Juan J. Molina

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miércoles, 5 de diciembre de 2012

Sobre la responsabilidad, por Luis I. Gómez





La responsabilidad es una virtud que surge sólo cuando existe espacio para su desarrollo. Un espacio de equilibrio entre oportunidades y riesgos, un espacio de libertad. El comportamiento humano implica siempre consecuencias. Las consecuencias de nuestros actos, sin embargo, no son predictibles, porque tienen lugar en el futuro. Por lo tanto, cada acción humana es una especulación. Y como tras toda especulación, existe la posibilidad de satisfacer necesidades, pero también se corre el riesgo de fracasar.
Esta incertidumbre es la que permite el desarrollo de otra virtud: la prudencia. Podemos iniciar o rechazar una acción en función de nuestra experiencia, de nuestra prudencia. Pero ello no nos eximirá jamás de la responsabilidad asociada a nuestra acción. Cuando una persona es responsable, asume que también puede equivocarse y deberá aceptar y asumir las consecuencias de sus actos, las buenas y las menos buenas. Precisamente es la toma de conciencia de que las propias acciones acarrean consecuencias la que  hace de la responsabilidad (y su asunción) una virtud ineludible en el ejercicio de la libertad.
Cuanto mayor es el empeño del Estado por asumir la responsabilidad del desarrollo social a través de la política, mayor es el grado de usurpación de la responsabilidad individual. Cada vez son más las normas y leyes que regulan nuestras vidas. Más las prohibiciones encaminadas a  asegurar que nuestro comportamiento se adapte al “canon” establecido por el poder de turno. No piense por sí mismo, la verdadera virtud está en no pensar. No decida por sí mismo, lo verdaderamente virtuoso es no tener que tomar decisiones. Cuanto menos puedan decidir los individuos, menor será el grado de incertidumbre, mayor la capacidad de previsión de quien ostenta el poder. Y para los imprevistos siempre habrá una vía represiva.
Por la vía de la acción política, la relación de causalidad entre la acción y la consecuencia se desequilibra, se distorsiona y, en caso de causar un daño, se socializa. La responsabilidad sobre la propia vida sólo es posible desde el control de la misma. Entregar el control de mi vida a manos del Estado supone entregar mi capacidad para tomar decisiones y la responsabilidad sobre las consecuencias de las mismas.
En la vida los seres humanos interactúan y, precisamente por ello, toman decisiones. Cuanto mayor es el grado de normación de mis actos (de mi interacción) menor mi capacidad para tomar decisiones. Cuantas menos decisiones deba tomar, menor será el número de ocasiones en las que podré experimentar las consecuencias -positivas y negativas- de las mismas. Mis actos normados acarrean consecuencias previstas, caigo en los automatismos previstos por la política. Dejo de ser yo para convertirme en nosotros.
Si mis decisiones ya están tomadas (mis actos perfectamente normados) y las consecuencias socializadas ya no necesito ser responsable. Me basta con ser obediente.
 Fuente: http://www.desdeelexilio.com/2012/12/05/sobre-responsabilidad/#.UL-OWoNvCkB

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