Juan J. Molina

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Juan J. Molina

miércoles, 25 de febrero de 2015

Socialismo y Cálculo Económico

Los autores de la escuela Austriaca de Economía como Ludwig Von MIses o Friedrich August Hayek siempre postularon que la propiedad privada era un requisito fundamental a la hora de desarrollar lo que ellos llamaron “el cálculo económico racional” (la idea de que el precio de bienes y servicios no puede determinarse de forma clara y con exactitud sin definir previamente derechos de propiedad). Con esta idea, Mises pretendió atacar la línea principal de pensamiento socialista poniendo en tela de juicio la posibilidad de una sociedad industrial y moderna en un entorno donde el Estado posee todos los medios de producción. En el fondo de esta cuestión, Mises ponía en tela de juicio el hecho de que la economía pudiera ser planificada de forma eficiente por parte del Estado negando los procesos de mercado y centralizando la producción y planificación del mercado.

La idea que impulsó a Mises a adoptar esta perspectiva se encuentra estrechamente relacionada con el mecanismo de precios y la información que este transmite a compradores, vendedores e inversores. Mises se dio cuenta de que era perfectamente posible usar en la producción cualquier tipo de material que fuera comparablemente eficiente con otros materiales igualmente útiles, pero que sólo el uso de los más baratos eran los más idóneos dependiendo del proyecto que se tratara. Por ejemplo, resulta del todo posible construir líneas de tendido eléctrico con plata, que es uno de los mejores conductores del mundo, pero hacerlo sería económicamente ineficiente en relación con otros materiales cuya eficiencia es comparable como el cobre y cuyo precio es mucho menor. Es precisamente gracias al mecanismo de precios (gente que puja al alza el precio de la plata debido a su escasez relativa con el cobre), que tales tipos de juicios pueden desarrollarse.
Lo cierto del asunto es que la mayoría de autores socialista se tomaron este enfoque de la forma más seria posible. Es así que autores como Oskar Lange o Abba Lerner, tras reconocer la aportación de Mises en este sentido, propusieran erigirle una estatua para que nadie olvidara el hecho de que el mecanismo de precios también opera sobre la base de todo sistema socialista. On The Economic Theory of Socialismo publicado en 1936, por ejemplo, Lange trató de aunar la teoría marxista y clásica del mecanismo de precios proponiendo un organismo central que fijara los precios por medio del ensayo y el error al objeto de ajustar posibles carencias y surpluses con las necesidades reales del mercado. La idea de Lange es que el socialismo podría funcionar si se sustituía la planificación socialista por el mecanismo de precios. La idea principal era la de promover la producción auspiciada por el estado hasta que el coste marginal de lo producido se igualara con el precio de mercado de tales productos. Fue también este autor uno de los primeros en reintroducir la idea de Pareto eficiente en la economía y el autor de los dos teoremas de la economía del bienestar (theorems of welfare economics): los equilibrios competitivos o walrasianos llevan a la eficiencia de Pareto (primer teorema) y todos los posibles resultados que son Pareto eficientes pueden lograrse mediante pagos en bulto redistributivos gestionados por el mercado (segundo teorema).
El profesor Huerta de Soto nos recuerda aquí, muy en la línea de pensamiento que Mises y Hayek desarrollaron frente a este enfoque, la imposibilidad de todo sistema central que imite los sistemas de mercado, cosa esta, que imposibilita el socialismo de raíz. El problema con este enfoque reside en la imposibilidad de poder contar con la información adecuada por anticipado en relación con los costes de oportunidad asociados con el uso. De esta manera, es imposible que un organismo central pueda contar con la cantidad ingente de información requerida para determinar los precios de mercado eliminando al mismo tiempo los costes asociados de transacción. Para el profesor Huerta de Soto esto resulta del todo imposible si se eliminan los incentivos individuales que son los que permiten precisamente la eficiencia en el uso de recursos, lo cual, sólo se puede conseguir en un marco privado de posesión y uso de los medios de producción. La idea de Lange de sustituir al subastero walrasiano (modelo de equilibrio clásico) por la figura del funcionario en el contexto de una economía de planificación central y socialista, es del todo imposible.
En Economic Calculation under Socialismo Hayek argumenta en contra de la posición socialista diciendo que la información de la que disponen los individuos para guiarles en su actividad económica es ingente, se encuentra fragmentada y varía de forma continua en función de nuevos descubrimientos y costos de oportunidad que surgen de manera constante en los procesos de mercado. Esta información se haya indisolublemente asociada a los procesos de mercado mismos y se encuentra ligada al proceso de descubrimiento empresarial mismo. Son dinámicas como estas lo que ha hecho precisamente postular al profesor Huerta de Soto que sólo un ejército de empresarios a pie de cañón tengan la posibilidad de realizar semejantes procesos, pues tal información no puede ser consolidada en un organismo único de planificación central. El mercado es un proceso que dispone de mecanismo de retroalimentación donde la información que los actores poseen puede verse obsoleta en los estadios siguientes debido a la nueva información o líneas de actuación que antes no resultaban patentes.
En esencia, pueden citarse dos resultados que hacen de toda economía de planificación central algo indeseable: 1 La ineficiencia a la hora de distribuir los recursos y 2 la supresión del proceso democrático y autogestión. El primero de estos efectos es logístico mientras que el segundo es moral o ético. Si bien por un lado todo sistema de organización central acusa de ineficiencias a la hora de asignar recursos de forma eficiente, lo cual lleva a la escasez y falta de recursos, por el otro la supresión de los procesos de mercado exige de la existencia de un organismo de planificación central que es incompatible con el proceso democrático de toma de decisión por parte del individuo.
Fuente: https://laverdadofende.wordpress.com/2015/02/21/socialismo-y-calculo-economico/

miércoles, 11 de febrero de 2015

LAGRIMAS POR UN DICTADOR MUERTO, por Juan J. Molina





Hay cosas que explicar no puedo y a la par me infunden repugnancia y miedo al dejar tan tristes,  tan solos, a los vivos. Vivimos en un mundo difícil de entender, casi mejor no intentarlo, las pequeñas cuitas de nuestra especie que vaga en una bola por un universo inabarcable, parecen a una distancia prudente, insignificantes signos de movimiento, ligeras nubes de polvo tras las que bullen pequeñas turbulencias semejantes a un espasmo, ligero y efímero, al que dimos el nombre de vida. En el transcurso de esa leve contorsión transcurre toda nuestra existencia y luego, la pequeña nube de polvo se disipa y ya no queda nada, todo vuelve a su quietud hasta el siguiente espasmo, y así una tras otra y todas juntas forman la solemne y gloriosa epopeya de la vida humana. Entre tanto, absolutamente ajenos a nuestra insignificancia vamos escribiendo nuestras historias personales tan tristes o alegres como las circunstancias, la suerte y nuestras, a menudo, estúpidas decisiones nos lo permiten. Como si todo este cúmulo de realidades no fuera ya suficiente para convertir este viaje en una oferta barata y cutre, no falta nunca un salva patrias que venga a terminar de joderla. Un iluminado con su corte de discípulos que ha visto la luz y por incontinencia mental no puede dejar de irse de vareta doctrinal y que por mucho que corras o te escondas, termina alcanzándote con alguna chufleteada de ocurrencias tan estúpidas como peligrosas. Un mundo absurdo éste, donde a las alturas que estamos puedes ver como, con las paredes de las casas y los vecinos del barrio chorreando podredumbre proveniente del eructo insoportable que se gesta en una maldita digestión de ocurrencias y teorías, todavía hay paisanos que derraman lagrimas por el dictador muerto, que se les erizan los pelos al ver el rostro inmaculado del sin pecado, que cantan alabanzas y elevan loas al espíritu inmaterial de algún pedazo de mal nacido que no tuvo más mérito en su ligera turbulencia, que el de llevarse por delante la puñetera vida de unos cuantos desgraciados. No hace falta alejarse de mucho de casa para ver a estos canta mañanas derramando su llanto y su sentir por los sátrapas de ahora y de antes, lo hacen sin pudor y sin descanso, como plañideras que esperan su jornal al final del velatorio. No voy a ponerle cara, ni nombres a los dictadores, ni a sus plañideras, eso es un ejercicio que dejo a su libre discernir pero yo, desde luego, en esta ligera y efímera turbulencia que se llama España veo sus nombres y sus caras con meridiana claridad.  

domingo, 8 de febrero de 2015

La renta básica, una idea liberal. Por Héctor G. Barnés

A comienzos de los años setenta, la discusión entre los partidarios y los detractores del Estado de Bienestar se encontraba en su punto álgido. Habían pasado ya más de dos décadas desde el final de la Segunda Guerra Mundial y los países occidentales habían desarrollado sistemas de protección y servicios públicos para sus ciudadanos que costaban una gran cantidad de dinero a los Estados. La pregunta que muchos se hacían era la siguiente: ¿De verdad resulta rentable el dinero invertido por las administraciones públicas?
La respuesta que algunos dieron a dicha pregunta era la creación de una renta básica universal, hoy en día asociada a proyectos de izquierdas como Podemos, pero que en su día fue defendida por economistas liberales como Milton Friedman como una forma de recortar el Estado de Bienestar. La lógica es palmaria: para un liberal que defiende la libertad del individuo frente a la del Estado, es preferible que sea el ciudadano quien gestione sus recursos en lugar de las administraciones públicas.
Entre 1974 y 1979, el pueblo de Dauphin vivió el sueño de la renta básica universal
Con el objetivo de averiguar si realmente un pago mínimo mensual mejoraría la vida de los ciudadanos o, como aseguraban los detractores de la medida, impulsaría a la población a la ociosidad, se llevó a cabo el experimento Mincome en la localidad canadiense de Dauphin (Manitoba). Se trataba de una comunidad agrícola que, entre 1974 y 1979, vivió el sueño de la renta básica universal y dio lugar a miles de páginas de bibliografía, que nos descubren qué ocurre cuando uno cobra por respirar.
Una sociedad menos injusta, personas más felices
Durante décadas, la mayor parte de los datos obtenidos del producto Mincome durmieron en un almacén de Winnipeg sin que nadie se interesase por ellos, hasta que fueron redescubiertos por la socióloga Evelyn Forget, que publicó en el año 2011 el estudio definitivo sobre el experimento canadiense. En este, cada familia recibía una renta mínima mensual, salvo aquellas que ingresaban más de 13.000 dólares y tenían dos hijos o menos; las personas que trabajaban veían reducido este dinero en medio dólar por cada dólar ganado, una medida que tenía como objetivo premiar la búsqueda de empleo. La cantidad era altamente variable, de unos testimoniales 100 dólares mensuales a unos 5.800 anuales para los que carecían de otros ingresos.
Descendió la violencia doméstica y el número de accidentes de coche, así como las hospitalizaciones psiquiátricas
Las conclusiones de Forget, expuestas en el artículo llamado «El pueblo donde no existía la pobreza», fueron altamente positivas. En primer lugar, fue capaz de desmentir la principal preocupación de los detractores de la medida, puesto que la motivación para buscar y rendir del principal trabajador de la familia no declinaba. Sin embargo, sí hubo un pequeño descenso en la ocupación de los adolescentes y las madres de niños pequeños, seguramente porque los primeros se veían librados de la necesidad de apoyar económicamente a sus familias y las segundas podían dedicarse a cuidar de sus hijos.
La estación de tren de Dauphin fue construida en 1912. (CC/Jeangagnon)La estación de tren de Dauphin fue construida en 1912. (CC/Jeangagnon)
Este es uno de los puntos más discutibles de la investigación, puesto que los participantes eran conscientes de que estaban participando en un estudio con fecha límite. Según los críticos del trabajo de Forget, parte del pueblo aprovechó la oportunidad de dedicarse a criar a sus hijos o dedicarse a otras labores conscientes de que dicha situación no duraría para siempre, algo que pudo haber condicionado el estudio. Sin embargo, la investigación también mostró que los ciudadanos elegían con mayor libertad el trabajo que podían llevar a cabo.
Además, se pusieron de manifiesto otra serie de efectos positivos para los habitantes del pueblo. Las visitas al médico se redujeron en un 8,5%, la salud mental de los ciudadanos mejoró y un mayor número de adolescentes terminó sus estudios. No sólo eso, sino que también descendió la violencia doméstica y el número de accidentes de coche, así como las hospitalizaciones psiquiátricas. Los efectos, por lo tanto, no sólo no perjudicaron al mercado laboral, sino que permitieron a sus habitantes vivir más felices, tanto a aquellos que recibían la paga como al resto, un efecto indirecto y sorprendente de dicha renta.
El Centro de Artes Watson, construido en 1905. (CC/Bobak)El Centro de Artes Watson, construido en 1905. (CC/Bobak)
Un pequeño gasto para el Estado, un gran cambio psicológico
Hay que conocer las particularidades del pueblo para comprender de qué manera la introducción de estos ingresos mínimos influía en su bienestar mental. Dauphin era una ciudad de unos pocos miles de habitantes que vivía de la agricultura, y en la que la mayor parte de sus habitantes estaban autoempleados. Por esa misma razón, en el pasado habían convivido con una acuciante incertidumbre, que la renta había hecho desaparecer.
“Mincome ofrecía estabilidad y predictibilidad; las familias sabían que iban a contar con algún apoyo, con independencia de lo que le ocurriese a los precios de la agricultura o el tiempo”, explica Forget en su estudio. “Sabían que una enfermedad repentina, una incapacidad o un evento económico imprevisto no sería económicamente devastador”. El efecto más claro fue la desaparición de esa incertidumbre inmovilizadora que causa el miedo a perderlo todo y que hace estragos entre las clases más desfavorecidas. Además, gracias a la renta básica, y como algunos habían previsto, los costes del Estado de bienestar podían reducirse, lo que compensaba la inversión. La educación y la salud se encontraban en manos del ciudadano.
Este estudio puede cambiar la forma en que entendemos la gestión de los recursos públicos
Aunque hoy algunos lo tachen de delirio radical, la realidad es que han sido los conservadoresquienes, en países como Estados Unidos, más han apoyado esta medida. Por ejemplo, alguien poco sospechoso de izquierdista como Richard Nixonintentó sacar adelante el Plan de Asistencia Familiar en el año 1969, por el cual las familias americanas recibirían 2.500 millones de dólares. Sin embargo, fue tirado abajo en el senado por los demócratas.
Para finales de los años setenta, la economía global entró en crisis y el proyecto empezó a resultar demasiado caro para las arcas canadienses, lo que llegó al Gobierno a cancelarlo y a seguir almacenando los documentos durante décadas, hasta que en el año 2005 fueron redescubiertos por Forget. Un hallazgo que puede cambiar para siempre la forma en que gestionamos los recursos económicos del Estado. 

domingo, 1 de febrero de 2015

Cuando el dinero no vale ni el papel en el que está impreso (I)

Es común considerar que la inflación es el aumento del costo de la vida, o del valor de las cosas que se compran con dinero. En realidad, si bien es cierto que la inflación hace que la vida sea más cara, no se trata de que las cosas valgan más, sino de que el dinero vale menos. Es decir, que la inflación es la pérdida de valor real del dinero. Lo que se considera una inflación “normal” varía según el país y la época, y lo que se denomina hiperinflación, también. Así, se menciona como hiperinflación una tasa del 100% anual pero también una tasa, mucho mayor, del 50% mensual, cifras absolutamente inimaginables en la mayor parte del mundo desarrollado, pero que se han multiplicado con creces en algunos lugares y en algunos momentos históricos. En la entrada de hoy (y la siguiente, en un par de días), veremos los peores casos de inflación jamás registrados.
Hiperinflación: ¡Así podremos hacer fuertes con dinero!
Las causas últimas de la hiperinflación pueden ser muchas, pero la causa inmediata siempre es una pérdida de valor de la moneda provocada por el exceso de ésta sin un respaldo real detrás. Una inflación del 3%, considerada normal, supone duplicar los precios cada 23 años. Una inflación del 10% anual, considerada muy alta por cualquier economía desarrollada, supone duplicar los precios cada siete años. Cuando los precios suben un seis por ciento mensual, acaban duplicándose al cabo de tan sólo un año. Es decir, pasados doce meses, la moneda vale exactamente la mitad que a principios de año. Si un kilo de azúcar cuesta 100 en enero, en diciembre costará 200. Tirando hacia arriba, una inflación de cuatro dígitos (un mil por cien en adelante) supone multiplicar los precios al menos por diez cada año. A partir de ahí, cada cero en la tasa de inflación es un cero más en el precio de las cosas cada año. Los casos que vamos a ver superan con creces esas cifras, de todas maneras. Ahí va el top 5 de la hiperinflación.
5.- Grecia, 1943-45
La moneda griega empezó a perder valor a pasos agigantados durante la ocupación nazi del país en la II Guerra Mundial. En 1940, y debido precisamente a la guerra, el estado heleno entró en un déficit brutal, que fue financiado por el Banco de Grecia imprimiendo más dinero. Cuando en 1941 el país fue ocupado por los alemanes, el gobierno títere impuesto al país gastaba aproximadamente entre dos tercios y tres quintos de los ingresos en mantener a las tropas alemanas. La financiación del déficit siguió corriendo a cargo de la impresión de papel. En 1943 los griegos empezaron a rechazar los dracmas como moneda válida y la espiral inflacionista se convirtió en imparable; para ese año los ingresos del Estado suponían tan sólo un 6% del total de gastos. En octubre de 1944, cuando el gobierno en el exilio tomó el control de Atenas, el déficit presupuestario anual del estado griego era del 99,4%;  la inflación mensual alcanzó el 13.800%, con los precios doblándose cada cuatro días, y otro 1.600 % al mes siguiente. Se calcula que en 1938 un billete cambiaba de manos de media cada 40 días. En 1944 ese periodo de tiempo se había reducido hasta las cuatro horas. La situación tardó años en estabilizarse (poco después estalló una guerra civil en el país), y la mayor parte de la población siguió usando metales preciosos o moneda extranjera para sus intercambios.
Billete de cien billones de dracmas emitido en 1944. El impacto de la inflación sobre la moneda fue enorme; en 1942 el billete de denominación más alta era de 50 mil dracmas.
4.- Alemania, 1922-1923
Es uno de los casos más conocidos y estudiados de la Historia. El origen de la hiperinflación fueron las desmesuradas reparaciones de guerra exigidas a Alemania tras la I Guerra Mundial. La cifra exigida sobrepasaba con creces las reservas de oro y moneda extranjera de Alemania, por lo que el país procedió a comprar divisas en el mercado internacional, lo que redujo rápidamente el valor de la moneda desde los 8 marcos por dólar de 1919 hasta los 330 de mediados de 1922 y los 8.000 de finales de ese mismo año. Como mecanismo de defensa el gobierno imprimió más y más moneda, lo que produjo como efecto inmediato el desplome del marco y un ascenso irresistible de los precios. En enero de 1923, cuando Alemania no pudo pagar una de las cuotas de las indemnizaciones Francia y Bélgica ocuparon la cuenca del Ruhr para cobrárselo en especies. Alemania llamó a la huelga a sus trabajadores y, para pagarles, siguió dándole a la manivela del papel moneda, lo que a su vez redundó en un aumento irrefrenable de los precios, lo que a su vez llevó a imprimir más moneda. Y así.
Escenas cotidianas durante la hiperinflación: arriba, un tipo usando billetes de banco para empapelar las paredes. Era más barato usarlos que el papel que se podía comprar con ellos. Debajo, una mujer usa dinero como combustible para calefacción, dado que con ese dinero no daba para comprar leña.
Las consecuencias de la hiperinflación alemana fueron dramáticas. Las clases medias fueron devastadas por el alza inconcebible de los precios, sus ahorros se volatilizaron y aquellos que recibían rentas las vieron convertirse en nada. Durante más de un año Alemania soportó tasas mensuales de inflación del 21% diario, lo que equivale a un 30.000% mensual, es decir, a duplicar los precios cada cuatro días y a multiplicarlos por diez cada diez días. Según pasaba el tiempo el fenómeno se fue acelerando, llegando a darse casos auténticamente extremos. En el peor periodo de la inflación, a finales de 1923, se decía que si uno pedía en un bar un café, en el tiempo de bebérselo el precio se habría doblado. A finales de 1922 una barra de pan en Alemania costaba 600 marcos, varias decenas de veces más que unos años antes. En agosto de 1923 el precio de la misma barra de pan era de un millón y medio de marcos, y para noviembre de 1923 el precio había subido hasta los tres mil millones de marcos a principio de mes, y 200.000 millones a finales. El día uno de ese mes un vaso de cerveza costaba 4 mil millones de marcos y un kilo de carne más de setenta mil millones. El precio de una onza de oro pasó de 1.300 en enero de 1921 a 370.000 en enero de 1923 y a 87 billones en noviembre de ese mismo año. El cambio frente al dólar llegó a alcanzar los 5 billones de marcos. La hiperinflación terminó con la introducción de una nueva moneda, el Rentenmark o Marco seguro, convertible por los viejos marcos a razón de un nuevo marco por cada billón, con be, de los antiguos. Una de las consecuencias más curiosas de la hiperinflación fue la aparición de la “enfermedad del cero“; aquellos que la padecían tenían la compulsión irrefrenable de escribir larguísimas filas de ceros.
Billete de 100 billones de marcos de 1923
3.- Yugoslavia, 1993-1995
La destrucción de la antigua Yugoslavia, con su rosario de genocidios y masacres, dejó también uno de los episodios de inflación más graves de la Historia. Durante los primeros noventa la recesión sacudió a la República Socialista de Yugoslavia con dureza, mandando a varios centenares de miles de personas al paro. En ese contexto se produjo la disolución del país y el inicio de las guerras yugoslavas. Una política económica errática, que, al igual que en el caso griego, combinaba enormes déficits con impresión de dinero de manera completamente artificial para pagarlos, provocó el alza de precios. Esta se vio agravada por la política de precios fijos de los bienes de primera necesidad. Los agricultores y los tenderos prefirieron no vender (o vender en el mercado negro) antes que hacerlo a los precios artificialmente bajos ordenados por Belgrado. La desaparición de la oferta combinada con una demanda creciente de esos mismos bienes fue lo que terminó de disparar los precios. Una primera reevaluación de la moneda (del orden del millón de dinares por cada nuevo dinar) no sirvió para nada. En un  momento dado, de hecho, las transacciones cotidianas comenzaron a hacerse en marcos alemanes (que siguió siendo la moneda de Bosnia y Kosovo hasta la llegada del Euro).
Un billete de 500 mil millones de dinaresde 1994
Los precios se situaron fuera de cualquier control durante el último semestre de 1993 y todo 1994. El cambio con el marco alemán lo dice todo. El 12 de noviembre de 1993 un marco se cambiaba por un millón de dinares, el 15 de diciembre el cambio era de 3.700 millones de dinares, y para el final del mes había subido a los 3 billones de dinares. Otra reevaluación quitó doce ceros a la moneda (un “nuevo nuevo” dinar equivalente a 1 billón de nuevos dinares), pero el dinar siguió perdiendo su valor a toda velocidad. Para el 17 de enero de 1994 el cambio con el marco ya andaba por los treinta millones (treinta trillones de los “nuevos dinares” y treinta cuatrillones de dinares de 1992). Una nueva reevaluación creó el “súper dinar”, equivalente a diez millones de los dinares de tercera generación. La inflación mensual más alta registrada fue de 330.000.000% (trescientos treinta millones por ciento, sí), en enero de 1994; esto equivale a un 65% de inflación diaria, y a duplicar los precios cada 34 horas. A lo largo de todo el periodo de hiperinflación los precios subieron un 5.000.000.000.000% (cinco billones). El gobierno de Belgrado culpó de la hiperinflación a “las injustas sanciones contra el pueblo serbio” por la guerra de Bosnia.

Fuente: https://fronterasblog.wordpress.com/2011/08/22/cuando-el-dinero-no-vale-ni-el-papel-en-el-que-esta-impreso-i/

CONTINUACIÓN

Cuando el dinero no vale ni el papel en el que está impreso II

2.- Zimbabue, 2006-2009
Es el más reciente y hasta ahora el único caso de hiperinflación del siglo XXI, provocado casi en exclusiva por las políticas insensatas de la tiranía de Mugabe. La corrupción generalizada del régimen, la impresión masiva de moneda no respaldada para pagar a los funcionarios y al ejército, unidas a políticas agrarias erráticas llevaron a la pérdida de confianza en la moneda local durante 2005 y 2006. Durante ese último año los precios se multiplicaron por mil, lo que llevó al gobierno a tomar dos medidas, una, introducir una nueva moneda (“nuevo dólar”) en lugar del viejo dólar de Zimbabue, a razón de mil dólares por cada nuevo dólar, y dos, prohibir la inflación. El éxito de semejante estupidez fue escaso. Durante 2007 la inflación alcanzó cotas de tres cifras mensuales, y un acumulado anual del 66.000%. Pero lo peor llegó en 2008.
Ticket del bar de un hotel en las Cataratas Victoria en marzo de 2008. Una botella de agua mineral costaba 95 millones de dólares, y una cena diez veces más. Los 1.200 millones de dólares equivalían a 52 dólares americanos. Debajo un par de fotos que ilustran espectacularmente lo que es una moneda sin valor (fuente de las tres).
A principios de 2008 la moneda (“nuevo dólar”, recordemos) estaba tan depreciada que el gobierno imprimió billetes de diez millones de dólares, equivalentes a cuatro dólares de EE.UU., y que pronto se quedaron cortos. Con los precios doblándose cada cuatro días en abril se lanzaron billetes de 50 millones, y en mayo de 100 y 250. El fenómeno no se detuvo ni por asomo, así que en julio ya había billetes de 500 y mil millones de dólares. Pronto la cosa se desmadró más de lo imaginable, y fueron necesarios billetes de  La tasa de inflación mensual en ese momento ya se medía en “millones por ciento” (dos millones según el gobierno, ocho millones según expertos independientes). Por hacerse una idea, eso supone multiplicar los precios por ochenta mil cada mes, lo que hoy vale cien en un mes costará 8 millones y en dos meses costará 64 billones. Una cerveza en un bar de Harare costaba el 4 de julio a las cinco de la tarde 100 mil millones de dólares, y 150 mil al cabo de una hora. Un billete de autobús costaba el doble por la tarde que por la mañana. Ese mismo mes, tras imprimir los primeros billetes de cien mil millones, se anunció un “tercer dólar”, con diez ceros menos que el anterior, pero la medida fue inútil.
Billetes de cincuenta y cien billones (trillions anglosajones) emitidos por el Banco de Zimbabue en 2009.

“Sólo papel higiénico en este inodoro. No usar Dólares de Zimbabue”. En 2009 era más barato limpiarse el trasero con dinero que comprar papel
La tormenta perfecta inflacionista siguió su curso; a diferencia de lo que sucedió en los casos alemán o incluso yugoslavo, los problemas de Zimbabue eran estructurales y se habían acumulado ya varios años de hiperinflación. Con una tasa de paro del 80% y salarios en billones de dólares que no alcanzaban para pagar un billete de autobús, los precios siguieron duplicándose de media cada 24 horas, y en enero de 2009 ya existían de nuevo en circulación billetes de cincuenta mil millones de dólares (equivalentes a 500 mil trillones de dólares de 2005, y aproximadamente a medio dólar americano). Posteriormente se imprimieron billetes de hasta cien billones de dólares, y se lanzó un “cuarto dólar” con doce ceros menos (un billón de “terceros dólares” por cada “cuarto dólar”)  justo antes de que, de manera oficial, la moneda fuera abandonada y sustituida por el dólar americano y el rand sudafricano. En conjunto, un “cuarto dólar” equivalía a uncuatrillón de dólares pre-inflación. La tasa de inflación mensual más alta alcanzada por Zimbabue fue la inabarcable cifra de 7.96 × 1010 %, es decir, 796.000.000.000%, lo que suponía multiplicar los precios casi por un billón, con be, en un mes.
1.-Hungría, 1946
Y llegamos al caso de inflación más salvaje jamás conocido. Al finalizar la II Guerra Mundial la situación de Hungría era bastante precaria; su infraestructura estaba destrozada casi en su totalidad y la rapiña de soviéticos y nazis les había dejado tiritando; para colmo el país le debía a la URSS 300 millones de dólares de la época en concepto de reparaciones de guerra, que era prácticamente todo lo que podían obtener en metales preciosos y divisas extranjeras. Como en todos los casos que hemos visto, el gobierno pretendió solucionar el déficit imprimiendo toneladas de papel moneda para estimular el crédito barato y la reconstrucción de la economía, pero el resultado fue nefasto. Para empezar, los ahorros de la población se convirtieron en aire al actuar la hiperinflación como un impuesto revolucionariosobre la clase media, una constante en esta clase de fenómenos. La malnutrición infantil, ya erradicada en el país, volvió a aparecer al desplomarse el poder adquisitivo de las familias.
Billete de cien trillones de Pengs; es el billete con la denominación más alta jamás emitido. Su valor real en el momento de su emisión era apenas una milmillonésima parte de un céntimo de dólar.
La inundación de masa monetaria sin ningún tipo de bien tangible detrás, ya fueran metales preciosos o bienes del estado, provocó un alza incontrolable de los precios. Lo primero que desapareció de la circulación fueron las monedas, primero las de plata e inmediatamente después las de cobre y níquel, al ser los metales de los que estaban hechas mucho más valiosos que el valor facial de éstas. En abril de 1946 había en el mercado 34 billones de billetes circulando, una cifra que no haría sino aumentar. En 1941 una barra de pan costaba 1 peng (la moneda local, llamada pengő en húngaro); en abril del 46 una única rebanada costaba 450.000 pengs, y para julio la cifra había subido a los seis mil millones. Los salarios se actualizaban constantemente para ajustarse a la inflación, pero esto no hacía más que agravar la situación, porque ese sobrecoste se trasladaba al consumidor. Los tenderos y vendedores comenzaron a anticiparse a la inflación actualizando sus precios cada dos horas o menos, lo que agravó la espiral. Algunas empresas instauraron el llamado “salario calórico”, por el que se remuneraba a los trabajadores según sus necesidades alimenticias. Los salarios, que llegaron a ser de trillones de pengs mensuales, apenas daban para comprar nada, y la gente sobrevivió como pudo gracias a la remuneración en especie y a la ayuda de parientes que vivían en el campo.
Pengs siendo barridos de la calle tras el abandono de la moneda en agosto de 1946
En los siete meses más duros de hiperinflación, los que van de enero a julio de 1946, el poder adquisitivo real de los salarios, pese a las constantes actualizaciones, se redujo en un 85%. Los salarios se llegaron a pagar cada cuatro horas; a efectos prácticos lo peor que se podía hacer era conservar el dinero; con los precios aumentando de hora en hora conservar un billete un día era ver su valor reducido a un tercio del original. Como en la Alemania de Weimar, el trueque se impuso en algunas transacciones comerciales; los agricultores dejaron de aceptar moneda local para los pagos, lo que provocó, dada la escasez de oferta, todavía más inflación. El punto culminante de la locura se dio en julio de 1946; ese mes la inflación fue de  4.19 × 1016 %, en números reales 41.900.000.000.000.000%, o sea 42 mil billones por ciento. Los precios llegaron a duplicarse dos veces cada día. El final de la inflación comenzó cuando se eliminó el peng y se introdujo el florín (forint), una moneda intercambiable por oro, y, por tanto, sujeta a variaciones en el mercado internacional y mucho más estable. Es la moneda que aún continúa en uso en el país.
Billete de mil trillones de pengs. Aunque su valor facial es diez veces superior al de la primera imagen, nunca llegó a ser emitido, aunque sí impreso. Poco después de su impresión el peng fue retirado de la circulación. En ese momento (agosto de 1946) todo el dinero circulante en Hungría valía exactamente la décima parte de un centavo de dólar.
Fuentes y más info: Sobre la hiperinflación de Hungría es muy recomendable y completa la entrada que le dedicó La saga de Dashellel mes pasado.
Fuente:https://fronterasblog.wordpress.com/2011/08/25/cuando-el-dinero-no-vale-ni-el-papel-en-el-que-esta-impreso-y-ii/