Juan J. Molina

Juan J. Molina
Juan J. Molina

martes, 25 de octubre de 2016

“La mayoría de universidades del mundo van a desaparecer”

El experto en innovación y miembro de Singularity University, la universidad de Silicon Valley, cree que la certificación ya no es útil

Cuando David Roberts era pequeño, su padre le contó que Thomas Edison había hecho mucho más por la humanidad con el descubrimiento de la bombilla que cualquier político en la historia. Esa idea marcó su camino. Roberts es uno de los mayores expertos en tecnología disruptiva del mundo y también uno de los rostros más conocidos de Singularity University, la universidad de Silicon Valleycreada en 2009 con el apoyo de la NASA y de Google.
David Roberts tras su ponencia en la Oslo Innovation Week.
Roberts considera que el negocio de las universidades tiene los días contados y que solo sobrevivirán aquellas que tengan una gran marca detrás. Singularity University ha roto con el modelo de certificación; no expide títulos ni existen los créditos. Su único objetivo es formar líderes capaces de innovar y atreverse a romper las normas para alcanzar el ambicioso reto que se ha marcado la universidad desde su creación. Sus alumnos están llamados a utilizar la tecnología para resolver los 12 grandes desafíos del planeta: alimentar a toda la población, garantizar el acceso al agua potable, la educación para todos, la energía sostenible o cuidar el Medio Ambiente, entre otros. Todo en menos de 20 años.
Roberts atiende a EL PAÍS en la Oslo Innovation Week, un encuentro organizado por el gobierno noruego estos días para detectar las nuevas tendencias en innovación que están transformando la economía.
Pregunta. En Singularity University (SU) los cursos no están acreditados. Eso quiere decir que están rompiendo con los títulos oficiales. Las universidades y los gobiernos hacen negocio con ello. ¿Creen que están dispuestos a cambiar el modelo?
Respuesta. No, no creo que estén abiertas a transformarse. Estos años estamos viendo la mayor disrupción de la historia en la educación y la mentalidad habitual ante estas transformaciones tan radicales suele ser la de pensar que lo anterior es mejor. Sucedió en el mercado estadounidense cuando llegaron los coches japoneses; eran más baratos y todos pensaban que de peor calidad, hasta que se demostró que eran mejores. Con la educación va a pasar lo mismo; las grandes universidades no quieren ofrecer sus contenidos online porque creen que la experiencia de los alumnos será peor, que no hay nada que pueda igualar el cara a cara con el profesor en el aula. Mientras ignoran la revolución que está sucediendo fuera, la experiencia de aprendizaje online irá mejorando.
Los programas académicos cerrados y la acreditación ya no tienen sentido porque en los cinco años que suele durar los grados los conocimientos se quedan obsoletos. Nosotros no ofrecemos grados ni créditos porque el contenido que enseñamos cambia cada año.
P. ¿Hay alguna plataforma de aprendizaje online que esté destacando sobre las demás?
David Roberts tras su ponencia en la Oslo Innovation Week.  EUP-BERLIN
R. Udacity. En 2011 el profesor de laUniversidad de Stanford Sebastian Thrun, el mejor experto en Inteligencia Artificial de los Estados Unidos, se planteó impartir uno de sus cursos en Internet, gratis y para todo el mundo. Casi 160.000 estudiantes de más de 190 países se apuntaron y el porcentaje de alumnos que obtuvo una A (un sobresaliente) fue superior al de las clases presenciales. Thrun dejó Stanford y montó Udacity, donde ha desarrollado una metodología de enseñanza totalmente nueva. Además, ha creado un nuevo modelo de negocio: si terminas el curso a tiempo te devuelven tu dinero y si no consigues un trabajo tres meses después, también. ¿Te imaginas esto en una universidad tradicional? Las únicas universidades que van a sobrevivir son las que tienen una gran marca detrás, como Harvard o Stanford, o en el caso de España las mejores escuelas de negocios. Las marcas dan caché y eso significa algo para el mundo. El resto, van a desaparecer.
P. Uno de los programas que ofrece SU, el Executive Program, cuesta 14.000 dólares (unos 12.800 euros) y tiene una duración de seis días. Ese precio se aleja bastante de uno de sus retos: la educación accesible para todos.
R. La nuestra es una universidad excepcional. No se trata solo de adquirir información o aprender algo muy específico online, como sucede, por ejemplo, con Khan Academy. Nosotros vamos más allá. Ofrecemos una experiencia que cambia tu mentalidad, que transforma a la gente y cuando se marchan no vuelven a ser los mismos. A mí me sucedió. Unos años después del 11-S me puse a disposición del Gobierno y me incorporé como oficial de las fuerzas aéreas. Cuando escuché que querían crear una universidad para resolver los grandes problemas del mundo, tuve claro que participaría. Y lo hice; primero como alumno y después como vicepresidente y director del Global Solutions Program. Allí te das cuenta de que la vida es corta y de que puedes hacer cosas ordinarias o extraordinarias. Cuando estás en clase con otras personas, empiezas a darte cuenta del potencial que tienes, tu visión de ti mismo y de futuro cambia. No llegas a ese punto con el método habitual de recibir información únicamente.

SOFTWARE, 3D Y DRONES

Reconocido como uno de los mejores expertos en innovación disruptiva del mundo, David Roberts fue vicepresidente de Singularity University y director de su programa Global Solutions Program. Graduado en Ingeniería Informática por el Massachusetts Institute of Technology (MIT), más tarde se especializó en Inteligencia Artificial e Ingeniería Bio-Computacional y cursó un MBA en Harvard Business School. Es presidente de la compañía de drones HaloDrop, de la primera empresa de software para ordenadores quantum 1Qbit y asesor de Made-In-Space, responsable de la creación del primer objeto fabricado con una impresora 3D para la Estación Espacial.
P. ¿Cuál es hoy es principal problema de la educación?
R. La educación se ha roto. Hemos enseñado a la gente de la misma forma durante los últimos 100 años y, como hemos crecido en ese sistema, creemos que es normal, pero es una locura. Enseñamos en las escuelas lo que los colonialistas ingleses querían que aprendiese la gente: matemáticas básicas para poder hacer cálculo, literatura inglesa… Hoy no tiene sentido. Tenemos que enseñar herramientas que ayuden a las personas a tener una vida gratificante, agradable y que les llene. Algunos son afortunados de tener unos padres que les ofrecen eso, pero la mayoría no. Los programas académicos están muy controlados porque los gobiernos quieren un modelo estándar y creen que los exámenes son una buena forma de conseguirlo. Otro de los grandes dramas es la falta de personalización en las aulas. Cuando un profesor habla, para algunos alumnos irá demasiado rápido, para otros muy despacio y para cuatro a la velocidad idónea. Luego les evalúan y su curva de aprendizaje no importa, les aceleran al siguiente curso. Hoy sabemos que si nos adaptamos a los diferentes tipos de inteligencias, el 98% de los alumnos obtendrán el mejor resultado.
P. ¿Qué materias deberían ser imprescindibles?
R. La idea de aprender mucho, solo por si algún día hace falta, es absurda. Quizás deberíamos sustituir la idea de educación por la de aprendizaje y permitir que la gente aprenda en tiempo real, según sus necesidades. El verdadero propósito de la escuela debería ser crear curiosidad, gente hambrienta de aprender, ahí es donde los profesores tienen que ser buenos. Las habilidades emocionales van a jugar un papel muy importante en la nueva economía. Pongo un ejemplo. Los conductores de Uber en Estados Unidos son puntuados por los clientes de uno a cinco. Si alguno de los conductores tiene menos de 4,6 o más de tres opiniones negativas, directamente se le saca de la plataforma. Lo mismo sucede con los usuarios, si tienen menos de 4,6, ningún conductor les recogerá. ¿Quién me enseña hoy a ser honesto, íntegro y a tener compasión?
P. Se ha hablado mucho de que en menos de 50 años los robots terminarán con la mayoría de trabajos. ¿Cómo será el nuevo mercado laboral?
R. Hace 50 años éramos granjeros. Todos estaban preocupados porque las máquinas nos quietarían el trabajo, era la única manera de ganar dinero: tener una granja y vender comida. Hoy las cosas cambian 50 veces más rápido; hace 20 años nadie sabía lo que era un desarrollador web y ahora hay miles, es muy fácil y cualquiera puede hacerlo. Todo el mundo se pregunta en qué trabajo seremos mejores que los ordenadores. En ninguno. Esa no es la pregunta correcta. Hay que plantearse qué tareas no queremos que hagan, aunque lo puedan hacer mejor. No los queremos como militares, ni como alcaldes, tampoco que decidan qué presos pueden abandonar la cárcel. Eso es lo que tenemos que enseñar a la gente a decidir.
P. ¿Cómo podemos estar seguros de que habrá trabajo para todos?
R. La cuestión que me preguntas es si el dinero va a ser más o menor importante en el futuro. Yo solía pensar que la evolución de la tecnología hace que los costes bajen y que la gente pague menos por los mismos servicios. Siguiendo esa predicción, se podría pensar que vamos a trabajar menos porque no necesitaremos tanto dinero y vamos a tener más ocio. Es incorrecto. El ser humano va a seguir creando productos excepcionales, como el iPhone; todo el mundo querrá uno. Tendremos que ser capaces de crear valor para generar dinero y poder comprar esas cosas. La realidad virtual, la impresión 3D, o la salud van a ser algunos de los campos que nos van a sorprender. El mundo seguirá girando alrededor del dinero, que es la energía para hacer cosas o cambiarlas. Esos nuevos inventos te inspirarán a trabajar para poder comprar.
P. La clave del éxito, ¿está en la confianza en uno mismo? ¿Se aprende eso en SU?
R. Como alumno, yo aprendí que una sola persona puede impactar positivamente a todo el planeta. Ese don no está reservado a personas especiales, sino a gente normal, como tú y yo. La gente se convierte en lo que piensa. ¿Qué potencial tiene un bebé? La mayoría de la gente responde que es ilimitado, pero si les preguntas sobre su potencial, no responderán lo mismo. Mi misión ahora es viajar por el mundo bajo la marca de Singularity University para mostrar a los gobiernos, empresas e instituciones que el poder para innovar está ahí, solo tienen que dar el primer paso: cambiar su mentalidad.
P. ¿Cree que los universitarios deben cambiar también su mentalidad?
R. Sí. La aspiración no debe ser que una empresa te contrate. Eso significa que te van a pagar menos de lo que mereces. No tenemos que enseñar cómo conseguir un trabajo, sino cómo crearlo.
Fuente:http://economia.elpais.com/economia/2016/10/23/actualidad/1477251453_527153.html?id_externo_rsoc=FB_CM 

martes, 18 de octubre de 2016

La gran estafa legislativa que impide a la gente ganarse la vida, por JAVIER BENEGAS Y JUAN M. BLANCO

Bodegas en mitad del campo que han de cumplir el “reglamento para la protección de la calidad del cielo nocturno”, permisos que se han de solicitar en ventanillas que no existen, obras de insonorización por importe de miles de euros para diminutas escuelas de yoga, instrucciones para declarar impuestos que parecen jeroglíficos...

Trabajar en la economía sumergida

Ramón Iglesias, ingeniero y promotor español, necesitó tres años de gestiones, 10.000 euros en licencias, centenares de papeles y complejos trámites con más de 30 funcionarios de 11 departamentos pertenecientes a cuatro Administraciones diferentes, antes de poder abrir su bodega ecológica. Tuvo que pagar 1.300 euros por un estudio de impacto acústico a pesar de que sus instalaciones eran silenciosas y se encontraban muy alejadas del lugar habitado más cercano. Le exigieron una certificación de “innecesariedad” de realizar actividad arqueológica y, también, un informe sobre iluminación por si incumplía el “reglamento para la protección de lacalidad del cielo nocturno”. En resumen, Ramón sufrió innumerables zancadillas administrativas a pesar de que iba a generar puestos de trabajo en una de las zonas más deprimidas de España.
El caso de Ramón es el del típico emprendedor solvente a punto de naufragar en el mar de los Sargazos de esas trabas burocráticas a la actividad económica creadora de empleo, que más parecen provenir de la calentura de mentes desquiciadas que de una labor legislativa y reguladora responsable. Hay casos aún más inauditos, como el de un empresario mexicano que, tras un año de trámites y gestiones en España, tuvo que tirar la toalla al descubrir que uno de los permisos exigidos sólo se expedía en una ventanilla que ni siquiera existía. O, a una escala más modesta, la pequeña escuela de yoga, con aforo para apenas 14 personas, a la que se exigió acometer obras de insonorización por importe de 14.000 euros (más IVA) pues, como es bien sabido, el yoga es una actividad extremadamente ruidosa.
Acosados por las trabas administrativas, perseguidos por Hacienda, la Seguridad Social y los bancos, muchos regresan arruinados a la cola del paro o la economía sumergida

Exorcizando el espíritu emprendedor

Ramón no desistió en su empeño. Afortunadamente contaba con financiación suficiente y un proyecto bien planificado. A trancas y barrancas, descapitalizándose, llegó braceando a la orilla. Otros, con proyectos más modestos, como muchos autónomos, terminan desistiendo. Tras años de esfuerzos, angustias y estrecheces, acosados por las trabas administrativas, perseguidos por Hacienda, la Seguridad Social y los bancos, regresan completamente arruinados al lugar del que provenían: la cola del paro o la economía sumergida. En adelante, la mayoría de ellos preferirán malvivir de un triste subsidio que volver a pasar por ese infierno: comerán mal, pero al menos dormirán tranquilos. ¡Que el espíritu emprendedor se encarne en otro cuerpo!
En España, a cada intento de realizar una actividad económica corresponde una interminable lista de disparates administrativos. El delirio ha alcanzado tales cotas que, a la sombra de las prolijas normativas municipales, han florecido empresas concertadas que, por un buen dinero, “ayudan” al atribulado emprendedor a desenmarañar la madeja normativa, a conocer cómo y cuándo -y a qué coste administrativo- podrá abrir su peluquería, panadería, taller, tienda, despacho o garito. Nada mejor que el desglose de las tarifas de estos conseguidores para hacerse idea del absurdo. Algún malpensado podría llegar a la conclusión de que se ha legalizado aquello que antaño llamaban “mordida”. Para el legislador no hay peces pequeños, incluso la actividad lucrativa realizada en la propia vivienda está sujeta a inescrutables normativas. Y qué decir del “práctico” manual de Hacienda para cumplimentar la declaración de IVA: 12 páginas de retorcida jerigonza leguleya que deprimirían al más entusiasta aficionado a la hermenéutica o a la resolución de jeroglíficos.
¿A qué se debe tanto despropósito?, ¿acaso los legisladores se la tienen jurada a los emprendedores, autónomos y diminutos empresarios?, ¿nos encontramos a merced de sádicos que disfrutan mortificando a quien sólo aspira a ganarse la vida dignamente?, ¿o es simple y pura incompetencia? De ningún modo. Los políticos y los burócratas no son psicópatas ni estúpidos: su comportamiento es coherente con sus propios objetivos.



Regulación del Mercado. Índice escala de 0 a 6 de menos a más restrictivo. España (en color rojo) siempre a la cabeza en barreras, trabas, licencias y permisos.
Fuente: OCDE 2013.

Los oscuros propósitos de la hiperregulación

En los años 80 del pasado siglo, un economista peruano, Hernando de Soto, analizó un curioso fenómeno. En las grandes ciudades del Perú, como en las de otros países, existían grandes masas de población que subsistían llevando a cabo labores artesanales, industriales o de servicios, pero siempre sumergidas, aun cuando sus actividades eran lícitas. ¿Por qué nadie se regularizaba? De Soto sospechó rápidamente que el exceso de regulación, la multiplicidad de permisos y la dificultad para obtenerlos podían ser la causa. Comprobó que para abrir un mero taller textil hacían falta permisos de 11 organismos distintos, que requerían 289 días completos de trámites burocráticos, con un coste final de 1.231 dólares de la época (32 veces el salario mínimo en Perú). Y en algunos casos era imposible conseguir la licencia sin recurrir a sobornos. Este estudio dio origen al ya clásico libro El otro sendero.
Las complejísimas regulaciones no aparecen de manera inocente. Son establecidas deliberadamente
Tal despropósito condenaba a muchas personas a vivir en la precariedad. Podían ganarse el sustento pero siempre bajo la espada de Damocles de la suspensión y el cierre y, no menos importante, imposibilitados para hacer crecer su negocio y prosperar, porque el acceso al crédito estaba vedado a las empresas irregulares. Lo sorprendente era que, aun siendo las consecuencias tan graves, pocos gobiernos estaban dispuestos a acometer una simplificación legislativa. El motivo era simple: en muchos países, entre ellos el nuestro, los dirigentes políticos no persiguen el bien común; están al servicio de sus propios intereses. No se dedican a la política para servir a la sociedad sino para servirse de ella. Las complejísimas regulaciones no aparecen de manera inocente. Son establecidas deliberadamente por gobernantes sin escrúpulos como subterfugio para otorgar favores a sus aliados y asegurarse nuevas oportunidades de enriquecimiento ilícito. Esas barreras son los meandros administrativos donde se embalsa la corrupción.
La hiperregulación restringe la libre entrada a la actividad económica para que unos pocos privilegiados puedan operar sin apenas competencia, obteniendo enormes beneficios de mercados cautivos que comparten con los políticos a través de comisiones, regalos, puestos en el consejo de administración. Las normas o requisitos deben ser enrevesados y ambiguos para permitir cierto grado de discrecionalidad a la hora de conceder permisos y licencias. El fenómeno es tan antiguo que ya fue señalado por el historiador romano Cornelio Tácito: "Corruptissima re-publica, plurimae leges" (cuanto más corrupto es un país más leyes tiene).
Desgraciadamente, esta estrategia está muy extendida por todas las administraciones españolas. Mientras la oligarquía política y económica se enriquece, la gente corriente experimenta enormes dificultades para encontrar trabajo o desarrollar una actividad económica. Muchos conciudadanos quedan atrapados en el círculo de la pobreza; condenados a vivir del subsidio o trampear en la economía sumergida. Cada vez que loscostes de entrada en el mercado se incrementan un 10%, la densidad de empresas desciende un 1%,  con efectos devastadores  para la competencia, la productividad, la innovación y, sobre todo, el empleo. Las consecuencias son todavía más graves en el caso español por la cantidad y disparidad de disposiciones: más de cien mil leyes, normas y regulaciones que ocupan… ¡1.250.000 páginas en el BOE y otras 800.000 en los boletines de las Comunidades Autónomas!*
La hiperregulación maliciosa es, con mucho, el principal problema, la máquina infernal del desempleo, la pobreza y la frustración

Ni la formación ni la tecnología ni la globalización

Ciertos gurús insisten en la falta de formación, el atraso tecnológico y la presión de la globalización como principales causas del elevadísimo paro estructural que padecemos. Se equivocan. La hiperregulación maliciosa es, con mucho, el principal problema, la máquina infernal del desempleo, la pobreza y la frustración. ¿De qué nos servirá poseer la mejor formación si el legislador, sea nacional, autonómico o local, determina caprichosamente quién puede ejercer una actividad y quién no? ¿Cómo aprovecharemos la más portentosa tecnología, si los gobernantes pueden favorecer a sus amigos y partidarios, negando el pan y la sal al ciudadano innovador que quiere ganarse la vida honradamente? ¿Para qué valdrá la mayor capacidad de adaptación si los políticos generan infinidad de complejas y contradictorias normas con el fin de ejercer la discriminación, enriquecerse, y pasarse la igualdad ante la ley por el forro de sus sillones?
Resulta fascinante que muchos dirigentes políticos, alguno con sus posaderas recientemente asentadas en el Congreso, distraigan al común con la lacra del fraude fiscal y apelen a su civilidad para ordeñarle como si fuera una vaca, cuando el verdadero fraude, el más oneroso, el más colosal es el fraude legislativo: ese del que todos ellos son cómplices necesarios.
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(*) Las cifras de páginas no es el total sino sólo las publicadas entre 2009 y 2014. 
Fuente: http://www.vozpopuli.com/opinion/analisis/xx-Regulacion-Barreras-Emprendedores-Autonomos-Espana-Legislador-Hernando_de_Soto-Empresas-BOE-hiperregulacion-barreras_0_897510279.html

miércoles, 12 de octubre de 2016

Breve historia del liberalismo clásico, por Ralph Raico

classical-lib1“Liberalismo clásico” es como se designa a la ideología que promueve la propiedad privada, una economía de mercado sin trabas, el estado de derecho, garantías constitucionales de libertad de religión y prensa, y la paz internacional basada en el libre comercio. Hasta principios del siglo XX a esta ideología se la llamaba simplemente liberalismo. Sin embargo, hoy en día es necesario añadir el calificativo “clásico” (al menos en los países de habla inglesa, pero no, por ejemplo, en Francia), ya que la palabra liberalismo ha sido asociada a todo tipo de intervenciones que, en nombre de la igualdad, obliteran la propiedad privada y el mercado. Esta versión del liberalismo, si es que queremos llamarlo así, se conoce a veces como liberalismo “social”, o (erróneamente) liberalismo “moderno” o “nuevo”. Aquí hablaremos de liberalismo para referirnos a la variedad clásica.
Picture_of_John_Dalberg-Acton,_1st_Baron_ActonAunque sus principios son de carácter universal, el liberalismo debe ser entendido como una doctrina y movimiento surgido de circunstancias culturales e históricas particulares. El liberalismo, tal y como apreció Lord Acton mejor que nadie, nace de la civilización occidental, de la Europa que estaba o había estado en comunión con el Obispo de Roma. En otras palabras, la cuna del liberalismo no fue otra que la sociedad humana que vivió “el milagro europeo” (según la expresión de E. L. Jones). Las circunstancias históricas fueron la confrontación entre, por una parte, los valores e instituciones libres heredados de la Edad Media y, por otra, las pretensiones del estado absolutista de los siglos XVI y XVII.
De la lucha de los holandeses contra el absolutismo de los Austrias españoles surgió un sistema de gobierno con rasgos esencialmente liberales: estado de derecho (incluyendo especialmente una firme adhesión a los derechos de propiedad), tolerancia religiosa real, considerable libertad de expresión, y un gobierno central de poderes severamente limitados. El impresionante éxito del experimento holandés ejerció un “efecto de demostración” sobre el pensamiento social europeo y, gradualmente, sobre su práctica política. Esto fue aún más así en el ejemplo posterior de Inglaterra. A lo largo de la historia del liberalismo se produjo una interacción entre teoría y realidad social: observaciones prácticas estimularon y refinaron la teoría, cuyos desarrollos informaron a su vez nuevas reformas prácticas.
En las luchas constitucionales inglesas del siglo XVII numerosos individuos y grupos mostraron importantes rasgos liberales. Uno de estos grupos destaca por ser el primer partido político liberal reconocible en la historia europea: los Niveladores. Dirigido por John Lilburne y Richard Overton, este movimiento de radicales de clase media exigía libertad de comercio, el fin de los monopolios estatales, separación de Iglesia y Estado, representación popular, y límites estrictos a la autoridad, incluso la parlamentaria. Su énfasis en la propiedad, empezando por que cada individuo es amo de sí mismo, y su hostilidad frente al poder estatal demuestran que la asimilación entre los Niveladores y los Cavadores presocialistas no era más que propaganda enemiga. Aunque fracasaron en su época, los Niveladores se convirtieron en el prototipo de un liberalismo radical de clase media que desde entonces ha caracterizado la política de los pueblos anglosajones. Más tarde ese mismo siglo, John Locke establece la doctrina de los derechos naturales a la vida, libertad y posesiones, a las que llama colectivamente “propiedad”. Esta doctrina será transmitida, a través de los verdaderos Whigsdel siglo XVIII, a la generación de la revolución americana.
América se convirtió en una nación liberal modelo y, después de Inglaterra, en el ejemplo de liberalismo para el resto del mundo. Durante buena parte del siglo XIX apenas podía decirse que existía el Estado en muchos ámbitos de la sociedad americana, tal y como notaron asombrados varios observadores europeos. Ideas liberales radicales fueron expresadas y puestas en práctica por grupos tales como los jeffersonianos, jacksonianos, abolicionistas y los antiimperialistas de fines del siglo XIX.
Sin embargo, hasta bien entrado el siglo XX, la teoría liberal más destacable continuó procediendo de Europa. El siglo XVIII fue particularmente rico en este sentido. Un hito importante fue la Ilustración escocesa, cuyos representantes más destacados fueron David Hume, Adam Smith, Adam Ferguson y Dugald Stewart. Estos pensadores desarrollaron un análisis que explicaba “el origen de estructuras sociales complejas sin necesidad de apelar a una inteligencia directora” (según el resumen de Ronald Hamowy).
herbert spencerLa teoría escocesa del orden espontáneo fue una contribución crucial para el modelo de una sociedad civil autogenerada y autoregulada, que requiere de la acción del Estado sólo para defenderse contra intrusiones violentas en la esfera protegida de los derechos del individuo. Tal como menciona Dugald Steward en su Memoria biográfica de Adam Smith (1811): “Para llevar a un país desde el barbarismo más bajo hasta la mayor de las riquezas se precisa poco más que paz, impuestos bajos y una tolerable administración de justicia: todo lo demás viene dado por el curso natural de las cosas”. La máxima de los fisiócratas: “laissez-faire, laissez-passer, le monde va de lui-même” (“dejar hacer, dejar pasar, el mundo va por si solo”), sugiere tanto el programa liberal como su filosofía social subyacente. La teoría del orden espontáneo fue elaborada por pensadores liberales posteriores, especialmente Herbert Spencer y Carl Menger en el siglo XIX, y F. A. Hayek y Michael Polanyi en el siglo XX.
friedrich hayekEsta concepción liberal central es un foco de debate entre liberales y conservadores Burkeanos (y otros tipos de conservadores cuyas ideas se asemejan al liberalismo en varios aspectos importantes). Mientras que los liberales típicamente esperan que el mercado en su sentido más amplio, es decir la red de intercambios voluntarios, origine un sistema de instituciones y costumbres que garanticen la continuidad de la sociedad, por contra los conservadores insisten en que el soporte indispensable debe ser proporcionado por el Estado más allá de la simple protección de vida, libertad y propiedad, siendo especialmente necesario el apoyo estatal a la religión.
Con la industrialización se abrió un amplio frente de conflicto entre liberalismo y conservadurismo. Las élites conservadoras y sus portavoces, especialmente en Gran Bretaña, a menudo explotaron las circunstancias de la industrialización temprana para manchar la reputación liberal de sus adversarios dentro de la clase media y del Inconformismo anglicano. Con perspectiva histórica, está claro que la revolución industrial fue la solución dada por Europa (y por América) a una explosión poblacional intratable de cualquier otro modo. Ciertos conservadores forjaron una crítica del sistema de mercado alegando que éste es materialista, desalmado y anárquico.
frederic bastiatEn la medida en que los liberales asociaron conservadurismo con militarismo e imperialismo, surgió otra fuente de conflicto. A pesar de que una rama del liberalismo Whig no se oponía a las guerras con fines liberales (más allá de la autodefensa), y aunque las guerras de unificación nacional constituyeron una gran excepción a la regla, por lo general el liberalismo se asoció con la causa de la paz. El ideal de liberalismo antibélico y antiimperialista fue encarnado por la Escuela de Manchester y sus líderes Richard Cobden y John Bright. Cobden, sobre todo, desarrolló un sofisticado análisis de los motivos y maquinaciones que empujan a los Estados a la guerra. La panacea propuesta por los Manchesteritas fue el libre comercio internacional. Desarrollando estas ideas, Frédéric Bastiat propuso una forma especialmente pura de la doctrina liberal que disfrutó de cierto atractivo en el Continente y, más tarde, en los Estados Unidos.
Los partidarios del liberalismo no siempre fueron consistentes. Este fue el caso cuando recurrieron al Estado para promover sus propios valores. En Francia, por ejemplo, los liberales utilizaron las escuelas e institutos estatales para promover el secularismo bajo el Directorio, y apoyaron legislación anticlerical durante la Tercera República. En la Alemania de Bismarck los liberales encabezaron la Kulturkampf contra la Iglesia Católica. Sin embargo, estos actos pueden ser vistos como traiciones a los principios liberales y de hecho aquellas personas reconocidas como las más consistentes y doctrinales en su liberalismo se abstuvieron de participar en ellos.
Benjamin ConstantLa base para una posible reconciliación entre el liberalismo y el conservadurismo antiestatista surgió después de la experiencia de la Revolución Francesa y de Napoleón. Su mayor exponente fue Benjamin Constant, quien puede ser visto como la figura más representativa del liberalismo maduro. Ante la amenaza del poder ilimitado del Estado que manipula las masas democráticas, Constant buscó amortiguadores sociales y aliados ideológicos dondequiera que se encontraran. La fe religiosa, el localismo y las tradiciones voluntarias de los pueblos fueron valoradas como fuentes de resistencia frente al Estado. En la siguiente generación, Alexis de Tocqueville elaboró este enfoque Constantiano, convirtiéndose en el gran analista y enemigo del Estado burocrático omnipresente y expansivo.
alexis de tocquevilleEn los países anglosajones la hostilidad de los conservadores antiestatistas se ha visto exacerbada por el enorme énfasis dado al papel de Jeremy Bentham y los Radicales Filosóficos (como John Stuart Mill) en la historia del liberalismo. En realidad, en Sobre la libertad(1859), John Suart Mill se desvió de la línea central del pensamiento liberal al contraponer el individuo y su libertad no sólo al Estado sino también a la “sociedad”. Mientras que el liberalismo de, por ejemplo, Wilhelm von Humboldt y Benjamin Constant vio las asociaciones voluntarias intermedias como el resultado natural de la acción individual y como barreras deseables frente a la expansión del Estado, Mill se propuso despojar al individuo de cualquier conexión con tradiciones sociales generadas espontáneamente o con cualquier autoridad libremente aceptada, como ejemplifica su afirmación, en Sobre la libertad, de que el Jesuíta es un “esclavo” de su Orden.
ludwig von misesEs el estado socialista al que el liberalismo clásico se ha opuesto con mayor vigor. El Austríaco-Americano Ludwig von Mises, por ejemplo, demostró la imposibilidad de la planificación central racional. Prolífico durante más de cincuenta años, Mises reafirmó la filosofía social liberal después de su eclipse de varias décadas; se convirtió en el representante más reconocido de la ideología liberal en el siglo XX. Uno de los muchos estudiantes sobre los que Mises ejerció una fuerte influencia fue Murray N. Rothbard, quien fusionó la teoría económica austríaca con la doctrina de los derechos naturales para producir una forma de anarquismo individualista, el también llamado “anarcocapitalismo”. Al ampliar el ámbito de la sociedad civil hasta el punto de extinguir el Estado, la visión de Rothbard emerge como el caso límite del liberalismo verdadero.
murray rothbardEl liberalismo clásico es a menudo contrastado con unnuevo liberalismo social, que supuestamente se desarrolló a partir de la variedad clásica alrededor de 1900. Pero el liberalismo social se desvía fundamentalmente de su homónimo clásico desde su raíz teórica, ya que niega la capacidad autoreguladora de la sociedad: el Estado es llamado a corregir desequilibrios sociales de formas cada vez más ramificadas. El pretexto de que se intenta preservar el fin de la libertad individual, modificando sólo los medios, les suena vacío a los liberales clásicos, ya que lo mismo podría decirse de casi cualquier variedad de socialismo. De hecho, el liberalismo social apenas se distingue, teórica y prácticamente, del socialismo revisionista. Por otra parte, cabe argumentar que esta escuela de pensamiento no se desarrolló a partir del liberalismo clásico en torno al cambio de siglo (cuando, por ejemplo, se dice que se descubrió la presunta fraudulencia de la libertad de contratación en el mercado laboral). El liberalismo social existía en toda regla al menos desde la época de Sismondi, y elementos del mismo (asistencialismo) pueden encontrarse incluso en grandes autores liberales clásicos como Condorcet y Thomas Paine.
Con el final del proyecto socialista-clásico (comunista), liberales clásicos y conservadores antiestatistas pueden coincidir en que es el liberalismo social contemporáneo el que se erige hoy como el gran enemigo de la sociedad civil. La preocupación política de los liberales clásicos es, por necesidad, oponerse a la corriente que arrastra el mundo actual hacia lo que Macaulay llamaba “el Estado devóralo-todo”: la pesadilla que perseguía a Burke no menos que a Constant, Tocqueville y Herbert Spencer. A medida que las viejas disputas se quedan cada vez más obsoletas, los liberales y los conservadores antiestatistas quizá descubran que tienen más en común que lo que sus antepasados nunca llegaron a entender.


“Liberalismo clásico” es como se designa a la ideología que promueve la propiedad privada, una economía de mercado sin trabas, el estado de derecho, garantías constitucionales de libertad de religión y prensa, y la paz internacional basada en el libre comercio. Hasta principios del siglo XX a esta ideología se la llamaba simplemente liberalismo. Sin embargo, hoy en día es necesario añadir el calificativo “clásico” (al menos en los países de habla inglesa, pero no, por ejemplo, en Francia), ya que la palabra liberalismo ha sido asociada a todo tipo de intervenciones que, en nombre de la igualdad, obliteran la propiedad privada y el mercado. Esta versión del liberalismo, si es que queremos llamarlo así, se conoce a veces como liberalismo “social”, o (erróneamente) liberalismo “moderno” o “nuevo”. Aquí hablaremos de liberalismo para referirnos a la variedad clásica.

Publicado por Ralph Raico en The Dollar Vigilante, traducido por Francesc Garcia-Gonzalo (original inglés aquí)