Richard Rorty
El primer tema que quiero examinar es el debate entre contextualistas y universalistas. Una de las cuestiones más controvertidas entre los teóricos de la política en los últimos años se centra en el debate sobre la verdadera naturaleza de la democracia liberal. ¿Debería ser vista como una solución racional a las cuestiones políticas o como una forma de organizar la coexistencia humana? ¿Encarna por lo tanto a la sociedad justa, la única que debería ser aceptada por todos los individuos racionales y sensatos? ¿ O la democracia liberal representa simplemente tan solo una de las formas de orden político entre otras posibles? Una orden político de coexistencia humana, que, seguro, puede ser considerado justo, pero que debe ser también visto como un producto particular de la historia, con unas condiciones particulares históricas, culturales y geográficas de existencia.
Esto es de hecho un asunto crucial, si este fuera el caso, nosotros tendremos que reconocer que podría haber otros sistemas políticos justos para la sociedad, producto de otros contextos, y que la democracia liberal debería renunciar a proclamar su universalidad. Merece la pena resaltar que, aquellos que argumentan en esta línea insisten en que, contrariamente a lo que los universalistas proclaman, tal posicionamiento no implicaría necesariamente aceptar un relativismo que justificaría cualquier sistema político. En realidad ello requiere prever una diversidad de respuestas justas a la pregunta de lo que es un orden político justo. Sin embargo el criterio político no sería un hecho irrelevante desde el momento en que fuera posible discriminar entre regímenes justos e injustos.
Está claro que lo que supone el punto de inflexión en este debate es la verdadera naturaleza de la teoría política. Dos posiciones diferentes se enfrentan entre sí. Por un lado encontramos a los “racionalistas-universalistas” a quienes gustan Ronald Dworkin, el primer Rawls y las afirmaciones de Habermas cuyos propósitos como teoría política son las de establecer verdades universales, válidas para todos independientemente del contexto histórico-cultural. Por supuesto, para ellos, solo puede ser una la respuesta a la pregunta sobre el buen régimen y la mayoría de sus esfuerzos consisten en probar que es la democracia constitucional la que cumple esos requerimientos.
Ello está en intima conexión con este debate, uno debería llevar al otro, en lo que respecta a la elaboración de una teoría de la justicia. Es en este amplio contexto cuando uno puede llegar a entender, por ejemplo, las implicaciones de vista realzadas por un universalista como Dworkin cuando declara que la teoría debe demandar principios generales y sus objetivos deben ser “ intentar encontrar alguna fórmula inclusiva que pueda ser usada para medir la justicia social en cualquier sociedad".
El enfoque universalista-racionalista es el que domina hoy en la teoría política pero está siendo desafiado por otro que puede ser llamado “contextualista” y que es de particular interés para nosotros porque está claramente influenciado por Wittgenstein.
Contextualistas como Michael Walter y Richard Rorty niegan la disponibilidad de un punto de vista que podía estar situado fuera de la práctica y de las instituciones de la cultura imperante, desde la cual se podían hacer de manera universal los juicios al “contexto _ independencia” . Esta es la razón de porque Walter argumenta contra la idea de que la teoría política debería intentar una posición separada de todas las formas particulares de alianza para juzgar imparcial y objetivamente. Según su punto de vista, la teoría debería permanecer en la cueva, y asumir completamente su estatus como miembro de una comunidad particular, y su papel consiste en interpretar para su comunidad de ciudadanos el mundo de significados que ellos tienen en común.
Varios puntos de vista Wittgenstenianos abordan el desmantelamiento de la clase de razonamiento liberal que prevé un marco general para argumentar en un modelo de dialogo “neutral” o “racional”. De hecho los puntos de vista de Wittgenstein van socavando las auténticas bases de esta forma de razonamiento ya que, como ha sido resaltado, él revela que “En cualquier lugar que se lleve a cabo una deliberación contractual con sus cláusulas, estas derivan de juicios particulares que nosotros nos inclinamos a hacer como practicantes de determinados modos de vida. Las formas de vida en las que nos encontramos nosotros mismos son ellas mismas producto de un sistema de acuerdos precontractuales, sin las cuales no habría posibilidad de entendimiento mutuo ni tan siquiera, de desacuerdo".
De acuerdo con los contextualistas, los principios de la democracia liberal no pueden ser vistos como la única y definitiva respuesta a la cuestión de qué es “ el buen régimen” sino tan solo como definición de un posible “juego de lenguaje” político entre otros. Desde el momento en que ellos no dan una solución racional al problema de la coexistencia humana, es estéril buscar argumentos a su favor que no fueran contexto-dependientes para asegurarlos contra otros lenguajes políticos. Abordando los temas desde una perspectiva Wittgensteniana vienen a primer plano lo inadecuados que son los intentos de fundamentar los principios liberal democráticos arguyendo que serían elegidos por individuos racionales en unas condiciones ideales como el “velo de la ignorancia” de Rawls, o la “situación de discurso ideal” Habermas. Como Peter Winch ha indicado con respecto a Rawls, el “velo de la ignorancia” que caracteriza su posición va en contra de los puntos de vista de Wittgensteins sobre que lo razonable no puede ser caracterizado independientemente del contenido de ciertos juicios esenciales.
Sobre este particular Richard Rorty _ quien propone una lectura neo-pragmática de Wittgenstein- ha afirmado, tomando la cuestión de Apel y Habermas que no es posible derivar una filosofía moral universal desde la filosofía del lenguaje. No hay nada, para él, en la naturaleza del lenguaje que pudiera servir para justificar a todo el mundo la superioridad de la democracia liberal. Él declara que deberíamos abandonar la inútil tarea encontrar premisas políticas neutrales, premisas que puedan ser justificadas por todos, desde las cuales inferir la obligación de perseguir políticas democráticas. Él piensa que considerar los avances democráticos como si ellos fueran vinculados al progreso racional no es útil y que nosotros deberíamos dejar de presentar las instituciones liberales de las sociedades occidentales como las soluciones que necesariamente otras personas adoptarán cuando ellos dejen de ser irracionales y se conviertan en modernos. Siguiendo a Wittgenstein, él ve la cuestión como un punto no para la racionalidad sino para compartir creencias. Llamar a alguien irracional en este contexto, asevera él, no es decir que no está haciendo un uso apropiado de sus facultades mentales. Tan solo significa que ella no parece tener bastantes creencias o deseos para mantener una conversación cuyos puntos controvertidos puedan llegar a algún lugar fructífero.
La acción democrática en esta Wittgensteniana perspectiva, no requiere una teoría de la verdad y nociones como incondicionalidad y validez universal sino una multiplicidad de prácticas y movimientos con el objetivo de de persuadir a la gente para ampliar el alcance de sus compromisos con otros, para construir una comunidad más inclusiva. Una perspectiva así nos ayuda a ver que, poner el énfasis exclusivamente en los argumentos necesarios para asegurar la legitimidad de las instituciones liberales ha sido una equivocación de las modernas teorías morales y políticas. El tema real no es encontrar argumentos para justificar la racionalidad o la universalidad de la democracia liberal que sería aceptable por todas las personas razonables o racionales. Los principios de la democracia liberal solo pueden ser defendidos como constitutivos de nuestra forma de vida y nosotros deberíamos no intentar basar nuestros compromisos a ellos en algo supuestamente más seguro. Como Richard Flathman – otro teórico político influenciado por Wittgenstein – indica, los acuerdos que existen en muchas de las características de la democracia liberal no necesitan ser apoyados por certezas de ninguna filosofía.
Según su punto de vista, “nuestros acuerdos en estos juicios constituyen el lenguaje de nuestra política. Un lenguaje alcanzado y modificado nada menos que a través de la historia de la disertación, una historia pensada por nosotros, como nosotros fuimos capaces de hacerlo, con nuestro lenguaje”.
El enfoque de Rorty apoyado en el punto de vista de Wittgenstein, es muy útil para criticar las pretensiones de Kantian inspiradas en filósofos como Habermas que quería encontrar un punto de vista apoyándose en políticos de los cuales uno podía garantizar la superioridad de la democracia liberal. Pero yo creo que rorty se aparta de Wittgenstein cuando prevé progresos políticos y morales con la condición de universalizar el modelo democrático liberal. Es bastante extraño, lo cerca que está en este punto de Habermas. Lo cierto, es que hay una importante diferencia entre ellos. Habermas cree que tal proceso de universalización tendrá lugar a través de una argumentación racional y que ello requiere de argumentos provenientes de las premisas interculturales aceptadas respecto a la superioridad del liberalismo occidental. Rorty, por su parte, lo ve como un asunto de persuasión y progreso económico y él imagina que ello depende de que la gente alcance unas condiciones de vida más seguras y compartan más creencias y relaciones con otros. De ahí su convicción de que a través del crecimiento económico y de una adecuada “educación emocional” se podría construir un consenso universal alrededor de las instituciones liberales.
Lo que él nunca cuestionó, sin embargo, es la convicción de la superioridad del modelo de vida liberal y el hecho de que él no es fiel a su inspiración Wittgensteniana. Uno podía de hecho hacerle el reproche que Wittgenstein hizo a James George Frazer en su “Remarks on Frazer’s Goleen Bough” cuando comentó que era imposible para él comprender una forma de vida diferente de la de su tiempo.
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