Juan J. Molina

Juan J. Molina
Juan J. Molina

martes, 11 de junio de 2013

Por qué Suecia tiene disturbios, por Johan Norberg



“Todos deberían haber estado muy felices”, dice Robert A. Heinlein en su novela de 1942Más allá de este horizonte (Beyond This Horizon). En esta tierra del futuro, el problema material ha sido resuelto, la pobreza y la enfermedad han sido erradicadas, el trabajo es opcional. Aún así, segmentos de la ciudadanía no están tan entusiastas. Algunos están aburridos, otros están preparando una revolución. ¿Por qué debería suceder esto en un mundo tan utópico?
Un desconcierto similar ha sido la reacción dominante de los analistas luego de que, a fines de mayo, sucedieron los disturbios y los carros y edificios fueron quemados en los suburbios de Estocolmo, poblados en gran medida con inmigrantes. ¿En Suecia? Dado que la interpretación común es que la violencia es la única arma que los marginados tienen en contra de un sistema socio-económico opresivo, es más difícil explicarla cuando se da en “la sociedad más exitosa que el mundo alguna vez haya conocido”, como Polly Toynbee una vez la describió.
Pero esto no ha detenido a algunos de intentar explicarlo. Si todo lo que usted tiene es dos semestres de estudios sociológicos, todo parece ser como una queja justificada. Los izquierdistas en el extranjero han culpado de las revueltas a la liberalización que se ha dado en Suecia durante los últimos años, y el supuesto aumento de la desigualdad y la pobreza. El importante periódico social-demócrata del país, Aftonbladet, intentó señalar los efectos de la austeridad (en un país donde esta no ha sido implementada) y afirmó que los niños en los suburbios de Husby participaron en la revuelta porque “el centro de salud, la oficina de correo postal, el centro de parteras y el centro para jóvenes habían sido cerrados”.
De hecho, hay tres centros para jóvenes en Husby. Su centro de salud viejo cerró pero uno nuevo ocupó su lugar. Las parteras se mudaron, pero solamente a una estación de metro más distante. Uno puede encontrar servicios postales a 14 minutos caminando desde el centro. Donde vivo, tenemos que caminar 12 minutos. Uno tiembla solo de pensar cómo hubiera podido ser yo si hubiese vivido a una distancia adicional de dos minutos. ¿También me pasaría los viernes por la noche quemando jardines de infantes?
La tasa de pobreza sueca puede que sea muy alta, pero ubicándose en 1,2 por ciento, ningún país europeo tiene una más baja. El promedio en la Unión Europea es de 8,8 por ciento. Si la pobreza es la causa de las revueltas, entonces prácticamente todas las ciudades en el continente deberían haber sido quemadas antes que llegase el turno de Estocolmo, incluyendo gran parte de las ciudades en Noruega y Suiza.
Pero luego dicen que la desigualdad ha aumentado. Si, desde los extremadamente igualitarios días a mediados de los ochenta (la última vez que Estocolmo tuvo revueltas juveniles a gran escala, por cierto). Pero desde 2005, cuando Toynbee proclamó la utopía igualitaria sueca, prácticamente no se ha movido. Mi país es el país más igualitario de Europa con la excepción de Eslovenia. Por supuesto, algunos podrían argumentar que se requiere de una igualdad al nivel de Eslovenia para mantener la harmonía social. Eso sería creíble a menos que usted haya escuchado de las múltiples protestas masivas —algunas violentas— que sacudieron a las ciudades eslovenas desde noviembre del año pasado, resultando en la caída del gobierno.
La pobreza y desigualdad son bajas, los beneficios estatales generosos, y las escuelas, las universidades y la atención médica son gratuitas. Esta es una sociedad en la cual usted no es pobre solamente porque no trabaja.
Todos deberían haber estado muy felices.
De hecho, hay una desigualdad grave en Suecia, pero la división no es tanto entre los ricos y los pobres sino más bien entre aquellos con trabajo y aquellos que no lo tienen. Frecuentemente, esta es una división étnica. Como Fredrik Segerfeldt señala en un nuevo estudio, Suecia tiene la mayor brecha de empleo entre los nativos y los ciudadanos nacidos en el extranjero de entre todos los países ricos para los cuales hay información disponible. Solo 6,4 por ciento de los suecos nativos están desempleados, pero casi 16 por ciento de los inmigrantes lo están. En Estocolmo, como en París, este problema está concentrado en los suburbios. En Husby, donde se iniciaron los disturbios, 38 por ciento de los menores de 26 años ni estudian ni trabajan.
Considerando esto, ¿a qué le echamos la culpa? Al aspecto del modelo social sueco que el gobierno no se ha atrevido a tocar: una fuerte protección laboral. Por ley, la última persona contratada debe ser la primera persona en ser despedida. Si usted emplea a alguien por más de seis meses, el contrato automáticamente se convierte en permanente. Un sistema con la intención de proteger a los trabajadores ha condenado a los jóvenes a una sucesión de contratos de corto plazo. El alto salario mínimo de facto de Suecia —alrededor de 70 por ciento del salario promedio— deja sin empleo a quienes tienen habilidades que valen menos que eso. Suecia tiene la menor cantidad de empleos de salario bajo y de nivel de introducción en Europa. Solamente 2,5 por ciento de los trabajos suecos son de este nivel, comparado con un promedio europeo de 17 por ciento.
Aquellos con una educación, experiencia o lenguaje deficientes han descubierto que Suecia no es una utopía al final de cuentas. Si usted nunca consigue su primer trabajo, usted nunca obtiene las habilidades y las experiencias que le darían un segundo y tercer empleo. Toda esa “protección” laboral ha creado una sociedad de privilegiados y marginados. Suecia de manera generosa le ha dado la bienvenida a inmigrantes dentro de sus fronteras. Pero hay otra frontera —alrededor de los empleos— y esta es severamente protegida.
¿Cuál es el resultado? Hombres jóvenes con nada que hacer y nada que perder, marginados, viendo las cosas desde afuera, con una sensación de futilidad, humillación y aburrimiento. No es la primera vez que esta situación acaba en violencia. Cuando esto sucede en Suecia sacude a la izquierda porque muestra que el dinero no lo es todo. Un gobierno puede proveerle productos y servicios, pero no puede darle auto-estima ni el respeto hacia otros. Un gobierno puede satisfacer sus necesidades materiales, pero no puede darle la sensación de sentirse realizado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Spectator (Reino Unido) el 6 de junio de 2013.

Por un contrato libre, por Juan Ramón rayo



JUAN RAMÓN RALLO.-  Apenas cuatro cifras bastan para ilustrar la gran distorsión que para nuestra economía supone la dualidad del mercado de trabajo derivada de una legislación laboral muy intervencionista: en el primer trimestre de 2006, en plena burbuja inmobiliaria, el número de ocupados con contrato indefinido en España era de 10.593.000, mientras que en el tercer trimestre de 2013, en lo más profundo de nuestra crisis, era de 10.601.000. Por el contrario, el número de contratos temporales en los tres primeros meses de 2006 alcanzaba los 5.295.000, mientras que en 2013 han caído hasta los 3.010.000. Claramente, pues, existe un fortísimo sesgo a despedir al trabajador temporal antes que al que tiene un contrato indefinido.
El motivo es claro: los costes del despido son en un caso desproporcionadamente más elevados que en el otro, de manera que los platos rotos siempre los acaba pagando el mismo. Recordemos que antes de la reforma laboral, la indemnización por despido era de 45 días por año trabajado con un máximo de 42 mensualidades, mientras que la del temporal era de 12 días por año. Las diferencias son abismales. Supongamos que en una empresa hay dos trabajadores: uno lleva 30 años en la empresa con un sueldo de 2.000 euros y se ha vuelto muy poco productivo; el otro, que apenas lleva medio año, percibe 1.000 euros mensuales y está muy motivado para realizar sus tareas. Si vienen mal dadas y el empresario ha de prescindir de uno de los dos, lo lógico sería que optara por el primero: su salario es el doble y su productividad muy inferior. Sin embargo, las leyes laborales prácticamente determinaban que tendría que prescindir del segundo: la indemnización del trabajador indefinido era de 84.000 euros mientras que la del temporal apenas ascendía a 200 euros.
No es necesario insistir en los muy notables perjuicios que esta práctica supone para una economía –merma interna de la productividad y salarios artificialmente elevados que abocan a muchas empresas a la quiebra– ni en la relación que ello guarda con el elevadísimo desempleo juvenil –la mayoría de trabajadores con contrato temporal son jóvenes–. Sólo es necesario apuntar que la reforma laboral, pese a reducir los costes del despido, no ha puesto fin a tal distorsión: primero, porque la modificación en el caso de los despidos improcedentes no era retroactiva (de modo que las obligaciones de indemnización devengadas hasta 2012 siguen tal cual) y segundo porque la pretendida generalización del uso del despido por causas económicas (con 20 días por año trabajado con un máximo de doce mensualidades) está siendo abortada por muchos juzgados de lo social. El resultado es que desde marzo de 2012 a marzo de 2013, la ocupación indefinida ha caído en 385.000 personas (un 3,5% del total), mientras que la temporal lo ha hecho en 414.000 (un 12%); el sesgo sigue siendo evidente.
Posibles soluciones
Ante esta situación existen diversas soluciones. La primera esprohibir todos los contratos temporales, de manera que el conjunto de los ocupados deban someterse a idénticas indemnizaciones por despido. Esta medida, sin embargo, no soluciona el problema de fondo: los indefinidos con más tiempo dentro de la empresa serán mucho más caros de despedir que los recién llegados. Y, además, genera otros problemas, como volver el mercado laboral todavía más rígido de lo que ya es: si una empresa tiene una necesidad transitoria de un trabajador temporal, contratarlo y despedirlo le saldrá aproximadamente un 10% más caro (por cada mes trabajado, el empleado tiene derecho a cobrar casi tres días en concepto de indemnización).
La segunda posibilidad es la de generalizar un contrato único con indemnización creciente. Todos los contratos comienzan siendo indefinidos pero con indemnizaciones muy reducidas que van aumentando conforme pasan los años. Esta fórmula tiene la ventaja, frente a la anterior, de que las bajas indemnizaciones iniciales no perjudican la contratación que sólo tiene un carácter puramente temporal. Sin embargo, tampoco solventa el problema de la dualidad: aquellas personas que permanezcan mucho tiempo en la empresa siguen siendo mucho más costosos de despedir que los recién llegados. De hecho, dentro del marco del contrato único, la dualidad sólo puede solventarse con una de estas dos fórmulas: o rebajando de manera muy considerable el coste del despido (hasta volverlo asumible para el empresario) o con el famoso modelo austriaco (el empresario va provisionando mes a mes para el eventual despido de trabajadores, de manera que, llegado el caso, no le supone ningún gasto adicional).
Hay, sin embargo, una tercera posibilidad: el contrato libre. Los contratos son ley privada entre partes: su función es la de regular las circunstancias particulares buscando acuerdos que sean mutuamente beneficiosos. La unicidad va en contra del espíritu de los contratos, pues estos no aspiran a ser universales y homogéneos (para eso está la ley) sino específicos y muy variados. Cada elemento de un contrato es susceptible de ser negociado y adaptado a las necesidades de las partes. También su indemnización en caso de rescisión unilateral.
En este sentido, la ventaja de un contrato libre es que cada trabajador visualiza mucho más claramente el coste de las distintas prestaciones alternativas que está demandando –más indemnización por despido puede implicar un menor salario o una mayor jornada laboral– y elige en consecuencia entre ellas. A su vez, el empresario hace lo propio: puede incluir excepciones que protejan la situación de la empresa en casos de crisis profunda, negociar indemnizaciones distintas según el perfil del trabajador (aquellos que sepa que jamás querrá despedir podrá prometerles altas indemnizaciones; a aquellos otros sobre los que tenga serias dudas, no) y proponer la flexibilización de otras cláusulas contractuales (cambios de salario, horarios, vacaciones, etc.) ante ciertos casos críticos con tal de evitar el despido.
Ciertamente, el contrato libre, al igual que el único, no evitaría todos los casos de dualidad –pues aquellos que hubiesen negociado un contrato muy reforzado contra el despido seguirían estando protegidos–, pero sí se la reconfiguraría de un modo significativo: la protección contra el despido en tiempos de crisis tendría un precio que en tiempos de bonanza pagarían (mediante menores salarios) quienes se quisieran beneficiar de ella. La casuística sería mucho más amplia, variada y, sobre todo, adaptativa que el modelo actual de universalización por la fuerza de una solución única y no matizable para todos.
En suma, un contrato libre no acabaría con toda la dualidad pero sí la volvería en gran medida irrelevante: el despido sería sólo la última salida tras una serie de ajustes previos mucho más flexibles, y en todo caso, la extinción de la relación laboral se efectuaría según los heterogéneos términos que cada empleado y empresario pactaron como mutuamente provechosos. Lo cierto es que el único contrato que necesitamos no es el único, sino el libre.

martes, 4 de junio de 2013

Capitalismo a la sueca: cómo salir de la crisis bajando impuestos y recortando el gasto Escrito por Diego de la Cruz

Anders_Borg
 Ministro de Finanzas del gobierno sueco: Anders Borg

EL “ESTADO DEL BIENESTAR” SUECO, UN MITO TUMBADO HACE DÉCADAS
De 1880 a 1950, Suecia fue uno de los países de mayor crecimiento económico en todo el mundo. Hasta entonces, el tamaño del Estado se mantenía por debajo del 20% del PIB. No obstante, la socialdemocracia sueca decidió lanzar una agenda económica cada vez más intervencionista. Durante años, muchos vieron en Suecia un ejemplo a seguir. Los suecos no opinan lo mismo.
En 1970, Suecia aún era el cuarto país con mayor PIB per cápita, pero los años de Olof Palme y el creciente papel del Estado en la economía acabaron relegando a Suecia al puesto número 17 de dicho ranking. Fueron años en los que el sector privado apenas creó empleo, los impuestos no pararon de subir, los salarios se estancaron y las promesas del Estado del Bienestar no dejaron de ir a más…
Todo se vino abajo en la segunda mitad de los años 80. Las recurrentes devaluaciones de la corona y el continuo engorde de las plantillas de empleados públicos apenas sirvieron para retrasar algunos años el inevitable derrumbe del edificio socialdemócrata. Por eso, a la hora de la verdad llegaba la hora de abrir la economía y volver a abrazar el capitalismo, y ese ha sido el objetivo de las reformas acometidas desde entonces.  
LAS REFORMAS DEL GOBIERNO REINFELDT
En los años 90, tras décadas de hegemonía socialdemócrata, una coalición de cuatro partidos de centro-derecha ocupó el gobierno entre 1991 y 1994. El Primer Ministro Carl Bildt impulsó reformas de calado en muy poco tiempo: impulsó rebajas de impuestos, aprobó el “cheque” educativo o sanitario que permite elegir proveedores privados para recibir servicios públicos, aprobó una reforma de las pensiones que incluyó cuentas de ahorro individuala la manera chilena, aprobó leyes de gasto público que estuvieron límites y techos al mismo, etc.
Las reformas siguieron en pie durante la década siguiente, pero los cuatro partidos no volvieron al gobierno hasta 2006. Entonces, la plataforma electoral estaba encabezada por Fredrik Reinfeldt, que se presentó ante el electorado como elnuevo partido de los trabajadores. El discurso principal de la coalición que hoy se conoce como laAlianza por Sueciase centraba en ayudar a las clases medias a base de bajar impuestos y  endurecer las condiciones para obtener beneficios y subsidios.
La estrategia Reinfeldt pasaba por crear empleo y estimular el crecimiento a base de liberalizar la economía, eliminar rigideces y reducir las redes de subvenciones y transferencias que habían desarrollado los gobiernos socialdemócratas. El ritmo de las reformas fue intenso desde el primer día de la legislatura.
Así, al poco de llegar al gobierno, la Administración Reinfeldt abolió el Impuesto de Patrimonio y reordenó el Impuesto sobre la Renta para bajar la presión fiscal a diferentes grupos de contribuyentes. El gabinete también revisó a la baja el Impuesto de Sociedades hasta llevar su tipo general al 22%, bajando también el IVA del sector servicios del 25% al 12%. El Ejecutivo también eliminó tasas y gravámenes varios.
Anders Borg, el joven Ministro de Finanzas del Reino nórdico, no titubeó ante las quejas de la oposición: “los ganadores serán, a largo plazo, todos los suecos, pues así crearemos las condiciones para que nuestras empresas puedan competir a nivel global”. Algo similar declaró el Ministro de Educación Jan Björklund, que afirmó que “subiendo los impuestos al trabajo, conseguimos que menos gente trabaje… pero bajando los impuestos al trabajo, conseguimos que más gente trabaje”.
Las rebajas de impuestos tuvieron excelentes resultados: la socialdemocracia alertaba de que Suecia enfrentaría un “desempleo de dos dígitos” durante el gobierno de la Alianza, pero los hechos fueron muy distintos y la desocupación cayó hasta el 7,4% en verano de 2010. Think tanks y centros de estudio han determinado que las rebajas fiscales permitieron la creación de alrededor de 100.000 nuevos puestos de trabajo.
Pero no solamente se han bajado impuestos. Bajo gobierno de Reinfeldt, Suecia ha aprobado diferentes reformas de corte liberal. Entre ellas, el Ejecutivo ha ajustado el gasto en “ayuda al desarrollo”, cerrado agencias y entes públicos, eliminado el servicio militar obligatorio, liberalizado el alcohol, las farmacias y el transporte ferroviario, reducido los privilegios sindicales, legalizado el matrimonio civil entre personas del mismo sexo, etc. Solamente entre 2006 y 2010, la racionalización de los subsidios por desempleo y similares redujo en 150.000 personas el número de suecos que cobran estas transferencias.
En cuanto al gasto público, el peso del Estado en Suecia es casi idéntico al de España (49% vs. 47% del PIB). La tendencia en Suecia es a la baja, ya que cuando Reinfeldt llegó al poder, el Estado consumía el 54% del PIB. No obstante, el 47% de nuestro país supone un aumento significativo frente a los datos de 2004, cuando este indicador cayó al 38%.
El manejo del cuadro fiscal ha sido notable, ya que Suecia no ha incurrido en grandes déficits públicos y ha procurado mantener la estabilidad presupuestaria de forma rigurosa. La deuda del Estado sueco se acerca al 35% del PIB, frente al 50% de 2005, año previo a la primera legislatura de Reinfeldt.
Según Thomas Olofsson, responsable de las emisiones del Tesoro escandinavo, “hay un interés mucho mayor en los bonos de deuda suecos. Antaño, Suecia era un país que sufría mucho en tiempos de turbulencias económicas”. No obstante, como ha señalado la agencia Bloomberg, “el país se ha consolidado como un refugio para quienes temen las consecuencias de la crisis de deuda europea”. Así, el bono de deuda a diez años apenas cotiza 40 puntos básicos por encima del interés pagado a Alemania por los inversores.
Cabe destacar también que los contribuyentes suecos eligen directamente el destino de buena parte del dinero que entregan al Estado en concepto de impuestos. A través del sistema de “cheques”, cada familia elige en qué proveedor confía para gestionar aspectos como la educación, la sanidad, la atención a dependientes o incluso la búsqueda de empleo. Por tanto, aunque el Estado aún consume el 49% del PIB, buena parte de este gasto se enmarca en un plano de competencia que deja mucho margen de actuación al sector privado. En la sanidad, por ejemplo, el peso de los proveedores empresariales es de entre el 20% y el 30% del sector, si bien este porcentaje no para de crecer.
En cuanto al marco monetario, marcado por la permanencia de la corona y la no adopción del euro, la Suecia de hoy se caracteriza por la estabilidad que aporta la robustez del sector financiero, saneado tras la crisis de comienzos de los 90. La corona es una de las monedas del mundo desarrollado que mejor comportamiento ha tenido en el último lustro. De 2009 a 2013, la divisa ganó un 36% de valor frente al euro y un 41% frente al dólar estadounidense.  En 2012, un euro compraba 9,25 coronas, mientras que hoy serviría para hacernos con alrededor de 8,59.
Este fortalecimiento ha alimentado las críticas de los halcones de la devaluación. Economistas, empresarios y políticos de diverso signo han pedido al gobierno y al banco central que debiliten el valor de la moneda nacional. No obstante, ni el Ejecutivo ni el Riksbank han mostrado interés en tomar este tipo de decisiones. Según Per Jansson, gobernador del banco central sueco, “pensando en el largo plazo, la apreciación de nuestra moneda no es una amenaza para nuestra industria”. Reinfeldt, por su parte, ha pedido a las empresas que sean “más eficientes” para así consolidar una moneda “más fuerte”.
EL MINISTRO QUE MARCA EL RUMBO LIBERAL DE SUECIA
Ya hemos mencionado en párrafos anteriores al Ministro de Finanzas del Gabinete Reinfeldt, Anders Borg. Algunos medios hablan de él como el Ministro “punk”, por su pelo largo y su pendiente en la oreja. Eso sí: Borg se ha ganado a pulso su buen nombre a nivel internacional, hasta el punto de que el Financial Times le haya nombrado el mejor Ministro de Finanzas de toda Europa en diferentes ocasiones.
Borg no titubea en señalar los problemas de los países que han optado por el rumbo contrario a Suecia: “miren a España, Portugal o Reino Unido. Sus gobiernos dijeron que, para combatir la crisis, era necesario aplicar planes de “estímulo” de gran alcance. Pues bien, hoy vemos que ese “estímulo” no solamente no generó crecimiento, sino que esos países tienen ahora un problema aún más grande debido al crecimiento de su deuda pública”.
Sus críticas también se dirigen a la Unión Europea o al FMI. “Ante la crisis, lo único que pidieron era “estímulos”, “estímulos”, “estímulos”… Es sorprendente que Europa pensase que el cortoplacismo keynesiano nos podía sacar de la crisis. Algo deberíamos haber aprendido de nuestros problemas de los años 70 y 80”, se quejó Borg, quien también subraya que es capital “preocuparse del déficit público, porque el déficit puede acabar destrozándolo todo”.
El Ministro sueco también ha subrayado que “para alguien que no es economista, las políticas keynesianas pueden ser más seductoras”. No obstante, Borg ha destacado que el gobierno de Reinfeldt tenía claro que debía caminar en la dirección opuesta: “Suecia era un gran ejemplo de la euroesclerosis económica que sufre el viejo continente. Muchos impuestos, muchas regulaciones… Ahora llevamos veinte años de reformas”.
Para defender sus rebajas impositivas a los contribuyentes de rentas altas y a las empresas, Borg ha destacado que “para crear empresas debe haber un creador. No hay IKEA sin Ingvar Kamprad. No hay Tretra-Pak sin Ruben Rausing. Son dos de los mejores emprendedores que ha tenido Suecia… y los dos se fueron a vivir fuera de Suecia. Si tienes un Impuesto al Patrimonio o un Impuesto de Sucesiones, los empresarios emigran porque se vuelve cada vez más costoso mantener una empresa. Y los emprendedores son un factor de producción. La cohesión social es necesaria, pero es un problema pretender alcanzarla a base de ahuyentar a quienes crean empleo”. 
Eso sí, Borg también rebajó impuestos al resto de trabajadores. En algunos casos, esto ha significado que personas de renta media-baja ganen hoy el equivalente a un salario mensual más.

¿Cómo funciona el sistema público de pensiones?, por Juan Ramón Rayo

lunes, 3 de junio de 2013

La plaga de termitas, por Eduardo Goligorsky

"Tiene más fuerza el simbolismo del abrazo entre dos españoles que la semilla del odio."
Las alegorías zoológicas me persiguen. En un artículo comparé el asalto al poder de los secesionistas catalanes con el avance de la marabunta, y en otros dos evoqué la incubación del proverbial huevo de la serpiente para referirme a la amenaza que el comunismo y el nihilismo implican para la supervivencia de la sociedad abierta en España. Ahora se me antoja que para definir a los elementos nocivos que se multiplican en el seno de esta misma sociedad, corroyéndola gradual y solapadamente, lo mejor es retratarlos como una plaga de termitas. Termitas que, envalentonadas por la crisis, abandonan gradualmente su disimulo para atacar cada día con mayor insolencia.

Conglomerado totalitario

Ya he recordado cómo el dirigente comunista Cayo Lara, su camaradaDiego Valderas, vicepresidente de la Junta de Andalucía y coordinador general de IULV-CA, y el ubicuo socialista Pedro Zerolo montaron un acto en el Auditorio Marcelino Camacho de Comisiones Obreras para rendir homenaje al difunto sátrapa venezolano y a sus mentores cubanos, eternizados en el poder hasta que la muerte los separe.
Ahora agrego que el mismo camarada Valderas anunció que el mes de septiembre se celebrará "un gran encuentro" para abrir "una cooperación directa" entre Andalucía y los países de América Latina y el Caribe que integran el ALBA (Alianza Bolivariana para América). Valderas, en el marco del VI Encuentro de la Coordinadora Andaluza de Solidaridad con Cuba, que se reunió en Málaga, afirmó que España y Cuba "luchan por objetivos muy similares". Entre estos enumeró, con desvergonzado cinismo, "seguir avanzando en el marco de la democracia, la libertad y el respeto de los derechos humanos". Objetivos, añadió, que “coinciden con las aspiraciones del pueblo cubano y que desarrolla el Gobierno de Cuba” (LV, 19/5). El hecho de que el socialista José Antonio Griñán, presidente de la Junta de Andalucía, no haya despedido con una patada a su vice, ni haya vetado ese contubernio con el incipiente conglomerado totalitario de América Latina, como tampoco lo han hecho otros dirigentes del PSOE, prueba que las termitas se infiltran, una vez más, por las alcantarillas del incipiente Frente Popular. El colmo (LV, 30/5): Cayo Lara ha pactado con sus camaradas catalanes –sobre la tumba del internacionalismo proletario– el derecho a desmembrar España en beneficio de la oligarquía secesionista.

Pactos espurios

La mención torticera de "la democracia, la libertad y los derechos humanos" en el marco de pactos espurios con los escasos detritos supervivientes del timo comunista aconseja desempolvar un texto revelador que François Furet reproduce en El pasado de una ilusión(Fondo de Cultura Económica, 1995). Lo escribió a comienzos de los años 1920 Pierre Pascal, un "católico bolchevizado", como lo define Furet, y aunque un lector objetivo podría interpretarlo como un alegato feroz contra el comunismo, era, para su autor, una apología fervorosa de sus aspectos más chocantes destinada a reforzar el fanatismo ciego de sus adictos:
Espectáculo único y embriagador: la demolición de una sociedad. Es ahora cuando se hacen realidad el salmo cuarto de las vísperas del domingo y el Magnificat: los poderosos expulsados de su trono, y el pobre elevado de su miseria. Los amos de la casa confinados en una pieza, y en cada otra pieza está alojada una familia. Ya no hay ricos: simplemente pobres y más pobres. El saber ya no confiere privilegio ni respeto. El ex obrero ascendido a director manda a los ingenieros. Los salarios, los altos y los bajos, se aproximan. El derecho de propiedad queda reducido a las ropas personales. El juez ya no tiene que aplicar la ley cuando su sentido de la igualdad proletaria la contradice. El matrimonio ya no es más que una inscripción en el estado civil, y el divorcio se puede notificar por tarjeta postal. Los hijos reciben instrucciones de vigilar a los padres. Los sentimientos de generosidad son expulsados por la desdicha de los tiempos: se cuentan en familia los bocados de pan o los gramos de azúcar. La dulzura es considerada vicio. La piedad ha sido aniquilada por la omnipresencia de la muerte. La amistad sólo subsiste como camaradería.

Amnesia crónica

Volvamos a nuestras termitas. La ruptura del entramado social que la plaga trae consigo es más devastadora y sirve mejor a los intereses de la carcoma cuando se exacerban los sentimientos de rivalidad y los rencores entre ciudadanos de una misma comunidad. Las termitas se especializan en la siembra de discordias, y uno de los ácidos que segregan para lograr sus fines disociadores es la entelequia que bautizan con el nombre de memoria histórica. El comunista Gaspar Llamazares, más bien amnésico cuando se desentiende de los cien millones de cadáveres que deberían abrumarlo cada vez que se define como comunista, se sobrepuso a su amnesia crónica para pedir la destitución de la delegada del Gobierno en Cataluña, María Llanos de Luna, porque entregó un diploma a la Hermandad de Combatientes de la División Azul en un acto celebrado en el cuartel de la Guardia Civil de Sant Andreu de la Barca. Si bien Llamazares no estuvo solo, porque lo acompañaron todos los partidos embarcados en la aventura balcanizadora, su provocación es más impúdica por las connotaciones homicidas de su ideología.
El acto execrado se realizó, según explicó el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, en un "ambiente de reconciliación histórica", con antecedentes que se remontan al año 2004. Fue entonces cuando el ministro de Defensa, el socialista José Bono, invitó a desfilar juntos, en el Día de la Hispanidad, a un veterano de la División Azul y a los republicanos españoles que acompañaron al general Leclerc en la reconquista de París. Cuando las termitas de entonces se lo reprocharon, Bono respondió:
Tiene más fuerza el simbolismo del abrazo entre dos españoles que la semilla del odio.

Demócrata ejemplar

Este episodio anecdótico obliga a recordar que las termitas desquiciadoras que confraternizan con las viejas pústulas totalitarias y sus brotes tardíos no tienen ni remotamente la riqueza intelectual y la calidad humana de aquel soldado de la División Azul reconvertido en demócrata ejemplar que se llamaba Dionisio Ridruejo, "verdadero precursor de nuestra libertad", como lo definió Salvador de Madariaga.
Escribió Ridruejo en el capítulo "La campaña de Rusia" de Casi unas memorias (Planeta, 1976):
Fue una fortuna para mí la oportunidad, que se me abrió en 1941, de alistarme para combatir en Rusia (…) Salí de España como intervencionista firmísimo y cargado de todos mis prejuicios nacionalistas. Convencido de que la miseria y poquedad de España se la debíamos a la hegemonía anglofrancesa; de que el fascismo podía representar el modelo de una Europa racional; de que la revolución soviética era el "admirado enemigo" al que había que destruir o en otro caso rendirse.
Y concluye:
En pocas palabras, diré que volví de Rusia deshipotecado, libre para disponer de mí mismo según mi conciencia y libre también de aquella angustiosa situación de crisis, que por otra parte era la crisis que ha vivido todo hombre de espíritu antes de la treintena: la crisis del idealismo juvenil y de la resistencia a la realidad.
El capítulo siguiente de Casi unas memorias ya reproduce la carta de ruptura con Franco, fechada el 7 de julio de 1942, y el comienzo de una fecunda deriva hacia el liberalismo y la socialdemocracia.

Híbrido depredador

La plaga que carcome la estructura de nuestra sociedad civilizada no se circunscribe a esta mutación de las termitas genéticamente leninistas que ahora se alimentan con la podredumbre castrista y chavista. El Centro Nacional de Inteligencia ha descubierto un híbrido igualmente depredador que conjuga los intereses de un país extranjero y los del salafismo islamista, por un lado, con los del secesionismo catalán, por otro. Noureddine Ziani, expulsado de España por ser "un colaborador muy relevante en un servicio de inteligencia extranjero desde el 2000", era al mismo tiempo líder de la Unión de Centros Culturales Islámicos de Catalunya y presidente del Espacio Catalanomarroquí de la Fundació Nous Catalans, apéndice del secesionismo convergente donde el veterano agitador fracasado Àngel Colom adoctrina metecos. Su afán proselitista lo llevó a relacionarse con el imán de Salt, Mohamed Atanouil, y otros como el de Reus, próximos a las ideas salafistas (LV, 19/5). Sentenció el experto Florencio Domínguez (LV, 15/5):
Una sociedad tiene el derecho a vigilar las expresiones más radicales de una religión cuando pongan en peligro la seguridad o las normas básicas de su sociedad (…) En Catalunya las tendencias más radicales representan una cuarta parte de las más de 200 comunidades islámicas registradas.
La gigantesca estatua de Colón, en Barcelona, está disfrazada con una camiseta del Barça en la que se destaca, sobre todo, la propaganda de Qatar Airlines. Y los cataríes "tienen un importante papel en el reclutamiento de yihadistas" (LV, 25/5). La guerra santa le ha marcado un gol al secesionismo. Alá los cría y el fútbol identitario los une.