Juan J. Molina
lunes, 29 de noviembre de 2010
El haza de los lobos por FRANCISCO MASSO.- Psicólogo
Así de recio, suena por dentro el trajín de un partido político, donde el cruce de navajas con la sonrisa en los labios no es una eventualidad, sino el ritual cotidiano, la habilidad ordinaria para ganarse el pan de hoy y mañana.
Desde el siglo XVII, Tomás Hobbes asentó el egoísmo como principio ético fundamental: el hombre, encerrado en sí mismo, está en lucha permanente con todos sus semejantes, de ahí su afirmación rotunda homo homini lupus. Como si trabajar prioritariamente en provecho propio fuera una ley inexorable, inherente a la condición humana.
En el caso de los partidos políticos, la conclusión de Hobbes se queda pequeña. Entre correligionarios, la afirmación correcta sería homo homini lupissimus, si fuera admisible el disparate lingüístico.
La paradoja se presenta desde el momento que el político dice venir a servir al prójimo, que su afán persigue la Justicia y que toda su pretensión se cifra en proteger el bien común. Ante semejante declaración sólo cabe prosternarse, sentir admiración y considerar el quehacer político como una misión, un sacerdocio al que el político, puro altruismo, rinde sus intereses y entrega su vida. Ya tenemos al lobo, disfrazado con la piel de cordero, buscando rebaño al que cuidar, y abuelos y “caperucitos” a los que zamparse.
La historia de cada lobo, que se repite en todas las madrigueras, parte de un alevín, unas veces bisoño y otras veces iluminado, que viene a ordenar el mundo, arreglar cualquier problema y hacer la carrera que, tal vez no haya podido completar en las aulas universitarias, o ha hecho a trancas y barrancas y a duras y largas penas.
Generalmente, el lobezno entra en la manada de un gran lobo resabiado, maestro y capo, que sabe mucho por viejo, aún alberga poder o goza de halo de poderoso. El jefe de manada es un personaje bragado, que ha encallecido a base de dar y recibir dentelladas: las da con elegancia y el mejor eufemismo, pero con la contundencia del juez que se considera en posesión de la verdad; si ha de encajar alguna, lo hace impasible, con la altanería de quien se sabe superior y no puede permitir mostrarse afectado, aunque tome venganza en cuanto pueda.
El consorcio se hace para prosperar, digo, para ganar adeptos para la causa noble. No se trata de confabulaciones aviesas, mete-saca de rumores y sementera de bulos, sino lucha en buena lid para demostrar bravura, lealtad a la misión y hacerse acreedores a la confianza del electorado, al que se halaga con la suavidad y ternura que exige la piel del disfraz.
Cuando una manada vigila o espía a otra, lo hace para tener información fiable y segura. Hay una responsabilidad in vigilando que no ha de descuidarse nunca, porque el ataque desde la retaguardia, puede resultar mortal e imperdonable.
Si alguien filtra algún trapo sucio, escondiendo la mano después de tirar la piedra, lo hace para depurar la situación y que la noble causa no resulte dañada. Aunque, de paso, también hay que saber desechar al enemigo interior: juicio sumarísimo y fusilamiento al amanecer, sin que haya lugar a la duda, ni tiempo para la piedad. Esta carrera siempre es a muerte y sobreviven los peores, bueno, quiero decir, los mejor dotados para la brega.
El lobo-discípulo aprende a urdir trampas, mentir, crear mistificaciones que seduzcan o aseguren la fidelidad del electorado. Salpica su discurso con algunos tópicos, congruentes con la ideología que dice defender, aunque resulten increíbles e incoherentes con su propio estilo de vida. Aún recuerdo el acaloramiento con que, en un mitin electoral, una joven loba de izquierdas defendía las excelencias de la enseñanza pública, mientras sus hijos asistían a un colegio privado y terminaron sus estudios universitarios también en universidad de pago. Si éste fuera el único renuncio con que pillar a nuestra clase política, seríamos afortunados.
El eslogan de vida política del aprendiz es algo así como: trepa como sea. No importa el medio, ni las víctimas que haya que dejar en la cuneta, el objetivo es ir siempre hacia adelante, hasta conseguir el poder. Sólo éste, como si fuera un talismán mágico, permitirá la felicidad, resarcirse de tanto esfuerzo y colmar las ambiciones de toda índole. No, esto último no. El político no puede ser un comisionista, ni viene a lucrarse, ni a crearse una sinecura vitalicia, ni pretende practicar nepotismo, ni hacer clientelismo. Ni siquiera es venal, ni se va a dejar manejar por algún que otro regalito o fruslería insignificante.
Él y ella, los políticos, son honrados y siempre tratan (sólo tratan y tratan) de contribuir a la causa noble, mejorar la humanidad y resolver problemas para que todo fluya mejor que mejor.
Como quiera que el egoísmo, como motor, puede resultar universalmente dañino, sigue diciendo Hobbes, se hace necesario establecer un contrato y reconocer a un soberano. Aquí podemos sustituir el término soberano, por el de secretario general, presidente, coordinador, o así. Hobbes estaba al servicio de los Estuardos ingleses y en aquellos tiempos se estilaba el absolutismo. Ahora no es lo mismo, qué va, ni comparación.
Mediando el contrato, el soberano-presidente-secretario general-coordinador-o así, tiene potestad ilimitada, irrevocable y plena para ordenar, regular y conformar según su criterio y buen entender. Hoy te pongo, que me interesa congraciar, o entretenerte, o hacer una finta y mañana te quito, por haberme replicado, o no haberme incensado suficientemente, o porque me han dicho que no me fíe de ti, porque vas conspirando por ahí.
Un tejemaneje de tal naturaleza sólo puede atraer a personas mediocres, ambiciosos de buena planta y pocos escrúpulos, engreídos de ego inflado y mismidad hueca, virtuosos del regate en busca de atajo, capitostes de aquí y de allá encaramados al poder como sea.
Afortunadamente, la sociedad civil no tiene por referente a esta clase política. La sufre, como en la antigüedad convivió con el atropello de las castas -las gens romanas- y la esclavitud; luego, en el Medievo, soportó al feudal, civil y religioso; después, aguantó el absolutismo de reyes tan eximios como los que conocemos; más tarde, esta sociedad sufrida ha sido humillada por dictaduras fascistas y comunistas, que tanto da. Y, aún hay casos peores: en otras latitudes, han optado por regresar, o los han regresado, a la teocracia.
Toda crisis es una criba, un crisol, que permite depurar un criterio. ¡Bonita familia de palabras, todas hijas de la misma madre! Para establecer un criterio hay que cribar, retirar el granzón de las corruptelas, del similiquitruqui, de las fullerías y del dar gato por liebre.
Al final, podrá quedar la intrahistoria, la obra bien hecha, el trabajo sensato, la competencia personal labrada en el tajo de cada día, el orgullo de haber hecho, en lo inmediato, aquello que cada uno cree que debe hacer.
DEMOCRACY AS SUBSTANCE OR AS PROCEDURES
Chantal Mouffe
Wittgenstein, Political Theory and Democracy
Jügen Habermas
There is a second area in political theory in which an approach inspired by Wittgenstein's conception of practices and languages games could also be very fruitful. It concerns their set of issues related to the nature of procedures and their role in the modern conception of democracy.
The crucial idea provided by Wittgenstein in this domain is when he asserts that to have agreements in opinions, there must first be agreement on the language used. And the importance of alerting us to the fact that those agreements in opinions where agreements in forms of life. As he says: »So you are saying that human agreement decides what is true and what is false. It is what human beings say that is true and false; and they agree in the language they use. That is not agreement in opinions but in forms of life«.
With respect to the question of "procedures" which is the one that I want to highlight here, this points out to the factnecessity for a considerable number of "agreements in judgements" to already exist in a society before a given set of procedures can work. Indeed, according to Wittgenstein, to agree on the definition of a term is not enough and we need agreement in the way we use it. He puts it in the following way: »if language is to be a means of communication there must be agreement not only in definitions but also (queer as this may sound) in judgements«.
This reveals that procedures only exists as a complex ensembles of practices. Those practices constitute specific forms of individuality and identity that makes possible the allegiance to the procedures. It is because they are inscribed in shared forms of life and agreements in judgements that procedures can be accepted and followed. They cannot be seen as rules that are created on the basis of principles and then applied to specific cases. Rules, for Wittgenstein, are always abridgements of practices, they are inseparable of specific forms of life. The distinction between procedural and substantial cannot therefore be as clear as most liberal theorists would have it. In the case of justice, for instance, I do not think that one can oppose, as so many liberals do, procedural and substantial justice without recognizing that procedural justice already presupposes acceptance of certain values.
It is the liberal conception of justice which posits the priority of the right over the good but this is also the expression of a specific good. Democracy is not only a matter of establishing the right procedures independently of the practices that makes possible democratic forms of individuality. The question of the conditions of existence of democratic forms of individuality and of the practices and languages games in which they are constituted is a central one, even in a liberal democratic society where procedures play a central role. Procedures always involve substantial ethical commitments. For that reason they cannot work properly if they are not supported by a democratic ethos.
This last point is very important since it leads us to acknowledge something that the dominant liberal model is unable to recognize, i.e, that a liberal democratic conception of justice and liberal democratic institutions require a democratic ethos in order to function properly and maintain themselves. This is, for instance, precisely what Habermas' discourse theory of procedural democracy is unable to grasp because of the sharp distinction that Habermas wants to draw between moral-practical discourses and ethical-practical discourses. It is not enough to state as Habermas does, criticizing Apel, that a discourse theory of democracy cannot be based only on the formal pragmatic conditions of communication and that it must take account of legal, moral, ethical and pragmatic argumentation. What is missing in such an approach is the crucial importance of a democratic Sittlichkeit.
TO CONTINUE
Wittgenstein, Political Theory and Democracy
Jügen Habermas
There is a second area in political theory in which an approach inspired by Wittgenstein's conception of practices and languages games could also be very fruitful. It concerns their set of issues related to the nature of procedures and their role in the modern conception of democracy.
The crucial idea provided by Wittgenstein in this domain is when he asserts that to have agreements in opinions, there must first be agreement on the language used. And the importance of alerting us to the fact that those agreements in opinions where agreements in forms of life. As he says: »So you are saying that human agreement decides what is true and what is false. It is what human beings say that is true and false; and they agree in the language they use. That is not agreement in opinions but in forms of life«.
With respect to the question of "procedures" which is the one that I want to highlight here, this points out to the factnecessity for a considerable number of "agreements in judgements" to already exist in a society before a given set of procedures can work. Indeed, according to Wittgenstein, to agree on the definition of a term is not enough and we need agreement in the way we use it. He puts it in the following way: »if language is to be a means of communication there must be agreement not only in definitions but also (queer as this may sound) in judgements«.
This reveals that procedures only exists as a complex ensembles of practices. Those practices constitute specific forms of individuality and identity that makes possible the allegiance to the procedures. It is because they are inscribed in shared forms of life and agreements in judgements that procedures can be accepted and followed. They cannot be seen as rules that are created on the basis of principles and then applied to specific cases. Rules, for Wittgenstein, are always abridgements of practices, they are inseparable of specific forms of life. The distinction between procedural and substantial cannot therefore be as clear as most liberal theorists would have it. In the case of justice, for instance, I do not think that one can oppose, as so many liberals do, procedural and substantial justice without recognizing that procedural justice already presupposes acceptance of certain values.
It is the liberal conception of justice which posits the priority of the right over the good but this is also the expression of a specific good. Democracy is not only a matter of establishing the right procedures independently of the practices that makes possible democratic forms of individuality. The question of the conditions of existence of democratic forms of individuality and of the practices and languages games in which they are constituted is a central one, even in a liberal democratic society where procedures play a central role. Procedures always involve substantial ethical commitments. For that reason they cannot work properly if they are not supported by a democratic ethos.
This last point is very important since it leads us to acknowledge something that the dominant liberal model is unable to recognize, i.e, that a liberal democratic conception of justice and liberal democratic institutions require a democratic ethos in order to function properly and maintain themselves. This is, for instance, precisely what Habermas' discourse theory of procedural democracy is unable to grasp because of the sharp distinction that Habermas wants to draw between moral-practical discourses and ethical-practical discourses. It is not enough to state as Habermas does, criticizing Apel, that a discourse theory of democracy cannot be based only on the formal pragmatic conditions of communication and that it must take account of legal, moral, ethical and pragmatic argumentation. What is missing in such an approach is the crucial importance of a democratic Sittlichkeit.
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viernes, 26 de noviembre de 2010
UNIVERSALISMO VERSUS CONTEXTUALISMO
Richard Rorty
El primer tema que quiero examinar es el debate entre contextualistas y universalistas. Una de las cuestiones más controvertidas entre los teóricos de la política en los últimos años se centra en el debate sobre la verdadera naturaleza de la democracia liberal. ¿Debería ser vista como una solución racional a las cuestiones políticas o como una forma de organizar la coexistencia humana? ¿Encarna por lo tanto a la sociedad justa, la única que debería ser aceptada por todos los individuos racionales y sensatos? ¿ O la democracia liberal representa simplemente tan solo una de las formas de orden político entre otras posibles? Una orden político de coexistencia humana, que, seguro, puede ser considerado justo, pero que debe ser también visto como un producto particular de la historia, con unas condiciones particulares históricas, culturales y geográficas de existencia.
Esto es de hecho un asunto crucial, si este fuera el caso, nosotros tendremos que reconocer que podría haber otros sistemas políticos justos para la sociedad, producto de otros contextos, y que la democracia liberal debería renunciar a proclamar su universalidad. Merece la pena resaltar que, aquellos que argumentan en esta línea insisten en que, contrariamente a lo que los universalistas proclaman, tal posicionamiento no implicaría necesariamente aceptar un relativismo que justificaría cualquier sistema político. En realidad ello requiere prever una diversidad de respuestas justas a la pregunta de lo que es un orden político justo. Sin embargo el criterio político no sería un hecho irrelevante desde el momento en que fuera posible discriminar entre regímenes justos e injustos.
Está claro que lo que supone el punto de inflexión en este debate es la verdadera naturaleza de la teoría política. Dos posiciones diferentes se enfrentan entre sí. Por un lado encontramos a los “racionalistas-universalistas” a quienes gustan Ronald Dworkin, el primer Rawls y las afirmaciones de Habermas cuyos propósitos como teoría política son las de establecer verdades universales, válidas para todos independientemente del contexto histórico-cultural. Por supuesto, para ellos, solo puede ser una la respuesta a la pregunta sobre el buen régimen y la mayoría de sus esfuerzos consisten en probar que es la democracia constitucional la que cumple esos requerimientos.
Ello está en intima conexión con este debate, uno debería llevar al otro, en lo que respecta a la elaboración de una teoría de la justicia. Es en este amplio contexto cuando uno puede llegar a entender, por ejemplo, las implicaciones de vista realzadas por un universalista como Dworkin cuando declara que la teoría debe demandar principios generales y sus objetivos deben ser “ intentar encontrar alguna fórmula inclusiva que pueda ser usada para medir la justicia social en cualquier sociedad".
El enfoque universalista-racionalista es el que domina hoy en la teoría política pero está siendo desafiado por otro que puede ser llamado “contextualista” y que es de particular interés para nosotros porque está claramente influenciado por Wittgenstein.
Contextualistas como Michael Walter y Richard Rorty niegan la disponibilidad de un punto de vista que podía estar situado fuera de la práctica y de las instituciones de la cultura imperante, desde la cual se podían hacer de manera universal los juicios al “contexto _ independencia” . Esta es la razón de porque Walter argumenta contra la idea de que la teoría política debería intentar una posición separada de todas las formas particulares de alianza para juzgar imparcial y objetivamente. Según su punto de vista, la teoría debería permanecer en la cueva, y asumir completamente su estatus como miembro de una comunidad particular, y su papel consiste en interpretar para su comunidad de ciudadanos el mundo de significados que ellos tienen en común.
Varios puntos de vista Wittgenstenianos abordan el desmantelamiento de la clase de razonamiento liberal que prevé un marco general para argumentar en un modelo de dialogo “neutral” o “racional”. De hecho los puntos de vista de Wittgenstein van socavando las auténticas bases de esta forma de razonamiento ya que, como ha sido resaltado, él revela que “En cualquier lugar que se lleve a cabo una deliberación contractual con sus cláusulas, estas derivan de juicios particulares que nosotros nos inclinamos a hacer como practicantes de determinados modos de vida. Las formas de vida en las que nos encontramos nosotros mismos son ellas mismas producto de un sistema de acuerdos precontractuales, sin las cuales no habría posibilidad de entendimiento mutuo ni tan siquiera, de desacuerdo".
De acuerdo con los contextualistas, los principios de la democracia liberal no pueden ser vistos como la única y definitiva respuesta a la cuestión de qué es “ el buen régimen” sino tan solo como definición de un posible “juego de lenguaje” político entre otros. Desde el momento en que ellos no dan una solución racional al problema de la coexistencia humana, es estéril buscar argumentos a su favor que no fueran contexto-dependientes para asegurarlos contra otros lenguajes políticos. Abordando los temas desde una perspectiva Wittgensteniana vienen a primer plano lo inadecuados que son los intentos de fundamentar los principios liberal democráticos arguyendo que serían elegidos por individuos racionales en unas condiciones ideales como el “velo de la ignorancia” de Rawls, o la “situación de discurso ideal” Habermas. Como Peter Winch ha indicado con respecto a Rawls, el “velo de la ignorancia” que caracteriza su posición va en contra de los puntos de vista de Wittgensteins sobre que lo razonable no puede ser caracterizado independientemente del contenido de ciertos juicios esenciales.
Sobre este particular Richard Rorty _ quien propone una lectura neo-pragmática de Wittgenstein- ha afirmado, tomando la cuestión de Apel y Habermas que no es posible derivar una filosofía moral universal desde la filosofía del lenguaje. No hay nada, para él, en la naturaleza del lenguaje que pudiera servir para justificar a todo el mundo la superioridad de la democracia liberal. Él declara que deberíamos abandonar la inútil tarea encontrar premisas políticas neutrales, premisas que puedan ser justificadas por todos, desde las cuales inferir la obligación de perseguir políticas democráticas. Él piensa que considerar los avances democráticos como si ellos fueran vinculados al progreso racional no es útil y que nosotros deberíamos dejar de presentar las instituciones liberales de las sociedades occidentales como las soluciones que necesariamente otras personas adoptarán cuando ellos dejen de ser irracionales y se conviertan en modernos. Siguiendo a Wittgenstein, él ve la cuestión como un punto no para la racionalidad sino para compartir creencias. Llamar a alguien irracional en este contexto, asevera él, no es decir que no está haciendo un uso apropiado de sus facultades mentales. Tan solo significa que ella no parece tener bastantes creencias o deseos para mantener una conversación cuyos puntos controvertidos puedan llegar a algún lugar fructífero.
La acción democrática en esta Wittgensteniana perspectiva, no requiere una teoría de la verdad y nociones como incondicionalidad y validez universal sino una multiplicidad de prácticas y movimientos con el objetivo de de persuadir a la gente para ampliar el alcance de sus compromisos con otros, para construir una comunidad más inclusiva. Una perspectiva así nos ayuda a ver que, poner el énfasis exclusivamente en los argumentos necesarios para asegurar la legitimidad de las instituciones liberales ha sido una equivocación de las modernas teorías morales y políticas. El tema real no es encontrar argumentos para justificar la racionalidad o la universalidad de la democracia liberal que sería aceptable por todas las personas razonables o racionales. Los principios de la democracia liberal solo pueden ser defendidos como constitutivos de nuestra forma de vida y nosotros deberíamos no intentar basar nuestros compromisos a ellos en algo supuestamente más seguro. Como Richard Flathman – otro teórico político influenciado por Wittgenstein – indica, los acuerdos que existen en muchas de las características de la democracia liberal no necesitan ser apoyados por certezas de ninguna filosofía.
Según su punto de vista, “nuestros acuerdos en estos juicios constituyen el lenguaje de nuestra política. Un lenguaje alcanzado y modificado nada menos que a través de la historia de la disertación, una historia pensada por nosotros, como nosotros fuimos capaces de hacerlo, con nuestro lenguaje”.
El enfoque de Rorty apoyado en el punto de vista de Wittgenstein, es muy útil para criticar las pretensiones de Kantian inspiradas en filósofos como Habermas que quería encontrar un punto de vista apoyándose en políticos de los cuales uno podía garantizar la superioridad de la democracia liberal. Pero yo creo que rorty se aparta de Wittgenstein cuando prevé progresos políticos y morales con la condición de universalizar el modelo democrático liberal. Es bastante extraño, lo cerca que está en este punto de Habermas. Lo cierto, es que hay una importante diferencia entre ellos. Habermas cree que tal proceso de universalización tendrá lugar a través de una argumentación racional y que ello requiere de argumentos provenientes de las premisas interculturales aceptadas respecto a la superioridad del liberalismo occidental. Rorty, por su parte, lo ve como un asunto de persuasión y progreso económico y él imagina que ello depende de que la gente alcance unas condiciones de vida más seguras y compartan más creencias y relaciones con otros. De ahí su convicción de que a través del crecimiento económico y de una adecuada “educación emocional” se podría construir un consenso universal alrededor de las instituciones liberales.
Lo que él nunca cuestionó, sin embargo, es la convicción de la superioridad del modelo de vida liberal y el hecho de que él no es fiel a su inspiración Wittgensteniana. Uno podía de hecho hacerle el reproche que Wittgenstein hizo a James George Frazer en su “Remarks on Frazer’s Goleen Bough” cuando comentó que era imposible para él comprender una forma de vida diferente de la de su tiempo.
CONTINUACIÓN
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domingo, 21 de noviembre de 2010
Universalism versus contextualism
Chantal Mouffe
Wittgenstein, Political Theory and Democracy
Richard Rorty
The first topics I want to examine is the debate between contextualists and universalists. One of the most contentious questions among political theorists in recent years is at the center of that debate and it concerns the very nature of liberal democracy. Should it be envisaged as the rational solution to the political question of how to organize human coexistence? Does it therefore embody the just society, the one that should be universally accepted by all rational and reasonable individuals? Or does liberal democracy merely represent one form of political order among other possible ones? A political form of human coexistence, which, to be sure, can be called just, but that must also be seen as the product of a particular history, with specific historical, cultural and geographical conditions of existence.
This is indeed a crucial issue because, if this is the case, we will have to acknowledge that there might be other just political forms of society, products of other contexts, and that liberal democracy should renounce its claims to universality. It is worth stressing that, those who argue along those lines insist that, contrary to what the universalists claim, such a position does not necessarily entail accepting a relativism that would justify any political system. Indeed what it requires is envisaging a plurality of just answers to the question of what is the just political order. But political judgement would not be made irrelevant since it would still be possible to discriminate between just and unjust regimes.
It is clear that what is at stake in this debate is the very nature of political theory. Two different positions confront each other. On one side we find the "rationalist-universalists" who like Ronald Dworkin, the early Rawls and Habermas assert that the aim of political theory is to establish universal truths, valid for all independently of the historico-cultural context. Of course, for them, there can only be one answer to the inquiry about the "good regime" and much of their efforts consist in proving that it is constitutional democracy that fulfils the requirements.
It is in intimate connection with this debate, that one should envisage the other one, which concerns the elaboration of a theory of justice. It is only when located in this wider context that one can really grasp, for instance, the implications of the view put forward by a universalist like Dworkin when he declares that a theory of justice must call on general principles and its objective must be to »try to find some inclusive formula that can be used to measure social justice in any society«.
The universalist-rationalist approach is the dominant one today in political theory but it is being challenged by another one that can be called "contextualist" and which is of particular interest for us because it is clearly influenced by Wittgenstein. Contextualists like Michael Walzer and Richard Rorty deny the availability of a point of view that could be situated outside the practices and the institutions of a given culture and from where universal, "context-independent" judgements could be made. This is why Walzer argues against the idea that the political theorist should try to adopt a position detached from all forms of particular allegiances in order to judge impartially and objectively. In his view, the theorist should »stay in the cave« and assume fully his status as a member of a particular community; and his role consists in interpreting for his fellow citizens the world of meanings that they have in common.
Using several Wittgensteinian insights, the contextualist approach dismantles the kind of liberal reasoning that envisages the common framework for argumentation on the model of a "neutral" or "rational" dialogue. Indeed Wittgenstein's views lead to undermining the very basis of this form of reasoning since, as it has been pointed out, he reveals that »Whatever there is of definite content in contractarian deliberation and its deliverance, derives from particular judgements we are inclined to make as practitioners of specific forms of life. The forms of life in which we find ourselves are themselves held together by a network of precontractual agreements, without which there would be no possibility of mutual understanding or therefore, of disagreement«.
According to the contextualists, liberal democratic "principles" cannot be seen as providing the unique and definite answer to the question of what is the "good regime" but only as defining one possible political "language game" among others. Since they do not provide the rational solution to the problem of human coexistence, it is futile to search for arguments in their favour which would not be "context-dependent" in order to secure them against other political languages games. Envisaging the issue according to a Wittgensteinian perspective brings to the fore the inadequacy of all attempts to give a rational foundation to liberal democratic principles by arguing that they would be chosen by rational individuals in idealized conditions like the »veil of ignorance« (Rawls) or the »ideal speech situation« (Habermas). As Peter Winch has indicated with respect to Rawls, the "veil of ignorance" that characterizes his position runs foul of Wittgenstein's point that what is "reasonable" cannot be characterized independently of the content of certain pivotal "judgements".
For his part Richard Rorty – who proposes a "neo-pragmatic" reading of Wittgenstein – has affirmed, taking issue with Apel and Habermas, that it is not possible to derive a universalistic moral philosophy from the philosophy of language. There is nothing, for him, in the nature of language that could serve as a basis for justifying to all possible audiences the superiority of liberal democracy. He declares that »We should have to abandon the hopeless task of finding politically neutral premises, premises which can be justified to anybody, from which to infer an obligation to pursue democratic politics«. He considers that envisaging democratic advances as if they were linked to progresses in rationality is not helpful and that we should stop presenting the institutions of liberal western societies as the solution that other people will necessarily adopt when they cease to be »irrational« and become »modern«. Following Wittgenstein, he sees the question at stake not as one of rationality but of shared beliefs. To call somebody irrational in this context, he states, »is not to say that she is not making proper use of her mental faculties. It is only to say that she does not seem to share enough beliefs and desires with one to make conversation with her on the disputes point fruitful«.
Democratic action in this Wittgensteinian perspective, does not require a theory of truth and notions like unconditionality and universal validity but a manifold of practices and pragmatic moves aiming at persuading people to broaden the range of their commitments to others, to build a more inclusive community. Such a perspective helps us to see that, by putting an exclusive emphasis on the arguments needed to secure the legitimacy of liberal institutions, recent moral and political theory has been asking the wrong question. The real issue is not to find arguments to justify the rationality or universality of liberal democracy that would be acceptable by every rational or reasonable person. Liberal democratic principles can only be defended as being constitutive of our form of life and we should not try to ground our commitment to them on something supposedly safer. As Richard Flathman – another political theorist influenced by Wittgenstein – indicates, the agreements that exist on many features of liberal democracy do not need to be supported by certainty in any of the philosophical senses. In his view, »Our agreements in these judgements constitute the language of our politics. It is a language arrived at and continuously modified through no less than a history of discourse, a history in which we have thought about, as we became able to think in, that language«.
Rorty's Wittgensteinian approach is very useful for criticizing the pretensions of Kantian inspired philosophers like Habermas who want to find a viewpoint standing above politics from which one could guarantee the superiority of liberal democracy . But I think that Rorty departs from Wittgenstein when he envisages moral and political progress in terms of the universalization of the liberal democratic model. Oddly enough, on this point he comes very close to Habermas. To be sure, there is an important difference between them. Habermas believes that such a process of universalization will take place through rational argumentation and that it requires arguments from transculturally valid premises for the superiority of western liberalism. Rorty, for his part, sees it as a matter of persuasion and economic progress and he imagines that it depends on people having more secure conditions of existence and sharing more beliefs and desires with others. Hence his conviction that through economic growth and the right kind of "sentimental education" a universal consensus could be built around liberal institutions.
What he never puts into question, however, is the very belief in the superiority of the liberal way of life and on that count he is not faithful to his Wittgensteinian inspiration. One could indeed makes to him the reproach that Wittgenstein made to James George Frazer in his "Remarks on Frazer's Golden Bough" when he commented that it seemed impossible for him to understand a different way of life from the one of his time.
TO CONTINUE
Wittgenstein, Political Theory and Democracy
Richard Rorty
The first topics I want to examine is the debate between contextualists and universalists. One of the most contentious questions among political theorists in recent years is at the center of that debate and it concerns the very nature of liberal democracy. Should it be envisaged as the rational solution to the political question of how to organize human coexistence? Does it therefore embody the just society, the one that should be universally accepted by all rational and reasonable individuals? Or does liberal democracy merely represent one form of political order among other possible ones? A political form of human coexistence, which, to be sure, can be called just, but that must also be seen as the product of a particular history, with specific historical, cultural and geographical conditions of existence.
This is indeed a crucial issue because, if this is the case, we will have to acknowledge that there might be other just political forms of society, products of other contexts, and that liberal democracy should renounce its claims to universality. It is worth stressing that, those who argue along those lines insist that, contrary to what the universalists claim, such a position does not necessarily entail accepting a relativism that would justify any political system. Indeed what it requires is envisaging a plurality of just answers to the question of what is the just political order. But political judgement would not be made irrelevant since it would still be possible to discriminate between just and unjust regimes.
It is clear that what is at stake in this debate is the very nature of political theory. Two different positions confront each other. On one side we find the "rationalist-universalists" who like Ronald Dworkin, the early Rawls and Habermas assert that the aim of political theory is to establish universal truths, valid for all independently of the historico-cultural context. Of course, for them, there can only be one answer to the inquiry about the "good regime" and much of their efforts consist in proving that it is constitutional democracy that fulfils the requirements.
It is in intimate connection with this debate, that one should envisage the other one, which concerns the elaboration of a theory of justice. It is only when located in this wider context that one can really grasp, for instance, the implications of the view put forward by a universalist like Dworkin when he declares that a theory of justice must call on general principles and its objective must be to »try to find some inclusive formula that can be used to measure social justice in any society«.
The universalist-rationalist approach is the dominant one today in political theory but it is being challenged by another one that can be called "contextualist" and which is of particular interest for us because it is clearly influenced by Wittgenstein. Contextualists like Michael Walzer and Richard Rorty deny the availability of a point of view that could be situated outside the practices and the institutions of a given culture and from where universal, "context-independent" judgements could be made. This is why Walzer argues against the idea that the political theorist should try to adopt a position detached from all forms of particular allegiances in order to judge impartially and objectively. In his view, the theorist should »stay in the cave« and assume fully his status as a member of a particular community; and his role consists in interpreting for his fellow citizens the world of meanings that they have in common.
Using several Wittgensteinian insights, the contextualist approach dismantles the kind of liberal reasoning that envisages the common framework for argumentation on the model of a "neutral" or "rational" dialogue. Indeed Wittgenstein's views lead to undermining the very basis of this form of reasoning since, as it has been pointed out, he reveals that »Whatever there is of definite content in contractarian deliberation and its deliverance, derives from particular judgements we are inclined to make as practitioners of specific forms of life. The forms of life in which we find ourselves are themselves held together by a network of precontractual agreements, without which there would be no possibility of mutual understanding or therefore, of disagreement«.
According to the contextualists, liberal democratic "principles" cannot be seen as providing the unique and definite answer to the question of what is the "good regime" but only as defining one possible political "language game" among others. Since they do not provide the rational solution to the problem of human coexistence, it is futile to search for arguments in their favour which would not be "context-dependent" in order to secure them against other political languages games. Envisaging the issue according to a Wittgensteinian perspective brings to the fore the inadequacy of all attempts to give a rational foundation to liberal democratic principles by arguing that they would be chosen by rational individuals in idealized conditions like the »veil of ignorance« (Rawls) or the »ideal speech situation« (Habermas). As Peter Winch has indicated with respect to Rawls, the "veil of ignorance" that characterizes his position runs foul of Wittgenstein's point that what is "reasonable" cannot be characterized independently of the content of certain pivotal "judgements".
For his part Richard Rorty – who proposes a "neo-pragmatic" reading of Wittgenstein – has affirmed, taking issue with Apel and Habermas, that it is not possible to derive a universalistic moral philosophy from the philosophy of language. There is nothing, for him, in the nature of language that could serve as a basis for justifying to all possible audiences the superiority of liberal democracy. He declares that »We should have to abandon the hopeless task of finding politically neutral premises, premises which can be justified to anybody, from which to infer an obligation to pursue democratic politics«. He considers that envisaging democratic advances as if they were linked to progresses in rationality is not helpful and that we should stop presenting the institutions of liberal western societies as the solution that other people will necessarily adopt when they cease to be »irrational« and become »modern«. Following Wittgenstein, he sees the question at stake not as one of rationality but of shared beliefs. To call somebody irrational in this context, he states, »is not to say that she is not making proper use of her mental faculties. It is only to say that she does not seem to share enough beliefs and desires with one to make conversation with her on the disputes point fruitful«.
Democratic action in this Wittgensteinian perspective, does not require a theory of truth and notions like unconditionality and universal validity but a manifold of practices and pragmatic moves aiming at persuading people to broaden the range of their commitments to others, to build a more inclusive community. Such a perspective helps us to see that, by putting an exclusive emphasis on the arguments needed to secure the legitimacy of liberal institutions, recent moral and political theory has been asking the wrong question. The real issue is not to find arguments to justify the rationality or universality of liberal democracy that would be acceptable by every rational or reasonable person. Liberal democratic principles can only be defended as being constitutive of our form of life and we should not try to ground our commitment to them on something supposedly safer. As Richard Flathman – another political theorist influenced by Wittgenstein – indicates, the agreements that exist on many features of liberal democracy do not need to be supported by certainty in any of the philosophical senses. In his view, »Our agreements in these judgements constitute the language of our politics. It is a language arrived at and continuously modified through no less than a history of discourse, a history in which we have thought about, as we became able to think in, that language«.
Rorty's Wittgensteinian approach is very useful for criticizing the pretensions of Kantian inspired philosophers like Habermas who want to find a viewpoint standing above politics from which one could guarantee the superiority of liberal democracy . But I think that Rorty departs from Wittgenstein when he envisages moral and political progress in terms of the universalization of the liberal democratic model. Oddly enough, on this point he comes very close to Habermas. To be sure, there is an important difference between them. Habermas believes that such a process of universalization will take place through rational argumentation and that it requires arguments from transculturally valid premises for the superiority of western liberalism. Rorty, for his part, sees it as a matter of persuasion and economic progress and he imagines that it depends on people having more secure conditions of existence and sharing more beliefs and desires with others. Hence his conviction that through economic growth and the right kind of "sentimental education" a universal consensus could be built around liberal institutions.
What he never puts into question, however, is the very belief in the superiority of the liberal way of life and on that count he is not faithful to his Wittgensteinian inspiration. One could indeed makes to him the reproach that Wittgenstein made to James George Frazer in his "Remarks on Frazer's Golden Bough" when he commented that it seemed impossible for him to understand a different way of life from the one of his time.
TO CONTINUE
Wittgenstein, teoría política y democrática
Chantal Mouffe, http://them.polylog.org/2/amc-en.htm
Wittgenstein, teoría política y democrática
Traducción de Juan José Molina Gallardo
El objeto de este artículo es mostrar como una Wittgensteinian perspectiva podría proporcionarnos una nueva manera de pensar sobre nuestra democracia que proviene principalmente del dominante enfoque racionalista que caracteriza a la mayoría de las teorías liberal-democráticas. Un pensamiento democrático que incorporaría los puntos de vista de Wittgenstein, especialmente su insistencia de respetar las diferencias, sería más receptivo a la multiplicidad de voces que una sociedad pluralista abarca. A partir de las reflexiones de los últimos trabajos de Wittgenstein, una serie de cuestiones principales en la teoría política contemporánea son argumentadas para abocetar una forma alternativa de pensamiento democrático.
Introducción
Universalismo contra contextualismo
Democracia como sustancia o como procedimiento
Democracia consensual y pluralismo polémico
Wittgenstein y responsabilidad
INTRODUCCIÓN
Las sociedades democráticas están hoy día enfrentadas a un reto al quee no están bien preparadas para contestar ya que no son capaces de entender su naturaleza. Una de las razones de esta incapacidad, según mi punto de vista, es la clase de teoría política dominante hoy y el tipo de estructura racionalista que caracteriza a la mayoría de las teorías de la democracia liberal. Estamos en un momento crucial, si queremos estar en condiciones de de consolidar y profundizar en las instituciones democráticas, para abandonar esas estructura y comenzar a pensar en política de una forma distinta.
Mi argumento en este escrito será que Wittgenstein puede contribuir en tal labor. De hecho considero que podemos encontrar en sus últimos trabajos muchos puntos de vista que pueden ayudarnos no solo a ver las limitaciones de las estructuras racionalistas sino incluso a sobrepasarlas. Con este propósito en mente, examinaré una serie de cuestiones que son en la actualidad centrales en la teoría política para mostrar como una perspectiva Wittgensteiniana podría proporcionarnos una alternativa a los enfoques racionalistas. Sin embargo quiero indicar desde el principio que mi intención no es ni extractar una teoría política de wittgenstein, ni intentar elaborar una a partir de sus escritos. Yo creo que la importancia de Wittgenstein para nosotros hoy en día consiste en sacar a la luz una nueva manera de teorizar sobre política, una que rompe con el modo universalizante y homogeneizante que ha imperado en las teorías liberales desde Hobbe. Esto es lo que necesitamos con más urgencia, no un nuevo sistema, pero si un profundo cambio en la manera de enfocar las cuestiones políticas.
Indagando sobre la especificidad de este nuevo Wittgensteinian estilo de teorización, seguiré los trabajos pioneros de Hanna Pitkin quien en su libro “Wittgenstein y justicia” argumenta muy convincentemente la necesidad de aceptar pluralidad y contradicción y el énfasis sobre la investigación y el lenguaje, Wittgenstein es particularmente cuidadoso argumentando sobre democracia. De acuerdo con ella, Wittgenstein, como Marx, Nietsche y Freud, es una figura clave para entender los predicamentos modernos. Examinando su ansia por la certeza, su ultima filosofía es, dice ella, “un intento de vivir y aceptar la desilusionante condición humana – relatividad, dudas y ausencia de Dios”.
También tomaré mis argumentos de James Tully quien bajo mi punto de vista, es uno de los más interesantes ejemplos de la clase de enfoque que yo defiendo aquí. Por ejemplo, él ha usado los puntos de vista de Wittgenstein para criticar un convencionalismo que se encuentra ampliamente en nuestro pensamiento político actual, la tesis de “ que nuestra forma de vida es libre y racional solo si está basada de alguna manera en la crítica reflexiva”. Examinando la visión del pensamiento crítico y justificación de Jürgen Habermas así como la noción de la interpretación y recuento de sus distintivas gramáticas de Charles Taylor, Tully trae a primer plano la existencia de una multiplicidad de lenguajes – juegos de pensamiento crítico, ninguno de los cuales puede pretender actuar como la regla fundacional de nuestra vida política. Por otra parte, en su reciente libro Extraña multiplicidad, él ha mostrado como un enfoque así puede ser usado no solo para criticar la imperial y monolítica forma de razonamiento que constituye el moderno constitucionalismo sino además para desarrollar una filosofía post-imperial y práctica de constitucionalismo.
miércoles, 17 de noviembre de 2010
EL OCCIDENTE SIN RUMBO
Occidente viaja sin rumbo, su Dios agoniza en la penumbra de unas iglesias donde ya solo se escucha la monótona letanía de unas cuantas ancianas y algún viejo en silla de ruedas que no pudo escaparse. En Europa dios se volvió blando, se hizo progre, todos los pecados son veniales y se puede ir al cielo sin comulgar los domingos, los curas son sospechosos de todo, los crucifijos molestan y el Papa no “mola” porque no le gustan los mariquitas ni los condones. Ya no hay tierras vírgenes con indios bajitos que evangelizar y de las cruzadas ni hablemos, podrían molestarse los sarracenos. Hemos perdido el norte que durante siglos movió este viejo continente y no se trata de justificar la cristiandad, en realidad eso fue la excusa que nos guió, no importaba lo justa que fuera ni vamos a defender las barbaridades que se cometieron en su nombre, pero lo que no podemos negar es que sin una meta, sin un objetivo, por muy idiota que éste sea, se camina sin rumbo y sin sentido. Ningún paraíso repleto de vírgenes espera a los ciudadanos de occidente, el purgatorio está a rebosar porque ya nadie hace las penitencias y los creyentes prefieren quedarse allí antes que estirar un músculo del alma, la apatía y la indiferencia se ha apoderado de esta sociedad de moral difusa y ánimo acojonado. Los viejos valores de libertad y democracia son un espejismo en un desierto de incapacitados mentales que juegan a políticos, la casta gobernantes se ha colmado de prebendas para su buen vivir mientras los ciudadanos engordábamos sentados en cómodos sofás de Ikea abducidos por la basura televisiva. Europa se hunde lentamente en una charca de incultura y estúpido progresismo que basa su ideología en agacharse a coger el jabón cada vez que un dictadorzuelo de tres al cuarto o el Ayatolá de turno tira la pastilla al suelo. Y lo peor no ha llegado aún, esta vez no será como cuando Churchill dijo aquello de hoy ya tienen el deshonor mañana tendremos la guerra, después de que las potencias aliadas le besaran el culo reiteradamente a Hitler esperando un morreo de su parte, nosotros mañana no tendremos ni eso, de un día para otro nos levantaremos por la mañana y viviremos en otra Europa, las viejas iglesias se habrán convertido en pubs o puticlubs con lucecitas de colores, habrán proliferado las mezquitas por doquier y grandes carteles nos enseñaran las últimas tendencias en gurkas para la temporada otoño-invierno, por fin tendremos algo por lo que luchar, aunque solo pensarlo me cansa, setenta y pico vírgenes por barba cuando la palmemos, como decía aquella, yo por mis vírgenes mato, ¡mato!.
En el fondo no podemos quejarnos, estamos donde nuestros pasos nos han llevado y a conciencia, mientras los reyezuelos y dictadores del mundo no libre mantenían a sus pueblos en la pobreza y la injusticia adoctrinándolos de paso en la guerra contra el “culpable” de su situación: el Occidente capitalista, usurero e infiel fruto de todos los males. Aquí tirábamos la casa por la ventana rasgándonos las vestiduras con una estúpida mala conciencia, vendida a diestro y siniestro por una progresía intelectual de izquierdas y unas multinacionales que arrasaban sin escrúpulos todo cuanto se ponía a tiro creando este caldo de cultivo donde nos van a cocer como a garbanzos en un cocido y después nos comerán con patatas.
Quizás sea mejor así, cuando el primer mundo caiga devorado por el tercero y vivamos todos en el segundo, ese que nadie nombra y que está a punto de ser parido. Un mundo donde el Dios que todos conocíamos ni está, ni se le espera.
viernes, 12 de noviembre de 2010
Wittgenstein, Political Theory and Democracy, Wittgenstein, teoría política y democrática
Chantal Mouffe, http://them.polylog.org/2/amc-en.htm
Wittgenstein, Political Theory and Democracy
The goal of this article is to show how a Wittgensteinian perspective could provide a new way of thinking about democracy that departs fundamentally from the dominant rationalist approach which characterizes most of liberal-democratic theory. A democratic thinking that would incorporate Wittgenstein's insights, especially his insistence on the need to respect differences, would be more receptive to the multiplicity of voices that a pluralist society encompasses. Taking off from reflections of Wittgenstein's later work, a series of central issues in contemporary political theory is discussed in order to sketch out this alternative way of democratic thinking.
Introduction
Universalism versus contextualism
Democracy as substance or as procedures
Democratic consensus and agonistic pluralism
Wittgenstein and responsibility
Universalism versus contextualism
Democracy as substance or as procedures
Democratic consensus and agonistic pluralism
Wittgenstein and responsibility
INTRODUCTION
Democratic societies are today confronted with a challenge that they are ill-prepared to answer because they are unable to grasp its nature. One of the main reason for this incapacity lies, in my view, in the kind of political theory which is dominant today and of the type of rationalistic framework which characterizes most of liberal-democratic theory. It is high time, if we want to be in condition to consolidate and deepen democratic institutions, to relinquish that framework and to begin thinking about politics in a different way.
My argument in this paper will be that Wittgenstein can contribute to such a task. Indeed I consider that we find in his later work many insights that can help us not only to see the limitations of the rationalistic framework but also to overcome them. With this aim in mind, I will examine a series of issues which are currently central in political theory in order to show how a Wittgensteinian perspective could provide an alternative to the rationalist approach. However I want to indicate at the outset that my intention is neither to extract a political theory from Wittgenstein, nor to attempt elaborating one on the basis of his writings. I believe that Wittgenstein's importance for us today consists in pointing out to a new way of theorizing about the political, one that breaks with the universalizing and homogeneizing mode that has informed most of liberal theory since Hobbes. This is what is urgently needed, not a new system, but a profound shift in the way we approach political questions.
In inquiring about the specificity of this Wittgensteinian new style of theorising, I will follow the pioneering work of Hanna Pitkin who in her book Wittgenstein and Justice argues very convincingly that, with his stress on the particular case, on the need to accept plurality and contradiction and the emphasis on the investigating and speaking self, Wittgenstein is particularly helpful for thinking about democracy. According to her, Wittgenstein, like Marx, Nietzsche and Freud, is a key figure to understand our modern predicament. By examining the craving for certainty, his later philosophy is, she says, »an attempt to accept and live with the illusionless human condition – relativity, doubt and the absence of God«.
I will also take my bearings from James Tully who in my view, provides one of the most interesting example of the kind of approach that I am advocating here. For instance, he has used Wittgenstein's insights to criticize a convention widely found in current political thought, the thesis »that our way of life is free and rational only if it is founded on some form or other of critical reflection«. Examining Jürgen Habermas' picture of critical reflection and justification as well as Charles Taylor's notion of interpretation and scrutinizing their distinctive grammars, Tully brings to the fore the existence of a multiplicity of languages – games of critical reflection, none of which could pretend to playing the foundational role in our political life. Moreover, in his recent book Strange multiplicity , he has shown how such an approach can be used not only to criticize the imperial and monological form of reasoning which is constitutive of modern constitutionalism but also to develop a post-imperial philosophy and practice of constitutionalism.
martes, 9 de noviembre de 2010
lunes, 8 de noviembre de 2010
"No a la crisis" AUTOR: DASHIELL
Me levanté pronto para comprobar si Dios iba a ayudarme.
Lo hizo. A través de los periódicos digitales en Internet, los mismos que acusan a alguien de ser homosexual equiparándolo a un delito o cuelgan la etiqueta de homicida y pederasta a un veinteañero friegaplatos que nunca rompió uno.
"No a la crisis", ese era el lema balbuceante alrededor del cual protestaban los ciudadanos en las fotografías de una manifestación sevillana del Partido Comunista, los Sindicatos y las asociaciones de jornaleros.
"Por una salida de izquierdas a la recesión", no dejaba de ser anecdótico que todos esos piquetes representantes de los más necesitados prefiriesen mantener a un cuarto de la masa laboral en el paro a que se tomasen las medidas necesarias para reducir el desempleo.
Preferían garantizar el trabajo a las condiciones necesarias para que se crease, al ser lo primero imposible, se aspiraba a endulzar el desastre con prestaciones, ayudas y todo una serie de limosnas estatales con fecha de caducidad.
Esa era la forma de ser católico y ateo al mismo tiempo, de reivindicar a Max Weber.
Preferían convertir a cada empleado en funcionario y catalogar a cada inversor como alguien que explota a sus semejantes.
"No a la crisis", el dadaísmo corría a tumba abierta por el cementerio económico del país a golpe de charanga silbato y embotellamiento. Mucho ruído de recesión para tan pocas nueces de ideas en medio de una tempestad antishakespeariana sin futuro Próspero ni Ariel.
26% de paro en Andalucía y Canarias, 25% en Extremadura, 21% en Baleares, la lista continuaba por todo el sur de España y la costa de levante, ese cielo enladrillado de promesas y podrido por el trabalenguas autonómico de la corrupción urbanística.
Gracias a los periódicos comprendí el verdadero problema de España, un problema que iba más allá del simple nepotismo de Islandia.
¿Quién tendría el valor de enfrentarse a las protestas sociales, de introducir una tasa por cada vez que se pisa un centro médico, de flexibilizar el mercado de trabajo, de suspender las ayudas al carbón, de despolitizar las Cajas de Ahorros, de en definitiva, convertir el país en un lugar menos anquilosado y más dinámico?
Nadie.
Y hasta entonces:
"¡No a la crisis.... no a la fuerza de la gravedad y.... qué coño...no a la segunda ley de la termodinámica!"
http://www.elsentidodelavida.com/2009/12/no-la-crisis.html
LA CORRUPCIÓN EN EL MUNDO, CORRUPTION PERCEPTIONS IN THE WORLD 2010
http://www.transparency.org/policy_research/surveys_indices/cpi/2010
TRANSPARENCY AND ACCOUNTABILITY ARE CRITICAL TO RESTORING TRUST AND TURNING BACK THE TIDE OF CORRUPTION
9.0 - 10.0
8.0 - 8.9
7.0 - 7.9
6.0 - 6.9
5.0 - 5.9
4.0 - 4.9
3.0 - 3.9
2.0 -2.9
1.0 - 1.9
0.0 - 0.9
No data
Highly
Corrupt
Very Clean
2010 CPI Score
1
Denmark
9.3
1
New Zealand
9.3
1
Singapore
9.3
4
Finland
9.2
4
Sweden
9.2
6
Canada
8.9
7
Netherlands
8.8
8
Australia
8.7
8
Switzerland
8.7
10
Norway
8.6
11
Iceland
8.5
11
Luxembourg
8.5
13
Hong Kong
8.4
14
Ireland
8.0
15
Austria
7.9
15
Germany
7.9
17
Barbados
7.8
17
Japan
7.8
19
Qatar
7.7
20
United Kingdom
7.6
21
Chile
7.2
22
Belgium
7.1
22
United States
7.1
24
Uruguay
6.9
25
France
6.8
26
Estonia
6.5
27
Slovenia
6.4
28
Cyprus
6.3
28
United Arab Emirates
6.3
30
Israel
6.1
30
Spain
6.1
32
Portugal
6.0
33
Botswana
5.8
33
Puerto Rico
5.8
33
Taiwan
5.8
36
Bhutan
5.7
37
Malta
5.6
38
Brunei
5.5
39
Korea (South)
5.4
39
Mauritius
5.4
41
Costa Rica
5.3
41
Oman
5.3
41
Poland
5.3
44
Dominica
5.2
45
Cape Verde
5.1
46
Lithuania
5.0
46
Macau
5.0
48
Bahrain
4.9
49
Seychelles
4.8
50
Hungary
4.7
50
Jordan
4.7
50
Saudi Arabia
4.7
53
Czech Republic
4.6
54
Kuwait
4.5
54
South Africa
4.5
56
Malaysia
4.4
56
Namibia
4.4
56
Turkey
4.4
59
Latvia
4.3
59
Slovakia
4.3
91
Bosnia and
Herzegovina
3.2
91
Djibouti
3.2
91
Gambia
3.2
91
Guatemala
3.2
91
Kiribati
3.2
91
Sri Lanka
3.2
91
Swaziland
3.2
98
Burkina Faso
3.1
98
Egypt
3.1
98
Mexico
3.1
101
Dominican Republic
3.0
101
Sao Tome & Principe
3.0
101
Tonga
3.0
101
Zambia
3.0
105
Algeria
2.9
105
Argentina
2.9
105
Kazakhstan
2.9
105
Moldova
2.9
105
Senegal
2.9
110
Benin
2.8
110
Bolivia
2.8
110
Gabon
2.8
110
Indonesia
2.8
110
Kosovo
2.8
110
Solomon Islands
2.8
116
Ethiopia
2.7
116
Guyana
2.7
116
Mali
2.7
116
Mongolia
2.7
116
Mozambique
2.7
116
Tanzania
2.7
116
Vietnam
2.7
123
Armenia
2.6
123
Eritrea
2.6
123
Madagascar
2.6
123
Niger
2.6
127
Belarus
2.5
127
Ecuador
2.5
127
Lebanon
2.5
127
Nicaragua
2.5
127
Syria
2.5
127
Timor-Leste
2.5
127
Uganda
2.5
134
Azerbaijan
2.4
134
Bangladesh
2.4
134
Honduras
2.4
134
Nigeria
2.4
134
Philippines
2.4
134
Sierra Leone
2.4
134
Togo
2.4
134
Ukraine
2.4
134
Zimbabwe
2.4
143
Maldives
2.3
143
Mauritania
2.3
143
Pakistan
2.3
146
Cameroon
2.2
146
Côte d'Ivoire
2.2
146
Haiti
2.2
146
Iran
2.2
146
Libya
2.2
146
Nepal
2.2
146
Paraguay
2.2
146
Yemen
2.2
154
Cambodia
2.1
154
Central African
Republic
2.1
154
Comoros
2.1
154
Congo-Brazzaville
2.1
154
Guinea-Bissau
2.1
154
Kenya
2.1
154
Laos
2.1
154
Papua New Guinea
2.1
154
Russia
2.1
154
Tajikistan
2.1
164
Democratic Republic
of the Congo
2.0
164
Guinea
2.0
164
Kyrgyzstan
2.0
164
Venezuela
2.0
168
Angola
1.9
168
Equatorial Guinea
1.9
170
Burundi
1.8
171
Chad
1.7
172
Sudan
1.6
172
Turkmenistan
1.6
172
Uzbekistan
1.6
175
Iraq
1.5
176
Afghanistan
1.4
176
Myanmar
1.4
178
Somalia
1.1
RANK
COUNTRY/
TERRITORY
SCORE
RANK
COUNTRY/
TERRITORY
59
Tunisia
4.3
62
Croatia
4.1
62
FYR Macedonia
4.1
62
Ghana
4.1
62
Samoa
4.1
66
Rwanda
4.0
67
Italy
3.9
68
Georgia
3.8
69
Brazil
3.7
69
Cuba
3.7
69
Montenegro
3.7
69
Romania
3.7
73
Bulgaria
3.6
73
El Salvador
3.6
73
Panama
3.6
73
Trinidad and Tobago
3.6
73
Vanuatu
3.6
78
China
3.5
78
Colombia
3.5
78
Greece
3.5
78
Lesotho
3.5
78
Peru
3.5
78
Serbia
3.5
78
Thailand
3.5
85
Malawi
3.4
85
Morocco
3.4
87
Albania
3.3
87
India
3.3
87
Jamaica
3.3
87
Liberia
3.3
RANK
COUNTRY/
TERRITORY
SCORE
SCORE
With governments committing huge sums to tackle the world’s most pressing problems, from the instability of financial markets to climate change and poverty, corruption remains an obstacle to achieving much needed progress.
The 2010 Corruption Perceptions Index shows that nearly three quarters of the 178 countries in the index score below five, on a scale from 10 (very clean) to 0 (highly corrupt). These results indicate a serious corruption problem.
To address these challenges, governments need to integrate anti-corruption measures in all spheres, from their responses to the financial crisis and climate change to commitments by the international community to eradicate poverty. Transparency International advocates stricter implementation of the UN Convention against Corruption, the only global initiative that provides a framework for putting an end to corruption.
Denmark, New Zealand and Singapore are tied at the top of the list with a score of 9.3, followed closely by Finland and Sweden at 9.2. At the bottom is Somalia with a score of 1.1, slightly trailing Myanmar and Afghanistan at 1.4 and Iraq at 1.5.
Notable among decliners over the past year are some of the countries most affected by a financial crisis precipitated by transparency and integrity deficits. Among those improving in the past year, the general absence of OECD states underlines the fact that all nations need to bolster their good governance mechanisms.
The message is clear: across the globe, transparency and accountability are critical to restoring trust and turning back the tide of corruption. Without them,
global policy solutions to many global crises are at risk.
2
3
Transparency International
http://www.transparency.org/policy_research/surveys_indices/cpi/2010/results
TRANSPARENCY AND ACCOUNTABILITY ARE CRITICAL TO RESTORING TRUST AND TURNING BACK THE TIDE OF CORRUPTION
9.0 - 10.0
8.0 - 8.9
7.0 - 7.9
6.0 - 6.9
5.0 - 5.9
4.0 - 4.9
3.0 - 3.9
2.0 -2.9
1.0 - 1.9
0.0 - 0.9
No data
Highly
Corrupt
Very Clean
2010 CPI Score
1
Denmark
9.3
1
New Zealand
9.3
1
Singapore
9.3
4
Finland
9.2
4
Sweden
9.2
6
Canada
8.9
7
Netherlands
8.8
8
Australia
8.7
8
Switzerland
8.7
10
Norway
8.6
11
Iceland
8.5
11
Luxembourg
8.5
13
Hong Kong
8.4
14
Ireland
8.0
15
Austria
7.9
15
Germany
7.9
17
Barbados
7.8
17
Japan
7.8
19
Qatar
7.7
20
United Kingdom
7.6
21
Chile
7.2
22
Belgium
7.1
22
United States
7.1
24
Uruguay
6.9
25
France
6.8
26
Estonia
6.5
27
Slovenia
6.4
28
Cyprus
6.3
28
United Arab Emirates
6.3
30
Israel
6.1
30
Spain
6.1
32
Portugal
6.0
33
Botswana
5.8
33
Puerto Rico
5.8
33
Taiwan
5.8
36
Bhutan
5.7
37
Malta
5.6
38
Brunei
5.5
39
Korea (South)
5.4
39
Mauritius
5.4
41
Costa Rica
5.3
41
Oman
5.3
41
Poland
5.3
44
Dominica
5.2
45
Cape Verde
5.1
46
Lithuania
5.0
46
Macau
5.0
48
Bahrain
4.9
49
Seychelles
4.8
50
Hungary
4.7
50
Jordan
4.7
50
Saudi Arabia
4.7
53
Czech Republic
4.6
54
Kuwait
4.5
54
South Africa
4.5
56
Malaysia
4.4
56
Namibia
4.4
56
Turkey
4.4
59
Latvia
4.3
59
Slovakia
4.3
91
Bosnia and
Herzegovina
3.2
91
Djibouti
3.2
91
Gambia
3.2
91
Guatemala
3.2
91
Kiribati
3.2
91
Sri Lanka
3.2
91
Swaziland
3.2
98
Burkina Faso
3.1
98
Egypt
3.1
98
Mexico
3.1
101
Dominican Republic
3.0
101
Sao Tome & Principe
3.0
101
Tonga
3.0
101
Zambia
3.0
105
Algeria
2.9
105
Argentina
2.9
105
Kazakhstan
2.9
105
Moldova
2.9
105
Senegal
2.9
110
Benin
2.8
110
Bolivia
2.8
110
Gabon
2.8
110
Indonesia
2.8
110
Kosovo
2.8
110
Solomon Islands
2.8
116
Ethiopia
2.7
116
Guyana
2.7
116
Mali
2.7
116
Mongolia
2.7
116
Mozambique
2.7
116
Tanzania
2.7
116
Vietnam
2.7
123
Armenia
2.6
123
Eritrea
2.6
123
Madagascar
2.6
123
Niger
2.6
127
Belarus
2.5
127
Ecuador
2.5
127
Lebanon
2.5
127
Nicaragua
2.5
127
Syria
2.5
127
Timor-Leste
2.5
127
Uganda
2.5
134
Azerbaijan
2.4
134
Bangladesh
2.4
134
Honduras
2.4
134
Nigeria
2.4
134
Philippines
2.4
134
Sierra Leone
2.4
134
Togo
2.4
134
Ukraine
2.4
134
Zimbabwe
2.4
143
Maldives
2.3
143
Mauritania
2.3
143
Pakistan
2.3
146
Cameroon
2.2
146
Côte d'Ivoire
2.2
146
Haiti
2.2
146
Iran
2.2
146
Libya
2.2
146
Nepal
2.2
146
Paraguay
2.2
146
Yemen
2.2
154
Cambodia
2.1
154
Central African
Republic
2.1
154
Comoros
2.1
154
Congo-Brazzaville
2.1
154
Guinea-Bissau
2.1
154
Kenya
2.1
154
Laos
2.1
154
Papua New Guinea
2.1
154
Russia
2.1
154
Tajikistan
2.1
164
Democratic Republic
of the Congo
2.0
164
Guinea
2.0
164
Kyrgyzstan
2.0
164
Venezuela
2.0
168
Angola
1.9
168
Equatorial Guinea
1.9
170
Burundi
1.8
171
Chad
1.7
172
Sudan
1.6
172
Turkmenistan
1.6
172
Uzbekistan
1.6
175
Iraq
1.5
176
Afghanistan
1.4
176
Myanmar
1.4
178
Somalia
1.1
RANK
COUNTRY/
TERRITORY
SCORE
RANK
COUNTRY/
TERRITORY
59
Tunisia
4.3
62
Croatia
4.1
62
FYR Macedonia
4.1
62
Ghana
4.1
62
Samoa
4.1
66
Rwanda
4.0
67
Italy
3.9
68
Georgia
3.8
69
Brazil
3.7
69
Cuba
3.7
69
Montenegro
3.7
69
Romania
3.7
73
Bulgaria
3.6
73
El Salvador
3.6
73
Panama
3.6
73
Trinidad and Tobago
3.6
73
Vanuatu
3.6
78
China
3.5
78
Colombia
3.5
78
Greece
3.5
78
Lesotho
3.5
78
Peru
3.5
78
Serbia
3.5
78
Thailand
3.5
85
Malawi
3.4
85
Morocco
3.4
87
Albania
3.3
87
India
3.3
87
Jamaica
3.3
87
Liberia
3.3
RANK
COUNTRY/
TERRITORY
SCORE
SCORE
With governments committing huge sums to tackle the world’s most pressing problems, from the instability of financial markets to climate change and poverty, corruption remains an obstacle to achieving much needed progress.
The 2010 Corruption Perceptions Index shows that nearly three quarters of the 178 countries in the index score below five, on a scale from 10 (very clean) to 0 (highly corrupt). These results indicate a serious corruption problem.
To address these challenges, governments need to integrate anti-corruption measures in all spheres, from their responses to the financial crisis and climate change to commitments by the international community to eradicate poverty. Transparency International advocates stricter implementation of the UN Convention against Corruption, the only global initiative that provides a framework for putting an end to corruption.
Denmark, New Zealand and Singapore are tied at the top of the list with a score of 9.3, followed closely by Finland and Sweden at 9.2. At the bottom is Somalia with a score of 1.1, slightly trailing Myanmar and Afghanistan at 1.4 and Iraq at 1.5.
Notable among decliners over the past year are some of the countries most affected by a financial crisis precipitated by transparency and integrity deficits. Among those improving in the past year, the general absence of OECD states underlines the fact that all nations need to bolster their good governance mechanisms.
The message is clear: across the globe, transparency and accountability are critical to restoring trust and turning back the tide of corruption. Without them,
global policy solutions to many global crises are at risk.
2
3
Transparency International
http://www.transparency.org/policy_research/surveys_indices/cpi/2010/results
viernes, 5 de noviembre de 2010
La corrupción pública, cáusas y motivaciones (II)
FACTORES ECONÓMICOS
- El comportamiento de algunos órganos internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y los gobiernos de países democráticos que han dado dinero a gobiernos corruptos sabiendo que ese dinero no iría destinado a la mejora de la vida de los ciudadanos.
- El soborno de políticos y funcionarios por parte de las grandes multinacionales.
Algunos especialistas de corte izquierdista achacan al propio sistema capitalista, su avaricia por ganar dinero, innato en su propio espíritu, así como el uso de métodos propios de la empresa privada en las instituciones públicas como una de las causas de la corrupción. Personalmente no comparto esa idea, en todo caso sería una cuestión personal de cada individuo en su quehacer diario el hecho de corromperse o dejarse corromper y no tanto un una consecuencia del sistema capitalista, además de olvidar estos teóricos que los mayores índices de corrupción se dan sin duda en los sistemas colectivistas de índole marxista y en las dictaduras, aunque lógicamente es muy difícil obtener datos sobre estos temas dada la opacidad de éstos regímenes.
FACTORES ADMINISTRATIVOS
- Los podíamos agrupar en falta de profesionalización en los funcionarios, falta de preparación técnica y ética, mala remuneración (en algunos países), cargos políticos ocupando puestos medios y altos en el funcionariado con la carga de inexperiencia y presión hacia los funcionarios públicos de carrera u oposición, que se ven amenazados y coaccionados a veces en su labor por estos enchufados políticos. Excesiva interinidad e inestabilidad en algunos países lo que conlleva improvisación y mala praxis. Falta de control sobre las actuaciones de los empleados públicos.
FACTORES SOCIALES
- Consumismo exacerbado que puede conducir al ansia de enriquecimiento para mantener ese tren de consumo.
- El abandono de las áreas de humanidades por los conocimientos de carácter técnico en los planes de estudio lo que conlleva a un desconocimiento de valores que han guiado a Occidente desde sus inicios.
- La desidia o falta de profesionalidad que invita a más desidia.
- La llegada a puestos de poder de clases sociales con poca preparación y de bajos recursos económicos que han utilizado la política como una forma de salir de la pobreza.
- La coerción por el propio sistema, instituciones donde la corrupción se ha establecido como una forma de proceder y donde los nuevos empleados se ven coaccionados a seguir el sistema o a perder su trabajo cuando no la vida.
- Influencias mediáticas negativas con programas televisivos que ensalzan el lujo y el poder conseguido a cualquier precio, como una forma de vida que produce admiración en clases sociales con bajos niveles culturales.
- Junto a estos factores podemos destacar también:
- Las formas despóticas o tiranas de gobierno.
- La ausencia de programas de formación ética para los agentes públicos.
- La impunidad de los funcionarios debido a la ausencia de controles externos a su gestión.
- La concentración de poder.
- La dependencia de los gobiernos respecto a los grupos financieros de sus campañas.
- Intereses de partido en las decisiones de la política pública.
- Marco jurídico complicado, oscuro y parcial que solo responde a ciertos grupos de interés.
- La falta de transparencia en los actos de gobierno.
- La ausencia de representantes de los usuarios y beneficiarios en los organismos prestatarios de servicios.
- Procesos judiciales lentos, complicados, costosos y politizados.
- El afán de ganar votos para futuras elecciones.
- La crispación política.
- La ausencia de instrumentos éticos.
- La tolerancia y pasividad de los ciudadanos.
FACTORES INTERNOS AL INDIVIDUO
- La ignorancia, como decía Nietzsche: “La mayor pasión que tiene la humanidad es la ignorancia”.
- La codicia.
- La avaricia.
- La erótica del poder.
- El vacío existencial o pérdida de valores: “El hombre moderno carece de instintos que le impulsen a determinadas conductas, y ya no conserva las tradiciones que le indicaban los comportamientos socialmente aceptados; en ocasiones ignora hasta lo que le gustaría hacer. En su lugar, desea hacer lo que otras personas hacen (conformismo), o hacer lo que otras personas quieren que haga (totalitarismo). Frankl, 1946.
Tanto las causas internas como externas funcionan en un círculo vicioso, el hombre es producto de la sociedad y esta a su vez producto del hombre: “Así es la relación del hombre con la sociedad y conviene no olvidarlo: la sociedad dibuja al hombre, que a su vez dibuja a la sociedad” Marina, 1995.
Los efectos de la corrupción en la vida pública son devastadores, en todos los ámbitos: POLÍTICO, ECONÓMICO, SOCIAL Y CULTURAL.
Sus efectos son de turbulencia, confusión, incertidumbre, anarquía, desconfianza de la población en el gobierno, lentitud deliberada de los servicios, desaprovechamiento y pérdida de patrimonio, uso indebido de las funciones, negligencia en el personal público, prevaricación, cohecho, tráfico de influencias, malversación, inadecuado uso del patrimonio público, etc.
Cuando la ética se divorcia de la política, ésta última se percibe solo como una lucha por alcanzar el poder, y una vez que se obtiene ese poder se persigue el esfuerzo por mantenerse en él. Este enfoque, evidentemente, supone un firme rechazo a la ética y sus valores. Desde el punto de vista de la teoría política se trata de una “desviación” o “corrupción” de los fines de esta disciplina, aunque los que se mantienen en el poder argumenten que su estilo de gobernar obedece a la política real (real politic) o lo que consideran la verdadera política.
EL FORTALECIMIENTO DE LOS VALORES ÉTICOSBliografía: Ética para corruptos, Oscar Diego Bautista, Edt. Desclée De Brouwer
miércoles, 3 de noviembre de 2010
La corrupción pública, cáusas y motivaciones (I)
“La corrupción es un vicio de los hombres,
no de los tiempos”
Séneca
“La crisis de la principal potencia occidental – Estados Unidos – es ya una crisis moral de todo occidente, incluida Europa: desmoronamiento de las tradiciones, de un sentido global de la vida, de criterios éticos absolutos, y carencia de nuevos fines, con todos los daños psíquicos que de ello se derivan. Muchos hombres no saben ya en nuestros días hacia que opciones fundamentales han de orientar las pequeñas o grandes opciones diarias de su vida, y tampoco que preferencias seguir, que prioridades establecer, qué símbolos elegir. Las antiguas instancias y tradiciones orientativas ya no sirven. Reina en todas partes una crisis de orientación que, a pequeña escala, tiene que ver con la frustración, el miedo, la drogodependencia, el alcohol, el sida y la criminalidad de muchos jóvenes, y a gran escala, con los nuevos escándalos políticos, económicos, sindicales y sociales, demasiado frecuentes en Alemania, Austria, Francia, España, Italia, Suiza. En definitiva, Occidente se encuentra ante un vacío de sentido, de valores y normas, que no solo afecta a los individuos, sino que constituye un problema político de enorme magnitud.”
Kung
Podemos distinguir dos grupos de factores principales que fomentan la corrupción:
- Socio culturales o externos al individuo
- Internos o afectivos en el individuo
Entre los externos podemos establecer cuatro tipos:
- Políticos
- Económicos
- Administrativos
- Sociales
Dentro de los factores políticos podemos subrayar:
- la peligrosidad de los lobby de carácter económico, político o de cualquier otra índole. Estos grupos enormemente poderosos corrompen la voluntad de los políticos y de los funcionarios con la única pretensión de conseguir posiciones de ventaja y con ellas suculentos beneficios.
- La ausencia de un perfil definido para los cargos políticos, no existen ningún tipo de exigencias culturales o éticas en las personas que quieren ocupar cargos políticos, esto propicia que cualquier individuo, incluso careciendo de los mínimos valores, se encuentre en condiciones de ocupar un puesto público.
- La debilidad o ausencia de valores éticos en el ámbito público. Faltan instrumentos normativos (leyes, códigos, reglamentos…) y la ausencia de herramientas de control, supervisión, evaluación y formación propician un campo fértil para el arraigo de la corrupción en las instituciones públicas.
- Corrientes de pensamiento que fomentan la corrupción como los defensores del funcionalismo, que consideran la corrupción como un lubricante que permite un mejor funcionamiento del sistema.
- Lealtad, interés y pertenencia a un partido. En la actualidad los políticos saben que deben su posición al engranaje de la organización política a la que pertenecen, por lo tanto sus lealtades están claramente definidas hacia su partido político y no hacia los ciudadanos a los que teóricamente representan, es lo que se conoce como partidocracia, la verdadera patria de un político es su partido.
- Sentido patrimonialista de los recursos públicos. Uso que hacen algunos servidores públicos de los bienes públicos para disfrute personal, esto va desde el simple robo de material de oficina, mobiliario, tecnológico hasta el uso de edificios, coches, aviones etc para disfrute personal.
Bliografía: Ética para corruptos, Oscar Diego Bautista, Edt. Desclée De Brouwer
CONTINUACIÓN
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