Juan J. Molina
miércoles, 18 de marzo de 2009
ABORTO Y PROGRESO
¿PROGRESO? ¿QUÉ PROGRESO?
¿Cuándo podemos hablar de progreso? Progresar es pasar de un estado en la cuestión que sea a otro mejor, siempre que esa mejoría repercuta al menos en una mayoría de los afectados porque siempre habrá algunos a los que ese cambio les perjudique, por lo tanto desde su punto de vista, no habrá habido progreso sino todo lo contrario: regresión.
En la cuestión del aborto el gobierno ha presentado la nueva ley como una reforma progresista, pero si lo analizamos más detenidamente esta afirmación es bastante cuestionable, de los afectados directamente en la cuestión encontramos dos grupos muy definidos, las madres y los hijos que llevan en su vientre, las madres progresan porque adquieren total libertad para tomar la decisión de abortar durante un determinado lápsus de tiempo; pero por el contrario el otro grupo afectado, los futuros hijos, quedan absolutamente desprotegidos en el bien más preciado de cualquier ser que habita en este planeta, su vida; este grupo es como mínimo igual de grande o incluso mayor que el de las madres (en casos de gestaciones múltiples). Por lo tanto ya no se cumple la premisa de que la mayoría de los afectados salgan beneficiados, en este caso hay una cantidad como mínimo igual sino mayor de perjudicados. De lo cual deducimos que presentar eso como progreso es una falacia, en todo caso es una solución que puede gustar mucho a unos y poco a otros.
¿Podemos considerar tal solución como buena? Pues depende, ésta solución para un país tercermundista seguramente es buena porque éstos gobiernos no tienen capacidad presupuestaria ni organizativa para ofrecer nada mejor. Pero en la octava potencia económica del mundo, en una sociedad rica y avanzada, con mecanismos e infraestructuras desarrolladas y capaces de llevar a cabo políticas sociales de envergadura, una solución así no es válida ni se la puede dar como buena. Si partimos de la idea de que ninguna mujer aborta por deporte o placer, sino que se ve abocada a ello por problemas de índole económico, social, psicológico, de salud o de otro tipo, tenemos que entender el aborto como la consecuencia de un fracaso social, el de una sociedad que no es capaz de educar a sus ciudadanas para que no se queden embarazadas cuando no lo desean, que no es capaz de dar una respuesta a los problemas económicos (que suelen ser los más comunes) a las mujeres o familias que tendrían dificultades para mantener dignamente a ese futuro hijo, que no sabe dar el apoyo psicológico y social que necesitan los embarazos problemáticos en adolescentes, mujeres violadas, o con problemas psicológicos y en definitiva a toda la lista de diferentes problemáticas que se dan en esta cuestión. Un gobierno cuya solución para estos problemas es aborte usted y olvídese, algo así como muerto el perro se murió la rabia, se equivoca por completo, olvida una ley fundamental que es la de garantizar los derechos fundamentales de todos sus ciudadanos, y cuando digo todos llego al meollo de la cuestión, ¿cuándo somos ciudadanos con plenos derechos?, ¿en qué momento adquirimos los seres humanos la condición de tales? Estoy seguro que cada uno tenemos nuestra propia respuesta a esta pregunta, pero esa respuesta entra dentro de las convicciones morales y personales, por lo tanto no es aplicable a todo el colectivo. Probablemente también es cierto que podríamos estar discutiendo sobre este punto durante años y no llegar a un acuerdo ni siquiera de mínimos, pero entre tanto, mientras abordamos un debate serio en nuestra sociedad sobre este tema, donde intelectuales, filósofos, científicos, religiosos y todo aquel que quiera y tenga algo que decir argumenten de forma razonada, para que al final la sociedad con argumentos contrastados pueda tomar una decisión sino de consenso al menos de mayoría, que tal si entre tanto como decía, nuestros gobernantes son capaces de buscar otras alternativas para que las mujeres que se encuentran en esta situación, tengan realmente la posibilidad de elegir entre abortar o tener a ese niño en una sociedad que ha arbitrado medidas reales de toda índole para que no estén solas y desamparadas en ese trance, aunque solo sea como decía el poeta, por misericordia hacia esos no ciudadanos que habitan en el limbo del vientre de sus madres.
Juan José Molina Gallardo
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