Juan J. Molina

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jueves, 26 de abril de 2012

El vandalismo como vía de acceso al poder: PEDRO MOYA


Lo apuntaba muy atinadamente Ludwig von Mises: una de las virtudes de la democracia reside en que propicia los cambios pacíficos en los métodos y personas del Gobierno, cuando lo frecuente hasta su instauración en Occidente era la imposición de la violencia y las guerras.
En efecto, en virtud de la extensión de las normas y principios de la democracia liberal, llegó un momento en el que quien aspirara a conquistar el poder debía olvidarse del empleo de la fuerza y, bien al contrario, limitarse a hacer uso de la persuasión mediante la palabra, con el fin de atraerse la adhesión de un electorado cada vez más amplio. Procedimiento desde luego mucho más civilizado, aunque harto dificultoso sobre todo para quienes carecen de argumentos para intentar convencer a un votante en líneas generales más instruido e informado.
Ese es precisamente el problema principal del que adolece el PSOE, y la izquierda en general, en la actualidad: no tiene logros ni méritos que presentar; al contrario, el balance de su gestión al frente de sus sucesivos Gobiernos es sumamente deficiente. De ello son plenamente conscientes los prebostes del socialismo; y de ahí que, con el siniestro Rubalcaba a la cabeza, y siguiendo la tradición golpista del PSOE, hayan adoptado la estrategia de instigar la algarada callejera, en la que la extrema izquierda antisistema, como es habitual en estos casos, desempeña con sumo gusto el trabajo sucio.
Ante la ausencia de argumentos mínimamente consistentes, los mismos que cuando gobernaban pedían a la oposición ‘arrimar el hombro’ han optado por promover el caos, el palo y el tentetieso en la vía pública y azuzar el odio hacia el adversario político, a quien creen poder derrotar solo de esta forma. Se trata de generar el mismo clima enrarecido que hubo que soportar a propósito del ‘Prestige’ y la guerra de Irak: entonces como ahora, y debido a la impotencia política del PSOE, tachando al PP de enemigo absoluto hasta incluso alcanzar el extremo de que sus cargos públicos no se sientan seguros en las calles (volvemos, por tanto, a la ‘batasunización’ de la izquierda que tuvo lugar aquellos días), algo que ya están consiguiendo. Porque el amedrentamiento también sirve para desgastar al rival. De nuevo, el vandalismo como vía de acceso al poder, ante el cual la respuesta ha de ser clara y rotunda: denuncia de los métodos violentos y firmeza en la aplicación del Estado de Derecho.
Aun así, no podía faltar el fariseísmo de los inductores de la sublevación callejera: además de comparar las devastadoras algaradas de la extrema izquierda con aquellas manifestaciones, sí, respaldadas por el PP (y no en compañía de los obispos, sino de las víctimas del terrorismo), pero tan pacíficas y respetuosas que las calles ‘tomadas’ acababan más limpias de lo que ya estaban, el ‘viejo-nuevo’ líder socialista se permite el lujo de aseverar que ‘el problema no es la violencia, sino que al PSOE se le relacione con la violencia’; es decir, que lo que debería preocupar no son las arremetidas contra el mobiliario público, los asaltos a propiedades privadas o las agresiones a medios de comunicación, sino que el delicado honor del PSOE se vea mancillado. Mayor alarde de vileza es difícil de igualar, aunque qué podemos esperar a estas alturas de semejante personaje.

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