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Podemos afirmar que a raíz de la guerra de la Independencia (1808-1814) nace el liberalismo español. La situación grave que se deriva de la misma y los remedios militares y políticos que son necesarios para solventarla se convierten en el escenario más propicio e ideal para la aparición de un nuevo ideal: el liberalismo.
A medida que se fue extendiendo la insurrección surgieron las denominadas “Juntas” en las distintas ciudades y/o pueblos, cuya misión inicial era la organización de la resistencia, así como ocuparse de la conducción de la guerra, garantizar la administración y mantener el orden público. No obstante, al haber sido constituidas voluntariamente desde el pueblo, y no proceder de una imposición por parte de la Corona, su misión de trasfondo era controlar las masas populares mediante el ejercicio de la soberanía de facto, es decir, procurar que la población tuviese acceso a todas sus necesidades básicas y asegurarles una cierta calidad de vida.
El deseo y la necesidad de una unificación política del país se hacen palpables y es en 1808 cuando se crea la Junta Central que se encargará de alcanzar la unificación mencionada.
Y es precisamente ese mismo año cuando varios ciudadanos reivindican la convocatoria de Cortes que, finalmente, en 1810 es la Junta Central quien las convoca. La revolución política había comenzado: la asamblea que se constituye adopta ciertas modernidades entre las cuales destaca la prohibición de participación de aquellos que están vinculados con el rey José I Bonaparte y el sistema de votación pasa a ser “un diputado, un voto”; y no “un voto, un estamento”. Las Cortes progresaran en distintos aspectos: declaración de la libertad de expresión, 1810; abolición de los señoríos, 1811; promulgación de la Constitución de Cádiz, 1812; abolición de la Inquisición, 1813.
Sin embargo, todos los avances obtenidos quedan en vano pues la Constitución de Cádiz nunca llegará a cumplirse y, en 1814, regresará el rey Fernando VII al trono mediante un golpe de estado. Ello supondrá el retorno al absolutismo.
No será hasta el periodo del Trienio Liberal, de 1820 a 1823, durante el cual debido al pronunciamiento militar de Riego que se restaurará la Constitución de 1812 y se producirá una división de los liberales en las Cortes: doceañistas o moderados y veinteañistas o exaltados.
Por el momento, en ninguno de ambos periodos, de 1812 a 1814 y de 1820 a 1823, se había producido una Revolución liberal completa ya que no se había logrado todavía la consolidación del régimen liberal.
Durante el reinado de Isabel II, proliferaron dos escuelas liberales distintas en relación a la solución de los problemas que provocaban la latiente estabilidad constitucional.
Por un lado, los liberales conservadores culpaban la inexistencia de un sistema de partidos de gobierno como causa principal de la inestabilidad política. Proponían en respuesta a ello la creación de una alianza de la Corona con los liberales y así culminar el proceso de Revolución con la creación de una monarquía constitucional. De esta manera, ello facilitaría a la Corona el ejercicio de las prerrogativas constitucionales.
Por otro lado, los liberales progresistas, herederos de los “exaltados” del Trienio Liberal, discrepaban con los conservadores en la medida en que el pacto Corona-Estado debía resultar de un acuerdo entre ambos en el que la nación recuperara sus libertades y la Corona viese disminuidas sus prerrogativas. El proceso de Revolución debería culminar con la creación de un gobierno representativo en el que el binomio nación-representantes se encargaran de la vigilancia de las instituciones y de desempeñar los poderes del Estado y llegaría a su fin con la instauración de un régimen que se sustentara en la soberanía nacional.
Los liberales progresistas durante esta etapa ya afirmaban que el individuo poseería más derechos a medida que fuese reduciéndose la participación de la Corona en la política. Además, en la soberanía nacional defendida, debía permanecer una clara separación entre el Poder Legislativo (las Cortes) del Ejecutivo y de la Corona.
De aquí deriva, precisamente, la constitución del Partido Progresista en 1834, como principal opositor liberal al régimen instaurado por María Cristina de Borbón, que perduraría hasta la Restauración en 1874, y que defendía las reformas que había puesto en marcha el gobierno del “exaltado” Juan Álvarez Mendizábal.
Asimismo, los liberales progresistas lograron acceder al gobierno en determinadas ocasiones, derivadas todas ellas de pronunciamientos militares: Motín de la Granja de San Idelfonso (1836), durante la Regencia de Espartero (1840-1843) y durante el bienio progresista (1854-1856).
En 1868, fruto de la ausencia de libertad a causa de la corrupción y violación de las leyes y a raíz de la tergiversación de las instituciones por parte de los moderados, el país se hallaba en una situación de estancamiento. López de Ayala, Prim, Sagasta, Figuerola y Ruiz Zorrilla condujeron la revolución de 1868, expulsando a la reina del poder e instaurando un gobierno provisional formado por una coalición de partidos con el objetivo de que todos pudiesen identificarse y reivindicar libremente los deseos la de la opinión pública. Esta revolución supuso el inicio del Sexenio Democrático, entre 1868 y 1874, hasta su fracaso y la posterior vuelta al poder de los moderados.
Durante la Restauración española de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX (1874-1931), los únicos brotes de liberalismo progresista los hallamos en el Partido Liberal, creado por Sagasta, y que constituyó la alternancia al Partido Conservador (Cánovas) en el marco del sistema bipartidista existente.
A lo largo del siglo XX, en España, parece ser que el liberalismo progresista fue perdiendo fuerza pues, durante la I República se autodenominan progresistas liberales tanto a partidos dinásticos como a partidos no dinásticos. Aún así, la Agrupación al Servicio de la República (que al final terminó constituyendo un partido político) fue creada por tres liberales progresistas: José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala, con el objetivo de construir un nuevo estado. Contrariamente a la I República, en la II República ningún partido político se define como tal.
Durante la dictadura franquista, el liberalismo estuvo mal visto y el vocablo liberal se emplea despectivamente para designar a aquellos contrarios al régimen. Por su parte, el vocablo progresismo adoptó un significado que distaba del que tenía hasta entonces.
Durante la transición y la etapa posterior destacan pocos personajes liberales progresistas. Aún así, cabe destacar la figura de Eduard Punset, que formó parte de UCD y más tarde pasó a integrarse en el CDS. Asimismo, durante la transición también se constituyó el Partido Progresista Liberal, en 1977. Sin embargo, en 1978 terminó fusionándose con Acción Ciudadana Liberal.
Actualmente, podemos enmarcar a UPyD como partido que se nutre del liberalismo-progresista, fundado por Rosa Díez, Fernando Savater y Carlos M. Gorriarán, y a Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía, presidido por Albert Rivera, que apela a “los liberales de Cádiz” para presentarse como alternativa de gobierno en España.
En el resto de Europa y también fuera de ella, las políticas liberales progresistas o socio liberales han sido adoptadas por un importante número de países, sobre todo tras la II Guerra Mundial. Los partidos políticos que han seguido este tipo de ideologías han tendido a ser considerados de centro o centro-izquierda.
Un ejemplo de ello, a nivel Europeo, lo encontramos en la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa, constituida tras las elecciones europeas de 2004, mediante la coalición del Partido Europeo Liberal Demócrata Reformista y el Partido Demócrata Europeo.
En Reino Unido, por su parte, tenemos el Partido Liberal Demócrata, el cual defiende las ideas de John Stuart Mill, así como la descentralización y el estado del bienestar.
Otros partidos liberales progresistas europeos son: Radicales Italianos (Italia), Partido del Centro (Finlandia), Partido Popular Liberal (Suecia), Partido Social Liberal Danés (Dinamarca), Partido del Centro (Estonia), Demócratas 66 (Países Bajos) y Movimiento Demócrata (Francia), entre otros.
Finalmente, fuera de Europa encontramos el Partido Demócrata de Estados Unidos, el Partido Democrático de Japón y el Partido Liberal de Canadá.
Bibliografía
GIL, A.: Guerra, revolución y liberalismo en los orígenes de la España contemporánea. Capítulo correspondiente al libro de ROBLEDO, R., CASTELLS, I., ROMERO, M.C.: Orígenes del liberalismo. Universidad, política, economía. Ediciones Universidad de Salamanca, 2003. Salamanca. Páginas 223 y siguientes.
VILCHES, J.: Progreso y libertad. El partido progresista en la revolución liberal española. Alianza Editorial, 2001. Madrid. Páginas 24 y 25.
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