Juan J. Molina

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Juan J. Molina

martes, 14 de mayo de 2013

¿PARA QUÉ SIRVE LA CULTURA? "Sí, soy un inculto, pero gano mucho más que tú. ¿Qué pasa? ¿Eh?" 2ª parte


“Yo a mi hija ya le he dicho que se haga cantaora o algo, que canta muy bien. Sal en la tele”. El que habla es Mané, que tiene un bar donde, a veces, por las tardes, se juntan unos amigos a tocar flamenco. “Yo esos de los libros, a los que van de culturales, me descojono”, dice. “Llevo diez años con el negocio y no he visto ni uno que tenga para pagarse los cafés. ¿Qué le dices a tu gente? ¿Qué sean como ellos? Venga hombre. Mucha facha y nada más. A mí, esos de los libros, negocio me hacen poco”.
Si desde “arriba” la cultura ha pasado a ser un ornamento secundario, desde abajo se ve hace tiempo como un lujo estúpido y prescindible, cuando no como un problema. Lucrecia es sólo a medias un personaje de ficción –como todos los de ficción, acaso-. Es el elemento clave de Animales domésticos, una excelente novela social que la escritora madrileña Marta Sanz publicó en 2003, y su médula proviene directamente de una persona real. Animales domésticos, explica Sanz sobre el origen del libro, “es una novela muy condicionada por mi extracción social. Mi abuelo era mecánico, un obrero que trabajó toda su vida como tal, pero era una un obrero que se preocupaba por ser culto, y por leer, y al que le gustaba la música…”. También la mujer que acabó retratada como Lucrecia había hecho ese intento de mejorar: “Era una mujer de Getafe que -después de una conferencia que di sobre las novelas de adulterio- me dijo que ella había dejado de leer porque a medida que leía se sentía más infeliz, que veía la realidad de una manera más eficaz y eso le hacía ver a su familia como ‘una absurda pandillita de animales domésticos’”.Si desde arriba la cultura ha pasado a ser un ornamento secundario, desde abajo se ve hace tiempo como un lujo estúpido y prescindible
Una renuncia que deja entrever una de las realidades más terribles del país: que la cultura no es ya sólo ninguneada sino que puede llegar a ser un lastre. “A mí”, explica Sanz, “me interesaba mucho esa percepción de cómo la cultura había dejado de ser un elemento de desclasamiento positivo… porque la cultura ha perdido prestigio, y a un obrero ya no le interesa para nada ser culto. Por una parte, está esa visión de que la cultura no es inofensiva, de que nos abre los ojos, de que en lugar de ilusionarnos nos desilusiona… y por otra parte está la percepción de ese desprestigio absoluto de lo cultural que nos ha estado haciendo a todos desde el punto de vista humano más blandos, más susceptibles, más manipulables y más acríticos. Animales domésticos es una radiografía de lo que ha pasado con las clases medias, con la mesocracia española en los últimos años”.
Juan, periodista cultural en un medio local, explica esta situación desde la incapacidad de la burguesía “para mantener la cultura como una seña de identidad. Si lo hubiera hecho, el que quisiera ascender socialmente o simplemente tener otro nivel personal la seguiría viendo como algo necesario, y su prestigio, digamos “social”, persistiría. Pero si no da dinero ni te permite codearte con otros, si todos somos igual de burros, pierde todo su peso. Son muy pocos los que la pueden considerar como algo que se debe intentar tener por encima de su utilidad práctica tangible, como algo que te hace -por usar una expresión que también está ‘demodé’- más noble”.
Las participantes femeninas de Gandía Shore (MTV)

Pero, por otra parte, Juan, cargando con su mileurismo y sus muchos miles de páginas leídas, no sólo constata cómo una parte de la sociedad desdeña, la cultura, sino que constata cómo el resto se ríe de ella. “Lo fascinante de la ignorancia actual no es la ignorancia, es la satisfacción por esa ignorancia, el regodeo en ella. Lo fascinante de los realities, por ejemplo, de Jersey Shore, y Gandía Shore, y esas cosas, no es que la gente exhiba su burricie a pelo y le dé igual, o que las rivalidades y el ‘yo valgo más’ se diriman en duelos de abdominales, o el que la promiscuidad sea un valor. Lo fascinante es cuando aparecen los padres de los protagonistas: siempre están henchidos de orgullo por el ridículo que hacen a diario los cabestros de sus hijos. Eso es lo que demuestra que el problema viene de más atrás y es más grave. Andy Warhol tenía razón sólo en parte: todo el mundo tendrá sus 15 minutos de fama, excepto quien tenga algo que decir. Hacia ahí vamos”.En el pasado reciente la gente que no era culta se avergonzaba de no serlo
En el pasado reciente, explica Manuel Cruz, la gente que no era culta se avergonzaba de no serlo, mientras que hoy, en un giro completo, vemos cómo “la gente alardea de su incultura, añadiendo incluso a su actitud de desprecio expresiones chulescas del tipo '¿Qué pasa? ¿Eh? ¿Pasa algo?'. Antes, ser culto estaba asociado a las clases sociales más pudientes. Hoy no. La gente te dice ‘No soy culto, no sé nada pero me gano la vida mucho mejor qué tú’. Y es un mensaje que se lanza masivamente. Son actitudes que ves en televisión con mucha frecuencia. Nos hemos acostumbrado al analfabetismo, incluso al más desatado, y parece que da igual”.

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