Recuerdo un seminario de antropología en la universidad de Deusto, hace ya más de una década, en el que intervino William A. Douglass, un antropólogo norteamericano creador del Centro de Estudios Vascos en Reno, y también una figura reconocida por el separatismo vasco. En 2013 recibió el premio Argizaiola “como reconocimiento a su larga trayectoria profesional dedicada en buena parte a la investigación de la emigración vasca al Oeste de los Estados Unidos, Australia y otros países americanos”.
En aquel momento la clase de Douglass me pareció ingenuamente “progresista”, por decirlo así, debido a que se dedicó a triturar el concepto antropológico de etnia (“Según los criterios que escojamos, los estudiantes de esta universidad podrían constituir una etnia”) que los liberales (es decir, españoles unionistas) vinculábamos naturalmente con el separatismo.
Esto es interesante porque antes de la segunda guerra mundial los vascos y los catalanes son considerados una raza. De hecho, la ideología mal llamada nacionalista (en realidad, separatista) vasca y catalana se fundamenta originalmente en una mezcla de mitología y ciencia racial de moda en los países europeos durante buena parte del siglo XX.
El fundador del separatismo vasco, Sabino Arana, lamenta así la mezcla racial de vascos (vizcaínos) y españoles:
Prat de la Riba y los ideólogos del separatismo catalán también eran furibundamente racistas. Esta es una descripción a cargo de Pio Moa.
La ideología racial del separatismo periférico español viene a ser una parodia del nordicismo, al estilo de Madison Grant, que presenta a los catalanes como más “europeos”, más “nórdicos” que el resto de los españoles, a los que asocia con la degeneración racial africana.
Resulta increíble que en círculos nacionalistas e “identitarios” europeos estas absurdas ideas aún disfruten de cierta aceptación.
Aunque las tornas empiezan a cambiar antes en la academia, ya sabemos que la derrota del Eje en la segunda guerra mundial destierra definitivamente la ideología racial. Desde EE.UU se impone una nueva ortodoxia, básicamente la antropología boasiana de corte radical, que sólo reconoce causas culturales en las diferencias entre grupos humanos. Se impone lo que Rushton llama "ciencia de partido único".
Las ideas hereditaristas del comportamiento humano comenzarán de todos modos a recuperarse en los años cincuenta, como muestra la recuperación de la genética conductual, pero eso es otra historia.
Hoy sabemos que las ideas separatistas, basadas originalmente en el supremacismo racial, no son sólo desmentidas por la historia cultural, que muestra a las regiones vascas o catalanas como típicamente latinas y católicas (pero no nórdicas y protestantes), también son desmentidas por la historia genética. En los pueblos históricos de la península ibérica no existen diferencias raciales significativas ni grupos étnicos dignos de mención, con la posible y de todos modos discutida excepción de los vascos. Los habitantes de la península ibérica son un pueblo típicamente sureuropeo, ni más ni menos, étnica y culturalmente muy homogéneo al menos antes de la última década. Los andaluces no son simplemente “bastante próximos” a los catalanes, o a los vascos, sino básicamente indistiguibles de ellos.
Las diferencias proceden, según se nos cuenta, exclusivamente de la "cultura" y de la lengua, esto es, del dogma posmoderno por excelencia.
La pequeña historia de los separatismos ibéricos viene a confirmar que las ideologías supremacistas no necesitan "peligrosas" suposiciones raciales para prosperar. Se bastan y sobran con ideas culturales, bendecidas por la academia e incluso por el zeitgeist "antirracista", para dividir a poblaciones que son básicamente el mismo pueblo cultural y genético.
En aquel momento la clase de Douglass me pareció ingenuamente “progresista”, por decirlo así, debido a que se dedicó a triturar el concepto antropológico de etnia (“Según los criterios que escojamos, los estudiantes de esta universidad podrían constituir una etnia”) que los liberales (es decir, españoles unionistas) vinculábamos naturalmente con el separatismo.
Esto es interesante porque antes de la segunda guerra mundial los vascos y los catalanes son considerados una raza. De hecho, la ideología mal llamada nacionalista (en realidad, separatista) vasca y catalana se fundamenta originalmente en una mezcla de mitología y ciencia racial de moda en los países europeos durante buena parte del siglo XX.
El fundador del separatismo vasco, Sabino Arana, lamenta así la mezcla racial de vascos (vizcaínos) y españoles:
El yerro de los bizkaínos de fines del siglo pasado y del presente (…) es el españolismo”. “Nuestros padres vertieron su sangre en Padura (se refiere a una supuesta batalla de hace once siglos) para salvar a Bizkaya de la dominación española, por la libertad de la raza, por la independencia nacional. Nosotros ¡miserables! hemos vendido el fruto de esa sangre a los hijos de sus enemigos y hemos escupido al sepulcro de nuestros padres. ¡No sabían los bizkaínos del siglo noveno que con la sangre que derramaban por la Patria, engendraban hijos que habían de hacerle traición!
Prat de la Riba y los ideólogos del separatismo catalán también eran furibundamente racistas. Esta es una descripción a cargo de Pio Moa.
Pompeu Gener, la precisará más: “Nosotros (los catalanes), que somos indogermánicos de origen y de corazón, no podemos sufrir la preponderancia de tales elementos de razas inferiores”. “No podemos ser mandados por los que nos son inferiores“.En su condición de arios, los catalanes emparentaban “con los demás pueblos arios de Europa”, esencialmente distintos de la raza al sur del Ebro, donde predominaba “el elemento semítico y más aún el presemítico o berber, con todas sus cualidades: la morosidad, la mala administración, el desprecio del tiempo y de la vida, el caciquismo…”: una raza “bárbara, monótona y atrasada como una tribu de África“.
La ideología racial del separatismo periférico español viene a ser una parodia del nordicismo, al estilo de Madison Grant, que presenta a los catalanes como más “europeos”, más “nórdicos” que el resto de los españoles, a los que asocia con la degeneración racial africana.
Resulta increíble que en círculos nacionalistas e “identitarios” europeos estas absurdas ideas aún disfruten de cierta aceptación.
Aunque las tornas empiezan a cambiar antes en la academia, ya sabemos que la derrota del Eje en la segunda guerra mundial destierra definitivamente la ideología racial. Desde EE.UU se impone una nueva ortodoxia, básicamente la antropología boasiana de corte radical, que sólo reconoce causas culturales en las diferencias entre grupos humanos. Se impone lo que Rushton llama "ciencia de partido único".
Las ideas hereditaristas del comportamiento humano comenzarán de todos modos a recuperarse en los años cincuenta, como muestra la recuperación de la genética conductual, pero eso es otra historia.
Hoy sabemos que las ideas separatistas, basadas originalmente en el supremacismo racial, no son sólo desmentidas por la historia cultural, que muestra a las regiones vascas o catalanas como típicamente latinas y católicas (pero no nórdicas y protestantes), también son desmentidas por la historia genética. En los pueblos históricos de la península ibérica no existen diferencias raciales significativas ni grupos étnicos dignos de mención, con la posible y de todos modos discutida excepción de los vascos. Los habitantes de la península ibérica son un pueblo típicamente sureuropeo, ni más ni menos, étnica y culturalmente muy homogéneo al menos antes de la última década. Los andaluces no son simplemente “bastante próximos” a los catalanes, o a los vascos, sino básicamente indistiguibles de ellos.
Vínculos ancestrales entre Iberia y Europa occidental |
Las diferencias proceden, según se nos cuenta, exclusivamente de la "cultura" y de la lengua, esto es, del dogma posmoderno por excelencia.
La pequeña historia de los separatismos ibéricos viene a confirmar que las ideologías supremacistas no necesitan "peligrosas" suposiciones raciales para prosperar. Se bastan y sobran con ideas culturales, bendecidas por la academia e incluso por el zeitgeist "antirracista", para dividir a poblaciones que son básicamente el mismo pueblo cultural y genético.
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