Ivan Grigorov cuenta a LD sus sufrimientos durante los años del régimen comunista en Bulgaria.
El 9 de septiembre de 1944, los comunistas organizaron un golpe de estado y se hicieron con el poder por la fuerza. Los historiadores aseguran que en los meses inmediatamente posteriores, los marxistas asesinaron unas 35.000 personas, entre las cuales al menos 700 fueron miembros de la organización patriótica de los legionarios.
Esta organización fue uno de los grandes antagonistas ideológicos de la izquierda, y desde su creación en 1932 apostó por defender la historia, la cultura y los intereses nacionales del país balcánico, por lo cual no aceptaba el internacionalismo del marxismo que negaba la esencia de la nación búlgara.
Por ello, los comunistas trataron de eliminar a los legionarios en dos fases: primero asesinaron a sus líderes, y luego emprendieron las ejecuciones masivas. Así pues, el líder de los legionarios, Hristo Lukov, fue disparado en su casa delante de su hija pequeña, mientras que otro dirigente de Varna, Hristo Nedev, fue ahorcado en un árbol. En la localidad de Devol, cerca de Veslec, unos 100 legionarios, detenidos en los pueblos de la región, fueron decapitados y sus cuerpos fueron descuartizados.
No obstante, la mayor atrocidad de los comunistas fue contra los alumnos legionarios, con edades entre 15 y 18 años. El historiador Ivan Dochev recuerda que en el sótano de la escuela de la ciudad de Oriahovo fueron asesinados unos 200 alumnos. Testigos de aquel terror comunista se atrevieron a contar décadas más tarde cómo los comunistas sacaban del sótano los cadáveres de los alumnos.
Habla un superviviente
Ivan Grigorov, uno de los legionarios que sobrevivió al terror comunista, ha accedido a contar a LD la pesadilla que vivió durante el régimen. Grigorov fue secuestrado por un agente del régimen cuando tenía 17 años.
"El 22 de noviembre de 1944 yo estudiaba en un instituto de la ciudad de Burgas y estaba en clase de álgebra cuando un hombre de repente entró en el aula y me secuestró sin darme explicación alguna. La profesora le preguntó qué estaba pasando, pero él no le respondió".
Así fue como empezó la pesadilla del joven Ivan que pasaría los tres años siguientes en la cárcel. "Primero me metieron en una sede policial donde no me dieron nada de comer durante días. Me podía haber muerto de hambre si no fuera por la ayuda de los demás presos que compartieron conmigo los pocos alimentos que tenían". En dicha sede policial, Grigorov pasó 20 días encarcelado sin posibilidad de llamar a sus padres que no sabían qué le había pasado a su hijo.
Al final, el joven legionario fue condenado a diez años de prisión por haber escrito artículos patrióticos en un periódico local de la ciudad de Burgas. "En mis artículos abogaba por los ideales y los intereses nacionales, a lo que los comunistas llamaban en aquel entonces ´fascismo burgués´.Lo más absurdo de todo esto fue que me acusaron de haber involucrado a Bulgaria en la Segunda Guerra Mundial mediante estos artículos ´fascistas´."
Grigorov recuerda que tenía 14 años cuando escribió aquellos artículos. " Así resulta que yo, con 14 años de edad, fui capaz de provocar la participación del país en la Segunda Guerra Mundial con una serie de artículos en un pequeño periódico local" comenta el búlgaro con ironía. El tribunal que le condenó, "de popular no tenía nada, porque el pueblo búlgaro no lo había elegido."
Grigorov estuvo en la cárcel de Burgas hasta 1945, cuando se celebraron las elecciones generales. "Se trataba de unas elecciones ficticias. Los comunistas quisieron obligar a todos los presos a votar por su partido, y además exigían que enviáramos unas cartas a nuestras familias para pedirles que votaran por el Frente Popular comunista." Sin embargo, el joven búlgaro se negó a votar, pese a las continuas amenazas que recibía. "Me decían que no volvería a ver a mis padres, y que iban a hacer sufrir a toda mi familia. Aun así yo me negué a votar, por lo cual me metieron en otra cárcel mucho más dura, la de Sliven".
En la cárcel de Sliven, Grigorov y el resto de los prisioneros no fueron tratados como personas, sino como números. "Allí no teníamos derecho a llamarnos o a ser llamados con nuestros propios nombres, sino con los números con los que nos registraron allí. A mí, por ejemplo, me llamaban número 137."
Además, Ivan Grigorov recuerda que a menudo muchos de los prisioneros perdían la conciencia por la falta de comida. "La falta de comida, las amenazas psicológicas y los golpes caracterizaban la vida en la cárcel en aquel entonces. Pocos años después, los comunistas quisieron ser más eficaces y crearon los campos de concentración, donde murieron decenas de miles de personas".
Dos años después, Grigorov fue liberado de la cárcel de Sliven, pero con esto sus problemas no se acabaron. "Me liberaron para demostrar su supuesta bondad, pero no me dieron la oportunidad de un trabajo cualificado. Sólo me permitieron trabajar como carpintero. Años más tarde por fin me permitieron graduarme en el instituto." Así pues, "procurando no llamar la atención", Grigorov trabajó como carpintero y en la construcción hasta la caída del régimen en 1989 que, sin embargo no acabó con el poder comunista, ya que "ex agentes del régimen están gobernando ahora el país."
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