Hay cosas que explicar no puedo y a la par me infunden repugnancia
y miedo al dejar tan tristes, tan solos, a los vivos. Vivimos en un mundo difícil
de entender, casi mejor no intentarlo, las pequeñas cuitas de nuestra especie que
vaga en una bola por un universo inabarcable, parecen a una distancia prudente,
insignificantes signos de movimiento, ligeras nubes de polvo tras las que bullen
pequeñas turbulencias semejantes a un espasmo, ligero y efímero, al que dimos
el nombre de vida. En el transcurso de esa leve contorsión transcurre toda
nuestra existencia y luego, la pequeña nube de polvo se disipa y ya no queda
nada, todo vuelve a su quietud hasta el siguiente espasmo, y así una tras otra
y todas juntas forman la solemne y gloriosa epopeya de la vida humana. Entre tanto,
absolutamente ajenos a nuestra insignificancia vamos escribiendo nuestras
historias personales tan tristes o alegres como las circunstancias, la suerte y
nuestras, a menudo, estúpidas decisiones nos lo permiten. Como si todo este
cúmulo de realidades no fuera ya suficiente para convertir este viaje en una
oferta barata y cutre, no falta nunca un salva patrias que venga a terminar de
joderla. Un iluminado con su corte de discípulos que ha visto la luz y por
incontinencia mental no puede dejar de irse de vareta doctrinal y que por mucho
que corras o te escondas, termina alcanzándote con alguna chufleteada de
ocurrencias tan estúpidas como peligrosas. Un mundo absurdo éste, donde a las
alturas que estamos puedes ver como, con las paredes de las casas y los vecinos
del barrio chorreando podredumbre proveniente del eructo insoportable que se
gesta en una maldita digestión de ocurrencias y teorías, todavía hay paisanos
que derraman lagrimas por el dictador muerto, que se les erizan los pelos al
ver el rostro inmaculado del sin pecado, que cantan alabanzas y elevan loas al
espíritu inmaterial de algún pedazo de mal nacido que no tuvo más mérito en su
ligera turbulencia, que el de llevarse por delante la puñetera vida de unos
cuantos desgraciados. No hace falta alejarse de mucho de casa para ver a estos
canta mañanas derramando su llanto y su sentir por los sátrapas de ahora y de
antes, lo hacen sin pudor y sin descanso, como plañideras que esperan su jornal
al final del velatorio. No voy a ponerle cara, ni nombres a los dictadores, ni
a sus plañideras, eso es un ejercicio que dejo a su libre discernir pero yo,
desde luego, en esta ligera y efímera turbulencia que se llama España veo sus
nombres y sus caras con meridiana claridad.
Juan J. Molina
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Los nombres no hay necesidad de ponerlos, caen de maduros....
ResponderEliminarLos nombres no hay necesidad de ponerlos, caen de maduros....
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