Juan J. Molina

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domingo, 10 de julio de 2011

2. LA GRAN UTOPÍA Friederich A. Hayek (Resumen) III

FRIEDERICH HAYEK (Austria 1899-1992) Premio nobel de Economía en 1974

La tesis central del libro es que los avances de la planificación económica van necesariamente unidos a la pérdida de libertades y al progreso del totalitarismo.
2. LA GRAN UTOPÍA

“Lo que ha hecho siempre del estado un
infierno sobre la tierra es precisamente
que el hombre ha intentado hacer de él su
paraíso en la tierra”.
                                    F. Hölderlin

Lo extraordinario es que el mismo socialismo que no solo se consideró primeramente como el ataque más grave contra la libertad, sino que comenzó por ser abiertamente una reacción contra el liberalismo de la Revolución Francesa, ganó la aceptación general bajo la bandera de la libertad. Rara vez se recuerda ahora que el socialismo fue, en sus comienzos, francamente autoritario. Los escritores franceses que construyeron los fundamentos del socialismo moderno sabían, sin lugar a dudas, que sus ideas solo podían llevarse a la práctica mediante un fuerte gobierno dictatorial. Para ellos el socialismo significaba un intento de “terminar la revolución” con una reorganización deliberada de la sociedad sobre líneas jerárquicas y la imposición de un “poder espiritual” coercitivo. En lo que a la libertad se refería, los fundadores del socialismo no ocultaban sus intenciones. Consideraban la libertad de pensamiento como el mal radical de la sociedad del siglo XIX, y el primero de los planificadores modernos, Saint-Simon, incluso anunció que quienes no obedeciesen a sus proyectadas juntas de planificación serían “tratados como un rebaño”.
Nadie vio más claro que De Tocqueville que la democracia, como institución esencialmente individualista que es, estaba en conflicto irreconciliable con el socialismo:
La democracia extiende la esfera de la libertad individual (decía en 1848); el socialismo la restringe. La democracia atribuye todo valor posible al individuo; el socialismo hace de cada hombre un simple agente, un simple número. La democracia y el socialismo solo tienen en común una palabra: igualdad. Pero adviértase la diferencia: mientras la democracia aspira a la igualdad en libertad, el socialismo aspira a la igualdad en la coerción y la servidumbre.
El socialismo comenzó ha hacer un uso creciente de la promesa de una “nueva libertad”. Para los grandes apóstoles de la libertad política la palabra había significado libertad frente a la coerción, libertad frente al poder arbitrario de otros hombres, supresión de los lazos que impiden al individuo toda elección y le obligan a obedecer órdenes de un superior a quien está sujeto. La “nueva libertad” prometida era, en cambio, libertad frente a la indigencia, supresión del apremio de las circunstancias, que, inevitablemente, nos limita a todos el campo de elección, aunque a algunos mucho más que a otros. Antes que el hombre pudiera ser verdaderamente libre había que destruir “el despotismo de la indigencia física”, había que abolir las trabas del sistema económico”.
La aspiración a la nueva libertad era, pues, tan solo otro nombre para la vieja aspiración a una distribución igualitaria de la riqueza.
En los últimos años, sin embargo, los viejos temores acerca de las imprevistas consecuencias del socialismo se han declarado enérgicamente, una vez más, desde los lugares más insospechados.
Mr. Eastman, viejo amigo de Lenin, se vio obligado a admitir que, “en vez de ser mejor, es estalinismo es peor que el fascismo, mas cruel, bárbaro, injusto, inmoral y antidemocrático, incapaz de redención por una esperanza o escrúpulo”, y que es “mejor describirlo como súper fascista”.
Unos años antes Mr. W. H. Chamberlin, que durante doce años como corresponsal norteamericano en Rusia ha visto frustrado todos sus ideales, resume las conclusiones de sus estudios sobre aquel país y sobre Alemania e Italia afirmando que “el socialismo ha demostrado ser ciertamente, por lo menos en sus comienzos, el camino NO de la libertad, sino de la dictadura y las contra dictaduras, de la guerra civil de la más feroz especie. El socialismo logrado y mantenido por medios democráticos parece definitivamente pertenecer al mundo de la utopías”.
De modo análogo, el escritor inglés, Mr. F. A. Voight, tras muchos años de íntima observación de los acontecimientos en Europa como corresponsal extranjero, concluye que “el marxismo ha llevado al fascismo y al nacional-socialismo, porque, en todo lo esencial, es fascismo y nacional-socialismo.”
El Dr. Walter Lippman ha llegado al convencimiento de que:
La generación a la que pertenecemos está aprendiendo por experiencia lo que sucede cuando los hombres retroceden de la libertad a una organización coercitiva de sus asuntos. Aunque se prometan a sí mismos una vida más abundante, en la práctica tienen que renunciar a ello; a medida que aumenta la dirección organizada, la variedad de los fines tiene que dar paso a la uniformidad. Es la Némesis de la sociedad planificada y del principio autoritario en los negocios humanos.
No menos significativa es la historia intelectual de muchos de los dirigentes nazis y fascistas. Todo el que ha observado el desarrollo de estos movimientos en Italia o Alemania se ha extrañado ante el número de dirigentes, de Mussolini para abajo (y sin excluir a Laval y a Quisling), que empezaron como socialistas y acabaron como fascistas o nazis. Y lo que es cierto de los dirigentes es todavía más verdad de las filas del movimiento. La relativa facilidad con que un joven comunista puede convertirse en un nazi, o viceversa, se conocía muy bien en Alemania. Para ambos, el enemigo real, el hombre con quien no tenían nada en común y a quien no había esperanza de convencer, era el liberal del viejo tipo. Mientras para el nazi el comunista, y para el comunista el nazi, y para ambos el socialista, eran reclutas en potencia, hechos de la buena madera aunque obedeciesen a falsos profetas, ambos sabían que no cabría compromiso entre ellos y quienes realmente creen en la libertad individual.
Debe añadirse que si este odio tuvo pocas ocasiones de manifestarse en la práctica, la causa fue que cuando Hitler llegó al  poder, el liberalismo había muerto virtualmente en Alemania. Y fue el socialismo quien lo mató.
Hitler consideró conveniente declarar en unos de sus discursos públicos, en Febrero de 1941 sin ir más lejos, que “fundamentalmente nacionalsocialismo y marxismo son la misma cosa”.

CONTINUACIÓN 

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