Juan J. Molina

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Juan J. Molina

sábado, 28 de octubre de 2017

El efecto dotación

Posted: 16 Oct 2017 04:35 PM PDT
Según el informe científico de la Fundación NobelRichard H. Thaler ha sido galardonado con el Nobel 2017 por sus contribuciones en tres líneas de investigación:
—por una parte, la que muestra que las desviaciones respecto al comportamiento racional ideal determinan sistemáticamente las decisiones económicas;
—por otra, la relacionada con los problemas de autocontrol que impiden que los agentes lleven a cabo sus planes, incluso cuando pueden calcularlos,
—y, finalmente, la que muestra que las preferencias sociales y las cuestiones relacionadas con la justicia son esenciales en la toma de decisiones económicas.
Seguidamente, se aborda la primera línea, que incluye el efecto dotación y la contabilidad mental, y que, como toda la denominada “economía del comportamiento”, se sitúa en un mundo racional, pero real (no ideal), mundo en el que, por decirlo con las palabras del Nobel Herbert Simon, hay “racionalidad” pero está “limitada”.

El efecto dotación

En sus clases, y vinculadas a su tesis doctoral sobre “el valor de una vida”, Thaler planteó dos versiones de una pregunta. Una se basaba en la “disposición a pagar” (A) y la otra en la “disposición a aceptar” (B):
  1. “Suponga que por asistir a esta clase se ha expuesto a una enfermedad rara y mortal, y que, si la contrae, en algún momento de la semana que viene tendrá una muerte rápida e indolora. Las probabilidades de contraerla son de uno por 1.000. Por otra parte, tenemos una única dosis del antídoto, que venderemos al mejor postor, cuya administración reduce a cero el riesgo de muerte. ¿Cuánto estaría dispuesto a pagar por el antídoto? (Si anda justo de efectivo, se le prestaría el dinero necesario al cero por ciento de interés y reembolsable a treinta años)”
  2. “Investigadores del hospital de la universidad están llevando a cabo un estudio sobre una enfermedad rara, y necesitan voluntarios dispuestos a permanecer en una habitación durante cinco minutos y exponerse al mismo riesgo del 1 por 1.000 de contraer la enfermedad y morir rápidamente y sin dolor la próxima semana. No se dispone de ningún antídoto. ¿Cuál es la cantidad mínima de dinero que pediría para participar en este estudio)”
Lo esperable según la teoría económica estándar es que las respuestas fueran “idénticas” o, en todo caso, “casi iguales”. Sin embargo, “las respuestas distaban de ser similares… Los participantes no pagarían más de 2.000 dólares en la versión A, pero no aceptarían menos de 500.000 dólares en la versión B. De hecho, muchos de los participantes afirmaron categóricamente que no participarían en el estudio a ningún precio”. Dado que “los datos eran desconcertantes”, se los mostró a su director de tesis (Sherwin Rosen), quien “me aconsejó que dejase de perder el tiempo y reanudase el trabajo de mi tesis”. Pero Thaler “ya estaba enganchado” y quería descubrir lo que estaba pasando. A su juicio, lo que estaba pasando es que, a diferencia de los “Econos” (el homo economicus en su terminología), los “humanos” (homo sapiens, gente normal) tenemos el “corazón partío” entre lo que tenemos y lo que no tenemos: “por pura casualidad, había hecho un hallazgo que sugería que la gente valora más las cosas que ya forman parte de su dote que las cosas que podrían pasar a formar parte de ella, disponibles, pero aún no adquiridas”. “Decidí llamarlo ‘efecto dotación’, ya que en la jerga de los economistas las cosas que ya tienes son parte de tu dote”.
Había encontrado algo nuevo, pero, de momento, no tenía teoría en la que anclarlo. Y el anclaje teórico definitivo vino con el artículo de Kahneman y Tversky de 1979, en Econometrica, en el que analizaban las decisiones en un entorno de riesgo, en clave de lo que denominaron la “teoría de las perspectivas”. En este artículo había “un gráfico asombroso”, el de “la ‘función de valor’, que también era un gran cambio conceptual en el pensamiento económico, y el verdadero motor de esta nueva teoría”.


“A grandes rasgos, puede decirse que las pérdidas duelen aproximadamente el doble de lo que satisfacen las ganancias, y ésta es una caracterización de la función del valor que me dejó totalmente boquiabierto la primera vez que reparé en ella: allí mismo, en aquel gráfico, estaba representado el efecto dotación”. Efectivamente, aunque la probabilidad era la misma en ambas versiones, en la A se pasaba de una posible enfermedad a una segura curación (se ganaba) y en la B se pasaba de una salud segura a una posible enfermedad (se perdía). Y como las pérdidas no se compensan con las ganancias, sino que “duelen más”, resulta que lo propio es que en encuestas como ésta los humanos, como diría Antonio Machín, “quieran dos cantidades de dinero a la vez y no estén locos” (sigan siendo racionales).
En síntesis, lo que era inexplicable (una ”anomalía”) para el enfoque económico estándar se explicaba con el enfoque de la economía del comportamiento, y este hallazgo de Thaler (publicado en 1980 con el título de “Toward a Positive Theory of Consumer Choice” en el Journal of Economic Behavior and Organization) permite explicar hechos tales como el empecinamiento de las empresas de las tarjetas de crédito en cambiar lo que era malo para las tarjetas (el sobreprecio que se cobraba por su uso) por algo que era bueno para los que pagaban en efectivo (un descuento). Con ese cambio (de forma, que no de contenido), el uso de las tarjetas dejó de asociarse a una pérdida y, consecuentemente, por así decirlo, paso a “doler menos”, con lo que se usaron más.

La contabilidad mental

De acuerdo con lo que señala en su autobiografía intelectual de 2015 (traducida al español con el título de “Todo lo que he aprendido con la psicología económica”), la “contabilidad mental” se relaciona con “la forma en la que la gente ve el dinero”. Como en el caso anterior, comenzamos por las preguntas de la encuesta, que fue “realizada a dos grupos de estudiantes de un máster en Administración de Empresas, bebedores habituales de cerveza”. (En este caso las pocas diferencias existentes entre ambas versiones se señalan entre paréntesis, con las letras A y B, en un texto único).
“Suponga que está tumbado en la playa con sus amigos en un día de mucho calor, y que para beber sólo tiene agua. Durante la última hora ha estado pensando en lo que le encantaría poder disfrutar de una buena botella bien fría de su marca favorita de cerveza. En un determinado momento, uno de sus amigos se levanta para hablar por teléfono y ofrece traer cervezas del único punto de venta cercano (A: un hotel de cinco estrellas. B: una tienda de comestibles pequeña y desvencijada). Antes de irse, su amigo le dice que puede que la cerveza sea cara y le pregunta cuánto estaría dispuesto a pagar por una botella, puesto que sólo la compraría si costase lo que usted le dijera o menos, pero no si costara más. Le consta que su amigo es siempre sincero, y no hay ninguna posibilidad de regatear el precio con el (A: camarero. B: dueño de la tienda). ¿Qué precio le diría a su amigo?”


En toda esta historia (publicada en 1985 en Marketing Science con el título de “Mental Accounting and Consumer Choice”) hay un “punto crucial”: “el acto de consumo es idéntico en las dos situaciones posibles, es decir, el encuestado satisface su deseo de tomarse una botella de su marca favorita tumbado en la playa” y, además, “nunca entra en, ni ve siquiera, el establecimiento en el que se ha comprado la cerveza y por lo tanto no se ve influido positiva o negativamente por el entorno de compra”. Pues bien, en estas condiciones “resulta que la gente está dispuesta a pagar más por la cerveza si se compra en el hotel” (7,25 dólares en el hotel y 4,10 dólares en la tienda).
De nuevo, nos encontramos con un resultado que es inexplicable (“anómalo”) en clave de la visión económica estándar. Thaler lo explica introduciendo un nuevo concepto: el de la “utilidad de la transacción”, que se combina con el que se aplica en estos casos en la visión estándar (el del excedente del consumidor, al que Thaler denomina “utilidad de la adquisición”). La novedad está, pues, en la “utilidad de la transacción”, una cosa que no incluyen los Econos (“Los Econos no experimentan esta utilidad de la transacción”). La utilidad de la transacción “se define como la diferencia entre el precio esperado de compra, esto es, el precio de referencia, y el precio final al que se acaba comprando un producto”.
Aplicando este nuevo concepto al caso que nos ocupa, resulta que la “mente” de los estudiantes encuestados trabajaba con otra “contabilidad” porque el precio esperable, denominado precio de referencia, era diferente (“una posible razón son las expectativas: la gente espera unos precios más elevados en un hotel lujoso… Pagar 7 dólares por una cerveza en un hotel cinco estrellas es molesto, pero es lo esperado; sin embargo, pagar eso en una tienda ¡es un escándalo!”; otra razón, relacionada con la anterior, es que estemos pensando en lo que consideramos un precio “justo” en el contexto en el que nos situamos). Esto es, de nuevo, tenemos el “corazón partío” (dos tipos de utilidad) y esto explica cosas tales como las supuestas gangas que compramos (porque, debido al descuento, tienen en ese momento un precio inferior al de referencia) y que casi nunca usamos: “… todos tenemos o hemos tenido cosas guardadas en nuestros armarios que casi nunca usamos, simplemente porque ‘había que comprarlas’, porque el negocio era demasiado bueno para dejarlo pasar; en definitiva, porque eran una ganga”.
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Fuente: Cándido Pañeda, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Oviedo, (publicado en LNE.es)

jueves, 19 de octubre de 2017

Los nacionalismos que envenenaron Europa por GUILLERMO ALTARES

Los nacionalismos que envenenaron Europa

La inclusión de todos los ciudadanos en un mismo Estado ha logrado solucionar problemas que parecían imposibles

Secesión Cataluña
El tranvía que une Estrasburgo y Khel en el momento de cruzar la frontera.   AFP
Toda la historia de Europa discurre en un sentido: la construcción de Estados donde los derechos sean políticos y, por lo tanto, correspondan a todos los ciudadanos, frente a aquellas naciones en las que los derechos dependen de la pertenencia a una idea, etnia, lengua o religión. Y no ha sido fácil llegar hasta aquí. El camino ha superado una larga sucesión de desastres y cataclismos, desde las guerras de religión en los siglos XVI y XVII hasta los conflictos que provocaron cientos de miles de muertos en la antigua Yugoslavia en los años noventa del siglo pasado. La Europa actual tiene muchos problemas, algunos con tantos ecos en el pasado como los efectos de la crisis económica o el resurgir de la ultraderecha, pero la inclusión de todos los ciudadanos en un mismo modelo ha logrado apagar conflictos que parecían imposibles de resolver.
El mundo de ayer (Acantilado), las memorias del escritor judío vienés Stefan Zweig, se ha convertido en el equivalente literario al Himno a la alegría, de Beethoven, un canto inagotable a la sabiduría de este continente, pero también una advertencia sobre la fragilidad de sus logros. Zweig se suicidó en Brasil en 1942 cuando pensaba que ya no existía ninguna esperanza para Europa y que el triunfo de Hitler era inevitable. Esto es lo que escribe sobre el nacionalismo: “Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.
La frase de Zweig debe ser aplicada con cautela a la situación actual: no nos encontramos ante un asalto contra la razón y la sociedad similar al que representaron los grandes totalitarismos, no hay en Europa nada parecido a Hitler o Stalin. Pero cuando el escritor sitúa el nacionalismo como el peor de los males, como un veneno, se refiere a la exclusión que representa para todos los que se quedan fuera. Su idealización del Imperio Austrohúngaro se debe a que fue una entidad en la que pudieron vivir bajo una misma ley y unos mismos derechos pueblos, lenguas y religiones totalmente diferentes.
El derrumbe de aquel Imperio provocó el levantamiento de fronteras que siempre dejaban fuera a alguien, porque si se trazan los límites basándose en imaginarios derechos nacionales siempre hay alguien excluido —los húngaros de Rumanía o los rumanos de Hungría, los italianos y los eslovenos de Trieste y así hasta el infinito—. No hay naciones uniformes. El gran escritor austriaco era plenamente consciente de ello y por eso veía con tanto pesimismo la evolución que vivió Europa en los años treinta.
Cuando se independizó, Eslovenia borró a 18.000 ciudadanos porque no habían nacido en esta antigua república yugoslava
Como la de Zweig, la peripecia personal del sociólogo alemán Norbert Elias puede servir para resumir el siglo XX: veterano de la Primera Guerra Mundial, huyó de Alemania por ser judío —su madre no consiguió escapar y fue asesinada en Auschwitz—, vivió en Inglaterra, donde fue deportado a la isla de Man por ser alemán, y luego trabajó en universidades de Alemania y Holanda. Escribió un libro muy influyente, El proceso de civilización (FCE), sobre la cimentación del Estado en Occidente y la protección que, al final, daba el Estado-Leviatán a los individuos. Esta obra sirvió de inspiración a Steven Pinker para escribir Los ángeles que llevamos dentro (Paidós), un ensayo que da una visión profundamente optimista del presente ya que, mantiene, vivimos en el momento menos violento de la historia. Elias explica que Europa en el siglo XV tenía 5.000 unidades políticas independientes, la mayoría baronías; 500 a principios del siglo XVII; 200 en la época de Napoleón, a principios del siglo XIX; y menos de 30 en 1953.
Estos datos representan un resumen perfecto de lo que ha ocurrido en el continente desde que Zweig escribió sus memorias: menos Estados como solución a los conflictos nacionales. La UE nació con el propósito de compartir los recursos —el carbón y el acero—, pero rápidamente cuajó como algo mucho más ambicioso: crear una estructura inclusiva, en la que estén representados los países, las naciones y sus diferencias, pero sobre todo los ciudadanos. La historia de Europa es tan intrincada que no hay otra forma de resolver conflictos milenarios. En su libro L’invention de l’Europe, el demógrafo francés Emmanuel Todd explica que “la civilización europea actual es el producto de una síntesis, lenta y trabajosa” porque “sus pasiones, religiosas o económicas, están inscritas en el espacio”. Darle un nuevo sentido a ese espacio, que sea de todos los ciudadanos sin que importen sus pasiones (porque, no lo olvidemos, el nacionalismo es una pasión, no una realidad), es el gran logro de la UE. Y dar marcha atrás sería un error gigantesco.
Algún político insensato ha hablado de algo así como el “modelo esloveno” para el desafío separatista de Cataluña. Incluso obviando datos que no se deberían obviar —una guerra de 10 días, 70 muertos, el principio de la catástrofe yugoslava, la peor que ha sufrido Europa desde el final de la II Guerra Mundial—, es interesante recordar un fleco de aquella independencia, que refleja lo que ocurre cuando se crean Estados basados en la nación: los llamados “borrados”. Cuando Eslovenia se independizó, un 10% de la población (200.000 de dos millones) era de origen yugoslavo, se había instalado en la República más rica, pero no había nacido allí, aunque estaban integrados. Primero se les obligó a regularizarse (¡en el país en el que llevaban viviendo desde hacía décadas!) y 18.000 de ellos fueron “borrados”, eliminados de los registros como si nunca hubiesen existido. Era una conclusión lógica: en el Estado de los eslovenos, los que no lo son no tiene cabida. En un Estado plurinacional, ese problema no existe. ¿Cuándo se solucionó? Después de que Eslovenia entrase en la UE y Bruselas le obligase a arreglar tan feo asunto.
El fin de semana del referéndum ilegal, visitó España un escritor bosnio llamado Velibor Colic, autor de un libro, lleno de humor, sobre la dificultad de empezar de cero en otro país, Manual de exilio (Periférica). Bosnio de origen croata, desertó durante la guerra, estuvo en un campo de concentración del que se fugó y se exilió en Francia. Aprendió el idioma y acabó convertido en un escritor de éxito. Ahora vive en Estrasburgo, trabaja con inmigrantes (50 nacionalidades conviven en la ciudad) y contemplaba con una mezcla de preocupación e incredulidad lo que ocurría en Cataluña. Colic decía que los referendos nacionalistas los carga el diablo. Y no paraba de bromear con que su siguiente exilio sería el más cómodo y barato, porque un tranvía une Estrasburgo con Khel, en Alemania. Se inauguró el 24 de abril y cruza, por 1,40 euros, una frontera que provocó tres guerras entre 1870 y 1945. Aquel exiliado bosnio no podía entender que alguien quisiese bajarse de ese tranvía que cruza fronteras y deja atrás para siempre una triste historia.
Fuente: https://elpais.com/internacional/2017/10/17/actualidad/1508253242_587703.html