Juan J. Molina

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martes, 28 de febrero de 2012

La teatralización del poder, por Alberto Benegas Lynch




Se ha escrito mucho sobre los vericuetos y artimañas del poder. Tal vez la obra más completa en este sentido sea la de Bertrand de Jouveneltitulada, precisamente, El poder y el dictum más famoso y difundido es el de Lord Acton en cuanto al correlato entre la corrupción y el poder. Pero me parece que quien diseca con más profundidad las entrañas de los manipuladores del aparato político es Erich Fromm, paradójicamente una persona que no comparte ciertos fundamentos de la sociedad abierta pero que con una pluma magistral y con un análisis soberbio en no pocos aspectos, apunta en El miedo a la libertad que “Millones de hombres se dejan impresionar por la victoria de un poder superior y lo toman como una señal de fuerza […] Pero en sentido psicológico, el deseo de poder no se arraiga en la fuerza sino en la debilidad” puesto que, como había escrito antes en la misma obra “El individuo aterrorizado busca algo o alguien a quien encadenar su yo; ya no puede soportar más su propia personalidad” debido a su tremendo vacío existencial.
Guglielmo Ferrero en Il Potere se alarma de los avances del Leviatán, Herbert Spencer enMan Versus the State, Tocqueville en La democracia en América, Benjamin Constant en su colección editada bajo el título de Curso de política constitucional, advierten reiteradamente acerca de los peligros de las mayorías ilimitadas patrocinadas por Rosseau en El contrato socialy sus numerosos discípulos, y mucho antes que eso, en El tratado de la república, Cicerónsostuvo que “El imperio de la multitud no es menos tiránica que la de un hombre solo, y esa tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y el nombre del pueblo”.
A pesar de que muchos creen que Maquiavelo era perverso, en El Príncipe se limitó a describir los pasillos del poder. Son innumerables los autores antiguos y modernos que han mostrado una y otra vez los descalabros del abuso del poder y, sin embargo, la infección sigue su curso como si las experiencias del pasado no hubieran causado suficientes estragos.
Hoy en día, lo que comenzó en algunos países africanos y latinoamericanos se ha extendido a EE.UU. y a ciertas naciones europeas: la teatralización del poder, que como dice Georges Balandier en El poder en escenas ha inaugurado “la teatrocracia” de nuestra época, es el “Estado-espectáculo”, es la “movilización festiva”, todo para “adornar la mediocridad” y “la desmesura”, es un “decorado destinado a provocar veneración y temor”, y concluye este autor al afirmar que “el mandatario oficia; el pueblo —coro inmutable— responde con una ¡viva! a cada una de sus fórmulas” todo montado y fabricado para subordinar “al individuo por completo a lo colectivo”, lo cual indefectiblemente termina en una tragedia para todos los hombres de buena voluntad y para los distraídos que se dejaron atropellar, primero en minucias y luego, cuando ya es tarde, en lo sustancial. Primero “pan y circo”, luego circo solamente y, en la última etapa, se derrumban también los payasos y todo el escenario se transforma en campo arrasado.
En parte, esta desgraciada vivencia se debe a que muchos se dejan encandilar por el síndrome del producto bruto, sin ver que si no puede utilizarse como le venga en gana al titular se transforma en un producto para brutos debido a que no pueden decidir el destino de lo suyo porque ya no le pertenece puesto que les fue arrebatada la libertad en todos los campos.
Si uno tiene la paciencia (y el estómago) y se puede abstraer del espectáculo farandulesco y contiene sus carcajadas en vista del drama vivido y mira y escucha a ciertos gobernantes, no puede menos que quedar atónito. En lugar de recato y sobriedad para centrar sus funciones en garantizar justicia y seguridad, estos energúmenos se lanzan a parlotear sobre el modo y la forma en que deberían desarrollarse todas y cada una de las actividades las que pretenden reemplazar con sus directivas por la experiencia y el conocimiento necesariamente fraccionado y disperso entre millones de personas. Manejan el país como si se tratara de su chacra personal (sin perjuicio de ser muy celosos en la administración de sus patrimonios individuales). En lugar de dejar paso a las energías creativas, estos gobernantes megalómanos concentran ignorancia en medio de aplausos de los “más estúpidos y abyectos de los serviles” como diría Erasmo de Rotterdam.
Lo más patético es que en sus incontinencias verbales intercalan lo que estiman es gracioso que siempre es festejado por los corifeos de turno por más que se trate de gansadas y tilinguerías asombrosamente ridículas, siempre mezcladas con anécdotas personales fruto del narcisismo exacerbado de quien lanza palabras sin la menor consideración por el decoro y la prudencia elemental. Y todo este despilfarro de palabras  procede de mequetrefes cuya característica central es ser ordinarios hasta el tuétano tanto en el hacer, en el vestir como en el decir (por más que en países latinoamericanos algunos gobernantes traten de encajar palabras en inglés siempre mal pronunciadas y peor ubicadas).
En EE.UU. el cow-boy G. W. Bush dejó una deuda astronómica luego de pedir cinco veces autorización al Congreso para elevarla, convirtió el superávit que le dejó su antecesor en un colosal déficit fiscal, estimuló la burbuja inmobiliaria a través de empresas paraestatales y con legislación que empujaba a préstamos hipotecarios sin las suficientes garantías y terminó otorgando masivos “salvatajes” con recursos de los trabajadores sin poder de lobby para entregarlos a muchos de los privilegiados financistas de Wall Street, en el contexto de guerras como la patraña de Irak. Ahora Obama incrementa notablemente el Leviatán financiado con llamativas monetizaciones de la nuevamente incrementada deuda (recordemos que cuando Jefferson revisó la Constitución estadounidense en su embajada en Paris, manifestó que si hubiera podido agregar un artículo sería para prohibir la deuda pública por ser incompatible con la democracia ya que compromete el patrimonio de futuras generaciones que no participaron en el proceso electoral para elegir al gobierno que contrajo la deuda).
Por su parte, muchos países europeos se encuentran en crisis debido a promesas anteriores de imposible cumplimiento, también financiadas con cuantiosas deudas gubernamentales, en el contexto de legislaciones laborales que expulsan a los que más necesitan trabajar. Estas políticas socialistas no se corrigen con medidas de sus primos hermanos: gobiernos de derecha siempre de escasa imaginación que apuntan a equilibrar las cuentas públicas elevando aún más la succión de recursos a los esquilmados contribuyentes, en el contexto fascista del manotazo al flujo de fondos en lugar de estatizar.    
En todo caso, estos personajes de opereta (sin vestigio de poesía) sean de izquierda o de derecha pero siempre enemigos del liberalismo, se enojan hasta el paroxismo cuando alguien osa contradecirlos y, especialmente ciertos caudillos en Latinoamérica y en África, estiman que la libertad de prensa consiste en una manada de alcahuetes que apoyan todo cuanto se diga desde el atril. Tienen una idea tan desfigurada de la división horizontal de poderes que la asimilan a la subordinación al jefe del ejecutivo. Se burlan de la democracia convirtiéndola en pura cleptocracia.
Por eso es que hemos sugerido —y a ahora insistimos—  que resulta fértil prestar debida atención a Montesquieu, que en el segundo capítulo del Segundo Libro de El espíritu de las leyes afirma que “el sufragio por sorteo está en la índole de la democracia”, lo cual, dado que cualquiera podría gobernar, haría que la gente centre su atención en defenderse de lo que podría hacer el gobernante con sus vidas y haciendas, ergo el tema prioritario se convertiría en limitar el poder que es precisamente lo que se requiere para mitigar sus desbarranques.
También hemos sugerido repasar los jugosos debates en la Asamblea Constituyente estadounidense en donde se propuso el establecimiento de un Triunvirato en el Poder Ejecutivo “al efecto de moderar los peligros de los caudillos” enquistados en el poder. A su vez, es de interés debatir la posibilidad de que allí donde hay arreglos contractuales, las partes establezcan las respectivas instancias para la resolución de posibles conflictos. Si no se proponen otras miradas para preservar las autonomías individuales, los resultados responderán a los incentivos de alianzas y coaliciones de mayorías dirigidas a explotar las minorías en el Congreso, el cual podría adaptarse a las extensas consideraciones que presenta Friedrich Hayek en Law, Legislation and Liberty al efecto de retomar el espíritu original de la democracia. No es posible esperar resultados distintos aplicando las mismas recetas. Hay que trabajar las neuronas si se pretende cambiar el rumbo… y no esperar milagros.
Este artículo fue publicado originalmente en La Nación (Argentina) el 27 de febrero de 2012.

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