Juan J. Molina

Juan J. Molina
Juan J. Molina

jueves, 20 de julio de 2017

Política 4.0: formados, valientes, aprenden, desaprenden y afrontan con rigor el futuro por Xavier Marcet

Que nadie busque en mí uno de esos tipos que creen que todos los políticos son iguales y argumentos simplistas del tipo «el que se dedica a la política solo está para robar». Si piensan eso pueden ahorrarse leer este articulo. En la política hay de todo, y hay de todo en todos los partidos: personas y profesionales muy honestos, y algunos deleznables. Pero, ¿dónde no? Como sociedad tenemos un problema serio cuando el sistema político ahuyenta el talento.
¿Qué necesidad tienen las personas con talento de meterse en política, ser considerado poco menos que un pre-corrupto, cobrar mucho menos que lo que cobrarían en el mundo privado y tener una agenda vendida al diablo? Está claro que a nadie le fuerzan a dedicarse a la política, pero debería hacernos reflexionar el perfil de quien se dedica a la política por vocación. No creo que la política convoque hoy a más personas de talento que hace veinte años. Y hablo por España, por Estados Unidos, por Chile y por muchos países que conozco de primera mano. Sin embargo, las sociedades democráticas fiamos nuestro futuro a la calidad de esta clase política.
El negocio del futuro ha cambiado. Es menos previsible, supone la capacidad de comprender una mayor complejidad. Los cambios se suceden a ritmo de vértigo. AirBnB no sólo ha dado un vuelco al mapa turístico de ciudades como Madrid o Barcelona, sino a todo el panorama de vivienda en alquiler. Hace cinco años era tan sólo una joven empresa muy incipiente. Igualmente pasa con Uber.
En este entorno la sensación es que la capacidad de aprender y desaprender de la clase política es algo que ni se plantea. Como si los políticos estuviesen tocados por una varita mágica que actualizara sus conocimientos. Los políticos aprenden más por intuición y simpatía (en el sentido de los filósofos griegos) que por concentración. Y si bien no podemos exigir que todos los políticos sean doctores por el MIT, tampoco podemos permitirnos una clase política muy desinformada sobre los cambios tecnológicos que ya han llegado.
Estamos ante un nuevo paradigma (IoT, Big Data, Inteligencia Artificial, Robótica, Impresión 3D, Realidad Virtual, Blockchain, Biología sintética, Bioingeniería, Nuevos materiales, Nanotecnología) que va a cambiar todo otra vez. Sin exagerar, cambiará todo, igual que Internet lo cambió todo desde los noventa. No hay que ser ciberpapanatatas ni creer que todo lo que la tecnología permita, sucederá. Pero no hay que ser miope, cambiará otra vez todo.  Y en esta discontinuidad radical que se nos avecina habrá enormes oportunidades y serias amenazas para nuestras sociedades. Y en este contexto de cambio, los relatos políticos parece que ni están ni se les espera.
No escucho a nuestros políticos hablar de cómo afrontaremos la era de longevidad que se nos abre delante. En cambio, escucho hablar de las pensiones cómo si no fuéramos a vivir muchos más años. No escucho nada sobre cómo afrontar el reto de las grandes pandemias neurodegenerativas que sucederán porqué sabemos parchear mucho mejor el cuerpo que la mente. No veo políticas urbanísticas que contemplen ciudades con grandes porcentajes de gente muy mayor viviendo sola.
Escucho muy poco a políticos (podemos incluir también a los sindicatos) hablar sobre la transformación absoluta del mundo del trabajo. Y no solamente por el impacto de la robótica si no porqué las empresas deberán ser mucho más flexibles si realmente ponen a los clientes en el centro de su tablero corporativo. Las empresas serán más planas, con estructuras más liquidas, serán más adhocráticas que burocráticas. El debate sobre la renta universal es todavía muy incipiente. A mí, me parece una mala solución, pero peor es no pensar en nada. El trabajo es un factor vertebrador de la sociedad, es para tomarse mucho más en serio su transformación.
No escucho a los políticos pensar seriamente sobre todo el enorme potencial de la inteligencia artificial y el Big Data aplicados a la creación de valor público. La necesidad de transformar la administración para tomar las decisiones y realizar las operaciones de otro modo es evidente. Se podrán desplegar políticas públicas con capacidad de personalizar muchos servicios para todo el mundo, pero éstas y otras oportunidades conllevarán otro tipo de administración.
Por descontado, el paradigma actual de funcionariado está a las antípodas de la flexibilidad y permanente aprendizaje que necesitaremos en la administración. Lo insólito es que si la administración no asume su necesidad de cambiar, igual descubrimos que si el Blockchain confirma como tecnología las maneras que apunta, igual no necesitamos a la administración para algunas de sus cosas. Ningún político se atreve a afirmar que el modelo de administración del siglo XX no servirá en el siglo XXI, lo cual es de una evidencia meridiana.
No escucho hablar seriamente sobre cómo mantendremos servicios universales básicos, como la salud, que cambiará muy sustancialmente para mejor, pero que será mucho más cara (al menos al principio de las nuevas oleadas de grandes soluciones); mientras tenemos un sistema de salud que ha desbordado todas sus costuras, ¿cómo le vamos a incorporar la medicina genética o el apoyo del diagnóstico desde el Big Data si todavía no hemos sido capaces de desplegar la historia clínica compartida? Se necesitan muchos recursos para sostener la salud que viene. Y estos recursos no caen del cielo ni se crean por decreto ley, solamente los disponen la sociedades que saben crear riqueza. Igual que hablamos de salud podríamos hablar de la educación y de sus cambios.
No veo a los políticos dar la importancia vital que tendrá la Ciberseguridad como la gran infraestructura del futuro, como una externalidad imprescindible. No les veo ni reaccionar a las alarmas muy serias que ya tenemos sobre nuestra privacidad personal así como de la seguridad de las instituciones y corporaciones. Los efectivos que como sociedad dedicamos a estos menesteres nos sonrojarán en muy pocos años.
Veo a muchos políticos hablar mucho de innovación imaginando que van a crear un Silicon Valley en cada esquina (lean a Javi García sobre este tema). Pero son incapaces de conseguir que las administraciones bajo su responsabilidad innoven o se transformen digitalmente. Para que esto sucediera deberían por empezar a cambiar ellos mismos y la clase directiva que a menudo instalan en las administraciones que controlan. Los políticos, por lo general, predican una innovación que son incapaces de aplicarse.
Y cómo estos, muchos más temas. Como ciudadanos, más que demonizar sin matices a la clase política, lo que debemos exigir es que incorporen estos temas 4.0 en la agenda estratégica de nuestras sociedades de un modo prioritario. Deberíamos también pensar en estas cosas a la hora de votar y reflexionar si estamos aupando gente con capacidad de enfrentar la complejidad que se nos viene. Por su parte, los políticos creo que ganarían legitimidad si admitieran humildemente su poca capacitación y baja orientación a estos temas. Un gran paso a favor de la clase política es que admitieran que para ejercer este oficio ahora hay que aprender y desaprender de otro modo y con otro tempo. Ni más ni menos, lo mismo que nos pasará a todos con nuestros trabajos.
Quizás porqué tengo una vida profesional muy nómada, hace años que perdí todo el interés por la política del día a día, la del rifirrafe de los partidos. La erística política me interesa poco, pero por deformación profesional, me interesa mucho  la estrategia y la innovación. Y aquí es dónde veo carencias desmesuradas. Por ello, más que ridiculizar y quedarnos a gusto con la clase política, deberíamos pensar qué hacer para mejorar las capacidades de la clase política en estos menesteres. Hablar de alfabetización me suena a falta de respeto, hablemos de aprendizaje sistemático.
Deberíamos potenciar a aquellos políticos con capacidad de estudiar y aprender sistemáticamente y deberíamos denostar a los populistas sabelotodo. La cuestión es no continuar con esa sensación de desamparo respecto del futuro. No podemos encarar el futuro con quien se enmaraña constantemente con el pasado. No podemos pensar el futuro con quien usa esquemas que perdieron hace años su contexto. Es urgente atraer talento a la política (quizás deberíamos repensar unas cuantas cosas al respecto) y es urgente facilitar que la clase política incorpore los temas básicos que plantea el nuevo paradigma 4.0 a la lista corta de sus agendas. Nos guste o no, sus agendas nos afectan inexorablemente.

Fuente: http://www.sintetia.com/politica-4-0-formados-valientes-aprenden-desaprenden-y-afrontan-con-rigor-el-futuro/

martes, 18 de julio de 2017

UNTER DEN LINDEN, por Juan José Molina

Resultado de imagen de unter den linden


O lo que es lo mismo: Bajo los Tilos. Suena extraño que una ciudad como Berlín, en la que tanto ha pasado, tenga un nombre tan poético para su avenida principal, aunque cierto es, haciendo gala de la practicidad alemana que dicha avenida está jalonada de Tilos cuya flor desprende un agradable aroma cuando paseas por ella.
Berlín es una ciudad algo impersonal cuando la ojeas a primera vista, pero después, en las distancias cortas se hace querer. Junto a una arquitectura rectilínea y maciza, donde todas las ventanas están cortadas por un mismo patrón rectangular y alargado, repetitivo como el estribillo de una canción, puedes encontrar el contrapunto en unas avenidas anchas, apenas sin tráfico para una ciudad de tal envergadura donde ciclistas y conductores interpretan una convivencia cívica y rutinaria. Berlín, como Europa, está en obras. Los berlineses están levantando de las ruinas de una guerra la grandiosidad de un pasado imperial; destruido por las bombas o por la desidia de un régimen que confundía belleza arquitectónica con capitalismo explotador.
Dos días completos hemos pasado una delegación de letrados de casi toda España y unos pocos diputados trabajando allí. Hemos podido aprender de primera mano como funcionan el Bundestag y el Bundesrat, los homónimos del Congreso y el senado en España.
Para empezar, el Bundestag no es tan diferente en su funcionamiento formal respecto del Congreso español. Tienen Comisiones, Plenos y un reglamento que con ligeras variaciones se asemeja bastante al de nuestro parlamento; otra cosa es el día a día de sus Señorías que dista bastante de la forma en que afrontamos la acción política en nuestro país. Los alemanes antes de presentar una ley la consensuan hasta con los ujieres de la cámara, para ellos el choque de trenes que tanto nos gusta aquí, a ver quién la tiene más grande, no es una opción, en todo caso sería una consecuencia a evitar en cualquier caso. En lugar de pronunciar discursos, lo que suelen hacer los diputados es debatir entre bastidores para llegar a soluciones y consensos.
Los 630 diputado del Bundestag son elegidos por un sistema de doble votación, los candidatos que obtienen la mayoría de este primer voto son elegidos directamente en sus circunscripciones y pasan a formar parte de la Cámara. Con el segundo voto se eligen listas de partidos que se presentan en cada Lander y que finalmente determinan la fuerza necesaria para elegir  de entre sus miembros al Canciller o la Canciller  Federal.
Sus Señorías pueden utilizar los medios de transporte público gratis, tienen una asignación libre de impuestos para la cobertura de gastos que en la actualidad es de 4.300 €, con la cual sufragan por ejemplo los gastos correspondiente al despacho en la circunscripción electoral y la segunda residencia en Berlín. Con cargo a la asignación para el personal colaborador los diputados abonan los emolumentos de sus colaboradores (asistentes al diputado y personal de oficina) en Berlín y en la circunscripción electoral. Las percepciones de los diputados en función de su mandato, denominadas dietas están sujetas a tributación. El importe de las dietas se establece por ley. Desde 2015 asciende a alrededor de 9.000 € mensuales.
Dos tercios de los parlamentarios se declaran miembros de una de las dos iglesias cristianas alemanas, cuatro profesan la fe islámica. Todos tienen a su disposición un llamado espacio de recogimiento religioso en el edificio del Reichstag, que es un lugar silencioso, envuelto en un ambiente de quietud y discreta espiritualidad. Los jueves y viernes  de las semanas de sesiones  suenan puntualmente las campanas de la Catedral de Colonia en el Bundestag. El repique de campanas emitido por la megafonía invita a reunirse en el espacio de recogimiento. El espacio está deliberadamente concebido como un lugar de encuentro interreligioso, pero puede dotarse de una adscripción cristiana, judía o musulmana mediante la incorporación  de símbolos religiosos. Un borde de piedra en el suelo indica el este y permite al observador mirar, en ángulo recto al mismo, hacia Jerusalén y la Meca.
A pesar de que el Parlamento es un edificio moderno en su interior, las tradiciones por extrañas que parezcan siguen coexistiendo con las nuevas tecnologías; así por ejemplo, las votaciones se recuentan a ojo de buen cubero y cuando no hay acuerdo en los votos se recurre al “salto del carnero”. Todas sus Señorías tiene que salir de la sala y volver a entrar pero cada uno por la puerta que corresponda a su voto: hay una puerta para el sí, otra para el no y otra para la abstención.
Con respecto a las leyes, las llamadas de aprobación que afectan a los asuntos de los Estados Federales tienen que ser aprobadas por ambas cámaras o no pueden salir adelante. En cuanto al resto de leyes, llamadas leyes de oposición, aunque el Bundesrat se oponga, el Bundestag puede invalidar el veto. Cuando hay desacuerdo entre ambas cámaras en una ley se pone en marcha la Comisión Mixta formada por 32 representantes al 50% entre ambas cámaras.
El Bundesrat, como indica en el frontispicio de la entrada: es una institución eterna. Parece ser que estaba antes de la llegada de los alemanes y seguirá cuando ellos ya no estén, en fin, cosas de la “grandé” germánica. Esta Cámara sí que se parece al Senado español lo mismo que una castaña a un huevo. Lo primero es que sólo forman parte de ella los miembros de los gobiernos de los Landers y los designa el Presidente de cada región.  No hay, a diferencia de España elecciones directas al Bundesrat, se renuevan por completo con las elecciones locales de cada Lander. En Alemania la legislación está en el parlamento y la administración en los Landers, o lo que es lo mismo, en el Bundesrat aunque este también tiene algunas competencias legislativas. Los votos de las respectivas delegaciones de cada Lander son proporcionales a los habitantes del mismo. Todos los Lander tiene tres votos como mínimo, cuatro en caso de tener más de 2 millones de habitantes, cinco en caso de más de 6 millones y seis votos en caso de más de 7 millones de habitantes de una población total de 82,1 millón de Alemanes. Y además, las delegaciones tienen que votar obligatoriamente en bloque, lo cual obliga a buscar consensos. Cuando en un Lander hay un gobierno de coalición y los senadores son de distintos partidos o votan todos lo mismo u obligatoriamente el voto es de abstención.
El total de senadores es de 69 repartidos en 16 Landers, con lo que la mayoría está en 35, a estos se le suman miembros de los gobiernos de los 16 Estados hasta completar la cifra de 169 senadores.
El equilibrio, la solidaridad y la compensación es la norma que rige la financiación de la federación alemana. Los tres más ricos: Baden-Wurtemberg, Baviera y Hesse mantienen a los otros trece y nadie entiende por eso que alguien esté robando nada a nadie, que diferencia con la insolidaridad que se gastan algunos por nuestra querida España. Por cierto, Berlín es uno de los más pobres entre todos.
Ahora acaba de aprobarse una nueva ley en el Bundestag, una nueva forma de financiación según la cual lo que paga el estado pasa a ser competencia del estado, una especie de devolución de competencias y, pásmense, el Bundesrat ha estado de acuerdo y no se ha acabado el mundo. Dicha ley entrará en vigor en el 2020 y estará a prueba durante 10 años, al final de los cuales será evaluada su eficacia, los experimentos con gaseosa. A esto se le ha llamado por sus detractores como federalismo de chequera. La vía contraria defiende más autonomía fiscal incentivando un sistema más competitivo entre Landers y no ir a comer todos del pesebre central. Ni tanto, ni tan calvo pienso yo, quizás un mix entre ambas posturas podría ser lo más adecuado.
Si alguna vez tienen tiempo y ganas, vayan a Berlín, paseen su isla de los museos, vayan al puente de los espías y aspiren el perfume de los tilos de su gran avenida Unter Den Linden; no se arrepentirán.