, que resume bastante bien las preconcepciones que circulan acerca de los gestores públicos: demasiadas palabras y poca acción.
Puede que ceder a las demandas de los mercados, mezclando medidas pragmáticas con otras de corte más político sea, como me dice Rafael Pampillón, Director del Área de Economía de IE Business School, la mejor solución (“es la clave de una buena gestión”) pero los tiempos no parecen darle la razón. Cuando Rajoy llegó al gobierno trató de incorporar muchas de las peticiones del sector financiero, dictando una serie de medidas que parecían contundentes, pero su efecto sobre los mercados se diluyó en pocas horas. Siguió otro paquete de medidas, con efectos tan volátiles como los precedentes. Hacer lo que le pedían los inversores, aunque fuera de forma incompleta, no parecía muy rentable.
Y tampoco funciona para los profesionales de la política. Una de las razones por las que Zapatero no pudo concurrir a las últimas elecciones y por las que su partido obtuvo unos resultados tan decepcionantes, fue dictar medidas que eran insistentemente solicitadas por instituciones internacionales, por la misma UE y por el mundo financiero en su totalidad, pero que iban en sentido contrario tanto de sus promesas electorales como de buena parte de sus acciones de gobierno. La brecha entre lo esperado por sus electores y las medidas que emprendió (reforma del mercado laboral o rebaja del sueldo a los funcionarios) hizo imposible que el PSOE remontase, siquiera en algunos puntos, la enorme ventaja con la que el PP contaba en las encuestas los meses previos a las elecciones.
Era, no obstante, un coste esperable. En este contexto de urgencia, el político ha de saber que, como me señala Juan Carlos Jiménez, profesor de sociología de la Universidad San Pablo CEU, la situación le exigirá a menudo que se inmole profesionalmente. El bien de tu país obliga a dictar leyes tan impopulares que harán imposible repetir mandato y eso es algo que los profesionales de la política no suelen tolerar. “Prefieren apelar a sentimientos y objetivos utópicos que ocultan la realidad, ofreciendo soluciones populistas, y culpando de todo a Madrid o Bruselas”, alejándose así de la gestión neutral y aséptica, y dando demasiado espacio a estos pensamientos reflejos, condicionantes y resistencias que tan a menudo interfieren en la aplicación de los criterios de eficiencia que les deberían ser propios.
Vivimos en un mundo que espera soluciones, y la gran promesa de la gestión tecnocrática es arreglar lo que está ocurriendo aunque sea a costa de grandes sacrificios
Pero si hacer lo que los mercados demandan tiene un precio elevado, no hacerlo tampoco parece demasiado rentable. La presión que están ejerciendo inversores, instituciones internacionales y agencias como Reuters para que España pida ya el rescate es buena muestra del desgaste que esa resistencia conlleva. Como me cuenta Juan Luis Martín, la convicción que circulaba entre los inversores estadounidenses era que apostar por Mariano Rajoy suponía apostar por un crack seguro. El razonamiento de fondo es que el problema de la deuda española no tiene solución, que habrá que acometer una quita tarde o temprano, y que eso hace aún más necesarias serias medidas de restructuración y de solución del déficit que no se están desarrollando. Como el primer ministro español no parece ser consciente de la urgencia, no hace más que dilatar, quizá por razones electorales, la puesta sobre la mesa de las medidas de verdad.
De una forma u otra, pues, se acaba llegando al mismo lugar, el de los malos resultados para el país a corto plazo y el deterioro de la imagen pública de los políticos. “Esta situación paradójica, donde acabas perdiendo hagas lo que hagas, contribuye enormemente a deslegitimar la política entre la gente de la calle”, asegura el catedrático de sociología de la Universidad Autónoma Luis Enrique Alonso. Vivimos en un mundo que espera soluciones, y la gran promesa de la gestión tecnocrática es precisamente la de arreglar lo que está ocurriendo aunque sea a costa de grandes sacrificios. Lo que gran parte de la población visualiza es que nos costará salir de la crisis, que vamos a vivir peor durante unos años, pero que pronto acabaremos por ver la luz al final del túnel. Pero cuando el entorno no envía señal alguna de que los sacrificios están resultando eficaces, la esperanza de la población decae y surge un malestar profundo, muy complicado de gestionar.
El desencuentro entre el mundo de la rentabilidad y el de política nada tiene que ver con la mayor o menor popularidad de los actores públicos, o con el rechazo que en grandes capas de la población occidental causan las habituales noticias sobre despilfarro y corrupción, sino con quiénes están legitimados para gobernar nuestras sociedades y con cuáles serán los mejores criterios a utilizar. Porque, si de lo que se trata es de ser más pragmáticos y de diseñar parámetros más eficientes, ¿no sería mejor que nos gobernasen técnicos puros, como el primer ministro italiano, Mario Monti? Si se trata de cumplir los criterios de gestión usuales en la empresa privada, ¿no sería mejor encargar directamente a los expertos que dirijan nuestros asuntos? Al fin y al cabo, profesionales como Mario Draghi o Luis de Guindos cuentan con gran experiencia en ese terreno, están acostumbrados a manejar las técnicas financieras y saben cómo aplicarlas. Además, con ellos nos evitaríamos problemas de última hora: dado que carecerían de esa necesidad de mantenerse en el poder típica de los políticos, y puesto que no han de concurrir a elecciones, la presión que se ejerciera sobre ellos sería inocua.
¿Gestores privados mejor que políticos?
Así las cosas, hablo con el partido en el gobierno para recabar su opinión acerca de este asunto. Me atienden amablemente en Comunicación, me aseguran que me devolverán la llamada. No lo hacen. Insisto, y al no obtener respuesta, me pongo en contacto con uno de sus diputados, que me pide que no mencione su nombre para no granjearse problemas. El parlamentario me reconoce que el descrédito que sufren los políticos es merecido, en tanto “se han realizado inversiones muy poco productivas, algunas terroríficas, que nos están causando muchos problemas” y que no se ha gestionado con eficiencia económica, "y eso se paga”, pero entiende que la situación es reversible. “No sé por qué los políticos no vamos a poder gestionar con los mismos criterios de Monti. Creo que todos nosotros deberíamos tener claro que hemos de manejar el dinero público con el máximo de rigor y seriedad y que ese es el camino. Podemos ser tan eficientes en la gestión como Monti”.
Lo ideal sería tener personas que supieran moverse en los dos terrenos, económico y políticoPero esa visión tiene mucho de voluntarismo, me dice José Ramón Pin, profesor de IESE, porque ni siquiera quienes dan el salto a la política desde el mundo de los negocios pueden permanecer incontaminados. Las lógicas de ambos mundos son diferentes, y a veces incompatibles, empezando porque el proceso de rendición de cuentas es radicalmente distinto (unos lo hacen cada cuatro años, otros cada trimestre o, como máximo, cada año) y terminando porque quienes se incorporan desde la empresa privada “sufren una especie de complejo que les lleva a no hacer demasiado caso al sector del que proceden para que no les acusen de favoritismo. Se rodean de una coraza y se comunican incluso menos que un político que no ha tenido ese origen, con lo que pierden el sentido de la realidad”.
Lo ideal sería tener personas que supieran moverse en los dos terrenos, que no respondieran a las presiones que dañan la acción de los profesionales de la gestión pública y que conocieran bien los elementos intangibles que han de hacerse valer a la hora de organizar una sociedad. Pin encuentra una situación idónea en la segunda legislatura de los presidentes norteamericanos, "cuando aplican lo que de verdad piensan porque ya no tienen que ser reelegidos", y cree que debería profundizarse en ese terreno, probablemente “a través de criterios mixtos que permitieran la elección de políticos de forma directa y que otros fueran designados por los partidos con el objetivo de salvaguardar el interés general”.
Miquel Iceta, exportavoz del Grupo Socialista en el Parlamento de Cataluña y presidente de la Fundación Rafael Campalans, tiene una visión muy distinta, en tanto delegar la gestión en técnicos provenientes del área financiera dista mucho de ser la mejor solución para organizar los dispares y complejos elementos que componen una sociedad, y en tanto fue precisamente ese modo de hacer el principal causante de la crisis. “Todos nos equivocamos, pero los gestores financieros ocupan el primer lugar de la lista”, con lo cual sería un contrasentido que fueran ellos quienes ahora se ofrecieran como la mejor solución a los malos tiempos. Sin embargo, algo así está ocurriendo, y no sólo porque muchos de los principales gestores públicos del sur de Europa provengan de ese contexto, sino porque, en la visibilización de los culpables, los políticos han ocupado, explica Iceta, el lugar que no les pertenecía. Nuestra vida en común está construida a partir de la confianza en los expertos, en los que delegamos la solución a muchas de nuestras necesidades. Que de pronto se nos haga consciente que quienes poseen ese saber técnico no tienen ni idea de cómo arreglar los problemas, como ocurre ahora, nos causa una notable ansiedad. Eso provoca que, como mecanismo de compensación psicológica, busquemos responsables con más ahínco. Y los políticos son los primeros que acuden a la mente de la mayoría de la población. Esa es la paradoja, afirma Iceta: los fallos en la previsión de la teoría económica han acabado por generar aún mayor desprestigio de los políticos.
No sabemos nada
Todos estos encontronazos revelan las grandes transformaciones que se están operando en el terreno de juego político, donde las tendencias presentes antes de la crisis se han agudizado. Las costuras que unían recaudación pública, servicios sociales y redistribución están abriéndose por completo, reemplazándose por un tejido compuesto por exigencias de eficiencia, limitaciones en el gasto público y tendencia al déficit cero. Esos dos discursos, el tecnocrático y el puramente político, están enfrentándose en el suelo público de un modo muy insistente, y ello incluso cuando prescindimos por completo de las habilidades técnicas como elemento de superioridad en la gestión. “Nos estamos equivocando si pensamos que la economía nos va a dar la solución. Si de verdad pudiéramos prever lo que va a ocurrir, la crisis no hubiera tenido lugar. No hay ninguna seguridad en nuestras predicciones”. Lo que me cuenta Rafael Pampillón nada tiene que ver con esas posturas que tratan de desprestigiar a la ciencia económica. Más bien, trata de situar el análisis técnico en su justo valor, que es limitado.
Nos estamos equivocando si creemos que la economía nos da la solución. No hay ninguna seguridad en nuestras predicciones“En este campo no hay un conocimiento objetivo que pueda garantizar nada. Desconocemos cómo será el futuro. Podemos pedirle al gobierno que solicite el rescate porque entendemos que, en ese caso, los mercados harán bajar la prima de riesgo y lograremos créditos a un interés asumible, pero no hay nada científico en esas posturas”. No es posible la neutralidad, asegura Pampillón, porque cualquier política económica que se aplique sustentará unos valores determinados y una visión muy concreta del mundo y de la economía. Al final, aparecen matices ideológicos en todas las decisiones. Por eso, insiste Pampillón, nos equivocamos al dar tanta importancia a lo teórico. Una de las enseñanzas básicas que las escuelas de negocios tratan de transmitir a sus alumnos es que el valor de la técnica es relativo, y que hay cualidades que resultan mucho más relevantes. El conocimiento puede resultar endeble en muchas ocasiones, y en otra convertirse en una trampa que no nos permite tomar las mejores opciones. “En realidad, dirigir (un equipo, una empresa o una sociedad) tiene más que ver con el arte. Para mí, el mejor ministro de economía que ha tenido España ha sido Rodrigo Rato, alguien que no era economista de formación, aunque luego hiciera un MBA, pero sabía tratar con sindicatos y empresarios, sabía escuchar al sector financiero y hablar de tú a tú con Aznar. Y eso era más importante que su conocimiento técnico. Era un gran gestor”.
Pero incluso en estos casos es posible contraponer a esta habilidad a la hora de fabricar consensos, las virtudes ligadas con la gestión pública democrática. Como afirma Paul du Gay, “necesitamos políticos, porque tenemos que resolver los conflictos de intereses y las incompatibilidades, que es a lo que históricamente se han dedicado, consiguiendo que los intereses quedasen equilibrados. En eso consistía la democracia parlamentaria, cuyos procedimientos garantizaban la estabilidad y la paz. Su desaparición sería como volver al mundo que Hobbes describió hace siglos”.
El nuevo mundo
Seamos conscientes, estamos ante un nuevo mapa político y no ante una tensión pasajera. Ese enfrentamiento entre los criterios propios de la eficiencia con los típicos de la gestión pública, no constituye un momento reactivo a una situación de urgencia, sino la reconfiguración de las posiciones que cada actor juega en el tablero. En gran medida, se trata de un nueva expresión del posicionamiento entre derecha e izquierda, con la primera posicionada inequívocamente a favor del rigor en la gestión, aun cuando tome en cuenta otros factores, y la segunda apostando discursivamente por distanciarse de la eficiencia a cualquier precio. Las dos grandes opciones electorales ya no proponen dos modelos diferentes de estado y ni siquiera enfrentan una visión decididamente liberal con otra socialdemócrata, sino que ofrecen un grado distinto de modulación de la forma de gestionar la sociedad. Pueden orientarse más a eliminar el déficit o a conservar aspectos asistenciales, pero son diferencias de grado, no de modelo. Ya no son tanto opciones políticas distintas cuanto ofertas diferentes de gestión Para ese diputado socialista que prefiere mantener el anonimato, esos discursos encubren algo mucho más complejo, como es una guerra de élites: “Es un problema de élites que no tienen poder político y que quieren tenerlo. Por eso nos desprestigian”. Para otros, supone simplemente la llegada a la realidad, que obliga a bajar a tierra todas las expectativas que los políticos habían generado en la población occidental.
Fuente: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2012/10/13/guerra-de-elites-ii-por-que-financieros-y-politicos-desconfian-unos-de-otros--107160/
Puede que ceder a las demandas de los mercados, mezclando medidas pragmáticas con otras de corte más político sea, como me dice Rafael Pampillón, Director del Área de Economía de IE Business School, la mejor solución (“es la clave de una buena gestión”) pero los tiempos no parecen darle la razón. Cuando Rajoy llegó al gobierno trató de incorporar muchas de las peticiones del sector financiero, dictando una serie de medidas que parecían contundentes, pero su efecto sobre los mercados se diluyó en pocas horas. Siguió otro paquete de medidas, con efectos tan volátiles como los precedentes. Hacer lo que le pedían los inversores, aunque fuera de forma incompleta, no parecía muy rentable.
¿Sería preferible que no gobernaran los expertos? (Reuters)
Y tampoco funciona para los profesionales de la política. Una de las razones por las que Zapatero no pudo concurrir a las últimas elecciones y por las que su partido obtuvo unos resultados tan decepcionantes, fue dictar medidas que eran insistentemente solicitadas por instituciones internacionales, por la misma UE y por el mundo financiero en su totalidad, pero que iban en sentido contrario tanto de sus promesas electorales como de buena parte de sus acciones de gobierno. La brecha entre lo esperado por sus electores y las medidas que emprendió (reforma del mercado laboral o rebaja del sueldo a los funcionarios) hizo imposible que el PSOE remontase, siquiera en algunos puntos, la enorme ventaja con la que el PP contaba en las encuestas los meses previos a las elecciones.
Era, no obstante, un coste esperable. En este contexto de urgencia, el político ha de saber que, como me señala Juan Carlos Jiménez, profesor de sociología de la Universidad San Pablo CEU, la situación le exigirá a menudo que se inmole profesionalmente. El bien de tu país obliga a dictar leyes tan impopulares que harán imposible repetir mandato y eso es algo que los profesionales de la política no suelen tolerar. “Prefieren apelar a sentimientos y objetivos utópicos que ocultan la realidad, ofreciendo soluciones populistas, y culpando de todo a Madrid o Bruselas”, alejándose así de la gestión neutral y aséptica, y dando demasiado espacio a estos pensamientos reflejos, condicionantes y resistencias que tan a menudo interfieren en la aplicación de los criterios de eficiencia que les deberían ser propios.
Vivimos en un mundo que espera soluciones, y la gran promesa de la gestión tecnocrática es arreglar lo que está ocurriendo aunque sea a costa de grandes sacrificios
Pero si hacer lo que los mercados demandan tiene un precio elevado, no hacerlo tampoco parece demasiado rentable. La presión que están ejerciendo inversores, instituciones internacionales y agencias como Reuters para que España pida ya el rescate es buena muestra del desgaste que esa resistencia conlleva. Como me cuenta Juan Luis Martín, la convicción que circulaba entre los inversores estadounidenses era que apostar por Mariano Rajoy suponía apostar por un crack seguro. El razonamiento de fondo es que el problema de la deuda española no tiene solución, que habrá que acometer una quita tarde o temprano, y que eso hace aún más necesarias serias medidas de restructuración y de solución del déficit que no se están desarrollando. Como el primer ministro español no parece ser consciente de la urgencia, no hace más que dilatar, quizá por razones electorales, la puesta sobre la mesa de las medidas de verdad.
De una forma u otra, pues, se acaba llegando al mismo lugar, el de los malos resultados para el país a corto plazo y el deterioro de la imagen pública de los políticos. “Esta situación paradójica, donde acabas perdiendo hagas lo que hagas, contribuye enormemente a deslegitimar la política entre la gente de la calle”, asegura el catedrático de sociología de la Universidad Autónoma Luis Enrique Alonso. Vivimos en un mundo que espera soluciones, y la gran promesa de la gestión tecnocrática es precisamente la de arreglar lo que está ocurriendo aunque sea a costa de grandes sacrificios. Lo que gran parte de la población visualiza es que nos costará salir de la crisis, que vamos a vivir peor durante unos años, pero que pronto acabaremos por ver la luz al final del túnel. Pero cuando el entorno no envía señal alguna de que los sacrificios están resultando eficaces, la esperanza de la población decae y surge un malestar profundo, muy complicado de gestionar.
Rajoy está soportando grandes presiones para solicitar ya el rescate. (EFE)
El desencuentro entre el mundo de la rentabilidad y el de política nada tiene que ver con la mayor o menor popularidad de los actores públicos, o con el rechazo que en grandes capas de la población occidental causan las habituales noticias sobre despilfarro y corrupción, sino con quiénes están legitimados para gobernar nuestras sociedades y con cuáles serán los mejores criterios a utilizar. Porque, si de lo que se trata es de ser más pragmáticos y de diseñar parámetros más eficientes, ¿no sería mejor que nos gobernasen técnicos puros, como el primer ministro italiano, Mario Monti? Si se trata de cumplir los criterios de gestión usuales en la empresa privada, ¿no sería mejor encargar directamente a los expertos que dirijan nuestros asuntos? Al fin y al cabo, profesionales como Mario Draghi o Luis de Guindos cuentan con gran experiencia en ese terreno, están acostumbrados a manejar las técnicas financieras y saben cómo aplicarlas. Además, con ellos nos evitaríamos problemas de última hora: dado que carecerían de esa necesidad de mantenerse en el poder típica de los políticos, y puesto que no han de concurrir a elecciones, la presión que se ejerciera sobre ellos sería inocua.
¿Gestores privados mejor que políticos?
Así las cosas, hablo con el partido en el gobierno para recabar su opinión acerca de este asunto. Me atienden amablemente en Comunicación, me aseguran que me devolverán la llamada. No lo hacen. Insisto, y al no obtener respuesta, me pongo en contacto con uno de sus diputados, que me pide que no mencione su nombre para no granjearse problemas. El parlamentario me reconoce que el descrédito que sufren los políticos es merecido, en tanto “se han realizado inversiones muy poco productivas, algunas terroríficas, que nos están causando muchos problemas” y que no se ha gestionado con eficiencia económica, "y eso se paga”, pero entiende que la situación es reversible. “No sé por qué los políticos no vamos a poder gestionar con los mismos criterios de Monti. Creo que todos nosotros deberíamos tener claro que hemos de manejar el dinero público con el máximo de rigor y seriedad y que ese es el camino. Podemos ser tan eficientes en la gestión como Monti”.
Lo ideal sería tener personas que supieran moverse en los dos terrenos, económico y políticoPero esa visión tiene mucho de voluntarismo, me dice José Ramón Pin, profesor de IESE, porque ni siquiera quienes dan el salto a la política desde el mundo de los negocios pueden permanecer incontaminados. Las lógicas de ambos mundos son diferentes, y a veces incompatibles, empezando porque el proceso de rendición de cuentas es radicalmente distinto (unos lo hacen cada cuatro años, otros cada trimestre o, como máximo, cada año) y terminando porque quienes se incorporan desde la empresa privada “sufren una especie de complejo que les lleva a no hacer demasiado caso al sector del que proceden para que no les acusen de favoritismo. Se rodean de una coraza y se comunican incluso menos que un político que no ha tenido ese origen, con lo que pierden el sentido de la realidad”.
Lo ideal sería tener personas que supieran moverse en los dos terrenos, que no respondieran a las presiones que dañan la acción de los profesionales de la gestión pública y que conocieran bien los elementos intangibles que han de hacerse valer a la hora de organizar una sociedad. Pin encuentra una situación idónea en la segunda legislatura de los presidentes norteamericanos, "cuando aplican lo que de verdad piensan porque ya no tienen que ser reelegidos", y cree que debería profundizarse en ese terreno, probablemente “a través de criterios mixtos que permitieran la elección de políticos de forma directa y que otros fueran designados por los partidos con el objetivo de salvaguardar el interés general”.
Miquel Iceta, exportavoz del Grupo Socialista en el Parlamento de Cataluña y presidente de la Fundación Rafael Campalans, tiene una visión muy distinta, en tanto delegar la gestión en técnicos provenientes del área financiera dista mucho de ser la mejor solución para organizar los dispares y complejos elementos que componen una sociedad, y en tanto fue precisamente ese modo de hacer el principal causante de la crisis. “Todos nos equivocamos, pero los gestores financieros ocupan el primer lugar de la lista”, con lo cual sería un contrasentido que fueran ellos quienes ahora se ofrecieran como la mejor solución a los malos tiempos. Sin embargo, algo así está ocurriendo, y no sólo porque muchos de los principales gestores públicos del sur de Europa provengan de ese contexto, sino porque, en la visibilización de los culpables, los políticos han ocupado, explica Iceta, el lugar que no les pertenecía. Nuestra vida en común está construida a partir de la confianza en los expertos, en los que delegamos la solución a muchas de nuestras necesidades. Que de pronto se nos haga consciente que quienes poseen ese saber técnico no tienen ni idea de cómo arreglar los problemas, como ocurre ahora, nos causa una notable ansiedad. Eso provoca que, como mecanismo de compensación psicológica, busquemos responsables con más ahínco. Y los políticos son los primeros que acuden a la mente de la mayoría de la población. Esa es la paradoja, afirma Iceta: los fallos en la previsión de la teoría económica han acabado por generar aún mayor desprestigio de los políticos.
Adoptar medidas impopulares acabó con Rodríguez Zapatero. (EFE)
No sabemos nada
Todos estos encontronazos revelan las grandes transformaciones que se están operando en el terreno de juego político, donde las tendencias presentes antes de la crisis se han agudizado. Las costuras que unían recaudación pública, servicios sociales y redistribución están abriéndose por completo, reemplazándose por un tejido compuesto por exigencias de eficiencia, limitaciones en el gasto público y tendencia al déficit cero. Esos dos discursos, el tecnocrático y el puramente político, están enfrentándose en el suelo público de un modo muy insistente, y ello incluso cuando prescindimos por completo de las habilidades técnicas como elemento de superioridad en la gestión. “Nos estamos equivocando si pensamos que la economía nos va a dar la solución. Si de verdad pudiéramos prever lo que va a ocurrir, la crisis no hubiera tenido lugar. No hay ninguna seguridad en nuestras predicciones”. Lo que me cuenta Rafael Pampillón nada tiene que ver con esas posturas que tratan de desprestigiar a la ciencia económica. Más bien, trata de situar el análisis técnico en su justo valor, que es limitado.
Nos estamos equivocando si creemos que la economía nos da la solución. No hay ninguna seguridad en nuestras predicciones“En este campo no hay un conocimiento objetivo que pueda garantizar nada. Desconocemos cómo será el futuro. Podemos pedirle al gobierno que solicite el rescate porque entendemos que, en ese caso, los mercados harán bajar la prima de riesgo y lograremos créditos a un interés asumible, pero no hay nada científico en esas posturas”. No es posible la neutralidad, asegura Pampillón, porque cualquier política económica que se aplique sustentará unos valores determinados y una visión muy concreta del mundo y de la economía. Al final, aparecen matices ideológicos en todas las decisiones. Por eso, insiste Pampillón, nos equivocamos al dar tanta importancia a lo teórico. Una de las enseñanzas básicas que las escuelas de negocios tratan de transmitir a sus alumnos es que el valor de la técnica es relativo, y que hay cualidades que resultan mucho más relevantes. El conocimiento puede resultar endeble en muchas ocasiones, y en otra convertirse en una trampa que no nos permite tomar las mejores opciones. “En realidad, dirigir (un equipo, una empresa o una sociedad) tiene más que ver con el arte. Para mí, el mejor ministro de economía que ha tenido España ha sido Rodrigo Rato, alguien que no era economista de formación, aunque luego hiciera un MBA, pero sabía tratar con sindicatos y empresarios, sabía escuchar al sector financiero y hablar de tú a tú con Aznar. Y eso era más importante que su conocimiento técnico. Era un gran gestor”.
Pero incluso en estos casos es posible contraponer a esta habilidad a la hora de fabricar consensos, las virtudes ligadas con la gestión pública democrática. Como afirma Paul du Gay, “necesitamos políticos, porque tenemos que resolver los conflictos de intereses y las incompatibilidades, que es a lo que históricamente se han dedicado, consiguiendo que los intereses quedasen equilibrados. En eso consistía la democracia parlamentaria, cuyos procedimientos garantizaban la estabilidad y la paz. Su desaparición sería como volver al mundo que Hobbes describió hace siglos”.
'Seguimos necesitando políticos para resolver los conflictos de intereses' (EFE)
El nuevo mundo
Seamos conscientes, estamos ante un nuevo mapa político y no ante una tensión pasajera. Ese enfrentamiento entre los criterios propios de la eficiencia con los típicos de la gestión pública, no constituye un momento reactivo a una situación de urgencia, sino la reconfiguración de las posiciones que cada actor juega en el tablero. En gran medida, se trata de un nueva expresión del posicionamiento entre derecha e izquierda, con la primera posicionada inequívocamente a favor del rigor en la gestión, aun cuando tome en cuenta otros factores, y la segunda apostando discursivamente por distanciarse de la eficiencia a cualquier precio. Las dos grandes opciones electorales ya no proponen dos modelos diferentes de estado y ni siquiera enfrentan una visión decididamente liberal con otra socialdemócrata, sino que ofrecen un grado distinto de modulación de la forma de gestionar la sociedad. Pueden orientarse más a eliminar el déficit o a conservar aspectos asistenciales, pero son diferencias de grado, no de modelo. Ya no son tanto opciones políticas distintas cuanto ofertas diferentes de gestión Para ese diputado socialista que prefiere mantener el anonimato, esos discursos encubren algo mucho más complejo, como es una guerra de élites: “Es un problema de élites que no tienen poder político y que quieren tenerlo. Por eso nos desprestigian”. Para otros, supone simplemente la llegada a la realidad, que obliga a bajar a tierra todas las expectativas que los políticos habían generado en la población occidental.
Fuente: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2012/10/13/guerra-de-elites-ii-por-que-financieros-y-politicos-desconfian-unos-de-otros--107160/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
LOS COMENTARIOS OFENSIVOS O CON INSULTOS NO SON BIENVENIDOS Y PUEDEN SER BORRADOS. GRACIAS POR VUESTRA MODERACIÓN.