Juan J. Molina

Juan J. Molina
Juan J. Molina

jueves, 29 de noviembre de 2012

"EL ESTADO A LA CARTA" ya está publicado y disponible


El estado a la carta es mi primer libro y ya ha sido publicado  por la editorial united p.c.
El Estado a la carta en una propuesta valiente y realista para conseguir una relación más individualizada con el estado, una fiscalidad y unas prácticas democráticas más justas, solidarias y adecuadas a la situación personal de cada ciudadano. Un libro de lectura indispensable si crees que la libertad y la solidaridad deben ser los pilares sobre los que edificar los cimientos de nuestra sociedad.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Por un regreso del seny, por Juan Ramón Rallo




Mi visión sobre la organización territorial de los Estados es que resulta preferible un mundo con muchas unidades políticas que con muy pocas. Ceteris paribus, cuanto más numerosos, más pequeños y más débiles sean los Estados, más competencia regulatoria y fiscal, menos incentivos a enfrascarse en militaristas operaciones imperialistas y mayores facilidades para los ciudadanos de implementar la más genuina de las democracias: la de los pies.
Partiendo de tal premisa, sería coherente que tuviera una opinión favorable a los procesos de secesión, por cuanto contribuyen a aumentar el número de unidades políticas en competencia. Y, en general, así es: observo la secesión más como una oportunidad que como una amenaza. Ahora bien, que en general mi opinión sobre la secesión sea ésta no significa que en particular lo sea para todos los casos y contextos. Uno puede tener la (probablemente equivocada) idea de que el ser humano vive mejor sin pareja estable y, por tanto, ser favorable a las rupturas matrimoniales y, al tiempo, concurrir con que la mejor manera de iniciar los trámites de divorcio no es tirándose los trastos a la cabeza cuando además existen niños de por medio y el banco ha iniciado el embargo de todos los bienes conyugales. En suma: que esté de acuerdo en lo beneficioso que sería estar instalado ya en un determinado destino no significa que vea adecuado ni iniciar el desplazamiento desde cualquier situación ni cualquier medio de transporte utilizado.
Con Cataluña y su eventual secesión del resto de España me sucede algo parecido: probablemente sería positivo el ya tener dos Estados diferentes conviviendo y cooperando pacíficamente pero, también probablemente, no lo sea el buscarlos ahora mismo con amenazas y vilipendios abiertos entre todas las partes implicadas. En especial, cuando tenemos ante nosotros opciones menos drásticas, menos desestabilizadoras y más sensatas que podrían beneficiarnos a todos.
Una situación absolutamente inestable
Es nota común entre los análisis de las recientes elecciones catalanas el destacar el batacazo de Artur Mas y del frente independentista: el órdago secesionista, lejos de haber triunfado, ha experimentado un sonoro fracaso al ver reducida su representación desde los 76 escaños que en 2010 consiguieron CiU, ERC y SI a los 74 que hoy acumulan CiU, ERC y CUP. La sociedad catalana, se concluye, ha dicho ‘NO’ a aventuras rupturistas.
Lo cierto es que semejante lectura de los resultados no deja de sorprenderme por diversos motivos. El primero y fundamental es que parece obviarse que ésta ha sido la primera vez desde la Transición que CiU ha concurrido a las elecciones con un discurso inequívocamente independientista, lo que por necesidad habrá ahuyentado a un buen grupo de sus votantes no secesionistas (de ahí parte de su hundimiento) pero al tiempo ha dejado de manifiesto que todos los restantes (que equivalen al 30% de los sufragios emitidos) sí apoyan militantemente la secesión; sólo por esto, habría que coger cum granum salis las comparaciones entre los resultados de unos comicios y otros. El segundo es que, aún así, los partidos inequívocamente independentistas copan el 55% de la representación parlamentaria y el 48% del voto popular; amén de hechos tan llamativos como que las dos primeras fuerzas políticas sean separatistas y que sólo CiU tenga más escaños que PSC, PP y Ciudadanos juntos. Tercero, si bien los partidarios de la independencia han concurrido con unos objetivos bastante nítidos a las elecciones, los presuntos detractores (salvo Ciudadanos y en menor medida el PP) han defendido en diverso grado la necesidad de convocar un referéndum de independencia (especialmente ICV-EUiA, pero también el PSC), lo que permite suponer que una parte muy relevante de sus votantes favorecerá incluso la secesión. Y cuarto, en Gerona y Lérida, los partidos independentistas superan el 60% de los votos y el 70% de los escaños, lo que abre una indudable brecha a la unidad de España en estos territorios.
En otras palabras, que CiU se haya dado un buen batacazo, que Artur Mas pueda haber cavado su personal tumba política o que los resultados de los partidos secesionistas sean peores de lo que muchos –incluso ellos mismos– esperaban no significa que la mayoría de los catalanes hayan expresado su deseo de permanecer en España: el independentismo siguen gozando de mayoría de escaños y probablemente de votos en unas elecciones donde su mensaje ha sido más claro y desacomplejado que nunca.
¿Es sostenible a medio y largo plazo el actual statu quo de Cataluña y España con una parte muy importante de los catalanes reclamando la independencia, otra parte no viéndola con malos ojos y otra, bastante más pequeña, rechazándola de frente? No lo creo.
Los motivos del auge independentista
Aunque el independentismo catalán, como todo movimiento social y político amplio, sea un batiburrillo de agendas políticas y económicas muy dispares –desde la extrema izquierda antisistema a la burguesía catalana–, ha sido tradicionalmente amalgamado por dos factores: por un lado, la muy peligrosa ambición de querer construir y planificar desde el Estado propio una “nación” que encaje dentro de los estrechos y procustianos moldes lingüísticos, culturales y sociales del esencialismo nacionalista; por otro, los potenciales beneficios que suponía presentarse como un bloque más o menos compacto a la hora de negociar con el Gobierno central sobre cuestiones que nada tenían que ver con el núcleo del mensaje nacionalista (por ejemplo, la transferencia de las competencias de Educación y Sanidad a las autonomías o el cambio de modelo de financiación).
El tacticismo llevó al nacionalismo catalán a asociar ambos elementos como indisociables con tal de reforzar las coaliciones internas y buscar sinergias electorales: la transferencia de la Educación dejaba de ser una vía neutra de mejorar la provisión del servicio estatal para convertirse en un instrumento de construcción y adoctrinamiento nacional (como, por otro lado y dicho sea en justicia, sucede en distintos grados con todos los sistemas de educación pública); y el “Pacto fiscal” no nació como una forma de buscar una modelo de financiación más sensato sino como una ocasión para negociar en pie de igualdad con Madrid y de denunciar el sangrado fiscal del pueblo catalán. De este modo, uno se ha podido encontrar con independentistas de ultraizquierda que defienden la necesidad de una activa ayuda externa desde los países ricos a los pobres (por ejemplo, desde Alemania a Grecia) abogando por cortar de inmediato el “expolio” que los gobiernos extremeño o andaluz practican al catalán, y con liberales nada nacionalistas y partidarios de la educación libre que se tenían que definir como “nacionalistas moderados” por cuanto consideraban a CiU el instrumento más adecuado para lograr objetivos políticos o económicos razonables como la descentralización tributaria.
A su vez, los enemigos de la descentralización (nacionalistas españoles o no) han abrazado rápidamente la táctica nacionalista catalana por cuanto les permitía oponerse a medidas sensatas (la descentralización) so pretexto de defender la unidad de España. Como si un país donde la provisión pública de los servicios de educación, sanidad o justicia esté en manos de la Comunidad de Madrid, de la Región de Murcia o de la Generalitat catalana sea necesariamente menos país que otro más jacobino donde está concentrada en manos del Ejecutivo central. No es verdad: pero extender esa confusión les ha sido muy conveniente a unos y a otros en su particular tira y afloja identitario y competencial.
Hasta el momento es evidente que la táctica le ha salido mucho mejor al nacionalismo catalán, por cuanto año tras año ha ido ganando en competencias y apoyo popular. Pero el coste de semejante maniobra ha sido enorme en términos de convivencia entre españoles y, también, entre catalanes.
Socavando la convivencia
En nuestras hiperestatalizadas sociedades occidentales, en las que se confunde sociedad con Estado, los movimientos secesionistas son observados ya en sí mismos con profundo recelo: que una persona se quiera separar de otra parece estar trasladando el mensaje de que no desea convivir con ella. Fijémonos en que, en tanto en cuanto el ser humano ha sido capaz de minimizar los enfrentamientos y las guerras ampliando sus círculos de confianza desde el clan familiar hasta la sociedad abierta con unos valores mínimos compartidos, el mensaje de “me quiero separar de ti” suena a priori muy duro e incluso amenazante. En realidad, no debería serlo, pues podría venderse de otro modo más inteligente y digerible para todos: “creo que es más eficiente para todos si administro ciertos asuntos por mi cuenta aunque sigo teniendo toda la intención y el interés del mundo en continuar conviviendo y cooperando pacíficamente contigo”.
Sucede que si el ya de por sí duro mensaje separatista lo canalizamos a través del discurso nacionalista –consistente en exaltar, fabricar e incluso despreciar las diferencias–, el cóctel se vuelve simplemente explosivo e inmanejable para ambas partes. Los españoles tienden a observar al nacionalismo catalán como el típico chulito marrullero de barrio que se cree superior al resto de la vituperable plebe y que está dispuesto a generar continuamente conflictos para reivindicar su estatus de superioridad. El natural mecanismo de defensa de muchos de estos españoles ha sido unirse en su desprecio contra el marrullero de barrio, marginarlo, tratar de pararle los país y de o bien encarcelarlo con una camisa de fuerza o bien expulsarlo de la ciudad.
Las tensiones se han ido, pues, realimentando: el nacionalismo catalán lo ha tenido muy sencillo para resucitar y avivar la imagen de una sociedad española opresora de una Cataluña expoliada y, a su vez, gran parte de los españoles (que en su mayoría ni siquiera cabe tildar en propiedad de nacionalistas) han ido cultivando el cada vez más explícito deseo no ya de mantener a Cataluña por la fuerza dentro de España (como tradicionalmente había defendido el nacionalismo español), sino de darles una patada en el culo a los catalanes para así librarse del ‘cáncer’ que supone su sempiterno discurso victimista y frentista. Un expansivo odio mutuo que no sólo se reproduce entre Cataluña y el resto de España, sino dentro de la propia Cataluña. Como digo, puede que, con su táctica de asociar la identidad catalana a la secesión política, el nacionalismo catalán haya logrado un mayor autogobierno y estar más cerca de la independencia de lo que jamás habría soñado, por la ruptura de la convivencia y los costes que ello entraña han sido (y amenazan con seguir siendo) simplemente devastadores.
Los costes de la independencia
Si bien, tal como he manifestado al comienzo, creo que política y económicamente un mayor número de Estados independientes es preferible a un menor número, no conviene caer en el error de pensar que el proceso de secesión, especialmente en las muy tensionadas condiciones actuales, está libre de costes. En sí mismo, la creación de un aparato estatal nuevo entraña costes e incertidumbres de transición, adaptación y consolidación muy importantes; pero si ese nuevo Estado catalán surge del deliberado enfrentamiento con los órganos del Estado español, con la sociedad española y con una parte (aunque sea pequeña) de la sociedad catalana, entonces los costes y las incertidumbres ya se vuelven siderales. Es simplemente suicida –para ambas partes– iniciar un largo camino hacia un destino incierto en el que todos van a tratar de apuñalarse por la espalda al más mínimo despiste. Basta apuntar, y con esto creo decirlo todo, que nadie con dos dedos de frente descarta la posibilidad (aunque sea remota y desde luego indeseada por todos) de que el actual proceso separatista degenere en una guerra civil (o, al menos, en una invasión militar de Cataluña): estando ese flanco abierto, se entenderá el grado de absoluta incertidumbre (para mal) en el que nos movemos.
A buen seguro, pues, la independencia de Cataluña, tal como está planteada hasta la fecha, acarrearía costes sociales y económicos muy importantes. Internamente, el comercio y la cooperación entre catalanes y españoles sufriría un fuerte retroceso por la natural animadversión que despertaría, entre unos y otros, tratar con el contrario; todo lo cual sólo destrozaría aún más las bases del actual tejido empresarial de Cataluña y España. El tan creciente como absurdo boicot a los productos catalanes es sólo una exteriorización de unos comportamientos que irían a más en ambos lados sin darse cuenta de que cada uno de ellos se estaría disparando directamente en sus propios pies: básicamente porque a) la cadena de valor de los productos catalanes no está concentrada toda ella en Cataluña, sino esparcida por toda España y b) los catalanes importan productos españoles gracias a las rentas que obtienen de los productos catalanes que nos venden. Todo ello por no hablar de los eventuales controles fronterizos, aranceles y expropiaciones mutuas de empresas que, no por descabellados y antieconómicos, dejarían de imponerse en ambas lados al menos por un tiempo.
Externamente, no sólo es probable que Cataluña fuera excluida del mercado común y del euro (con todo lo que ello perjudicaría a Cataluña… y a España: ¿o creemos que una depreciación de la divisa catalana del 70% no daría lugar a un pauperizador dumping sobre la industria española), sino que la inversión exterior saliera despavorida de un país donde el cambio de fronteras, el contexto empresarial y los repagos de deuda no están sometidas a un proceso diáfano, pactado y pacífico, sino que son fruto de las amenazas y del enfrentamiento mutuo.
No es difícil comprender como la ruptura del mercado interior y exterior daría lugar a una fuerte caída del PIB que sólo dificultaría todavía más la negociación sobre las condiciones de la secesión y añadiría (aún) más incertidumbre al proceso.
Regresemos al seny
Todo lo anterior me conduce a una sola conclusión: la independencia, tal como se ha planificado hasta la fecha, ni toca ni conviene a ninguna de las partes. Máxime cuando existe una vía mucho más sensata para todos que sin duda serviría para desactivar durante un tiempo el proceso secesionista (como ha hecho con una parte del nacionalismo vasco): aceptar el famoso ‘Pacto fiscal’ como una oportunidad para que toda España camine hacia un modelo de financiación muchísimo más descentralizado que el actual.
La descentralización fiscal no sólo conviene a los ciudadanos de Cataluña, sino a los de otras regiones como Baleares o, con mucha mayor claridad, Madrid, contribuyentes netos de nuestro muy socialista sistema de financiación autonómico. Sé que muchos opinan que la balanza fiscal de Cataluña no es negativa, sino positiva, y no oculto la existencia de argumentos de peso (aunque insuficientes a mi juicio) para sostener tal visión; pero si así fuera, ¿qué argumentos pueden restar para oponerse a una descentralización tributaria que reduciría los ingresos del gobierno catalán e incrementaría los del resto de autonomías?
Es más, esta descentralización fiscal no sólo beneficiaría a las “regiones ricas” sino a medio y largo plazo a las más pobres como Andalucía y Extremadura, las auténticas receptoras netas del actual modelo: ha sido el terrible error intervencionista de creer que estas regiones necesitaban de un mayor gasto público para desarrollarse el que ha llevado a inundar sus administraciones con un dinero que sólo ha servido para consolidar una casta gobernante y funcionarial mastodónticas y corruptas, así como una economía privada encorsetada con nulos incentivos para abrirse al mercado, bajar impuestos y competir –como lo hacen otras regiones mucho más pobres del planeta– en pie de igualdad con las zonas más ricas de España. ¿Qué incentivos tienen los ciudadanos de ciertas partes del país a volverse menos socialistas con tamañas redistribuciones de renta a su favor?
Uno de los mayores errores que ha cometido el Gobierno de Rajoy en este primer año de legislatura (y ya es difícil que sobresalga alguno) ha sido cerrarse en banda a descentralizar de verdad el modelo de financiación autonómica por el simple hecho de que la iniciativa surgía del nacionalismo catalán (olvidando que peticiones similares han nacido desde las sedes madrileña y balear de su partido). Desde luego, no es un error del todo incomprensible habida cuenta de la ideología (socialista) y de los intereses regionales (Junta de Andalucía, que no sociedad andaluza) que defiende su nefasto ministro de Hacienda, pero es un error que ha tensionado innecesariamente la cuerda y que, pese a las parciales lecturas de los recientes comicios catalanes, ha dado alas al independentismo. ¿A qué brillante estadista del PP se le ha ocurrió el movimiento de lanzar a los brazos del independentismo nacionalista a todos aquellos catalanes que defienden la sensatísima descentralización fiscal?
El PP, si aspira de algún modo a que España salga unida y no hundida de la crisis, debería rectificar ese tremendo error y, por estrambótico que pueda parecer, evitar un acuerdo de gobierno entre CiU y ERC invistiendo a Mas presidente y renegociando todo el modelo español de financiación (no sólo el de Cataluña) a cambio de que CiU abandone, por el momento, su deriva secesionista. Tiempo habrá en el futuro –después de la crisis, con los ánimos más calmados y de manera más consensuada– de plantear un cada vez más inevitable referéndum sobre la secesión no ya de Cataluña como un bloque unitario y trascedente, sino, si de verdad el nacionalismo se atreve a jugar esa carta, de cada una de las provincias o comarcas que ahora mismo componen Cataluña. Ahora mismo, la ruptura violenta no conviene a casi nadie, pero consolidar el endeble e indeseable statu quo, tampoco.
  • Fuente: http://vozpopuli.com/blogs/1844-juan-r-rallo-por-un-regreso-del-seny

domingo, 25 de noviembre de 2012

¿Cuál es el secreto de Finlandia?, por C. Jordá


Al acabar la II Guerra Mundial, Finlandia, que había mantenido sus propias guerras con la URSS (dos) y con Alemania, era un país más bien pobre, en el extremo del mundo occidental y tan cercano al bloque comunista que tenía que mantener un precario equilibrio entre este y oeste, lo que le impidió, por ejemplo, entrar en la Unión Europea hasta 1995. Sin embargo, ese país pobre, en un clima extremo y cuyo único recurso natural abundante es la madera -extremadamente abundante, eso sí- ha logrado construir una economía fuerte y sus ciudadanos disfrutan de un elevadísimo nivel de vida.
De hecho, algunas cifras macro nos dan idea de un país con altos niveles de riqueza -la renta per cápita casi dobla a la española- y, sobre todo, con una elevadísima productividad: su PIB per cápita, cerca de los 50.000 dólares, no es sólo superior al de España sino que también bate al de Italia, Francia, Reino Unido y Alemania, y se sitúa a la par del de países como Austria u Holanda.
PIB per cápita en dólares actuales






¿Cómo lo han logrado? Un viaje a Helsinki, en el que hemos mantenido reuniones con personalidades de distintas compañías, tanto del sector público como del privado, nos ha servido para conocer mejor esa pequeña pero pujante nación.

Protección social y libertad de mercado

Varias claves explican el éxito finlandés, un éxito que continúa aún durante una crisis que les afectó con dureza en 2008 y 2009 por la caída de las exportaciones, pero en la que ya han retornado a la senda del crecimiento.
Así, el PIB finlandés, que había crecido entre 2004 y 2007 a una tasa media superior al 4% anual, se frenó en seco en 2008 (0,3%) y al año siguiente cayó un impresionante 8,5%, pero en 2010 y 2011 ha vuelto a crecer (un 3,3% y un 2,7%, respectivamente).
Una de estas claves es la peculiar forma que tienen Finlandia y otros países de la zona de entender el estado del bienestar y la protección social. Así, efectivamente, la protección social es muy elevada, pero eso no se traduce en intervención estatal en todos los rincones de la actividad económica sino que, al contrario, esto sirve para abriráreas de gran libertad para la empresa.
El presidente y consejero delegado del Nordic Investment Bank, Henrik Normann, nos ponía un buen ejemplo explicándonos que, precisamente "gracias a que el sistema de protección social es enorme, tenemos un mercado laboral extremadamente flexible". Eso sí, el propio Normann admite que el precio que se paga son unos impuestos muy elevados lo que, obviamente, "es una desventaja".
En este sentido, la consejera delegada de la Fundación Finlandesa para la Promoción de los Mercados Bursátiles, Sari Lounasmeri, nos advertía de que en un entorno en el que la población envejece y la deuda pública crece, "tenemos que lograr tasas de crecimiento altas para mantener nuestro estado del bienestar".

Buenos fundamentales

Y esas tasas altas de crecimiento han venido alcanzándose. Jan von Gerich, Jefe de Estrategia de Mercados Desarrollados de Nordea, uno de los principales bancos finlandeses, destaca durante una presentación los "buenos fundamentales" de la economía finlandesa: "A pesar de que la crisis nos golpeó duro en 2009, el paro no ha crecido -explica- y nuestro sistema financiero está mucho mejor que el de la mayoría de los países de Europa".
De hecho, según los datos que nos ofrece, el crédito crece y la exposición a las economías del sur de Europa es prácticamente nula. Y es que Finlandia, como otros países nórdicos, superó su propia burbuja inmobiliaria a mediados de los noventa y el sistema surgido de aquella crisis ha sido mucho más cauto durante los años de expansión crediticia.
También, nos advierte Von Gerich, hay posibles problemas en el horizonte. El que ya apuntábamos del envejecimiento de la población es uno, aunque el coste combinado de las pensiones y la sanidad todavía no ha llegado al 5% del PIB (en España es aproximadamente de un 20%). Por otra parte, tal y como nos demuestra con una serie de gráficos, la población siempre ha tenido una evolución superior a lo que los estudios anunciaban.

La intervención del Estado

Muchos lectores de Libre Mercado se preocuparán por un aspecto de la economía finlandesa que no hemos abordado hasta el momento: la intervención del Estado, que, además de en los impuestos, es particularmente visible en, al menos, el hecho de que conserva porcentajes elevados de la propiedad de no pocas compañías industriales del país.

Palacio presidencial de Helsinki 










Los ejemplos más llamativos son Finnair y Neste Oil, la aerolínea de bandera y la mayor petrolera del país, en las que el Estado todavía conserva la mayoría del capital social. Altos responsables de ambas compañías nos aseguran, no obstante, que los distintos gobiernosno intervienen en la gestión "más allá de los nombramientos que se puedan considerar esenciales". Ville Iho, consejero delegado de Finnair, nos asegura que ni siquiera en los procesos de reducción de costes y externalización que ha acometido su compañía en los últimos años "hemos tenido ningún tipo de presiones, ni siquiera recomendaciones".
Varias de las personas con las que nos reunimos coinciden en que las participaciones industriales del Estado finlandés se gestionan "con enorme profesionalidad". De hecho, buena parte de ellas están agrupadas en una sociedad, Solidium, que está obteniendobeneficios anuales de más de 130 millones de euros, una cifra considerable para un país del tamaño de Finlandia.

Empresas finlandesas: especialización, creatividad y una mirada a 

Asia

Por supuesto, una parte importantísima de la culpa de la elevada productividad y del éxito de Finlandia la tienen sus empresas, compañías exportadoras que siguen teniendo éxito y que desde un país tan pequeño exportan a todo el mundo.
Tras conocer varias de ellas hay varios rasgos en común interesantes que se pueden extraer como tendencias. Entre los que más nos llamaron la atención citamos tres: la especialización, la apertura a Asia y la creatividad.
Muchas compañías están "adelgazando" sus catálogos para centrarse en aquello en lo que pueden aspirar a un liderazgo regional o casi mundial. Es el caso, por ejemplo, de Ahlstrom, una compañía que se dedica a fabricar materiales de alta tecnología a partir de fibras naturales (nació, básicamente, como fabricante de papel) y que se ha desecho de una parte importante de su grupo, dedicada a papeles menos especializados y que aportaba aproximadamente un tercio de su cifra de negocio.
Sakari Tamminen, presidente de Ruukki, la mayor acerera finlandesa, define lo que el también llama como "una tendencia en empresas finlandesas: especializarse en un segmento concreto del mercado y operar globalmente". Su propia compañía es un buen ejemplo de ello: pese a que no está entre las cien mayores acereras del mundo opera en una treintena de países.
Neste Oilla gran petrolera del país, ha seguido un camino similar: pese a que su rango de actividades es el habitual de cualquier compañía de su sector, ha realizado un importante esfuerzo tecnológico en el campo de lo que denominan "diesel renovable" que les lleva, según su Consejero Delegado, Matti Piri, a ser"líderes mundiales" en este tipo de producto.

Asía, el nuevo gran mercado

Tanto Ruukki como Ahlstrom o Fiskars, de la que hablaremos más adelante, como otras empresas finlandesas están poniendo ojos e inversiones en Asia. Por supuesto, en China pero también en otras economías emergentes como India.
Lauri Rosendahl, presidente de la bolsa de Helsinki (Nasdaq OMX Helsinki) nos lo explica durante un desayuno de trabajo voluntariamente informal –le escuchamos comiendo ensalada y embutidos en una mesa sin mantel: "Helsinki –asegura refiriéndose al mercado bursátil- tiene la mayor exposición de toda Europa a losmercados emergentes asiáticos".
Uno de los ejemplos más gráficos de esta apertura es la aerolínea de bandera finlandesa, Finnair, que ya opera 11 destinos en Extremo Oriente y se está aprovechando de lo que hasta hace no tanto era una inesperada ventaja: la proximidad con Asia permite importantes ahorros de costes como, por ejemplo, poder operar una línea entre Helsinki y Tokio con un único avión y vuelos diarios.
Así, cualquier vuelo de la compañía entre Helsinki y otras capitales europeas -también el que nos llevó desde Madrid- tiene un altísimo porcentaje de pasajeros asiáticos ya que la capital finlandesa es la conexión más rápida.

Creatividad nórdica

Los países mediterráneos solemos presumir de nuestra creatividad, pero el diseño y la imaginación pueden ser también, y de hecho son, un asunto nórdico. Así, esa capacidad creativa es otra de las características que podemos encontrar en no pocas empresas finlandesas.
Creatividad y pasión por el diseño que se lleva a campos inesperados, como el A340 de Finnair que ha sido decorado con uno de los diseños clásicos de Marimekko. Diseños que los pasajeros de la compañía también podrán disfrutar en la mantelería y la vajilla usada en los vuelos.
Pero probablemente el mejor ejemplo de ello en Fiskars, una gigantesca empresa industrial que, además, es la compañía más antigua de Finlandia: fue creada nada más y nada menos que en 1649 en la villa de la que toma su nombre.
Tras más de 360 años de historia, Fiskars ha logrado acumular un imponente porfolio de marcas que operan en tres mercados principales: hogar, jardín y actividades de exterior. En todas ellas tiene marcas que no sólo son líderes en Finlandia sino que también lo son en otros países europeos: Francia, Alemania, Reino Unido...
Fiskars tiene en Helsinki lo que es casi un parque temático sobre la firma: en la antigua fábrica de una de sus marcas, Arabia, la empresa de cerámica con más tradición del país, hay tiendas, galerías de arte, tiendas, showrooms, outlets, cafeterías... y la propia fábrica de Arabia que sigue en plena producción.
Los productos de jardinería de Fiskars o las piezas de vidrio y cerámica de Iittala son ejemplos de esa pasión por el diseño de la que hablamos: en sus catálogos encontramos tijeras de podar de acero satinado con asas protegidas con corcho que parecen un objeto de decoración, hachas con materiales extraordinarios y procesos de fabricación "que no te podemos contar" o jarras diseñadas por Alvar Aalto, el más prestigioso arquitecto de la historia de Finlandia, son cosas que encontramos en sus catálogos... y en no pocos casos el Museo del Diseño de Helsinki.

Artistas en casa

De hecho, un curioso programa de Fiskars da una idea de la relación de la compañía con el mundo del diseño e incluso del arte: variosescultores y ceramistas tienen en las propias instalaciones de la compañía sus estudios de forma completamente gratuita.
De hecho, se les facilitan también los materiales para su trabajo y se les permite utilizar recursos de la compañía como los hornos para cerámica. Todo, sin que sea necesaria ninguna contraprestación: no hay, de partida, ninguna relación comercial entre los artistas y la compañía si bien es cierto que puede llegar a haberla si ambas partes encuentran una forma conveniente para todos.
Así, entre los artistas que trabajan en la factoría de Arabia los hay que hacen preciosos platos y tazas que acaban siendo series de la firma, extraños creadores de rarísimas cabezas de Batman o imaginativos escultores como Kim Simonsson cuyas piezas nos llevan a un mundo que nos recuerda mucho al manga japonés.
Y es que la creatividad y el diseño finlandeses ya llegan a cualquier parte.
Fuente: http://www.libremercado.com/2012-11-24/cual-es-el-secreto-de-finlandia-1276474784/
            http://www.libremercado.com/2012-11-25/empresas-finlandesas-especializacion-creatividad-y-una-mirada-a-asia-1276474948/

viernes, 23 de noviembre de 2012

LA POSTURA PERFECTA PARA ARTUR MAS, por Juan José molina





Venía conduciendo cuando, cual no ha sido mi sorpresa, he escuchado en la radio que en una entrevista al mesiánico Artur Mas éste decía que cuando haga su referéndum independentista pensaba retirarse a una vida más relajada, a contar nubes, supongo. Hasta ahí todo normal, yo mismo, si me hubiera metido en un embolado de ese calibre no pensaría otra cosa que tomarme las de Villadiego a la menor ocasión. Lo que verdaderamente me ha llamado la atención ha sido que durante el reportaje  le han tomado unas fotos en actitud de recoger cosas de su despacho, como si ya estuviera haciendo las maletas después de la misión cumplida y la nación catalana fundada, entre otras cosas, se le ve recogiendo y doblando una señera, con tan mala suerte para un nacionalista independentista catalán de pro, que parece llevarla como un capote al mejor estilo de un torero, torero igual España, ¡sacrilegio! Según relataba el locutor, el Sr. Mas ha pedido que no se saque esa foto en la que parece un torero llevando la señera como capote, ¡solo faltaba!
Si hubiera tenido un poco de luces, se habría dado cuenta de que una foto con la señera en esa postura sería la mejor de todas las fotos posibles. Imagínense la escena, el elegido llevando la señera a modo de capote, haciendo el paseíllo sereno y seguro, por el centro de la plaza que espera enfervorecida una faena de órdago. Y después, la apoteosis, Mas dando pases y verónicas, manoletinas y hasta el salto de la rana si hace falta con la señera de capote a ese toro negro, herido por las puyas de los picadores y banderilleros nacionalistas y no nacionalistas, que en esta plaza ya nos conocemos todos.
Y al final, muerte a las cinco de la tarde, la estocada y de remate Mas que pone el capote señera bajo el morro del toro, herido de muerte, para que agache la cabeza y darle la puntilla final. Puedo verlo,  los independentistas flameando sus pañuelos y pidiendo las dos orejas, el rabo y los dos huevos, y mas dando la vuelta al ruedo, con gesto de héroe, recogiendo flores, abanicos y brindando sus trofeos a la plebe que lo aclama.
Sin embargo, en su cortedad de luces y debido a las arcadas que le produce cualquier cosa que huela o recuerde a España, ha preferido no aparecer en postura torera. Lo malo llegados a este punto, es que por desgracia para él la única postura corporal simbólica que ha transcendido desde su tierra, es la postura de cagar, si, el famoso caganer que podemos ver en todos los belenes de España. Sin duda, esa es la postura perfecta para salir en un reportaje si eres un independentista catalán de pro, barretina al canto, flexión de piernas y pastelada. Hasta el más tonto de este país reconocería esa silueta a kilómetros, ya me veo las carreteras de la nueva Cataluña jalonadas de caganers negros y gigantes y la sensación de gusto que sentirán el sr. Mas y todos los que piensan como él, al ver esa bonita postura, negra y gigante,  que les recuerda que ya están en casa.


jueves, 22 de noviembre de 2012

IÑAKI CON ARTURO PÉREZ REVERTE

No necesitamos más keynesianismo sino más capitalismo, por Juan Ramón Rallo


Pese a que en los últimos cinco años hemos asistido a la mayor expansión fiscal de la historia de la humanidad –con la posible excepción de esa II Guerra Mundial que los verdaderos militaristas económicos reputan fuente de toda nuestra prosperidad presente–, los keynesianos, asfixiados por el propio fracaso de su contraproducente recetario y de la insolvencia sobrevenida de muchos de aquellos países que han sufrido su rodillo, se han apegado a la muy falaz idea de que Occidente ha sufrido un exceso de austeridad. ¡De austeridad! El gasto y el déficit público se hallan en máximos históricos en la mayor parte de lugares del planeta (y en todos ellos, muy por encima de los niveles que alcanzaron durante la burbuja crediticia que concluyó en 2007) y se sigue hablando inapropiadamente de austeridad. Es lo que pasa cuando no se quieren reconocer los propios fracasos y se pretende seguir huyendo hacia adelante: ¿que en unos años hemos duplicado los volúmenes de deuda pública (repitan: austeridad) y cada vez estamos más hundidos? No hay problema: tratemos de volver a duplicarlos con mayor rapidez si cabe en los próximos meses.

Otro manifiesto keynesiano
Éste es el mensaje de fondo del manifiesto “Una visión alternativa de la crisis de la Eurozona”, recientemente suscrito por diversos economistas “críticos”. El breve manifiesto tiene tres mensajes fundamentales: el primero, que las políticas de austeridad están agravando la crisis debido al incorrecto diagnóstico de la ortodoxia económica, según el cual todos nuestros problemas provienenúnicamente del exceso de gasto público y de la falta de competitividad del Sur de Europa; el segundo, que el auténtico problema de la Eurozona deriva de la falta de un prestamista de última instancia que permita una resolutiva actuación gubernamental a la hora de corregir el desequilibrado modelo de crecimiento europeo materializado en un Norte mercantilista y un Sur dependiente del endeudamiento barato; y tres, que la solución a todas nuestras dificultades pasa por implementar una política fiscal expansiva a gran escala respaldada por el BCE con el objetivo de incrementar el nivel de empleo en la Eurozona –algo que traería crecimiento y que, por tanto, permitiría estabilizar el nivel de endeudamiento sobre el PIB y no generaría inflación– y por incrementar los salarios en el Norte para estimular un mayor consumo interno.
Un equivocado diagnóstico del diagnóstico
Los tres mensajes son una mezcla entre tramposos y equivocados. En cuanto al primero, no conozco muchos partidarios de la austeridad estatal que crean que los únicos problemas del Sur de Europa son su excesivo gasto público y sus altos salarios. Yo mismo, en mi libroUna alternativa liberal para salir de la crisis, explico que el problema tiene dos caras: por un lado, el sobreendeudamiento privado y crecientemente público de nuestras economías; por otro, la descomposición de nuestra estructura productiva tras haber sido asolada por la burbuja inmobiliaria (y de la que los salarios mayores a la productividad del trabajo son sólo una de sus múltiples exteriorizaciones). La salida de la crisis presupone la corrección de estos dos desequilibrios de fondo, el financiero y el real, y para ello son necesarios numerosos ajustes: entre ellos, dejar de añadir todavía más deuda a nuestro ya casi impagable volumen total de endeudamiento (de ahí la necesidad de reducir el déficit por el lado de un menor gasto público) y facilitar una recomposición de nuestro modelo productivo que lo aleje del ladrillo (para lo cual se necesita, entre muchas otras condiciones, que aquellos costes laborales que deban reducirse, lo hagan). Reducir todos nuestros problemas a que el Estado gasta mucho y a que los trabajadores ganan mucho dinero es de una simplicidad engañosa, pues el objetivo final no es la austeridad por la austeridad, sino la generación por parte del sector público y del sector privado de un volumen suficiente de ahorro que permita desapalancarnos y restructurarnos.
El más equivocado diagnóstico propio
Precisamente por eso, el segundo mensaje lanzado también es erróneo. Por un lado, los economistas “críticos” se ven forzados a reconocer que el Sur tiene un problema de excesiva dependencia del endeudamiento y de una economía incapaz de vender al exterior, pero, por otro, atribuyen parte de esos problemas a la obsesión del Norte por consumir menos de lo que producen, es decir, por ahorrar. Se consigue así una suerte de responsabilidad compartida entre el Sur y el Norte: uno por producir y otro por consumidor demasiado poco. Sucede, empero, que la crisis europea no tiene nada que ver con que el Norte sea muy productivo y austero. Acaso, si queremos atribuirle cierta responsabilidad al Norte, podemos imputársela al hecho de haber canalizado una parte de ese ahorro (sobre todo a corto plazo) a financiar el endeudamiento (sobre todo a largo plazo) que el Sur dirigía a consumir mucho más de lo que producía y al hecho de haber destinado la otra parte de su ahorro (de nuevo, sobre todo a corto plazo) a expandir (a largo plazo) la capacidad productiva de su industria con miras a seguir abasteciendo unos niveles de gasto del Sur que ahora mismo sólo son sostenibles mediante su continuado endeudamiento. Es decir, el problema no pasa en ningún caso en haber ahorrado demasiado, sino en haber invertido ese ahorro demasiado mal.
El problema del Sur, por el contrario, sí viene de ahorrar demasiado poco y de hacer depender su bienestar de vivir de prestado del Norte. Si el Sur fuera más productivo de lo que es ahora (es decir, si no hubiera inmovilizado su economía en el ladrillo o en sector improductivos dependientes del Estado), el Norte podría seguir vendiendo lo mismo y el Sur podría seguir comprando lo mismo que ahora: la única diferencia estaría en que el Norte se cobraría al instante lo que vende (en lugar de acumular derechos de cobro contra el Sur) y el Sur pagaría al instante lo que compra (en lugar de acumular deudas a favor del Norte) mediante mayores exportaciones del Sur hacia el Norte. Es ahí, en esa incapacidad para exportar más y, por tanto, para pagar todo lo que se importa del Norte, donde reside el germen del problema: en ausencia de mayores exportaciones del Sur, sólo queda o incrementar todavía más su endeudamiento exterior (si se quiere apurar unos meses más su nivel de vida, es decir, sus importaciones financiadas con deuda) o, como está sucediendo en España, poner bruscamente fin a su necesidad de endeudamiento exterior con una fortísima contracción en su nivel de vida (restricción de las importaciones merced, por ejemplo, a acumular seis millones de parados).
Aclaremos, con todo, que la insuficiencia exportadora del Sur no proviene de que el Norte ahorre mucho y, por tanto, de que importe muy poco desde el Sur. Ahorro no significa no-gasto, sino no-gasto en consumo: esto es, bien puede traducirse en un mayor gasto del Norte en bienes de inversión. Por ello, nada obstaría para que el ahorro del Norte se canalizara en forma de importaciones de bienes de capital desde el Sur, pero para ello deberíamos ser capaces de fabricar esos bienes de capital demandados y necesitados por el Norte: cosa que obviamente no sucede (el gran activo duradero que es capaz de fabricar España son centenares de miles de viviendas, y la demanda residencial del Norte como que no es tan elevada). La afirmación de los economistas “críticos” de que del mismo modo que ningún país puede vivir sostenidamente por encima de sus posibilidades tampoco ninguno “puede vivir indefinidamente por debajo de sus posibilidades” es una simple boutade. Claro que se puede y, de hecho, si queremos ser más ricos y prósperos en el futuro, conviene que sea así: ahorrar, invertir y capitalizarnos para disfrutar de incrementos sostenidos en nuestra producción per cápita. El problema, repito, no está en ahorrar mucho, sino en invertir mal ese ahorro (por ejemplo, financiando gigantescos déficits públicos o cementerios de viviendas vacías e infladas de precio).
De hecho, como digo, si de algo podemos acusar al Norte es de haber invertido mal su ahorro al prestárselo al Sur: esto es, en haber sido demasiado ingenuos al pensar que prestándoles su capital a los del Sur éstos se desarrollarían y serían capaces de repagar las deudas contraídas gracias a unas economías mucho más productivas. Cándidos: en lugar de endeudarnos para producir más nos acostumbramos a asumir nuevos pasivos para consumir más. Es decir, en lugar de volvernos ricos, nos conformamos en gastar como ricos con cargo a la deuda. Y ahora los del Norte se encuentran con que les debemos centenares de millones de euros (reflejo de que durante muchos años les compramos mercancías sin pagárselas) y que amenazamos con marcharnos haciendo un simpa.
La fatal solución
Por último, la solución de los economistas “críticos” no deja de ser contraproducente y hasta cierto punto contradictoria: por una parte, proponen que los países del Norte ahorren menos y consuman más (por ejemplo, aprobando subidas salariales) para así alimentar la demanda exterior del Sur; por otro, instan al Banco Central Europeo a que facilite un mayor endeudamiento en el ya sobreendeudado Sur para “crear empleo”.
Digo que las soluciones son contraproducentes y contradictorias, primero, porque no está demasiado claro por qué los mayores salarios alemanes se deban traducir en una mayor demanda de las viviendas en España y no en más iPads estadounidenses, en más videojuegos japoneses, en más relojes suizos o, simplemente, en más electrodomésticos y automóviles alemanes (que sólo contribuirían a encarecer las importaciones alemanas a España y, por tanto, a empeorar todavía más el nivel de vida de los españoles). Segundo, porque si el BCE es capaz de monetizar deuda de países periféricos sin desatar una más acelerada inflación interna es porque los nuevos euros que crea en el proceso de monetización son atesorados (no gastados) por ahorradores europeos o extraeuropeos; si se empiezan a poner esos nuevos euros en circulación, merced a un mayor incentivo a que sus tenedores los consuman, sí contribuirán a presionar al alza los precios en toda Europa (justo lo que necesitan las familias españolas: un nuevo impuesto inflacionista que hunda todavía más su renta disponible). Y tercero, porque es absurdo asumir que un mayor endeudamiento público de las economías del Sur vaya a contribuir a resolver sus dos problemas fundamentales: exceso de endeudamiento y exceso de malas inversiones internas.
Justamente, más gasto público con cargo a la deuda sólo contribuirá a acrecentar estas dos distorsiones: el conjunto de la economía española se endeudará más (y ya estamos en un punto donde ni siquiera podemos pagar la deuda que ya hemos asumido) y lo hará en proyectos de muy bajo o nulo rendimiento. Fijémonos en que los economistas “críticos” sólo exigen, no que la nueva deuda se invierta de manera rentable (algo que el Estado, por su propia naturaleza, es incapaz de controlar), sino que se genere empleo. ¿En qué? Eso para ellos es una cuestión secundaria, pues el objetivo es el empleo en sí mismo… por improductivo que sea.
Pero no: lo cierto es que las economías son más ricas no porque haya más gente ocupada en algo, sino porque haya más gente ocupada en la fabricación de bienes con el mayor valor añadido posible. ¿Es ésta la tarea en la que cabe prever se vayan a dedicar nuestros políticos? ¿Acaso todavía creemos a estas alturas de la crisis que Mariano Rajoy o Alfredo Pérez Rubalcaba cuentan con toda la información y habilidad para descubrir y crear los centenares de miles de nuevas empresas competitivas y de alto valor añadido que necesita España para producir suficiente riqueza con la que repagar su deuda sin ver mermada su calidad de vida? ¿Ellos, que no han creado una sola empresa en su vida? ¿En serio confiamos en el partido del Plan E y del Aeropuerto de Castellón para diseñar y planificar nuestra economía? ¿O acaso pensamos que basta con dar dinero a todo el mundo que lo pida para que el país se transforme en un verde valle de buenas y sanas inversiones? ¿En serio confiamos en que ese modelo de crédito barato universal propio de nuestras cajas de ahorro y de las subprime estadounidenses hasta 2007 vaya a lograr una adecuada y rentable asignación de ese escasísimo recurso que es el capital? ¿De burbuja en burbuja hasta el colapso final? Ah, que ya estamos en el colapso final…
No, la respuesta al keynesianismo no puede pasar por más keynesianismo, sino por solucionar lo antes posible los desequilibrios que la burbuja financiera, productiva y estatal generaron sobre nuestra economía echando mano de las únicas herramientas que nos permitirán lograrlo: más libertad de mercado y más ahorro público y privado.
Fuente: http://juanramonrallo.com/2012/11/no-necesitamos-mas-keynesianismo-sino-mas-capitalismo/

miércoles, 21 de noviembre de 2012

DROGAS La prohibición es un tremendo fracaso, Carmelo Jordá




El debate sobre la prohibición o la legalización de las drogas
 es una de las cuestiones de política práctica de nuestro tiempo en las que se mezclan posiciones ideológicas de calado. Curiosamente, pese a esos posicionamientos, la opinión al respecto está dividida incluso en los mismos ámbitos ideológicos. Así, hay partidarios tanto de la legalización como de la prohibición en el liberalismo, en la socialdemocracia y en el conservadurismo (bueno, aquí quizá no tanto). Es, además, uno de esos temas de los que se discute en todos los ambientes: en las universidades, en los centros de trabajo, en las barras de los bares... en todos los sitios, ya digo, salvo en el mundo de la política.
En mi modesta opinión, desde un punto de vista liberal es difícil defender la prohibición de las drogas tal y como se entiende y aplica hoy en día. Y lo es tanto por la fuerza los argumentos netamente liberales que se pueden aportar a favor de la legalización como por la debilidad de los que se esgrimen en su contra.
La más liberal de las razones para defender la legalización de cualquier tipo de sustancia es la libertad del individuo frente al Estado. Por supuesto, las drogas son malas, algunas terribles, pero cada uno debe ser responsable de lo que le da a su propio cuerpo y nadie debe obligarnos a tomar, o no, una sustancia cualquiera.
Al final, aunque las consecuencias del consumo sean muy distintas, lo que subyace en la prohibición de la heroína y de las hamburguesas gigantes es lo mismo: la injerencia del Estado en la vida del individuo, y si lo aceptamos tendremos que aceptar que se prohíba el marisco, que da gota, o el chorizo, que sube el colesterol.
Llegados a este punto, suele haber alguien que saca a relucir los costes sanitarios que supondría el que las masas consumieran drogas en una sociedad en que éstas fueran legales. Vaya por delante que las masas ya consumen drogas, así que ese parece un argumento débil; pero, asumiendo que hubiera un aumento del gasto sanitario, éste sería, sin duda alguna, mucho menor al coste de la actual estructura policial y carcelaria, que en gran parte se dedica a luchar contra el tráfico de drogas.
Por último, hay un argumento que en mi opinión es, hoy por hoy, el que más peso debería tener en una discusión seria sobre la cuestión: la prohibición es un fracaso enorme, gigantesco, sin paliativos.
Las políticas y los Gobiernos deben evaluarse en función de lo que consiguen, y si hay un objetivo que dista mucho de cumplirse es el que anima la lucha contra las drogas: por muchas prohibiciones que se apliquen, por muchos agentes de policía que se dediquen a ello y por muchas penas de cárcel que se impongan, las sustancias estupefacientes están en la calle, al alcance de cualquiera, incluso de los menores de edad. El fracaso es tan estrepitoso, que se puede obtener droga hasta en las cárceles, ámbito controlado por antonomasia. Si no fuera dramática, la cosa sería para morirse de risa.
En definitiva, la historia demuestra que el uso de determinadas sustancias estupefacientes o con fines de recreo es connatural al ser humano: de una forma u otra, ha recurrido a ellas en prácticamente todas las culturas y todas las épocas. La experiencia también nos ha enseñado que prohibir determinados hábitos no acaba con ellos y, por el contrario, genera problemas de delincuencia a una escala impensable sin prohibiciones de por medio.
Ahora bien, no parece razonable defender una legalizaciónunilateral, desde un único país, que podría convertirse así en eldrogódromo del mundo y el paraíso de todas la mafias. Lo que sí es razonable es preguntarse, como ya han hecho algunos, entre ellos Mario Vargas Llosa, si el camino que seguimos es razonable, y si nos está sirviendo de algo.
Personalmente, creo que no y, sobre todo, que cerrar los ojos es un autoengaño tan inútil y peligroso como el del drogadicto que, tras consumir su dosis y con su percepción de la realidad distorsionada por la droga, se cree capaz de volar.
Fuente:http://www.libertaddigital.com/opinion/carmelo-jorda/la-prohibicion-es-un-tremendo-fracaso-66466/

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domingo, 18 de noviembre de 2012

¡Qué error, Gallardón, qué error! por Carlos Sánchez


 
El ministro de Justicia ha tenido una idea: cobrar a los ciudadanos que decidan litigar en los tribunales. Y lo justifica con un doble argumento. Por un lado, la actual coyuntura económica obliga a “equilibrar los presupuestos públicos”, y, por otro, existe una auténtica necesidad de” racionalizar el funcionamiento del sistema de justicia”.
Planteando en estos términos, los argumentos son impecables. Quién se va negar a reducir el gasto público. Y mucho menos, quién va a poner trabas en orden a mejorar el reparto de una justicia que se ha quedado, en muchos aspectos, obsoleta y hasta arcaica. Nadie.
El problema surge  cuando se lee la letra pequeña. De forma incomprensible, el ministro Ruíz-Gallardón ha incluido a la jurisdicción social -las viejas magistraturas de trabajo- entre las materias por la que habrá que pagar a la hora de litigar. O dicho en otros términos, si un trabajador es despedido de su empresa o si reclama algún dinero al que cree tener derecho, tendrá que pagar a la Hacienda pública por ejercer un derecho constitucional. En palabras de la nueva norma “se suprime el reconocimiento del derecho a la asistencia jurídica gratuita a todos los trabajadores con independencia de sus ingresos”.
El carácter tuitivo del derecho laboral no es un capricho del legislador. Ni un invento de iletrados. Al contrario, forma parte de una constatación. Cuando se firma un contrato de trabajo, hay un claro desequilibrio -por razones obvias- entre el empleador y el empleado. Por eso, desde hace más de un siglo,todos los sistemas procesales que ha habido en España incorporan la defensa del trabajador. Como han señalado los sindicatos, tanto los gobiernos liberales como losconservadores de principios del siglo XX, dieron carta de naturaleza a ese principio. Siempre con un claro objetivo, proteger a la parte más vulnerable de la relación laboral, que es el empleado.
La prueba del nueve
La prueba del nueve de esta evidencia es que los juzgados de lo social están saturados de reclamaciones de trabajadores, mientras que ningún empresario acude a los tribunales por incumplimiento del contrato de trabajo. Si el empleador entiende que el empleado ha incumplido el pacto, lo que hace es despedirlo, y de ahí que la tutela judicial efectiva sea fundamental. O como dice la Constitución, “sin que, en ningún caso, pueda producirse indefensión”.
En palabras del Tribunal Constitucional, en sentencia de 1983 -y posteriormente ratificada-, existe “una desigualdad originaria entre trabajador y empresario que tiene su fundamento no sólo en la distinta condición económica de ambos sujetos, sino en su respectiva posición en la propia y especial relación jurídica que los vincula, que es de dependencia o subordinación de uno respecto del otro”
El error de Gallardón -sin duda arrastrado por un afán recaudador del que ya ha hecho gala en otras ocasiones- es equiparar la jurisdicción social con el resto de jurisdicciones. Como si la rúbrica de un contrato mercantil -en el que las dos partes ocupan un papel equivalente dada la naturaleza de lo comprometido- fuera equivalente a la firma de un contrato laboral. O como si fuera lo mismo reclamar en vía contencioso administrativo o en el orden civil que ante Magistratura para defender un empleo, que, en la inmensa mayoría de los hogares, supone el único ingreso económico. Se ignora, de esta forma, un principio fundamental que ya aparecía en la exposición de motivos de la ley que ahora se cambia: la concepción asistencial osocial del Estado democrático de derecho, como proclama, precisamente, la Constitución.
Desamparo de Estado
El Estado social no es sólo contar con instrumentos de protección económica, como son la cobertura del desempleo o las prestaciones de la Seguridad Social, sino que, también, hay que vincularlo a que todas las personas tengan acceso a la tutela judicial efectiva para evitar situaciones de desamparo por falta de recursos económicos. Y el asunto de los desahucios ha demostrado las carencias del Estado protector -un principio constitucional- cuando los jueces no tutelan todo el proceso que lleva a que una familia se quede en la calle.
Por decirlo de forma gráfica, no es necesario sólo que existan leyes, sino que haya justicia, y en determinadas ocasiones una interpretación mecanicistaburocrática de las normas, lo que provoca es una sociedad empobrecida moralmente, que deja tirados a sus ciudadanos más vulnerables. Laimparcialidad a la hora de administrar justicia no debe ser incompatible con la sensibilidad social. Y por eso no es de extrañar que todas y cada una de las asociaciones de jueces, fiscales, abogados laboralistas, procuradores, así como el Consejo General del Poder Judicial y el Consejo General de la Abogacía hayan clamado contra una ley injusta de arriba abajo que sitúa en el mismo plano pelear por un puesto de trabajo que por cobrar una herencia millonaria.
Es cierto que la Constitución proclama que la justicia será gratuita cuando así lo disponga la Ley, y también es evidente que lo que hace Gallardón es modificar la que se aprobó en 1996, pero la Carta Magna también obliga a que el derecho a la justicia no cueste un euro a quienes acrediten  “insuficiencia de recursos para litigar”.
A nadie se le escapa que en un contexto como el actual, cualquier trabajador despedido o que vea mancillar sus condiciones laborales en la empresa, tendrá serios reparos económicos para llevar a su empleador a los tribunales, y de ahí que parezca cuanto menos injusta la norma. Por no decir un retroceso en términos históricos. Sobre todo cuando establece que sólo podrán acceder a la gratuidad quienes acrediten ingresos inferiores a 1.141 euros al mes (por catorce pagas), y, además, carezcan de bienes que impliquen suficiencia económica.
Si un trabajador tiene que elegir entre litigar y pagar la hipoteca, es muy probable que opte por lo segundo, aunque sea ultrajando sus propios derechos constitucionales. Máxime cuando recurrir hasta el Supremo -al margen de los honorarios del abogado y del procurador- le costará 1.250 euros más un gravamen situado entre 0,25% y el 0,5%. Es decir, muchos empleados tendrán que trabajar más de un mes gratis para defender sus derechos en los tribunales.
Sin duda que hay razones para pensar, como muchos creen, que se reinstaura una justicia para ricos y otra para pobres. Contraviniendo esos imperativos de carácter“ético y político” que esgrimiera -con buen criterio- el ministro Gallardón al defender el cambio legal. Estamos, sin embargo, ante un sinsentido que convierte a España en un país más pequeño y más injusto.
Fuente: http://www.elconfidencial.com/opinion/mientras-tanto/2012/11/18/que-error-gallardon-que-error-10238/