La libertad, hermosa palabra que encierra todo cuanto poseemos en la vida. La vida misma, sin libertad, ni siquiera tiene sentido. Sofía murió, con 21 años, en Münich, la misma ciudad donde pocos años antes el Canciller Hitler sentara las bases de su macabro proyecto socialista.
A veces no somos conscientes de lo afortunados que somos por vivir en la parte privilegiada del mundo, en ese lugar donde ni llueven bombas ni hay hambre, donde la preocupación no es buscar qué comer ese día o, sencillamente, estar vivo cuando se pone el Sol.
Para más de mil millones de personas esa es su realidad diaria, como para los niños que durante el invierno se refugian en el alcantarillado de Ulan Bator para escapar de los 30 grados bajo cero que hay en superficie, amaneciendo más de la mitad de ellos congelados; o para los que les ha tocado nacer en el campo de refugiados del Tinduf; o en Kabul; o en Ciudad Juárez; o, sin más, los que viven y trabajan cada día en lugares donde no llega el poder de ningún Estado ni Administración, donde señores de la guerra y caciques locales se han hecho fuertes entre violaciones sistemáticas, juicios sumarios y sobornos continuos. Esos tantos lugares que llamaríamos tierra de nadie, o ciudades sin Ley. Lugares donde la Carta de Naciones Unidas o la Convención de Ginebra son meras ilusiones… Esos lugares existen, están ahí, al otro lado de nuestras protegidas fronteras, separados por extensas murallas de barrotes y pinchos para que, a este lado, en la parte rica, podamos seguir haciendo nuestras cómodas vidas.
Aquí le preocupación nacional es que miles de mujeres se implantaron unas prótesis donde la Naturaleza debía haber puesto unas tetas y ahora, las susodichas, no reúnen los estándares de seguridad esperados. Vaya, qué contrariedad. Al otro lado, donde no se ve, un médico es un lujo al que sólo pueden acceder algunos privilegiados. Los abogados no existen, para qué, donde no hay Justicia; y arquitectos no se necesitan para levantar tiendas de campaña o chabolas a las afueras de alguna gran urbe.
¿Y nos hemos ganado todo eso? Es evidente que los que hoy campamos por estas libres tierras, simplemente, somos afortunados. Nos ha tocado la lotería y nada más. Nacimos en un hospital con todas las comodidades y sólo hemos tenido que adaptarnos a un sistema. Por lo menos, hay sistema. Pero, llegar hasta aquí, conformar las llamadas democracias occidentales, luchar por el mundo libre frente al terror o el comunismo, frente a los fascismos y totalitarismos del S.XX, no ha sido casualidad. Vivir en paz duradera o morir sin conocer los horrores de la guerra ha sido posible gracias al valor y la determinación de algunos héroes olvidados que dieron su vida por la libertad. Esos que lucharon ayer para que vivamos hoy.
Y es cierto que no hemos elegido nacer en occidente, pero sí podemos elegir dar las gracias, reconocer a los que dieron su vida ayer por nuestra tranquilidad hoy.
Ese ayer fue un 22 de febrero de 1943, cuando un Tribunal Nazi del III Reich a cuyo frente estaba un excomunista resentido decidió de forma sumarísima juzgar sentenciar y condenar a la guillotina a Sofía Magdalena Scholl, junto a su hermano y un amigo, por difundir propaganda contraria a los valores del Nacionalsocialismo en la Universidad donde estudiaba. Dicha propaganda era un mensaje de libertad, el grito ahogado de una joven que, rebelándose frente a la alineación totalitaria mientras sus compañeros permanecían acobardados, decidió ponerle letra e imágenes a los horrores que su Gobierno estaba cometiendo por medio mundo.
Durante el juicio sólo hizo un alegato. Asumió su destino, pero dijo al Tribunal y su Juez que, dónde ella se sentaba entonces, pronto se sentarían ellos. Con la Esvástica se dicto sentencia y, ese mismo día, fue lleva ante la horca. Sus últimas palabras, antes de que la cuchilla separara su cabeza del resto del cuerpo fueron: ¡Viva la Libertad!
La libertad, hermosa palabra que encierra todo cuanto poseemos en la vida. La vida misma, sin libertad, ni siquiera tiene sentido. Sofía murió, con 21 años, en Münich, la misma ciudad donde pocos años antes el Canciller Hitler sentara las bases de su macabro proyecto socialista.
Pero su muerte no fue en balde. Sofía fundó en vida la organización liberal “La Rosa Blanca”, disuelta tras su muerte, pero cuya impronta se fijó en el pensamiento liberal de muchos jóvenes europeos que seguimos luchando desde la universidad contra el socialismo, el totalitarismo y el intervencionismo desmesurado de los gobiernos en la vida de los ciudadanos; por todos aquellos que creemos en la libertad como única forma de vida posible; en el respeto a los Derechos Humanos, la dignidad personal, las libertades individuales, la condición de ciudadanos y no de súbditos de la autoridad; en la propiedad privada, la Ley y el orden público. Contrarios a la guerra y favorables a la Diplomacia.
Sofía, descansa en paz. No te olvidamos, tu lucha no fue en vano.
¡Viva la Rosa Blanca! ¡Viva la Libertad por siempre!
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