Juan J. Molina

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Juan J. Molina

sábado, 8 de marzo de 2014

Venezuela: la sórdida relación entre escasez, inflación y pobreza.

“Hay tres clases de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas”
Mark Twain
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La escasez en enero alcanzó niveles récord. La cifra casi sextuplica los niveles que se consideran normales. El 28% de escasez anunciado por el Banco Central de Venezuela confirma lo que se observa en las calles de Venezuela: ciudadanos deambulando de comercio en comercio, ciudadanos haciendo colas y pagando los alimentos con su tiempo, ciudadanos comprándole a los buhoneros a precios que están muy por encima de los publicados en la Gaceta Oficial. Ciudadanos en estado de caza-recolección.
Si la inflación es terrible, la escasez puede ser peor. La combinación de ambos fenómenos, devastador. Cuando el fenómeno de la escasez se manifiesta en una economía, los datos de inflación pierden la capacidad de reflejar el verdadero costo de los bienes y servicios. No se trata de una manipulación del indicador: se trata de que el indicador de inflación subestima los precios de los bienes y servicios debido a la escasez.
¿Cuál es el precio de un producto que no existe? ¿Cuál es el precio de un producto en el que la escasez alcanza el 100%? Esa cifra adquiere dimensiones interestelares: el precio de algo que no existe es infinito. Ni el hombre más rico del mundo puede pagarlo. Cada punto de escasez incrementa el precio efectivo, que es el costo de adquisición total de un producto. Y ese incremento del costo total de adquisición es la suma del precio del producto más todos los costos de transacción involucrados en esa competencia con obstáculos en la que se ha convertido hacer mercado. Ese costo lo percibimos en las colas, en el tiempo que dedicamos a conseguir lo que necesitamos, en el precio que imponen los buhoneros y hasta en los costos psicológicos de la escasez.
La reducción de la pobreza en Venezuela es menor a la que indican las cifras oficiales, al menos en las mediciones que utilizan metodologías relacionadas con la capacidad adquisitiva del ingreso. Y esto se debe precisamente a la distorsión que introduce la escasez en la medición de los precios de la economía.
A mayor escasez, mayor es la subestimación de los precios. En consecuencia, en una economía de escasez creciente, el verdadero poder adquisitivo de los ciudadanos se deteriora a una velocidad mayor de la que sugieren las cifras oficiales de inflación. Otra manera de decirlo: la escasez subestima la inflación y la subestimación de la inflación subestima los niveles de pobreza que reflejan las cifras. Los gobiernos suelen decir que las cosas están mejor que en la realidad: el peligro aparece cuando el propio Gobierno toma decisiones a partir de esa ilusión.
En los años noventa del siglo pasado, Jeffrey Sachs dio cuenta en la literatura económica de una aparente paradoja: ¿le conviene siempre a los ciudadanos de un país que haya precios más bajos? Motivado por la situación en Polonia, Sachs estableció que el bienestar de los consumidores de un país puede incrementarse gracias a un aumento de los precios. Polonia estaba sumida en la escasez y bajo un sistema de precios regulados que hacía inviable la producción. El bienestar de Polonia podía aumentar si el incremento de los precios estimulaba la oferta disponible de bienes y servicios. El bienestar de los consumidores aumenta debido a que el incremento del precio nominal —el precio que es medido por las instituciones oficiales y reflejado en los indicadores de inflación— estimula la oferta disponible de productos, disminuyendo el costo real de adquisición de los bienes. La contrapartida es obvia: una disminución de precios que incrementa la escasez es perjudicial para el bienestar de los ciudadanos.
(A propósito de la Ley de Precios Justos, conviene rescatar la sabiduría económica de aquel dicho:el producto más caro es el que no se consigue)
No sé si estamos en socialismo o si vamos en camino hacia allá, pero la economía venezolana ya presenta una de sus principales características históricas: la escasez.
La centralización del manejo de las divisas ha creado un riesgo sistémico, un elemento propio de los modelos socialistas. Cuando falla la entrega de divisas (centralizada en manos del Estado), falla todo el sistema. No es alentador recordar que La Gran Hambruna China fue la consecuencia de una falla de la planificación central, como ha demostrado Dennis Yang.
Quienes gobiernan nunca deben olvidar que la equivocación de unos pocos puede acabar con la vida de muchos.

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