Juan J. Molina

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domingo, 5 de febrero de 2012

Mil trescientos millones de paganos Escrito por Mario Noya



¿De dónde sacan el Exim Bank y el CDB [China Development Bank] sus ilimitados recursos? ¿Por qué razón es China, un país en desarrollo, capaz de exhibir semejante músculo financiero mientras el resto del mundo se desangra económicamente? [Pekín se convirtió en 2009-2010 en el primer prestamista del planeta al conceder en esos dos años 110.000 millones de dólares en créditos, superando al Banco Mundial] ¿Dónde está el secreto de su fórmula mágica?, nos preguntábamos. La respuesta al enigma se halla en el corazón mismo de la dictadura: en última instancia, es el pueblo chino quien paga –quiera o no– los sueños de grandeza y ambiciones del Estado chino. ¿Por qué? Por un lado, el Exim Bank y el CDB se financian con emisiones de bonos que compran los bancos comerciales chinos, desembolso que respaldan los depósitos de los 1.300 millones de chinos que –ante la ausencia de Estado social– economizan más de un 40 por ciento de lo que ganan, la mayor tasa de ahorro del mundo. Por otro, esa ingente cantidad de depósitos se conjuga con lo que los economistas llaman la represión financiera, que en el sistema chino supone que los depositantes son forzados a perder dinero con sus ahorros.
Ello es así porque reciben por sus depósitos rendimientos negativos, consecuencia de la intervención de unos tipos de interés que son a menudo más bajos que la inflación. Lo más importante, con todo, es que, pese a la pérdida de valor de sus ahorros, éstos no pueden desertar del sistema en busca de mayores beneficios porque lo impiden los estrictos controles de salida de capitales. Las opciones de inversión a nivel doméstico son limitadas y los estrictos controles de capitales impiden a los ahorradores invertir en el extranjero en opciones más rentables. De esta forma, el menoscabo financiero que sufre la población china sirve cabalmente a las necesidades de China, S. A., que usa ese dinero al que de facto paga cero intereses para conceder a las empresas estatales financiación barata para acometer su conquista del mundo. Si se levantaran las restricciones, los depósitos huirían hacia otras opciones inversoras, saldrían del sistema y, por tanto, se acabaría el capital barato.
Juan Pablo Cardenal y Heriberto Araújo, La silenciosa conquista china, Crítica, Barcelona, 2011, pp. 17-18. 

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