Juan J. Molina

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martes, 13 de noviembre de 2012

Dialéctica filosófica de Luis Villoro, por Mario Teodoro Ramírez (extracto)




En uno de sus últimos textos pregunta Villoro, nos pregunta a todos: »¿debemos conformarnos con la realidad recuperada y renunciar para siempre a nuestros sueños o podemos aún acariciarlos sin sucumbir a sus engaños?«. Visión utópica y actitud crítica, en fin, compromiso ético irrenunciable, se anudan en la propuesta que el pensador mexicano nos ofrece. ¿Es posible todavía una sociedad humana adecuada? ¿Una sociedad que permita y promueva la convivencia libre y pacífica entre los seres humanos, se funde en principios de justicia e igualdad y en actitudes de cooperación solidaria? Villoro piensa que tal cosa es todavía posible con la condición de que recuperemos, más allá de los devaneos cientificistas e ideológicos de la modernidad, más allá de las promesas incumplidas del liberalismo y del estrepitoso fracaso del socialismo, las exigencias de una concepción ética de la praxis social. Que la organización política y la acción política se realicen conforme al "valor" y ya no sólo conforme al "poder", esto es, que podamos restablecer los fundamentos éticos de la vida política: una idea del "bien común" y de los valores objetivos (que expresan lo deseable por todos y no lo deseado por algunos), una asunción clara de nuestra responsabilidad y compromiso práctico, y una conciencia racional, crítica y vigilante frente a toda desviación autoritaria y dogmática de la vida social.
                            
  No se trata, ciertamente, de volver a una visión moral, moralista, de la sociedad, al espacio de las buenas conciencias y las buenas intenciones. Se trata, para Villoro, de formular una ética política, que consiste en la sabiduría para mediar entre "el poder y el valor"; entre los ideales y valores sin los cuales la praxis social pierde sentido, y el conocimiento y entendimiento de las situaciones reales en las que vivimos los seres humanos, sin el cual toda acción transformadora y emancipadora se condena al fracaso. En fin, son tres las posturas que debemos evitar y combatir: a) el instrumentalismo, que quiere realizar una política ayuna de valores; b) el moralismo, que da la espalda a la realización práctica de los valores que dice profesar; c) las ideologías autoritarias y totalitarias, que quieren hacernos creer que la brecha entre lo "ideal" y lo "real" se ha cerrado, que vivimos en la "sociedad perfecta" y no cabe ya ningún cuestionamiento crítico.

 »El modelo que llamé 'igualitario' intenta ya acceder a una asociación, basada en la igualdad y la cooperación, afirmando la diversidad de todos ... En la comunidad cada sujeto adquiere sus sentido al realizarse en el seno de una totalidad. Sólo entonces descubre su ser verdadero. Porque el ser real de cada persona está en la liberación del apego a sí mismo y en su unión liberada con lo otro, como en la relación afectiva interpersonal, cuando cada quien llega a ser realmente al hacer suyo el destino del otro ...«

Luis Villoro (1997, 380-381)
                         
  Las anteriores son algunas de las preocupaciones que se hilan en el libro El poder y el valor. Fundamentos de una ética política, obra mayor de la filosofía política de nuestro tiempo. El texto incluye también un discurso sobre la mejor forma de sociedad o asociación política (de Estado). Frente a la alternativa clásica entre una "asociación para el orden" – esto es, el Estado autoritario que asegura la supervivencia, seguridad y pertenencia de los individuos, aunque lo haga a través de medios coactivos – o una "asociación para la libertad" – es decir, el Estado liberal y neoliberal moderno que garantiza la capacidad de cada individuo para elegir sus modos de vida y otros derechos básicos, pero produce el atomismo individualista, niega valores colectivos y apunta a la descomposición del cuerpo social –, Villoro señala, a través de un "modelo igualitario" de Estado liberal – donde se busca hacer compatible la libertad con la justicia social –, a la idea, al ideal, de "comunidad": a la idea de una libre armonía entre el interés individual y el interés colectivo; a una generalización de los intereses no egoístas, no excluyentes, de los individuos; en fin, a la recuperación del ideal ético de la fraternidad: todo eso que la modernidad ha querido olvidar o eliminar, y que sólo la ha conducido al callejón sin salida de la desesperación y la desesperanza, del nihilismo, la injusticia y la miseria espiritual y material. La modernidad debe rectificar. Debe permitir, sin renunciar a sus logros, un retorno a lo olvidado y lo negado por ella. Se trata de restablecer, mediante el ejercicio de una razón crítica prudente, curada de egolatría y soberbia, los valores arcanos de la tradición, de la relación con la naturaleza, de la cultura y del sentido ético y comunitario de la vida humana.
Fuente: http://lit.polylog.org/3/erm-es.htm

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