Juan J. Molina

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domingo, 26 de febrero de 2017

«Los enemigos del comercio III», por los laberintos del comunismo

Antonio Escohotado culmina el proyecto ensayístico «Los enemigos del comercio». Una obra imprescindible

Nostálgicos del leninismo en una manifestación en Rusia
Nostálgicos del leninismo en una manifestación en Rusia

«¡Por la fuerza será arrastrada la humanidad a ser feliz!» Es la definitiva maldición del siglo XX. De esa consigna, formulada por Gorki como epopeya de la Revolución rusa, arranca la intuición central del volumen tercero de la obra magna «Los enemigos del comercio», una historia moral de la propiedad, a la que Antonio Escohotado (Madrid, 1941) ha consagrado su último decenio. El subtítulo de este grueso tomo conclusivo deja poco lugar a ambigüedades: «De Lenin a nuestros días». Y, aunque el autor no eluda recorrer los vericuetos de otros laberintos abiertos por el siglo del cual salimos, todas sus claves se condensan en una intuición hoy irrebasable: la Historia del siglo XX es la Historia del comunismo, la Historia de una descomunal tragedia que aún nos hiere. «Lenin no sólo fascina a sus bolcheviques, sino a Mussolini, Hitler y a un hornada de caudillos antiliberales». De ese clima nacerá el tiempo de las grandes matanzas.
Es la consumación, nos recuerda el autor, de un arquetipo aparentemente inagotable en la imaginación humana: el de las grandes finalidades de la Historia, ese sueño mesiánico de los hombres nuevos. Y «entre las sorpresas», escribe Escohotado, que le supuso ya dar curso a los volúmenes precedentes, «estuvo poder comprobar que el cristianismo no se opuso a la esclavitud ni a su transformación en servidumbre; que la alta Edad Media europea practicó consciente e incompartidamente el ideal antimercantil, que las revoluciones igualitarias surgieron en épocas de prosperidad relativa, no de miseria; que hubo numerosos y ejemplares experimentos comunistas en Estados Unidos; que el socialismo siempre fue democrático y cambiante, en contraste con lo invariable y elitista del comunismo; que el retrato de la industrialización hecho por la literatura romántica no es fidedigno; que el movimiento obrero jamás apoyó la Restitución en cuanto tal; que la jornada inglesa de ocho horas fue una iniciativa espontánea de empresarios alemanes y americanos; que la plusvalía o plusvalor no es una magnitud precisa, sino un malentendido sobre costes de producción; que Alemania nunca quiso la Gran Guerra; que el comunismo nunca superó el tercio del voto en unos comicios; que los planes de exterminio y esterilización a gran escala no nacieron con Hitler y Stalin, sino con el Nuevo Imperialismo de la Sociedad Fabiana…».
Quedaba lo que este tercer volumen deja ahora claro. Que si la Historia del siglo XX es la Historia del comunismo, la Historia del comunismo no es otra cosa que la Historia del estalinismo.

Matarlos a todos

La transubstanciación de una teoría de la Historia que se quiso materialista en una religión de suplencia asentada sobre el avance incontenible de la Historia hacia el fin de todas las desigualdades, esa fantasmagoría romántica, es una consecución indiscutible de Stalin.
Como profeta, el ciclo en el poder de Lenin fue muy breve. No ha pasado ni un año desde el octubre revolucionario, cuando Fanny Kaplan dispara sobre él. Sobrevive. Pero su degradación será vertiginosa. Hasta su pérdida total de control político en los dos años que preceden a su muerte.
El autor brilla al analizar el talento y la cobardía del mundo pensante en el siglo XX
Stalin es todo lo contrario. Un oscuro burócrata con la prístina certeza de que sólo matar a todos los demás es garantía de supervivencia. Los tres decenios de poder absoluto hacen de él una figura única en la Europa de nuestro siglo. El modelo, de una solidez admirable, sólo falló en un punto: su absoluta incompetencia económica. Y, al fin, la URSS no fue derrotada. Se autodestruyó materialmente, hasta desmoronarse en polvo en 1989. Se asentaba sobre nada.
Hacer la arqueología de ese «siglo de Stalin» es hacer nuestra autobiografía: la de varias generaciones de intelectuales esterilizadas por la religión de las finalidades históricas. Escohotado brilla especialmente en el análisis de esa amalgama de autoengaño, talento, ignorancia y cobardía que se enseñoreó del mundo pensante europeo durante la mayor parte del siglo XX. Los intelectuales que hicieron propaganda de lo peor, sabiéndolo o sin saberlo. Las cabezas portentosas que acabaron sumergidas en la nada por esa apuesta. Los muy pocos -Koestler, el primero- que lograron arrancarse a esa ascética de la mentira y fueron arrojados a los inclementes abismos exteriores. Y analiza los costes de esa herencia. Tan presentes en este inicio del siglo XXI en el cual los peores tópicos de los años de entreguerras toman la forma grotesca de una mala caricatura.

Con su paso tranquilo

En 1953, Paul Éluard, quizá el más grande de los poetas líricos del siglo XX, cantaba la elegía del sagrado Stalin: «Y Stalin para nosotros / está presente mañana. / El horizonte de Stalin es siempre renaciente». Escohotado recoge en su libro las fórmulas paralelas de Pablo Neruda: «Junto a Lenin / Stalin avanzaba / y así, con blusa blanca, / con gorra gris de obrero, / Stalin, / con su paso tranquilo, / entró en la Historia acompañado / de Lenin y del Viento».
En suma, ni la poesía salva de la infamia, ni el talento de la cursilería. Y ambos juntos son la mejor cobertura del crimen. De eso habla la imprescindible obra de Antonio Escohotado.

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