A mí me gustaba ir al colegio. Mi casa estaba lejos de todo, no tenía vecinos, así que ahí era el lugar donde estaban mis amigos. Recuerdo mi primer día de clases, mis papás me metieron a preparatoria a los 5 años y no pasé por todos los grados que los niños pasan ahora antes de llegar a prepa. Pasé en el colegio trece años y en la universidad cinco más y no recuerdo mucho de mi vida escolar. Una vez intenté sacar el libro de historia para copiar en un examen, pero como no había leído, no tenía idea de qué buscar y fue de poca ayuda, ni siquiera logré hacer trampa. Otra vez, para una Semana Santa, me dejaron de tarea escribir los números de uno a un millón. Superé la clase de geografía, aunque todavía soy bastante mala con los accidentes geográficos. No fui una alumna excepcionalmente buena ni excepcionalmente mala. Supongo que siempre me mantuve en el promedio, con buenas notas y un comportamiento aceptable. Esos años constituyen una parte de lo que soy ahora, pero ¿es suficiente tener una noción del valor de mi educación? ¿Vale la pena invertir tanto tiempo, esfuerzo y dinero en una experiencia de la que después no se puede sacar una idea concreta de para qué nos sirve? Sí, me enseñaron a leer, a escribir; era buena en matemática, pero mi tía fue la que me enseñó a usar la regla de 3, algo que uso mucho más que la factorización.
A mi sobrino le dejaron de tarea hacer un cartel ilustrado con las reglas para coser diferentes tipos de tela. Si él no estuviera en primero primaria, si tuviera que zurcir un calcetín de vez en cuando o si le importara la diferencia entre la lana, el algodón y el poliéster, por algo más que saber por qué el material de su suéter pica, pensaría que esa tarea le va a servir de algo, que quizás su experiencia con la educación formal y el colegio va a ser mejor que la mía, pero no es así. El colegio en el que él estudia sigue siendo el mismo colegio en que estudié yo, en el que estudiaron mis papás, mis abuelos, creo que incluso sigue teniendo muchos de los contenidos curriculares del siglo XIX.
La escuela es uno de esos lugares en los que los niños pueden aprender muchas de las cosas que necesitan para la vida, pero no estas escuelas que tenemos en la actualidad y que han sido, parafraseando lo que dicen en el documental “La educación prohibida”, construidas a imagen y semejanza de las cárceles y las fábricas, donde los niños tienen que obedecer timbres que les dicen cuándo pueden comer y cuándo no, cuándo tienen que escribir y cuándo tienen que ejercitarse. Sé que no estoy sola con mi idea de la necesidad de una evolución en las escuelas tradicionales, necesitamos convertirlas en espacios donde estimulen la libertad, la creatividad y el pensamiento independiente. Sir Ken Robinson en sus charlas deTED nos cuenta un poco de la historia de la educación moderna, nos habla de los modelos educativos post revolución industrial y plantea cómo las escuelas dejaron de responder a las necesidades de las personas, cómo aniquilan a los creadores en potencia. En la primer media hora de “La educación prohibida” también nos dan ese contexto histórico y luego nos hablan de cómo aprenden los niños.
Una de las conclusiones que saco en claro de esos planteamientos y esas ideas revolucionarias, es que tenemos que lograr que la escuela se separe del Estado. No podemos seguir dejando la educación en manos de los gobiernos, ellos no han hecho un buen trabajo y no saben cómo empezar a hacerlo. Para que en una escuela se le enseñe al niño a ser libre, primero tiene que ser libre la institución, elegir su propio currículo, elegir su propio horario y su forma de educar. Los que dicen qué se debe estudiar en las escuelas públicas y privadas no son los maestros, ni siquiera los dueños de los colegios o los directores, son burócratas a los que no les interesan los individuos. Nos quejamos todo el tiempo de lo mal que está la educación, la juventud, los acusamos de no leer y de no interesarse, quizás es tiempo de una revolución de ideas que ayude a nuestros jóvenes a interesarse por aprender a aprender, en lugar de darles un montón de conocimiento estéril que olvidarán pronto y que no significará algo para ellos.
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