Juan J. Molina

Juan J. Molina
Juan J. Molina

lunes, 20 de diciembre de 2010

La democracia como esencia o procedimiento

Chantal Mouffe
Wittgenstein, Political Theory and Democracy
                           

                                                              HABERMAS


La democracia como esencia o procedimiento


Hay una segunda área de la teoría política en la que los enfoques inspirados en la concepción de Wittgenstein sobre la práctica y los juegos del lenguaje podían ser muy provechosos. Se trata de lo concerniente al conjunto de asuntos relacionados con la naturaleza de los procedimientos y su papel en la concepción moderna de la democracia.
La idea crucial enunciada por Wittgenstein en este campo surge cuando él asevera que para tener un acuerdo de opinión, primero debe haber un acuerdo sobre el lenguaje usado. Y la importancia de alertarnos sobre el hecho de que esos acuerdos de opinión en realidad son acuerdos en modos de vivir. Como él dice: “Por lo tanto tu estas diciendo que los acuerdos humanos deciden lo que es verdad y lo que es falso. Es lo que los humanos creen que es verdad o falso. Ellos están de acuerdo en el lenguaje que usan. Pero eso no son acuerdos de opinión sino sobre modos de vida.
Con respecto a la cuestión de “procedimientos” que es algo que yo quiero resaltar aquí, este punto no es una condición indispensable dado que un considerable número de “acuerdos de opinión”  ya existen en una sociedad antes de que un conjunto de procedimientos puedan funcionar. De hecho, llegar a un acuerdo en la definición de un término no es suficiente y necesitamos acuerdos en la manera de usarlo. Él lo expresa así: “si el lenguaje es una forma de comunicación debe haber acuerdos no solo en las definiciones sino también en las opiniones”.
Esto revela que los procedimientos solo existen como un complejo entramado de prácticas. Estas prácticas constituyen unas formas específicas de individualidad e identidad que hacen posible la lealtad a los procedimientos. Ello se debe a que ellos están inscritos en unas formas de vida compartidas y en acuerdos de opinión en los que esos procedimientos pueden ser aceptados y seguidos. Ellos no pueden ser vistos como reglas creadas sobre las bases de principios y luego aplicadas a casos específicos. Reglas, para Wittgenstein, son siempre abreviaturas de prácticas, son inseparables de formas específicas de vida. La distinción entre procedimiento y esencia no puede por lo tanto ser tan clara como la mayoría de las teorías liberales lo tendrían. En el caso de la justicia, por ejemplo, yo no creo que nadie pueda oponer, como muchos liberales hacen,  procedimiento y esencia en la justicia sin reconocer que los procedimientos judiciales ya presuponen la aceptación de ciertos valores.
Esta es la concepción liberal que postula la prioridad de los derechos sobre el bien pero  se trata de la expresión de un bien específico. La democracia no es solo un asunto de establecer procedimientos correctos independientemente de las prácticas que hacen posibles las formas individuales de democracia. La cuestión de la existencia de formas individualizadas de democracia y de las prácticas y juegos lingüísticos en las cuales se han constituido es algo primordial, incluso en una sociedad liberal y democrática donde los procedimientos juegan un papel central. Los procedimientos siempre desarrollan unas recomendaciones éticas. Por esa razón ellos no pueden funcionar adecuadamente si  no están soportados por un ethos democrático.
Este último punto es muy importante desde que nos conduce al reconocimiento de algo que el modelo liberal dominante es incapaz de admitir, que la concepción liberal de la justicia y las instituciones liberales democráticas requieren un ethos democrático para funcionar adecuadamente y mantenerse así mismas. Esto es, por ejemplo, precisamente lo que el discurso de Habermas sobre la teoría de los procedimientos democráticos es incapaz de comprender a causa de la fuerte distinción que Habermas quiere dibujar entre el discurso de la moral práctica y el discurso de la ética práctica. No es suficiente declarar como Habermas hace, criticando a Apel, que un discurso sobre la teoría democrática no puede estar basado solo en las formalidades de unas condiciones pragmáticas de comunicación y que tiene que tener en consideración aspectos legales, morales y argumentaciones sobre ética y pragmática. Lo que está desaparecido en un enfoque así es de vital importancia en una democracia honesta.

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