Juan J. Molina

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viernes, 26 de octubre de 2012

La desaparición del socialismo, por Ignacio de la Torre





Herodoto, en sus “Historias” cuenta que los persas educaban a sus hijos en dos máximas: primera, nunca mentir; segunda, nunca incurrir en deudas, porque el que lo hace, acaba mintiendo.
El razonamiento económico y sociológico que subyace a la progresiva desaparición del socialismo en Occidente es profundo pero inexorable y está muy ligado a las máximas arriba expuestas de Herodoto.  Los postulados socialistas se basan desde mi óptica en el triple concepto de un incremento del peso del sector público como porcentaje del PIB, una elevada intervención del poder público en la regulación sobre cómo los individuos deben interactuar, bajo la falsa premisa de que el gobernante es más inteligente que el gobernado, y la financiación de dicha acción política con endeudamiento público.  Que conste que con esta opinión personalísima no me refiero sólo a la política del Partido Socialista Obrero Español y sus congéneres occidentales.  Gestiones como la desempeñada por Camps en Valencia, por Ruiz-Gallardón en Madrid o por el PP con muchas de “sus” cajas de ahorro se acercan mucho a dichos postulados. 
El loable objetivo del socialismo, una reducción de las desigualdades(si esta reducción se consigue “hacia arriba”, no “hacia abajo”, como en Cuba), está detrás de dicho pensamiento.  El milagro económico europeo, en los años 50 y 60, basado en enormes incrementos de productividad por hora trabajada, permitió financiar el estado social que habría de actuar como supuesto motor de reducción de las desigualdades.  A medida que las productividades se fueron reduciendo, consecuencia lógica de la utilidad marginal decreciente y del aumento intervencionismo, fue preciso acudir a los mercados de deuda, cada vez en mayor cantidad, para sostener el gasto social.  Así se rompió el segundo precepto de Herodoto, y de él se derivó el primero. 
De esta forma, se cumple una lógica política cargada de una absoluta inmoralidad: con el argumento de proteger “al débil”, se captan votos mediante emisiones de deuda, dejando el pago de ésta a los que en realidad son los más débiles y desfavorecidos: los niños que no tienen capacidad de voto, que son los que afrontarán el pago futuro de dicha deuda.  De esta forma, se confabula deuda y mentira.  Una vez la deuda alcanza niveles cercanos al  distress (superiores al 80% de PIB) y que el crecimiento económico estructural se sigue reduciendo a medida que el peso de la deuda y del Estado ahogan la iniciativa privada, la deuda y la demagogia dejan de funcionar.  Se alcanza así el final de dicha acción política. 
Estamos asistiendo estos días a su funeral.
Si alguno opina que el fin justificase los medios (yo no, y a propósito, el que encuentre dicha máxima en “El Príncipe” de Maquiavelo que me escriba) se podría argumentar en defensa del socialismo que, si consigue su objetivo mediante tan discutibles fines, pues entonces tendría una justificación.  Sin embargo, los datos apoyan lo contrario: desde 2004 la desigualdad ha aumentado en España más que en ningún otro país europeo, como se puede ver analizando coeficientes de desigualdad (GINI, datos de Eurostat).
Hace tiempo escribí cómo la lógica marxista, de que un cambio en la infraestructura acabaría produciendo un cambio en la superestructura, podría conllevar la paradoja de que el enriquecimiento de la clase media china desembocaría, por lo tanto, en el final del Partido Comunista Chino.  La hipocresía acaba inexorablemente consumiendo y fagocitando a sus actores.  A pesar de su “comunismo”, China es hoy el país con una de las mayores desigualdades del mundo: el 10% más rico de la población controla el 85% de la riqueza.
El comunismo fue desenmascarado y vencido ideológicamente precisamente por ex comunistas, como Koestler (“El cero y el infinito”), o por ex integrantes del ejército rojo, como Grossman (“Vida y Destino”), o Solzhenitsyn (“Archipiélago Gulag”).  Hoy son los mercados de bonos los que desarman ideológica y financieramente al binomio deuda-demagogia.
Quizás también en otra paradoja pueda residir la salvación del socialismo: en el propio capitalismo. Las únicas fórmulas para lograr los fines socialistas han de ser capitalistas: fomentar el emprendimiento como fuente última de la riqueza de una nación, generar productividad mediante un sistema educativo serio, reducir la intervención del poder público, para así generar productividad e ingresos que puedan costear un sistema social abarcable, limpiar la banca de activos tóxicos para asegurar que puede volver a prestar a Pymes exitosas, promover el microcrédito para erradicar la pobreza creando mini negocios y facilitar el acceso de las Pymes al mercado de capitales para de esta forma generar empleo (algo que han hecho muy bien los alemanes). 
Las llamadas “finanzas de impacto social” pueden ser el mejor aliado de esta revolución capitalista al servicio del noble ideal socialista. Por ejemplo, la banca ética, desarrollada en el norte de Europa (que tiene su origen precisamente en las cajas de ahorro, que en su concepción tenían una base ética y de desarrollo social impagable).  Dicha banca ética presenta una doble vertiente, bancos eco-sociales (donde se publica el destino de cada crédito y su impacto social previsible), como GSL, o la banca sin interés con impacto social (como JAK en Suecia y en Dinamarca).  También los microcréditos para financiar mini-negocios, sobre todo entre mujeres, (Grameen), que están detrás de la erradicación de la pobreza en amplias zonas del mundo como hemos escrito en el pasado. 
El socialismo, tal y como se ha entendido hasta hoy, está muriendo.  Está muriendo porque ha incumplido sistemáticamente los dos preceptos que Herodoto subrayaba en una buena educación persa.  El único remedio es su rearme ideológico basándose en el capitalismo y las finanzas de impacto social.  Sólo una nueva generación de micro emprendedores puede contribuir a crear la riqueza necesaria para sostener el estado social y para reducir las desigualdades “hacia arriba”. 
Por lo tanto, el mejor consejo que se puede dar a un amigo socialista de cualquier partido político es una lectura renovada de “La riqueza de las naciones” de Adam Smith.

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