Juan J. Molina

Juan J. Molina
Juan J. Molina

domingo, 14 de junio de 2015

ANTONIO ESCOHOTADO: " LA UTOPÍA, ADEMÁS DE UNA MEMEZ, ES UNA INMORALIDAD"

El autor de la famosa «Historia de las drogas» publica el segundo volumen de su ensayo «Los enemigos del comercio»

Antonio Escohotado lleva con una mezcla de irónica dignidad que siempre se le reconozca por su influyente «Historia de las drogas». Pero este ensayista polémico no ha dejado nunca de buscar el lado más provocativo de la vida. Lleva 14 años enfrascado en una ambiciosa trilogía dedicada a estudiar el lado oscuro del comunismo. Acaba de publicar en España el segundo volumen de «Los enemigos del comercio. Una historia moral de la propiedad». Nos recibe en su casa de La Navata una suave tarde de octubre, con un leve horizonte de perros y Lucas, uno de sus tres gatos. Se les ve saludables a ambos: «Está por ver quién va a leer más, porque tenemos la misma edad. Él tiene 14 tacos y yo 72». Nunca deja indiferente. Va por libre. Adalid del liberalismo, se despacha con perlas como «Las ganas de matar son mayores en Marx que que Stalin», o «La utopía, además de una memez, es una inmoralidad».
¿Qué le llevó a enfrascarse en esta ciclópea trilogía «Los enemigos del comercio»?
Fue elemental ser comunista de joven, cuando empezaban la dictablanda de Franco, la ETA, las Brigadas Rojas, la Baader Meinhoff, el FRAP algo después...  Luego corrieron los años y me di cuenta de que había pasado por una etapa donde anduve desorientado sobre el sentido y el valor de la vida, tanto propia como ajena. Decidí entrar a fondo en la cuestión cuando compuse «Caos y orden» (1999), y asumí el compromiso de demostrar que el orden de grano fino podía sustituir al de grano grueso que suele presidir las investigaciones. Era el momento de hacer una historia adaptada a las enormes ventajas de internet.
¿Por qué una historia moral de la propiedad?
Ética es norma individual, moralidad norma colectiva, reino de las costumbres. Está especialmente claro en inglés, para describir lo impersonal y colectivo de nuestros valores y actos. La distinción sirve también para separar moral de moralina, que es el campo de las prohibiciones innecesarias y por eso mismo contraproducentes (como desterrar el librepensamiento, el cultivo de la magia, la idiosincrasia sexual, el menú farmacológico oficial). La moralidad no desborda los diez mandamientos, donde quizá solo sobra el de no fornicar, porque amar a Dios sobre todas las cosas bien puede traducirse por el kantiano sapere aude: «atrévete a saber», equiparando Dios y conocimiento.
¿Qué queda de la proclama proudhoniana de «la propiedad es un robo»?
Curiosamente, Prouhon defendió siempre la propiedad privada. Empezó así aquel libro para provocar al bienpensante e ironizar a costa de aquello que más detestaba: el victimismo de los primeros cristianos. Quienes realmente empiezan a considerar que la propiedad es un robo y el comercio su instrumento fueron los esenios, una secta de ebionim («hombres pobres») entre cuyos fieles más destacados estuvo Juan Bautista. Su primo hermano Jesús resultó incorporado a ella a través del bautismo precisamente.
Este segundo volumen se abre con una hermosa cita de Hegel, que habla de un ciego que recobra la vista, la claridad deslumbrante, y cómo con la llegada de la noche el sol externo ha ayudado a crear un sol interno. ¿En qué medida Hegel sigue agitando el pensamiento europeo aunque no se lea?
Es el gran filósofo realista, que por una serie de circunstancias extrañas a su pensamiento -la densidad de su estilo, la radical escasez de lectores efectivos, y el sesgo de Marx- pasa por idealista. Dedico un capítulo a intentar demostrar es el filósofo de la finitud y la muerte, lo más real, y también el único maestro multidisciplinar comparable con Aristóteles, así como el primer cristiano que no comulga ya con fantasías como la resurrección de la carne.
¿Es la izquierda la hija de malas lecturas de Hegel y Marx?
El fruto de ignorar a Hegel, y suponer que la dialéctica amo-siervo caduca desterrando el derecho de propiedad. [Se ríe]
Dice al inicio del libro que median cinco años entre el primer volumen y este, y que el tiempo le ha hecho matizar algunos conceptos. ¿En qué ha habido mesura y reconsideraciones?
Un cuadro sin terminar es como una percepción desenfocada. Nuevos flujos información no solo precisan los perfiles de las cosas, pues si seguimos con esa metáfora la nitidez descubre, por ejemplo, que aquella figura del fondo a la derecha no era un gato sino un oso hormiguero. La experiencia me convence de que basta estudiar para que las brumas retrocedan. Careciendo de inspiración alguna, este libro la suple con un trabajo sostenido durante 14 años, sin fines de semana ni otra vacación que estar un rato con los seres queridos, algo de ejercicio sano y jugar online al ajedrez.
Habla de la fábula del Nuevo Testamento como campeón del abolicionismo. ¿No están aquí exégetas como San Pablo enmendándole la plana a Jesucristo, matizando sus proclamas más incómodas para el poder?
San Pablo le dice al esclavo que el hecho de serlo le acerca al favor divino y al cielo, mientras de paso le manda cumplir las órdenes del amo «de corazón». El cristianismo fue el apoyo providencial para la sociedad esclavista, y falsificamos toda la historia antigua olvidando no solo esto, sino que dicha sociedad era entonces una creación reciente, impulsada por tres culturas concretas (asirios, espartanos y romanos). Solón y Hesiodo advierten que una sociedad donde el trabajo no sea remunerado será siempre ruinosa, y la manifestación más clara de que la cultura antigua ni conoce ni admite esclavos en sentido romano es el edicto de Ciro el Grande en el siglo V a. C., que los prohíbe en todo su Imperio. Sin el mensaje cristiano de resignación, añadido al dogma de que todo poder terrenal viene de Dios, el Imperio romano habría colapsado mucho antes, y jamás el mercado de abastos habría sido sustituido indefinidamente por el de «herramientas humanas» (Aristóteles), como ocurrió hasta la revolución comercial del siglo XII. La letra de cambio, la contabilidad por partida doble y el derecho mercantil coincidieron con la posibilidad amurallar los burgos, y solo desde ese momento fue posible vivir de la maestría profesional, de la tenacidad y la honradez. Lo previo había sido un mundo reducido a guerreros y clérigos, donde  ni siquiera hay medios para procurar techo, comida y alimento al esclavo, que se transforma por eso en siervo de gleba, obligado a regalar tres días de la semana a lo que mande su amo.
¿Por qué le gusta tanto el siglo XIX?
No hay grandes guerras, y queda claro que la población puede cuadruplicarse sin perder capacidad adquisitiva. La enorme masacre acontece en el siglo XX, y también en siglos precedentes, sobre todo en el Renacimiento. El XIX es un siglo inventivo, matriz de todas las creaciones que ahora florecen. El hombre empieza a aceptar que gran parte de su principales obras –el derecho, el proyecto científico, la sintaxis, el dinero, el mercado, el civismo- no son cosas controlables por decreto, sino cristalizaciones de una inteligencia objetiva que trasciende la voluntad de cualquiera. Son obras nuestras pero no fruto de designio subjetivo. Manan de la cooperación en buena medida inconsciente de infinitos individuos a lo largo de espacios muy largos de tiempo. Esa cura de humildad deslinda al sabio del voluntarista.
Una corriente muy seductora de los historiadores se abraza a los ciclos, y dicen que se abrazan así a la realidad. ¿En qué medida esa historia cíclica es una falsificación y en qué medida su historia se ciñe a la realidad?
La teoría del devenir cíclico, formulada por Ibn Jaldún en 1377, es una variante del eterno retorno. En cierto momento un pequeño grupo logra lo que llama «cohesión tribal» (asabiya), crece hasta crear un Imperio y luego se desintegra. A continuación la asabiya migra a otras latitudes, donde vuelve a desplegarse como un organismo que florece y acaba pudriéndose. Jaldún es un genio admirable, a cuya estela se acogieron desde Vico y Gibbon hasta Spengler, Toynbee y Spengler, o últimamente Paul Kennedy, pero su núcleo es ajeno a la dinámica evolución-involución. ¿Avanzamos, retrocedemos? Lo imposible es quedarnos en algún sitio. Gibbon dedica seis colosales volúmenes a la decadencia y caída del imperio romano, espléndidos por erudición y prosa, si bien atribuye la caída a haber asimilado el cristianismo, y con esa frivolidad a lo Voltaire omite que sin el cesaropapismo se hubiera desintegrado mucho antes. Que los historiadores ulteriores se conformasen con tal simpleza apunta a lo cómodo del esquema cíclico, que reduce el devenir a sucesivas norias. La historia evolutiva, que nace con Hume, pasa del círculo a la espiral. Puede correlacionar tanto la tendencia ascendente como la descendente de cada civilización sin paralizarse en esa obviedad, como cuando descubrimos que los ciclos económicos componen también ondas o superciclos. Hegel comienza sus lecciones sobre filosofía de la historia recordando: El mundo asiático piensa que solo uno es libre, el grecorromano que algunos son libres, y el germánico que todos son libres. He ahí otra ventana a la evolución.    
¿Marx está sobrevalorado como economista e infravalorado como escritor, en una suerte de simetría con Freud y el psicoanálisis?
A mi juicio solo destaca como primer historiador del pensamiento económico, y por afirmar que el capitalismo no puede ser eterno, si bien su teoría económica es –en palabras de Schumpeter- «un sistema esencialmente equivocado, incapaz de no violentar los hechos». Como escritor nunca publicó nada que no estuviese editado por su familia, por Engels o por Kautsky. Sus manuscritos combinan unos pocos asertos con invectivas y sarcasmos, mientras el hilo se pierde cada pocas líneas. Ordenar esos materiales fue siempre obra de otros.
¿Es decir que sin Engels Marx no hubiera sido Marx?
Absolutamente. Este volumen aborda dicho asunto con gran lujo de detalle.
¿En qué se equivocan los que siguen sirviéndose de Marx para analizar el capitalismo y nuestra época?
(Se ríe). El concepto nuclear de Marx -la plusvalía o plusvalor- se acuña para explicar los precios, pero fracasa estrepitosamente. De hecho, esa acepción de la plusvalía es un malentendido, cuya fuente es la lectura de Ricardo hecha por Robert Owen, un lego total en teoría económica. Owen tomó de los Principles la hipótesis de que los precios podían calcularse “también“ por las horas empleadas en hacer tal o cual cosa, y al comprobar que no era así –por ejemplo, una patente inventada en minutos o segundos valía tanto como cien mil horas de trabajo no especializado- dedujo que el operario estaba siendo objeto de estafa. Su surplus value no deriva de identificar un factor concreto en un proceso concreto, sino de que decidió calcular los precios por unidad de tiempo, y como eso no funciona la irrealidad resultante se salva con una segunda irrealidad: que la diferencia entre coste de producción y precio es la medida del hurto consumado a costa del trabajador. Pero antes decidió no incluir en los costes de producción al propio empresario, y devolver los créditos pedidos para poner en marcha el negocio, como si las empresas surgiesen y se mantuviesen sin ambos elementos. Algo idéntico al plusvalor marxista introdujo el éter en la cosmología de Newton, y el flogiston en la química de Boyle. En los tres casos la construcción se desploma sin añadirle una entidad imaginaria.
Es un malentendido que ha generado toneladas de palabras y acontecimientos inauditos...
El más asombroso del siglo XIX y parte del XX, hasta que se desvaneció con la fe en una economía política planificada. Estuve como un año estudiando incompartidamente a Ricardo y a James Mill, su colega, junto con Owen y la sección correspondiente de El Capital, para poder hacer esta afirmación en términos categóricos, y el libro va detallando paso a paso la construcción de ese equívoco.
Dice que ni el operario rural ni el urbano muestran menos apego por la propiedad que otros estratos sociales y que solo cerrando los ojos al pasado y al presente se puede pensar que el comunismo es un movimiento cebado por la fuente de ingresos. Pese a la tragedia del comunismo realmente existente, o realmente aplicado, ¿por qué sigue atrayendo a muchos seres humanos?
Porque «los últimos serán los primeros» seduce intemporalmente. Dicha operación no puede ser más arbitraria, ni exigir tampoco un uso más sistemático de la violencia, pero reúne a todos cuantos están disconformes, unos con el éxito ajeno y otros con el estado de ánimo propio. «Benditos sean los pobres de espíritu, los humildes y los afligidos», como anuncia el Sermón de la Montaña, podía en principio limitarse a una consolación del desfavorecido. Pero dos milenios de historia occidental demuestran que propende a lo dicho ya por el primer apologeta evangélico, el romano Quinto Tertuliano: «¡Qué placer sentiré viendo a Platón, Euclides, Aristóteles, Sófocles y otros ricos de espíritu tostándose eternamente en las llamas del infierno!». Ese ánimo da para los siglos de los siglos.
¿Entonces una de las claves del comunismo es el resentimiento...?
Está usted empezando a adelantar las conclusiones del tercer volumen. Dejémoslo ahí, porque el resentimiento no agota en modo alguno sus fuentes de reproducción.
¿En qué medida se equivocan quienes aseguran que la idea del comunismo es buena, que su aplicación es lo que se ha hecho mal? ¿Está el totalitarismo en Marx y Lenin antes que en Stalin o Mao, los grandes aplicadores?
La misantropía –o si prefiere- las ganas de matar son mayores en Marx y Lenin que en Stalin. Alguien podría asombrarse, pero el tomo III demostrará con todos los pormenores debidos que Stalin mata para protegerse de su personal delirio persecutorio. Marx y Lenin quieren matar al rico como Hitler al judío, atendiendo al mismo plan eugenésico. Ya la Epístola de Santiago había advertido a los prósperos: «Habéis engordado para el día de la matanza». 
¿Mostraron los padres fundadores de la democracia americana un más exacto conocimiento del alma y la condición humana a la hora de poner contrapesos al poder, a la hora de fundar un nuevo sistema político?
No padecieron la arrogancia de pensar que todo es solucionable silenciando al disidente. Compare a Franklin y Jefferson con Marat y Robespierre, dos neuróticos guiados por la auto-importancia, que obran como matasanos del resto.
Y sin embargo en su libro se encarga de recordar que los ejemplos más perdurables de colectivismo se dieron en Estados Unidos, no en la URSS o en otros continentes?
El júbilo del historiador parte de descubrir cosas ignoradas, y de ir desconfirmando errores propios. Que la realidad te vaya guiando, en vez de ir tú ahormándola a prejuicios. Quedé atónito viendo que en el panteón fundacional del capitalismo norteamericano hay varias sectas comunistas que no lo eran en Europa, pero recurrieron a la comunidad patrimonial para sobrevivir, y persistieron tan próspera como duraderamente. Los rappitas, por ejemplo, sufragaron el primer tendido de ferrocarril, entre Pittsburg el lago Eire, y los amanitas son el origen de Whirlpool, la gigantesca multinacional de refrigeradores que inventó también el microondas. Todas ellas fueron Iglesias inconformistas (dissenter), y coincidieron en América con numerosos experimentos comunistas laicos, hasta el punto de ser los rappitas quienes venden su ciudad Armonía a Owen para que funde Nueva Armonía, en 1825. Owen regalará a un millar de colonos la maquinaria más moderna, a pesar de lo cual su proyecto perece en menos de dos años por rencillas, pereza e incompetencia. Idéntico fin padeció Icaria, el experimento del comunista Cabet, cuyos miembros acabaron queriendo matarse de hambre unos a otros, y algo menos truculentamente sucumbió Brook Farm, la llamada Granja de los Intelectuales. En definitiva, seis sectas religiosas salen adelante con un comunismo instrumental, y fracasan un centenar de proyectos laicos donde el comunismo es el fin substancial, un resultado tanto más doloroso cuanto que Owen, Cabet y sus émulos fundan sus respectivas comunas para «enseñar al mundo su recto camino». Pude empezar a informarme sobre ello gracias a la monografía Charles Nordhoff, un contemporáneo suyo, que al estar editada por Galaxia Gutenberg con una letra malísima aceleró mi operación de cataratas.
¿De modo que casi le cuesta la vista este libro...?
Le daría con gusto un ojo al dato, porque me abrió el entendimiento a la experiencia vivida por unos y otros, que apenas nadie conoce, y habla por sí misma.
Contrapone a Montesquieu y a los ilustrados ingleses, «tan sensibles a los resortes inconscientes e impersonales del progreso», a Rousseau y buena parte de los ilustrados franceses que confundieron el cristianismo con la fuente del atraso, cuando a su juicio «el legado básico de esta religión es dividir el poder coactivo en una esfera espiritual y otra material, creando con ello una fisura permanente en el monolito despótico».
No a mi juicio sino al de Saint-Simon. Hegel y él me parecen los faros iniciales del XIX, si bien Saint-Simon mediante intuiciones visionarias y Hegel completando el cuadro con una recapacitación sobre lo ya acontecido.
Decía esto al hilo de que la simpleza y la banalidad de la crítica se extiende hasta nuestros días. ¿Vivimos entre indocumentados, me temo?
Internet es lo que Aristóteles llamaba intelecto agente (nous poietikós), y está al alcance de un simple click en el ratón, pero de buenas a primeras ese tesoro no reanima la vocación de saber ni en los viejos –a quienes coge muchas veces tarde- ni en los jóvenes, que fascinados por la revolución en el manejo y traslado de paquetes audiovisuales lo reciben con algo parecido al aturdimiento. Como el destino de todo lo inmediato es ir siendo abolido, ese depósito infinito de información que nadie puede decapitar bien podría compararse al descubrimiento de la rueda, e incluso a la conquista del fuego. No hemos descubierto ningún punto de apoyo comparable para que el ser humano vaya confiando cada vez más en la inteligencia verificable, y cada vez menos en el porque me da la gana.
¿Qué impresiones y deducciones le suscita el nuevo Papa, que se nombra Francisco y obispo de Roma?
Ya era hora de que llegase un pontífice expresamente fiel al santo de Asís, que recobró el ideal del pobrismo evangélico cuando la Iglesia se dejaba tentar tanto por los bienes terrenales. Jesús expulsó por dos veces a los mercaderes del templo, y veremos hasta dónde está dispuesto a llegar este simpático Papa. Su país sigue teniendo como referente político y moral supremo a Juan Perón, un don nadie ascendido al rango de primer magistrado en 1946, si la memoria no me falla.
¿Es el falangismo latinoamericano?
Argentina, cuna también del incomparable Borges, surgió de cobrar un peaje a la plata que bajaba de la montaña boliviana –ya desaparecida- de Potosí. Atendiendo a la proporción de recursos y habitantes debería ser el país más rico del planeta, a gran distancia del siguiente.
Dice que «de haber concebido durante tanto tiempo el trabajo como maldición y vileza pervive el error funesto por excelencia, que es seguir encomendando el gobierno a quien no demostró ni la humildad ni la pericia exigidas para aprender algún oficio útil». ¿Por eso son tan ineptos tantos dirigentes nuestros?
Otrora el poder político pertenecía a quienes detentaban ya el de hecho, y gobernar les imponía desatender sus negocios, perdiendo dinero. Hoy hay en España dos castas de ámbito nacional formadas por cientos de miles de personas, y una decena de castas regionales no despreciables tampoco en número, cuya única vía de acceso a un nivel de vida alto o muy alto parte de meterse en política, pues profesionalmente no pasarían de conserje en la mayoría de los casos. La consecuencia solo puede ser un endeudamiento ruinoso, lo mismo aquí que en Portugal o Grecia. Controlar, y finalmente reducir ese segmento a personas honradas y competentes, es la tarea fundamental. Internet habilita mecanismos de democracia directa, pero su condición es un nivel de civismo quizá no alcanzado, pues podrían prosperar todavía referéndums dirigidos a no pagar impuestos, volver a una moneda devaluable y sandeces parejas. Sea como fuere, que gobernar se haya convertido en el mejor negocio para gente incapaz siquiera de hablar inglés, y que exista una clase política despreciada por la ciudadanía, es el peaje pagado por pasar a un Estado democrático. Si las cosas evolucionan como en otros países de tradición democrática, también aquí el listillo verá recortados sus privilegios, aunque no antes de que cada uno deje de seguir vendiendo o comprando en B, mientras exige que el resto lo haga en A. La primera casa a limpiar es la nuestra propia.
¿En qué medida la desaparición o (en término penoso) precarización del trabajo en España explica la falta de energía e ideas de los «partidos de los trabajadores» o de los sindicatos, o, en otras palabras, nos encontramos en una nueva proletarización que podría ser germen de un movimiento revolucionario?
Si no mejoran las cosas tampoco puede descartarse una regresión al Frente Popular, porque este país es el peor avenido de Europa, que en un siglo atravesó cuatro guerras civiles (la así llamada y las tres carlistas), un modelo de cainismo solo igualado por Rusia. Para acabar de arreglarlo está la supervivencia del trabajo como maldición, heredada directamente de la sociedad esclavista. Así como para el cristianismo reformado trabajar es rezar, para latinos y eslavos trabajar es embrutecerse. No hay mejor empleo del tiempo libre que trabajar, pero para acceder a esa alegría permanente es preciso que cada cual se busque y rebusque, hasta encontrar una actividad donde pueda pasar de aprendiz a maestro, pues el experto resulta demandado siempre. Eso se llama call en inglés, Beruf en alemán y vocación en castellano, y quien no disponga de tal cosa ya puede afanarse en hallarla. En otro caso irá pidiendo sin saber corresponder con un servicio útil a los infinitos terceros de quienes dependemos a cada momento para sobrevivir, y se enajenará tanto el respeto del prójimo como finalmente un simple lugar al sol.
Porque vocación es para muchos un término que parece reaccionario, o del siglo XVII...
Es sociología elemental. Nada más ridículo que pensar como un romano dueño de muchos esclavos, cuando por fortuna aquél mundo dejó de existir. Esa moralidad sigue reclutando adeptos por paradójicos caminos –como prohibir el trabajo por cuenta propia, al modo bolchevique-, pero todos ellos dependen de olvidar lo que sabe el refrán: de donde no hay no se saca.
En su libro dice que la pobreza no es semilla de revoluciones.
Ese fue otro de los hallazgos imprevistos, como el de las sectas comunistas americanas. En el único momento boyante de Roma brota y prospera el comunismo evangélico. Cuando llega la revolución comercial europea estallan las guerras campesinas alemanas y el comunismo husita. La revolución  industrial dispara directamente el comunismo llamado científico. Mientras persiste el binomio miseria-despoblación, como en el Bajo Imperio y la alta Edad Media, no hay rastro de igualitarismo militante, y hace falta esperar a una bonanza económica para que resuene de nuevo el programa expropiador. Se diría que cada avance en el desahogo se ve seguido por algo análogo a un vértigo ante la libertad, que exige las seguridades de mantener a cada cual su sitio previo, sin resquicio para la movilidad social. Pero esa constatación es el tipo de dato que solo llega a posteriori. Entiendo que ciencia y a priori son poco compatibles, por más que muchos solo consideren científico al capaz de adivinar el futuro con exactitud. Se piensa, por ejemplo, que el clima es predecible. Pero no lo es, como prueba entre otras cosas el llamado efecto mariposa, sencillamente porque el estado de la atmósfera es un fenómeno autoproducido instante a instante, donde la ilusión determinista no tiene otro apoyo que la observación trasmitida por muchos satélites. Las cosas se hacen a sí mismas cuando en vez de ser meros símbolos constituyen objetos reales, y en el terreno de lo vivido la máxima arrogancia es el historicismo, obstinado en atribuirle leyes al acontecer. A esa razón legislativa opongo la razón observante o descriptiva, única fuente de luz para juzgar el presente y sondear el futuro.
¿Pero por qué ocurre precisamente eso? ¿Hay un crecimiento, un desarrollo y surge una mala conciencia, una conciencia que hace que surjan ideas críticas?
Al crecer la prosperidad crece la autonomía, y la novedad refuerza el espíritu conservador como antídoto para la incertidumbre, despertando un afán de certezas absolutas qu el caldo de cultivo recurrente para soluciones mesiánicas. Emergen salvadores providenciales del pueblo que venden seguridad a cambio de obediencia, alegando que la libertad ni se come ni se bebe. Con todo, basta enajenar las libertades para que la inseguridad se torne ubicua.
¿Qué le pareció el 15-M, qué le sobraba y qué le faltaba?
Pues no sé. Quizá le sobraba inmediatez, e ingenuidad. Pero no estuve en la Puerta del Sol ni hablé con sus adalides. Siempre pensé que lo oportuno para hablar de economía es estudiar economía, y que todos los hechos sociales se explican por hechos sociales previos. Me parece que la utopía –recuerde: u-topos, «no lugar», como dice Tomás Moro de su isla- constituye la pretensión de pontificar sobre todas partes desde ninguna, por lo cual es además de una memez una inmoralidad. La inmoralidad le viene de cultivar lo imposible, saboteando los recursos siempre limitados de cada aquí y ahora para salir adelante, pues solo el realismo defiende de la intemperie ambiental.
Ha dicho recientemente que su vida ha sido la conjugación del verbo estudiar (aunque tal vez convendría añadir la del vivir y experimentar). En su libro habla de la universidad alemana en tiempos de Hegel, de una «burocracia lo bastante bien organizada como para suscitar entusiasmo por el estudio». ¿Podríamos reproducir aquí o España no tiene remedio?
Mi caso es curioso. Muy poco antes de jubilarme firmé la primera (y última) oposición a cátedras, obteniendo siete ceros en el ejercicio de currículo, a despecho de superar por siete el de mis siete jueces, y tener reconocidos más sexenios de investigación que ninguno. Luego pedí seguir trabajando como emérito, pero no lo consideró oportuno mi departamento. Solo logré leer la tesis doctoral yendo con un notario, porque el presidente y dos colegas detestaban a Hegel –«ese protestante antiespañol»- y con su ausencia impidieron por dos veces el quorum. Cuando el notario iba a levantar acta de que el presidente estaba en el decanato se dignó aparecer, y en un abrir de ojos me hice doctor. En 1983, cuando unos cuatro mil adjuntos se convirtieron en titulares, solo dos aspirantes resultaron suspendidos, uno de ellos yo mismo, por más que ya entonces tuviese varios libros y muchos artículos publicados. Acuérdese de que Julián Marías ni siquiera pudo leer su tesis doctoral. En este país la pasión por el estudio es casi tan peligrosa como no pertenecer a alguna capilla.
Critica acerbamente lo que califica de sentimentalismo folletinesco en algunas obras de Víctor Hugo (como «Los miserables») o Charles Dickens y su retrato de la vida de los mineros británicos del siglo XIX. ¿Se ha forjado en esas poderosas fuentes literarias buena parte del imaginario anticapitalista? ¿Acaso no hay ejemplos contemporáneos de la explotación?
El protagonista de «Los miserables», por ejemplo, es condenado a cadena perpetua en galeras por robar una barra de pan, aunque el hurto famélico estaba reconocido entonces como eximente por el código penal francés. Dickens obtuvo todavía más réditos mercantiles con su amarillismo. Mi libro examina de cerca el nacimiento de New Lanark, que fue la primera fábrica del mundo con varios miles de obreros, y aproximadamente una quinta parte de niños entre los 12 y los 16 años. La dirigía entonces el ya mencionado Robert Owen, un filántropo que años después se arruinó con su desastrosa comuna en Norteamérica. Vale la pena recordar que nunca se opuso al trabajo infantil mientras su jornada no superase las seis horas ni implicara un desgaste físico impropio de la edad, sencillamente porque para aquella Inglaterra era el mal menor. Owen y Dale, el fundador, organizaron escaletas de trabajo para mantener unidas a las familias, donde los niños hacían unas funciones, las mujeres otras, y los hombres otras, pero se mantenían juntos y evitaban así la falta de guarderías y escuelas gratuitas, que precisamente empezaron a establecerse dentro de aquellas primeras factorías gigantescas. Gracias a la capitalización resultante el país pudo permitirse poco a poco prescindir del trabajo infantil, pero es absurdo amplificar el mal menor creyendo que todo se soluciona a golpes de decreto. Unicef aclaró recientemente que en Bangladesh el efecto de que Norteamérica se niegue a aceptar productos donde intervengan menores de 16 años ha convertido en prostitutas, delincuentes y picapedreros a decenas de miles de jóvenes, empleados antes en la industria textil. El maximalismo logra a veces que el tiro salga por la culata, sobre todo cuando maldice la utilidad y la rentabilidad.
Entre nuestros más sensibles espíritus contemporáneos se critican los abusos del capitalismo indio y sobre todo chino. ¿Se olvidan los críticos de cuánta gente ha dejado de pasar hambre en esos países como algo que no merece crédito?
Apenas empiezo a estudiar la experiencia de Kerala, el único estado comunista de la India, y sobre todo la historia reciente de China. Carezco de información suficiente para opinar, pero parece que la capacidad adquisitiva en ambos países ha crecido de forma espectacular.
¿Por qué prendió con tanta fuerza el anarquismo revolucionario en la España del XIX y del XX?
Quizá porque el alma eslava y la latina, según Bakunin, comulgan en pasión por reconstruir desde cero. El libro dedica dos capítulos al anarquismo y el comunismo en clave ibérica, y otros dos al mismo asunto en clave eslava. Lo cierto es que no faltan curiosos paralelismos.
¿Cuál es el genio del capitalismo que le ha hecho durar tanto? ¿Conocimiento profundo de la verdadera, irredimible, naturaleza humana?
Quizá eso. Quizá ser inseparable de la iniciativa. Decía Hayek que si un pueblo no tiene iniciativa habrá que enseñársela, o sucumbirá. El capitalismo premia al mismo tiempo la suerte y el mérito, complaciendo así al gran caníbal del planeta que es la propia vida, forzada permanentemente a devorarse. Si pudiera extraer su energía de piedras –como quizá logre la fusión nuclear- estaríamos hablando del ser concebido por Parménides. Pero no, estamos hablando aún del devenir expuesto por Heráclito.
Gracias al libro «Historia de las drogas» ha sido fuente de inspiración de muchos anarquistas en España, o de muchos libertarios. ¿Cómo encajan estas investigaciones suyas en el lado oscuro del comunismo?
Empiezo a comprobar que la historia del comunismo es un tema todavía más tabú que la historia de las drogas. No descarto algún nuevo acoso, viendo que 197 comentarios de «Público» al primer volumen –mucho menos inquietante que el segundo- tienen en común desearme una estancia en el gulag o «14 horas diarias en un andamio», y el único comentario positivo apareció «oculto por la valoración de los lectores».
¿Supongo que les desconcierta?
Algunos no comprendieron en su día que quien considera la libertad como justicia debe preferir la economía de mercado a la planificada, y ser partidario de derogar la arbitraria prohibición que reina en materia farmacológica, por ejemplo. Esas conclusiones se siguen como el dos del uno, pues no podemos declararnos humanistas y civilizados sin defender la autonomía y dignidad del prójimo. Intenté reunir epistemológicamente esos hilos dispersos en «Caos y orden» (1999), proponiendo un tránsito del grano grueso determinista al grano fino impuesto por la naturaleza en general, que pase de las profecías a la observación. En otras palabras, renunciar a las arrogancias del racionalismo sin abonar las arrogancias del irracionalismo. Unos rompen cosas en nombre de la razón, otros en nombre de la sinrazón. ¡Vaya espanto!
Que el camino del infierno esté empedrado de buenas intenciones. ¿Es uno de los grandes males de la izquierda, y no solo hispana?
La derecha desapareció en gran medida después de la Segunda Guerra Mundial, convertida en centro, pero la izquierda necesita pensar que crece sin pausa para mantener su propia imagen, que al ser una entidad de naturaleza polar solo se sostiene en el trance de sentirse perseguida por un adversario. Los adjetivos son todos polares, como alto, frío, bueno, grande, etcétera, mientras los sustantivos reposan todos sobre sí mismos. No hay por eso un no-caballo, aunque la inercia de aquello que Marat llamaba la agresión defensiva, y la concepción maniquea del mundo, hizo que Marx opusiese el hombre auténtico al inauténtico o individual, como si la guerra de clases pudiera o debiera trasladarse al centro del yo.   No he conocido a un solo comunista español que deseara vivir en la URSS o sus satélites, y observe que lo mismo debe decirse de Adorno, Marcuse, Horkheimer, Sartre o Althusser.
¿Y qué le parece esa extraña alianza entre la izquierda o seudoizquierda y el nacionalismo?
Todos los focos de resentimiento definen un campo magnético, y no ha mencionado al tercero en cuestión: el integrismo islámico. Los enemigos del comercio y los enemigos del libre examen están llamados a entenderse, como anuncia el abrazo de Amadineyad y Chávez. Solo faltan el señor Jonqueras, Sabino Arana y el subcomandante Marcos para prestar algo más de colorido al cuadro de la demagogia victimista.
¿Qué ha aprendido de los liberales y por qué esa especie ha tenido tan mal asiento en España? ¿Por culpa del cristianismo, la historia, la expulsión de los judíos?
Quizá mi trabajo empezó a molestar porque no soy antisemita, sino más bien filosemita, a pesar de que intento estudiar ecuánimemente las razones de ambas tendencias. El judaísmo puede considerarse una religión y también una cultura. En este segundo caso es notable comprobar que un porcentaje tan pequeño de la humanidad haya podido ejercer una influencia tan grande, pero la cantidad de individuos destacados remite a una educación de su prole en la frugalidad y el esfuerzo, finalmente en respetar un orden meritocrático. Eso les permitió sobrevivir tras sus insensatas guerras contra Roma, donde por cierto hicieron acto de presencia por primera vez los zelotes esenios, innegable origen del mártir asesino al estilo Bin Laden. Israel se bifurca ya de antiguo en una sabiduría representada por Salomón, Job o Jeremías, y un espíritu profético que Amós, el más antiguo, resume en su «¡Malditos sean los que disfrutan tranquilamente!».
¿Cree que Robert Owen ha tenido algún heredero, se podría reconocer alguno en nuestra época?
Dedico mucha atención a Owen, porque tiene muchas facetas...
Es un tipo fascinante
Un benefactor de la humanidad, una bella persona y al tiempo un desequilibrado, que dialogaba por las tardes con Ciro el Grande y Platón a través de su bola de cristal. Es quizá el único comunista que cerró sus propios periódicos cuando vio que los directores incitaban a la revancha y a la venganza. ¿Un Owen moderno...? Quizá lo más parecido sea Yunus, el banquero de los pobres, si bien Yunus no llegó a inventar aquello de la vacación nacional que luego se llamó huelga general, quintaesencia de lo aterrador desde finales del siglo XIX hasta el primer tercio del XX.
¿En este tomo no menciona a Kolakowski, no sé si es una figura que va a mencionar en el tercero y último?
Mi primera traducción fue un libro suyo, publicado por Editora Nacional, fíjese qué casualidad, hacia 1962. Desde entonces le perdí la pista, pero no dejaré de consultar su obra para el tomo III.
¿Quién es Antonio Escohotado?
¡Uoooph, ya me gustaría saberlo! Nunca pensé llegar a tan viejo, y aunque la euforia sea mi estado habitual de ánimo no deja de ser inquietante la perspectiva de inevitables achaques, tras cuarenta años de no consultar al médico. Quizá la vida sea generosa hasta el final, y me dé una muerte rápida. En otro caso será preciso tomar medidas, para no empreñar sin necesidad a los míos [y ríe sarcásticamente su ocurrencia].

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