Juan J. Molina
viernes, 15 de enero de 2010
EL SAMURAI Y LOS 100.000 ENEMIGOS
No dejan de sorprenderme estos personajes que se compran una espada de samurai y un quimono japonés y tienen la osadía de ir diciendo por ahí que son samuráis de pura cepa, luego incluso se atreven a hacer algunas piruetas con la espada y después de ver sus patéticas evoluciones por la pista, el personal no tiene más opción que descojonarse y despotricar del espécimen, entonces éste en su delirio paranoico ve en esas críticas a un ejército de enemigos enorme, cien mil o más y deduce que cuantos más le critican e insultan mejor lo está haciendo él.
Ésta patética escena se da un muchos campos de la vida pero sobre todo es algo ya casi natural en la política, personajes que se apuntan a una organización política ondeando soflamas de regeneración democrática y “pá” demócrata quítate tú que me ponga yo, pero que a la hora de la verdad, es decir, cuando empiezan a evolucionar por la pista con sus aberrantes déficits democráticos, hacen el mayor de los ridículos y empiezan a coleccionar detractores, en la mayoría de los casos esos críticos suelen ser gente más íntegra y pulida democráticamente, a los que chirría oír como se califica a los que piensan diferente o discrepan como toxinas de las que hay que deshacerse, como se justifican actos injustos y poco equitativos con excusas como: éstas son las normas (no debatidas ni consensuadas por supuesto) y hay que cumplirlas, sin importar cuan democráticas o representativas sean las susodichas. Como entienden la democracia como una confrontación continua frente a los otros a los que hay que echar a toda costa, porque el poder es su tesoro.
Pero lo más trágico es el escenario que rodea todo éste proceder, la política en nuestro país y por desgracia en todas partes se asemeja a una representación de teatro tradicional japonés pero hecha en Villa Tortas, la mayoría de los espectadores no la entienden, los actores son lo peorcito de la profesión y los que entienden y critican el bodrio al que asistimos todos, son expulsados del teatro por la nunca bien pagada Clá de turno.
Se tercia una revolución, estos personajillos rancios y enmohecidos sobran desde hace ya demasiado tiempo, vamos a tener que abrir las ventanas para que corra el áire y huela por fin a algo fresco, al sutíl perfume que desprende el consenso y la democracia bien entendida, ojalá que nosotros lo podamos ver.
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