27.02.2014 – Ahí lo tienen. Un inmenso agujero negro que los satélites marcan desde el cielo. Parece un vacío en la noche. Un apagón en la geografía. Y en la historia. Es Corea del Norte. En una noche en la que el resto de la tierra revela con el indicativo claro de la luz, de la luz artificial, la actividad humana sin pausa del mundo desarrollado. En medio se ve, desde el espacio, el pozo negro de la historia que es este maltratado país marcado por los confines iluminados de sus vecinos, China al norte, abajo en la imagen, Corea del Sur. Allí está el inmenso y potente foco iluminado de Seúl y su entorno. Pero toda la Corea libre está iluminada en abismal contraste con la negrura de la mitad del país que quedó bajo el comunismo, tras aquella guerra hace ya más de medio siglo. También por las tierras chinas, en las que desde hace veinte años convive la dictadura del Partido Comunista con el capitalismo más desenfrenado, las luces se extienden de forma regular. Entre unas y otras se extiende la sombra del terror.
Dos ínfimas luces se perciben. Una es la capital Pyongyang, la otra Wonsin en la costa oriental, más al norte, quizás hay una tercera, a adivinar, será Chongjin. Como cuenta Barbara Demnick en su libro “Querido Líder; Vivir en Corea del Norte”, el delirio totalitario ha llevado en aquel país a profundas modificaciones de los hábitos. Formados como piezas desechables del engranaje del estado total, los individuos mantienen una terrible lucha permanente entre sus instintos humanos y el horror que genera uno de ellos, el de supervivencia. Son inenarrables las condiciones de vida de los norcoreanos en todo el país, sumidos en la miseria y la hambruna para servir como esclavos a un aparato despótico e implacable para mayor gloria del sátrapa elevado a semidiós. Pero hay lugares en los que la pesadilla conduce a la enajenación. Un nuevo informe de las Naciones Unidas en base a informes de norcoreanos huidos ha reunido pruebas de la existencia de campos de concentración y tortura en los que crueldad y dolor superan todo lo imaginable. Hay millones de pruebas de que ese agujero negro visto desde el espacio es el peor campo de tormento del ser humano sobre la tierra. Todo ello en nombre del grado máximo de depravación de una ideología que cubrió de horror, sangre y muerte medio mundo en el siglo XX. Y que, sin embargo, sigue teniendo adeptos. Por todo el mundo. Aquí mismo.
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