...creo que si cada uno de nosotros pensará en ser un hombre ético, y tratara de serlo, ya habríamos hecho mucho; ya que al fin de todo, la suma de las conductas depende de cada individuo.
La disyuntiva entre sociedad civil y partidos políticos a la
hora de llevar a cabo un cambio profundo en nuestro desacreditado sistema de
gobernarnos, me produce cuando menos, cierta desesperanza. Aquellos que
defienden que desde las organizaciones políticas será imposible llevar a cabo
esta metamorfosis, no carecen de razón en una parte de su razonamiento:
efectivamente, los partidos políticos cultivan en sus entrañas graves problemas
que impiden e impedirán, si no son capaces de remediarlo, la tan buscada
regeneración democrática. Son organizaciones jerarquizadas, opacas y entregadas
a la conspiración continua entre distintos grupos que buscan, en la mayoría de
las ocasiones, posicionarse en el mejor puesto de salida para alcanzar el
premio deseado; ya sea un cargo en el propio partido o en el Estado. Para
conseguirlo, no dudaran en usar cualquier artimaña, trampa o mentira que sirva
para desacreditar al adversario y ponerlo fuera de juego. Ocurre en todos los
círculos de poder, cada uno ocupado en abatir a sus enemigos y en apoyar a
aquellos que a su vez, les apoyaran a ellos. Es la cuadratura del círculo de
los incapaces, incapaces de alcanzar las cosas por sus propios méritos, no les
queda otra que unirse en manada como lobos y trabajar sin escrúpulos por el
bien del grupo. A la cabeza de estos grupos suelen estar los peores, aquellos
con menos escrúpulos a la hora de llevar a cabo las emboscadas y las cacerías,
se necesita gente así, pues alguien con conciencia y remordimientos, no sería
capaz de llevar a término el objetivo y
todo el proyecto estaría en peligro.
Dicen que la política saca lo peor de uno mismo, y es
probablemente cierto, porque al final, aquellos con principios y valores se ven
pisoteados y maltratados, de manera que solo les queda una solución para
sobrevivir a estas manadas de desalmados: jugar con las mismas armas, volverse,
en definitiva, como ellos. Una vez que traspasas la línea se hace difícil
volver y si vuelves, ya no vuelve la misma persona. Vuelve otro, más duro,
menos humano.
Este el juego que bulle en las entrañas de las
organizaciones políticas, una guerra sin cuartel donde las distintas facciones
luchan sin piedad y sin hacer prisioneros. En este juego barrio-bajero, los mejores, aquellos que respetan las reglas
y los principios, no tienen apenas posibilidades de sobrevivir. Por eso no es
de extrañar que lleguen al gobierno de pueblos, regiones e incluso del propio
país gente sin conocimientos, sin capacidades para el buen gobierno, sin
principios, sin honor, sin escrúpulos y corruptos. No es el poder el que los ha
corrompido, venían corrompidos de cuna y las ansias de poder y su ostentación,
solo han hecho que destapar su verdadero ser.
Sin embargo, la parte en la que creo están equivocados
aquellos que suponen que debido a todo esto, solo la sociedad civil puede
liderar el cambio que necesitamos, olvidan algo muy simple. Los partidos
políticos son el reflejo de la propia sociedad, estos individuos no han
desembarcado desde una nave proveniente de otro planeta, vienen de más cerca,
de sus casas, de nuestros barrios, de nuestros colegios, de nuestros pueblos,
de nuestras universidades. Son producto nacional, fabricados del mismo tronco
que los trepas de toda la vida, de la estirpe del cacique de turno y el
buscavidas de siempre. Si alguien cree que la sociedad civil está exenta de
estos especímenes, ese alguien es un iluso.
Ya no importan tanto las ideologías, que se deben tener en
cuenta aunque solo sea por empirismo puro y duro, pero es más una cuestión de
personas, de ser capaces de distinguir y preservar a los mejores de estas manadas de lobos,
de protegerlos y auparlos hasta donde, gracias a sus capacidades, valores y
honestidad, tendremos al menos la posibilidad de que puedan mejorar nuestras
vidas. No nos salvaran los partidos, ni tampoco la sociedad civil, cada uno haciendo la guerra por su cuenta. Lo
que nos puede salvar es poner a los mejores al frente de la política y de la
sociedad, así ha sido siempre y así será en el futuro, necesitamos líderes y la
forma en que son seleccionados ahora, sobre todo en los partidos políticos, es
fallida. No tengo la fórmula perfecta para llevar a cabo esa selección, me temo
que por ahora, solo nos queda la intuición y la honradez. Intuición para saber
distinguir a aquellos cargados con valores y principios éticos, no sobornables,
respaldados por sus hechos y no tan solo por sus palabras, y honradez, para ser
capaces de protegerlos y apoyarlos por encima de preferencias de amiguismo
cargadas de prebendas y promesas interesadas.
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