Existen dos posturas antagónicas en la forma de usar el mal
llamado estado del bienestar, y digo mal llamado, porque no es el estado el que
produce el bienestar sino los ciudadanos que individualmente entregan, de forma
voluntaria o no, una parte de sus riquezas para que las gestionen los
gobernantes a través de las instituciones estatales. Por lo tanto, no debería
llamarse estado del bienestar sino, en todo caso sociedad del bienestar que es,
en definitiva, la productora de la riqueza.
Una de esas dos formas consiste en considerar al estado como
un proveedor de servicios y al mismo tiempo como una empresa en sí mismo, una
empresa multidisciplinar, que en vez de contratar a empresas privadas para que
hagan determinados trabajos o fabriquen determinados productos, lo que hace es contratar
funcionarios y crear empresas estatales que realizan esos trabajos o producen esos
productos. Esta es la postura antiliberal o anticapitalista, en su versión más
extrema todo está en manos del estado y no existe el libre mercado. Este tipo
de estado es defendido por la izquierda que considera lo público, es decir, lo
gestionado por el estado como lo mejor y más recomendable.
En general, este tipo de estados a lo largo de la historia
han fracasado con el tiempo debido a diversos motivos. Económicamente la
planificación centralizada, propia de este tipo de sistemas, es infinitamente
más pobre que una economía libre basada en la oferta y la demanda, es imposible
prever qué va a ser demandado por la población y en qué cantidad en cada
momento. Todas las economías centralizadas tipo marxismo o socialismo han
terminado arruinando a los países donde se han puesto en práctica. Si bien la
idea de la distribución de la riqueza es loable, ésta no sirve para nada si al
mismo tiempo se destruye el sistema que producía esa riqueza que no era otro
que el capitalismo. Se da por sentado y probado que el capitalismo produce
mucha más riqueza que el anticapitalismo, aunque también está probado que la
distribución de la riqueza en este sistema es muy desigual.
La otra forma de usar el estado es, no como proveedor de
servicios o productos, sino como garantizador de tales servicios o productos.
El estado no tiene necesariamente que dar los servicios o producirlos él mismo, basta con que garantice a los
ciudadanos que tendrán acceso a esos servicios o productos que consideramos
como básicos o necesarios para llevar a cabo un proyecto de vida digno. En este
sistema lo público, entendido como gestionado y ofrecido por el estado, es un
complemento que funciona en cooperación con lo privado. El fin no es dar
aquellos servicios o productos básicos obligatoriamente a través del estado,
sino garantizar que aquellos ciudadanos que no puedan conseguir por sus propios
medios tales cosas, las puedan conseguir
con independencia de quien se las provea. Aquellos servicios o productos que no
puedan ser dados o producidos por el ámbito privado, debido a su coste o
especialización, serán gestionados y producidos por el estado y al contrario,
aquellos que puedan ser ofrecidos a través de la gestión privada, porque
supongan un ahorro y a la vez, una mejora en su calidad, serán ofrecidos por el
ámbito privado.
Público y privado no son dos mundos antagónicos o enfrentados,
pueden y deben cooperar para que los ciudadanos podamos tener acceso a aquellos
servicios o productos que son absolutamente necesarios para llevar a cabo
nuestro proyecto de vida. El liberalismo solidario defiende este tipo de
estado, que conjuga la riqueza que produce el capitalismo con la solidaridad
que emana de los ciudadanos en su conjunto y que se canaliza a través de las
instituciones estatales, garantizando que todos los ciudadanos y especialmente
aquellos menos favorecidos por la economía, consigan disfrutar de esos
servicios y bienes básicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
LOS COMENTARIOS OFENSIVOS O CON INSULTOS NO SON BIENVENIDOS Y PUEDEN SER BORRADOS. GRACIAS POR VUESTRA MODERACIÓN.