La revista Nuestra bandera, bajo el control del Comité Central del Partido Comunista de España, servía de altavoz en 1941 a un Carrillo que no dudaba en ensalzar al régimen soviético y atacar a España. En el artículo de título “Contra la División Azul”, el responsable de las matanzas de Paracuellos arremetía ferozmente contra quienes habían acudido a Rusia a luchar contra el comunismo en la Segunda Guerra Mundial.
No dudaba Carrillo en arremeter contra los divisionarios, de quienes decía que eran “sólo algunos centenares de golfos, aventureros y señoritos falangistas”, y que muchos de ellos se habían alistado “por compromiso”. Además, y obviando los hechos históricos, Carrillo denunciaba el “fracaso del voluntariado para la División Azul”, olvidando que los divisionarios, todos voluntarios, sumaron alrededor de 47.000 –una cifra nada desdeñable– y que entre ellos los había de distintas tendencias políticas.
Por el contrario, el comunista español se refería al dictador soviético, Stalin, el ejecutor de la Gran Purga, que en 1937 acabó con la vida de 700.000 rusos, con expresiones laudatorias como“glorioso timonel” y añadía que el pueblo español tenía con el causante del Holodomodor –que llevó a la tumba a cinco millones de ucranianos– unos “lazos de amistad fraternal y sentimiento de gratitud”.
Esos lazos de “eterna gratitud” se deben, explica Carrillo, a “todo cuanto la Unión Soviética ha hecho por ayudar a la causa de nuestra libertad y nuestra independencia”. Durante la Guerra Civil, sin embargo, el apoyo tanto en materiales bélicos como en hombres que la URSS prestó a la República no fue en absoluto gratuito.
Y es que, a cambio del auxilio ruso, el Gobierno socialista de Juan Negrín envió todas las reservas de oro del Banco de España –las quintas más grandes a nivel mundial– a Moscú, a cambio de un armamento cuyo coste en el mercado era muy inferior.
A lo largo de todo el artículo, Carrillo insiste en que los voluntarios alistados son minoría y que los mandos militares seleccionaron al azar a soldados que mandaron a Rusia a la fuerza. Sin embargo, y a pesar de ser pródigo en narrar situaciones en las que cuarteles enteros de soldados se niegan a marchar a Rusia, no menciona un solo nombre –ni siquiera el de las ciudades en las que esto acontece– que permitiera identificar a tales “patriotas”.
Y es que Carrillo tiene en cuenta, y exige tener en cuenta, lo que él llama “sensibilidad política”, que implica, tal y como apunta en el panfleto, “saber aprovechar cada momento en lanzar la consigna justa que cada situación exija, en cambiar las consignas ya sobrepasadas por los acontecimientos”.
Así, en 1941 aprovecha el dirigente comunista español las dificultades de los divisionarios en el frente de Leningrado para cargar las tintas contra ellos e, incluso, se felicita por las bajas causadas por el Ejército Rojo entre los españoles. Tal y como se desprende del artículo, para él un divisionario muerto es motivo de alegría, pues apunta que “esa división [la primera enviada al frente ruso] ha sido aniquilada por los heroicos combatientes rojos (…) bajo la dirección del gran amigo del pueblo español, camarada Stalin”.
Deber de comunista
La razón por la que se congratula cada vez que un español cae en Rusia es que “se trata de defender la Unión Soviética, la patria de todos los trabajadores”, lo que él considera como “nuestro primer deber de comunistas”, una opinión muy en sintonía con sus acciones, y las del Gobierno republicano al que servía, al ponerse a la orden de Stalin durante la Guerra Civil española. Para Carrillo, la decisión de los divisionarios de marchar a combatir el comunismo debe ser socavada a toda costa por la labor de propaganda del Partido Comunista Español, al que atañe un “deber de proletarios, de la práctica de la solidaridad proletaria internacional para con el primer Estado de los obreros y los campesinos, vanguardia liberadora”.
En el libelo de la revista Nuestra bandera, Carrillo informa desde su cómodo exilio en París de que los divisionarios se enrolaron voluntarios por “todas las promesas, los premios, los racionamientos extraordinarios que se ofrecieron, especulando con el hambre y la miseria”. La División Azul logró frenar la arrolladora embestida soviética en Leningrado a costa de unas ingentes pérdidas, hombres que estaban dispuestos a “resistir hasta la muerte” y cuya actitud no era la propia, ni de lejos, de unos simples mercenarios.
Voluntarios
Carrillo pretende dar la imagen de unos divisionarios sin virtudes morales, sin compromiso por la lucha anticomunista, que han partido al frente ruso forzados por sus superiores o por las carestías sufridas en España.
Vergüenza El comunista español, hermanado con los soviéticos y con su líder Stalin, solicitaba que ningún divisionario más fuera a Rusia a combatir a la patria de los proletarios, so pena de sufrir la vergüenza internacional.
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