Juan J. Molina

Juan J. Molina
Juan J. Molina

martes, 12 de enero de 2010

TERRITORIOS DE CALMA


"Cuando Diez Osos no encontraba una respuesta satisfactoria a aquello de lo que se trataba siempre terminaba las reuniones con la misma frase, seguiremos hablando otro día. Nunca tenía prisa por alcanzar una respuesta inmediata, ésta, como una fruta madura tenía que llegar en su justo momento y solo entonces la cuestión se daba por zanjada. Admiro ese saber esperar, la paciencia y el placer de aquellas reuniones en su tienda fumando una pipa hecha con sus propias manos en la que mezclaba a partes iguales tabaco, amistad, experiencia y la sabiduría que nace de ese saber entender la vida con una cadencia suave y lenta." (Bailando con lobos).
En las tribus africanas la imagen de los viejos sentados bajo un árbol ancestral usado para lo mismo desde generaciones, formaba parte del paisaje social, los ancianos hablaban y hablaban sin prisa, buscando en la experiencia y los conocimientos transmitidos por sus antepasados las respuestas a los problemas diarios, el solo hecho de aquella visión cotidiana tranquilizaba a la gente que se sentía segura y confiada en las decisiones de sus mayores.
La vieja tradición japonesa nos relata los "Encuentros" o "Zatsudan", de las gentes de la aldea para tratar temas que concernían a todos y donde el fin principal no era llegar a una conclusión, ni siquiera decidir que propuesta u opinion era la mejor, lo realmente importante era el hecho de reunirse, de hablar, de escuchar a todos y respetar todas las opiniones como la verdad indiscutible proveniente de la vivencia individual, una cultura que interpretaba hasta los silencios de aquellos que no intervenían como una forma de hablar, porque el silencio también es una forma de hablar.
¿En qué momento perdimos esa capacidad de escucharnos, perdimos la paciencia para esperar la respuesta adecuada, la sensibilidad para oír la palabra de los que callan? Hemos avanzado mucho y para mejor, pero en el camino hemos ido dejando tesoros que nos legaron nuestros antepasados, cosas que solo podremos recuperar echando la vista a atrás, volviendo hacia territorios de calma y sosiego donde conversar, escuchar y reunirse vuelvan a ser un placer y una forma más sana de gobernar nuestras cosas.

1 comentario:

  1. Las analogías las carga el diablo. Cualquiera puede entender que es mucho más agradable y amigable el debatir, el confraternizar y llegar a asimilar en un grupo de vecinos (casi todos o todos familiares entre sí, que se han conocido durante toda la vida) todas esas decisiones que afectan a la colectividad. Desgraciadamente, el hecho mismo de que este tipo de democracia haya quedado reducida a sus rudimentos ancestrales en remotas aldeas es una prueba en sí misma de que tal sistema no es adecuado ni viable, no para hoy siglo XXI, no lo era desde el mismo momento de la invención de la escritura. Esto sería inviable en una tribu un poco grande, dotada de separación de poderes o con un sistema de castas (guerreros, agricultores, sacerdotes) tendente cada una a preservar y acrecentar sus privilegios, con rudimentos de economía monetaria (no trueque) y rudimentos de códigos de derecho (oral o escrito).

    Resulta fácil confundir -merced a la nostalgia por ese tipo de vida- la causa con el efecto. Se infiere, de tu escrito, que tan igualitario sistema de vida es consecuencia de que su forma de gobierno fuera la democracia directa en asamblea. No es así. Es antes al contrario, la forma de vida rural y bucólica en un entorno social prácticamente inmutable, con un tamaño reducidísimo y vínculos familiares y sociales bien establecidos entre todos, con un cuerpo de creencias religiosas y éticas sólidamente homogéneo es lo que permitió esta forma de gobierno: la asamblea de la tribu. ¡Qué mas quisieramos que un sistema de vida en el que pudieramos reunirnos durante días, sin nada acuciante que resolver, sin necesidad de llegar a tomar una decisión! Ello es totalmente utópico.

    El cénit de este sistema fue su expresión en las polis griegas, y ahí ya se apreciaba su intrínseca corrupción, al distinguir entre ciudadanos, ilotas y esclavos. Ese era (de un modo muy rudimentario) la primera expresión de democracia representativa. Llegó después el Senado Romano, siendo la república una suerte de clan de clanes. En esa época nacen, no obstante, el plebiscito y la asamblea de la plebe.

    La democracia representativa es hoy, en suma necesaria. La democracia directa, totalmente deseable, únicamente puede ser complemento de esta (en mayor o menor grado), pero nunca su sustita. Y pienso esto incluso teniendo en cuenta los medios existentes en la actualidad: internet.

    En primer lugar, las estructuras sociales humanas (y las de los simios) siempre han necesitado de la figura de un líder o líderes. Individuos o grupos dotados de suficiente iniciativa como para desencadenar los cambios sociales y/o políticos requeridos y dar impulso o generar iniciativas sociales de toda índole.

    En segundo lugar, la acción de gobierno es hoy tan compleja, que se requiere de una especialización (y yo diría hasta una superespecialización) política para tener una opinión fundada y hábitos adecuados para un justo y óptimo ejercicio del poder.

    En tercer lugar, es muy dificil que en un colectivo asambleario se adopten decisiones que, no por menos necesarias, supongan un sacrificio o pérdida para todos o parte del colectivo. Es en estos casos en donde la capacidad de liderazgo por encima de preferencias o privilegios cobra todo su sentido.


    Con ello no quiero hacer un panegírico de la democracia representativa. En sus virtudes (más bien en la degradación de las mismas) residen todos sus defectos. Y ello se hace más evidente en las situaciones de extrema urgencia o crisis. En las democracias débiles y mal asentadas estas crisis desembocan en totalitarismos, muchas veces por la frustración que genera en las gentes la usurpación del poder, la mala gestión, el nepotismo, la corrupción y la falta de consenso y liderazgo de los sistemas democráticos preexistentes.

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