Juan J. Molina

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Juan J. Molina

miércoles, 11 de febrero de 2015

LAGRIMAS POR UN DICTADOR MUERTO, por Juan J. Molina





Hay cosas que explicar no puedo y a la par me infunden repugnancia y miedo al dejar tan tristes,  tan solos, a los vivos. Vivimos en un mundo difícil de entender, casi mejor no intentarlo, las pequeñas cuitas de nuestra especie que vaga en una bola por un universo inabarcable, parecen a una distancia prudente, insignificantes signos de movimiento, ligeras nubes de polvo tras las que bullen pequeñas turbulencias semejantes a un espasmo, ligero y efímero, al que dimos el nombre de vida. En el transcurso de esa leve contorsión transcurre toda nuestra existencia y luego, la pequeña nube de polvo se disipa y ya no queda nada, todo vuelve a su quietud hasta el siguiente espasmo, y así una tras otra y todas juntas forman la solemne y gloriosa epopeya de la vida humana. Entre tanto, absolutamente ajenos a nuestra insignificancia vamos escribiendo nuestras historias personales tan tristes o alegres como las circunstancias, la suerte y nuestras, a menudo, estúpidas decisiones nos lo permiten. Como si todo este cúmulo de realidades no fuera ya suficiente para convertir este viaje en una oferta barata y cutre, no falta nunca un salva patrias que venga a terminar de joderla. Un iluminado con su corte de discípulos que ha visto la luz y por incontinencia mental no puede dejar de irse de vareta doctrinal y que por mucho que corras o te escondas, termina alcanzándote con alguna chufleteada de ocurrencias tan estúpidas como peligrosas. Un mundo absurdo éste, donde a las alturas que estamos puedes ver como, con las paredes de las casas y los vecinos del barrio chorreando podredumbre proveniente del eructo insoportable que se gesta en una maldita digestión de ocurrencias y teorías, todavía hay paisanos que derraman lagrimas por el dictador muerto, que se les erizan los pelos al ver el rostro inmaculado del sin pecado, que cantan alabanzas y elevan loas al espíritu inmaterial de algún pedazo de mal nacido que no tuvo más mérito en su ligera turbulencia, que el de llevarse por delante la puñetera vida de unos cuantos desgraciados. No hace falta alejarse de mucho de casa para ver a estos canta mañanas derramando su llanto y su sentir por los sátrapas de ahora y de antes, lo hacen sin pudor y sin descanso, como plañideras que esperan su jornal al final del velatorio. No voy a ponerle cara, ni nombres a los dictadores, ni a sus plañideras, eso es un ejercicio que dejo a su libre discernir pero yo, desde luego, en esta ligera y efímera turbulencia que se llama España veo sus nombres y sus caras con meridiana claridad.  

2 comentarios:

  1. Los nombres no hay necesidad de ponerlos, caen de maduros....

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  2. Los nombres no hay necesidad de ponerlos, caen de maduros....

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