Juan J. Molina

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martes, 11 de junio de 2013

Por qué Suecia tiene disturbios, por Johan Norberg



“Todos deberían haber estado muy felices”, dice Robert A. Heinlein en su novela de 1942Más allá de este horizonte (Beyond This Horizon). En esta tierra del futuro, el problema material ha sido resuelto, la pobreza y la enfermedad han sido erradicadas, el trabajo es opcional. Aún así, segmentos de la ciudadanía no están tan entusiastas. Algunos están aburridos, otros están preparando una revolución. ¿Por qué debería suceder esto en un mundo tan utópico?
Un desconcierto similar ha sido la reacción dominante de los analistas luego de que, a fines de mayo, sucedieron los disturbios y los carros y edificios fueron quemados en los suburbios de Estocolmo, poblados en gran medida con inmigrantes. ¿En Suecia? Dado que la interpretación común es que la violencia es la única arma que los marginados tienen en contra de un sistema socio-económico opresivo, es más difícil explicarla cuando se da en “la sociedad más exitosa que el mundo alguna vez haya conocido”, como Polly Toynbee una vez la describió.
Pero esto no ha detenido a algunos de intentar explicarlo. Si todo lo que usted tiene es dos semestres de estudios sociológicos, todo parece ser como una queja justificada. Los izquierdistas en el extranjero han culpado de las revueltas a la liberalización que se ha dado en Suecia durante los últimos años, y el supuesto aumento de la desigualdad y la pobreza. El importante periódico social-demócrata del país, Aftonbladet, intentó señalar los efectos de la austeridad (en un país donde esta no ha sido implementada) y afirmó que los niños en los suburbios de Husby participaron en la revuelta porque “el centro de salud, la oficina de correo postal, el centro de parteras y el centro para jóvenes habían sido cerrados”.
De hecho, hay tres centros para jóvenes en Husby. Su centro de salud viejo cerró pero uno nuevo ocupó su lugar. Las parteras se mudaron, pero solamente a una estación de metro más distante. Uno puede encontrar servicios postales a 14 minutos caminando desde el centro. Donde vivo, tenemos que caminar 12 minutos. Uno tiembla solo de pensar cómo hubiera podido ser yo si hubiese vivido a una distancia adicional de dos minutos. ¿También me pasaría los viernes por la noche quemando jardines de infantes?
La tasa de pobreza sueca puede que sea muy alta, pero ubicándose en 1,2 por ciento, ningún país europeo tiene una más baja. El promedio en la Unión Europea es de 8,8 por ciento. Si la pobreza es la causa de las revueltas, entonces prácticamente todas las ciudades en el continente deberían haber sido quemadas antes que llegase el turno de Estocolmo, incluyendo gran parte de las ciudades en Noruega y Suiza.
Pero luego dicen que la desigualdad ha aumentado. Si, desde los extremadamente igualitarios días a mediados de los ochenta (la última vez que Estocolmo tuvo revueltas juveniles a gran escala, por cierto). Pero desde 2005, cuando Toynbee proclamó la utopía igualitaria sueca, prácticamente no se ha movido. Mi país es el país más igualitario de Europa con la excepción de Eslovenia. Por supuesto, algunos podrían argumentar que se requiere de una igualdad al nivel de Eslovenia para mantener la harmonía social. Eso sería creíble a menos que usted haya escuchado de las múltiples protestas masivas —algunas violentas— que sacudieron a las ciudades eslovenas desde noviembre del año pasado, resultando en la caída del gobierno.
La pobreza y desigualdad son bajas, los beneficios estatales generosos, y las escuelas, las universidades y la atención médica son gratuitas. Esta es una sociedad en la cual usted no es pobre solamente porque no trabaja.
Todos deberían haber estado muy felices.
De hecho, hay una desigualdad grave en Suecia, pero la división no es tanto entre los ricos y los pobres sino más bien entre aquellos con trabajo y aquellos que no lo tienen. Frecuentemente, esta es una división étnica. Como Fredrik Segerfeldt señala en un nuevo estudio, Suecia tiene la mayor brecha de empleo entre los nativos y los ciudadanos nacidos en el extranjero de entre todos los países ricos para los cuales hay información disponible. Solo 6,4 por ciento de los suecos nativos están desempleados, pero casi 16 por ciento de los inmigrantes lo están. En Estocolmo, como en París, este problema está concentrado en los suburbios. En Husby, donde se iniciaron los disturbios, 38 por ciento de los menores de 26 años ni estudian ni trabajan.
Considerando esto, ¿a qué le echamos la culpa? Al aspecto del modelo social sueco que el gobierno no se ha atrevido a tocar: una fuerte protección laboral. Por ley, la última persona contratada debe ser la primera persona en ser despedida. Si usted emplea a alguien por más de seis meses, el contrato automáticamente se convierte en permanente. Un sistema con la intención de proteger a los trabajadores ha condenado a los jóvenes a una sucesión de contratos de corto plazo. El alto salario mínimo de facto de Suecia —alrededor de 70 por ciento del salario promedio— deja sin empleo a quienes tienen habilidades que valen menos que eso. Suecia tiene la menor cantidad de empleos de salario bajo y de nivel de introducción en Europa. Solamente 2,5 por ciento de los trabajos suecos son de este nivel, comparado con un promedio europeo de 17 por ciento.
Aquellos con una educación, experiencia o lenguaje deficientes han descubierto que Suecia no es una utopía al final de cuentas. Si usted nunca consigue su primer trabajo, usted nunca obtiene las habilidades y las experiencias que le darían un segundo y tercer empleo. Toda esa “protección” laboral ha creado una sociedad de privilegiados y marginados. Suecia de manera generosa le ha dado la bienvenida a inmigrantes dentro de sus fronteras. Pero hay otra frontera —alrededor de los empleos— y esta es severamente protegida.
¿Cuál es el resultado? Hombres jóvenes con nada que hacer y nada que perder, marginados, viendo las cosas desde afuera, con una sensación de futilidad, humillación y aburrimiento. No es la primera vez que esta situación acaba en violencia. Cuando esto sucede en Suecia sacude a la izquierda porque muestra que el dinero no lo es todo. Un gobierno puede proveerle productos y servicios, pero no puede darle auto-estima ni el respeto hacia otros. Un gobierno puede satisfacer sus necesidades materiales, pero no puede darle la sensación de sentirse realizado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Spectator (Reino Unido) el 6 de junio de 2013.

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