Cuando la autoridad se presente con la apariencia de una organización, muestra un encanto tan fascinador que puede convertir las comunidades de gentes libres en Estados totalitarios.
The Times
En este capítulo Hayek repasa escritos y afirmaciones de reputados personajes ingleses de la época que se acercan de una manera peligrosa a la ideología totalitaria y colectivista, llegando a justificar su supremacía como sistema de organización social.
Entre otros el profesor Carr que en su libro Conditions of peace dice entre otras cosas, refiriéndose a la 1º Gran Guerra:
Los triunfadores perdieron la paz, y la Rusia soviética y la Alemania la ganaron, porque los primeros continuaron predicando, y en parte aplicando, los en otro tiempo válidos pero hoy destructivos ideales de los derechos de las naciones y el capitalismo de laissez faire, mientras las últimas, consciente o inconscientemente impulsadas por la corriente del siglo XX, se esforzaban por reconstruir el mundo en forma de unidades mayores sometidas a la planificación e intervención centralizadas…La revolución que comenzó en la última guerra, que ha sido la fuerza impulsora de todo movimiento político importante en los últimos veinte años…, una revolución contra las ideas predominantes en el siglo XIX: democracia liberal, autodeterminación nacional y laissez faire económico.
Otro ejemplo es el Dr. C. H. Waddington, en su libro La actitud científica en el que combina las demandas de un mayor poder político para los hombres de ciencia con una defensa ardiente de la planificación a gran escala, llega claramente a la conclusión de que las tendencias que describe y defienden conducen inevitablemente a un sistema totalitario. Y, sin embargo, le resulta al parecer preferible a la, según él, “a la feroz jaula de monos que es la civilización presente”. Y apostillando esto dice: “la libertad es un concepto cuya discusión resulta muy dificultosa para el hombre de ciencia, en parte porque no está convencido de que, en último análisis, exista tal cosa”. Como en casi todos estos escritos, las convicciones de Waddington están determinadas principalmente por su aceptación de las “tendencias históricas inevitables” que se supone ha descubierto la ciencia y que él deriva de “la filosofía profundamente científica” del marxismo.
Aparte de las influencias intelectuales que hemos ilustrado con dos ejemplos, el impulso del movimiento hacia el totalitarismo proviene principalmente de dos grandes grupos de intereses: el capital organizado y el trabajo organizado. El monopolio privado casi nunca es completo y aún más raramente de larga duración o capaz de despreciar la competencia potencial. Pero un monopolio del Estado es siempre un monopolio protegido por el Estado, protegido a la vez contra la competencia potencial y contra la crítica eficaz. En la mayor parte de los casos significa que se ha dado a un monopolio temporal el poder para asegurar su posición indefinidamente; un poder que, sin duda, será utilizado. Un Estado que se enredase por completo en la dirección de empresas monopolistas poseería un poder aplastante sobre el individuo, pero, sin embargo, sería un estado débil en cuanto a su libertad para formular una política. El mecanismo del monopolio se identifica con el mecanismo del Estado, y el propio Estado se identifica más y más con los intereses de quienes manejan las cosas y menos con los del pueblo en general.
El problema del monopolio no sería tan difícil como es si solo tuviéramos que combatir al monopolio del capitalista. Pero, como se ha dicho antes, el monopolio ha llegado a ser el peligro que es, no por los esfuerzos de unos cuantos capitalistas interesados, si no por el apoyo que éstos han obtenido de quienes recibieron participación en sus ganancias y de aquellos otros, mucho más numerosos, a quienes persuadieron de que ayudando al monopolio contribuían a la creación de una sociedad más justa y ordenada. El fatal punto crítico en la evolución moderna se produjo cuando el gran movimiento que solo podía servir a sus fines originarios luchando contra todo privilegio, el movimiento obrero, cayó bajo la influencia de las doctrinas contrarias a la libre competencia y se vio él mismo mezclado en las pugnas por los privilegios. No hay más opciones que el orden gobernado por la disciplina impersonal del mercado o el dirigido por la voluntad de unos cuantos; y los que se entregan a la destrucción del primero ayudan, lo quieran o no, a crear el segundo.
Que los avances del pasado se vean amenazados por las fuerzas tradicionalistas de la derecha es un fenómeno de todos los tiempos que no debe alarmarnos. Pero si el puesto de la oposición, tanto en la discusión pública como en el Parlamento, terminase por ser el monopolio de un segundo partido reaccionario, no se podría conservar ninguna esperanza.
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