Juan J. Molina

Juan J. Molina
Juan J. Molina

martes, 13 de abril de 2010

EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA


Problemas, reglas y medios de la nueva convivencia política
Fernando Vallespín, Giovanni Sartori y Robert Dahl
Fernando Vallespín.
Elementos para un debate


Tiene interés releer en nuestros días el libro de Bobbio sobre el futuro de la democracia, escrito hace apenas 15 años. Lo que llama la atención es, de un lado, la vigencia de muchos de los problemas allí esbozados y, de otro, la ausencia de otros que están entre los más citados hoy por los especialistas. Hoy día perviven los problemas de hace unas décadas, a la vez que hacen acto de presencia otros nuevos. Entre estos últimos destacan, cómo no, la mundialización de la economía y sus consecuencias sobre los sistemas políticos estatales, los procesos de integración supranacional y los problemas políticos derivados de la diversidad y el pluralismo étnico y cultural. Por no mencionar otros que sí atisbara el filósofo italiano, como el creciente protagonismo en la vida pública de los medios de comunicación de masas y su gran influencia sobre todo el proceso político. Estos problemas no se hubieran escapado a la agudeza de Bobbio de haber estado claramente presentes en dicho momento, a comienzos de los años 80.

Poco más de una década después, nuestra visión se ha ampliado considerablemente. No porque hayamos accedido a nuevos y mejores instrumentos de análisis que potencien nuestra mirada sobre la realidad, sino porque, lenta e implacablemente, se han producido una serie de transformaciones sociales de fondo que han tenido una inmediata repercusión sobre la política. Todas ellas son bien conocidas. El fin del mundo bipolar tras los acontecimientos de 1989, con la consabida proliferación de nuevas democracias, pero también de nuevos conflictos étnicos, es la primera gran transformación. Pero no le van a la zaga la consiguiente apertura e internacionalización de los mercados financieros y el crecimiento exponencial de la sociedad de la información. Estos fenómenos han obligado a replantearse la cuestión de la democracia y su futuro, rompiendo con los análisis tradicionales, excesivamente dependientes del funcionamiento de la democracia dentro de cada sistema político estatal. Hoy carece de sentido trazar esta nítida frontera entre una dimensión "interna", identificable con el ámbito estatal y su correspondiente organización de instancias democráticas de decisión, y otra "externa", exclusivamente limitada a las relaciones interestatales. La razón hay que buscarla en el hecho de que la economía y la sociedad como un todo se han escapado al control directo de la política centrada en el Estado y, en consecuencia, de cada uno de sus demos respectivos. Los tres pilares básicos sobre los que se sustentaba el Estado tradicional -el poder militar y la economía y cultura "nacionales"- no se dejan disciplinar ya bajo el manto de la unidad territorial soberana.

Desde la perspectiva de la teoría democrática, el problema no reside sólo en constatar que, efectivamente, cada vez nos vemos más afectados por decisiones y procesos que eluden nuestro control político directo; la cuestión que se suscita es si disponemos de los medios adecuados para compensar los déficit democráticos derivados de esta nueva "desterritorialización" de los espacios políticos, que va acompañada de un nuevo desplazamiento de las fronteras de la acción política. ¿Puede vislumbrarse el futuro de la democracia a partir de las categorías tradicionales o hemos de iniciar el esfuerzo por pensarlo desde los presupuestos de una democracia de nuevo género, una "democracia cosmopolita" (Giddens)? Y, en este último caso, ¿qué aspectos de nuestra vida e instituciones democráticas hemos de ir alterando; cómo se realiza esta democracia cosmopolita? La Unión Europea ofrece un ejemplo extraordinario de las limitaciones democráticas a las que está sujeto el gobierno de los espacios de cooperación y dependencia interestatales. Sobre todo porque muestra bien a las claras las insuficiencias de un sistema democrático apoyado fundamentalmente sobre arreglos jurídico-institucionales, que suele ignorar otros aspectos sociales y estructurales más profundos. Como, por ejemplo, la ausencia de un intenso y compartido sentimiento de identidad europea capaz de establecer un "horizonte de sentido" generalizado que facilite, entre otras cosas, el desarrollo de la solidaridad entre Estados o una auténtica esfera pública paneuropea. Las carencias derivadas de la falta de medios de comunicación no mediados por el filtro nacional, así como el escaso rendimiento representativo de los partidos y asociaciones en el ámbito europeo, constituyen obstáculos evidentes. ¿Nos depara aquí el futuro, como teme Robert Dahl, una acentuación del poder de las élites burocráticas, crecientemente liberadas de la obligación de rendir cuentas ante la ciudadanía; o es posible, por el contrario -como propugnan autores como Habermas o Beck-, la creación de ese espacio público europeo -o incluso mundial- necesario para una democracia más cosmopolita?

Sea como fuere, los Estados seguirán siendo los protagonistas fundamentales de todos estos procesos de cambio, aunque lo que hasta ahora se consideraba como "política exterior" caiga cada vez más dentro del ámbito "interno". El Estado seguirá siendo necesario como fuerza estabilizadora frente a la fragmentación que impone la mundialización, pero sobre todo para negociar y dotar de eficacia en su interior a las nuevas regulaciones y acuerdos transnacionales en los que participe. Serán Estados demarcados por "límites" más permeables que las "fronteras" tradicionales (Giddens) y obligados a una mayor capacidad negociadora, tanto hacia dentro como hacia afuera de los mismos. La multiplicación de ámbitos de decisión política precisará del mantenimiento de instancias de decisión más centralizadas, por mucho que, como augura Beck, sea posible que acojan en su seno a "partidos cosmopolitas" encargados de transmitir a los públicos nacionales la agenda de las "cuestiones globales" y de movilizarlos en esta dirección. Uno de los polos de la contenciosidad política del futuro bien puede ser este enfrentamiento entre partidos y grupos "nacionales" y partidos "cosmopolitas" en el interior de los distintos sistemas políticos.

Si, a pesar de todas estas transformaciones, el sistema político estatal va a seguir acompañándonos, al menos durante el próximo futuro, es necesario que volvamos la vista a las posibles amenazas o cambios que se ciernen sobre el funcionamiento de su sistema democrático. Ya dijimos al comienzo que muchos de estos problemas nos vienen acompañando desde hace décadas y es previsible que se mantengan o se acentúen en el futuro, en parte como consecuencia de muchas de las tendencias antes esbozadas. Por obvios límites de espacio, se nos permitirá que, sin aspirar a la exhaustividad, englobemos esquemáticamente algunos de ellos dentro de los siguientes bloques generales:

a) El problema de la mediación
Política (partidocracia y corporativización)

Bajo este rótulo se condensan las distorsiones en el funcionamiento de los canales de mediación entre sociedad y sistema político, que afectan sobre todo al concepto de la representación y están marcados por la oligarquización y "estatalización" de los partidos políticos, así como por la corporativización de los intereses. ¿Vamos hacia partidos más permeables a la sociedad, receptivos a las nuevas demandas sociales y abiertos al propio debate y disidencia interna? ¿Seguirá la democracia liberal del futuro centrada sobre la institución del Parlamento? ¿Debemos mantener el sistema representativo tradicional, como sostiene Sartori, o podemos combinarlo y acaso suplirlo con otros medios que nos ofrecen las nuevas tecnologías de la comunicación? ¿Hasta cuándo será posible mantener la ficción de una democracia apoyada sobre la igualdad política de todos los ciudadanos frente a la efectiva y creciente organización corporativa de los intereses?

b) El problema de la especialización y complejidad de la vida política (la tecnocracia)

Un número creciente de decisiones políticas se apoyan en el "conocimiento experto", en las directrices elaboradas por técnicos detodo tipo adscritos a instituciones de lo más diversas. Esta "inteligencia especializada" nos somete, como afirma Dahl, auna nueva forma de tutela a pesar de que, como sostiene este mismo autor, no puede defenderse la idea de que las élites técnicas gocen de un conocimiento moral superior o un conocimiento más elevado respecto de lo que constituya el interés público. ¿De qué medios podemos valernos, si no para eliminar del todo este poder creciente de la tecnocracia, sí al menos para limitarlo? ¿Es el desarrollo de la "competencia cívica" un recurso suficiente, o hemos de idear nuevos instrumentos?

c) El problema de la publicidad
Y transparencia política (la manipulación política)

Aquí -aunque podría haberse ubicado también bajo a)- deseamos referirnos al creciente poder de los medios de comunicación en las sociedades políticas desarrolladas. Este es uno de los temas centrales de cara al futuro. No en vano la democracia de nuestros días ha sido definida ya como una "democracia mediática" (A. Minc) o "de audiencia" (B. Manin). Nadie duda ya que la relación representativa se ha visto profundamente afectada por los nuevos canales de comunicación política, pero ello incide también sobre la naturaleza misma de la vida política. Aunque no hay una alternativa viable a la vista, sobre todo frente al imparable poder de la "video-política" (Sartori), ¿es posible eliminar algunas de sus consecuencias más negativas? Y, si es así, ¿por qué medios? ¿Cuál es el papel efectivo de los sondeos de opinión y su instrumentalización a través de los medios de comunicación?

d) El problema de la colonización
De la política por la economía

Mediante esta expresión habermasiana deseamos dar a entender la debilidad de los instrumentos de dirección política frente a los imperativos del sistema económico. Aquí opera sobre todo la antes aludida globalización de la economía, donde -como señala Beck- existen "capitalistas globales", pero sólo "ciudadanos nacionales". Y su efecto más visible es la relativa impotencia de los sistemas políticos para promover políticas de solidaridad y de promoción del Estado de bienestar. Su efecto más inmediato es la reducción de la capacidad redistributiva del Estado y, consiguientemente, el debilitamiento de la cohesión social. Ello repercute a su vez, como Dahl se ha esforzado siempre por resaltar, sobre el principio de la igualdad política de los ciudadanos, auténtico pilar normativo de la democracia. ¿Cómo se conjugará en el futuro esta tensión entre principio de igualdad formal y desigualdad real? ¿Cuál es el umbral mínimo de desigualdad para una realización consecuente del principio democrático?

e) El problema de las políticas
De la identidad y sus desafíos

En las actuales circunstancias, sobra resaltar la importancia de eso que Dahl califica como la "acomodación política en países divididos cultural y étnicamente". Sobre todo en un país como España, que parece no haber acabado de resolverlos. Puede que éste sea el ámbito donde se plantean de forma más dramática los problemas de la democracia del futuro. Sobre todo porque no hay una clara solución de ingeniería constitucional y se precisan grandes dosis de audacia y capacidad de compromiso político para encontrar una solución satisfactoria.
f) El problema de la "calidad" de la democracia (¿democraciasavanzadas o democracias"defectuosas"?)
La cuestión sobre la que desemboca esta reflexión general es si el futuro nos depara una profundización de la democracia, gracias al desarrollo y potenciación de todas las condiciones que contribuyen a su mejoramiento -mejor distribución de los recursos políticos, promoción de la educación y la competencia ciudadana, mayor transparencia de la vida pública, etcétera- o si, por el contrario, caeremos en una más deficiente gestión de sus problemas y desafíos. El crecimiento exponencial del número de democracias y su consideración como la única forma de gobierno legítimo no se ha visto acompañado por el correspondiente desarrollo y mejora de su funcionamiento, y ello ha puesto en el centro de la discusión la cuestión de la "calidad de la democracia". ¿Hay razones para confiar en el avance de los logros democratizadores dentro de las democracias consolidadas, o los desafíos son lo suficientemente serios como para eludir un pronunciamiento optimista?

Publicado por Mark, D. Mark

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