Juan J. Molina

Juan J. Molina
Juan J. Molina

lunes, 29 de marzo de 2010

CUBA Y LA DOCTRINA ZP MORATINOS


LA DOCTRINA ZP MORATINOS

La teoría con la que justifica este gobierno socialista su comprensión y trato benévolo hacia la dictadura Castrista, es que así consigue salvar a más gente de las cárceles y las torturas del régimen comunista cubano. De acuerdo, podemos aceptar pulpo como animal de compañía pero solo si todos tenemos claro que un pulpo nunca nos dará la patita, no dará saltos de alegría al vernos llegar a casa y si crece mucho no dudará en abrazarnos con sus amorosos tentáculos y comernos.
Sin embargo nuestro gobierno no da muestras de tener todo esto claro, no llama pulpo al pulpo, es decir dictadura a la dictadura, cada vez que frena las sanciones o justifica al régimen cubano y los comunistas se lo agradecen se cree que el pulpo da saltos de alegría al verles y por último, no es capaz de ver que el pulpo gracias a la sobre alimentación del nutricionista petrolero Chávez está creciendo junto a otros pulpitos como Nicaragua, Bolivia, Venezuela, Irán, Libia, Corea del Norte y otros de la pandilla del “socialismo o muerte” o “muerte al infiel” y cuando se hayan comido todo lo que tienen a mano, lo siguiente será el Occidente imperialista e inmoral.
La gangrena solo tiene una cura, amputar la parte gangrenada para que la infección no avance, no se cura con tiritas ni vendas. Amparar a una dictadura para salvar con cuentagotas a unos pocos, mientras la inmensa mayoría vive sin libertad y a merced de los caprichos de la “vanguardia roja” es inmoral. No se puede estar un poquito embarazado ni se puede ser un poquito demócrata, son dos cosas que no admiten términos medios. Solo se me ocurren dos teorías para entender a esta izquierda “progre” o son muy tontos y de verdad se creen que las dictaduras se derriban de buen rollito o lo que es peor, en realidad sienten cierto cariño por el proyecto del socialismo proletario de cuyo desastre ya solo quedan algunas ruinas esperpénticas como Cuba.
Dios mío líbrame de la izquierda “progre” que de la derecha ya me libro yo.

sábado, 20 de marzo de 2010

MURCIA, SIN IR MÁS LEJOS


MURCIA, SIN IR MÁS LEJOS

Escribo estas líneas desde Murcia en una mañana lluviosa de este frío invierno que hoy nos deja. Dicen que los murcianos no nos sabemos vender, que teniendo lo que tenemos no lo vamos pregonando a los cuatro vientos y que cuando nos visitan parece que nos diera vergüenza enseñar las cosas de nuestra tierra. Mi mujer que no es de aquí dice que no entiende por qué no nos reivindicamos y luchamos más por nuestros derechos como hacen otros. Quizás sea cierto todo esto, los estudiosos del tema dicen que nuestra falta de apego se debe a nuestra historia. Durante siglos hemos sido un reino fronterizo en continua lucha entre las fronteras cristianas y moras, aquí no quedaba mucho tiempo para cultivar identidades, seguir vivo al día siguiente era la principal tarea. Las lindes se movían a golpe de alfanje o espada un día si y otro también, la sensación de que las cosas, las tierras y la propia vida en estos territorios eran efímeros ha sido lo que ha dejado en el alma de los murcianos un ligero poso de desapego terrenal.

El murciano ama su tierra pero desde el corazón, sin aspavientos, se sabe dueño de un
pequeño oasis formado por la hermosura de su tierra, lo benigno de su clima y ese saber vivir alegre, sin pretensiones más allá del tesoro de la familia y los amigos, y no le interesa pregonarlo, no necesita jactarse de ello. Murcia es un espejismo enrejado entre celosías donde se vive hacia dentro, hacia nosotros, ajenos a las miradas de fuera.

Y si, tenemos problemas como todo hijo de vecino. Nos preocupa el fracaso escolar de
nuestros jóvenes y la desazón de los profesores que ya no saben lo que hacer. Vemos
con inquietud como nuestros vecinos sin razones de peso ni sentido común nos amenazan con negarnos el agua que a ellos les sobra, el agua que tanta falta hace aquí y que tanto bien procura para toda la nación gracias a la fecunda agricultura de estas tierras. Tenemos paro y desaceleración económica, somos una de las comunidades con mayor índice porcentual de inmigrantes que ahora vagan sin oficio ni beneficio por nuestros pueblos y ciudades. La otrora potente industria conservera murciana hoy es un recuerdo vago de lo que era. Nuestros trenes están anticuados y todavía hoy no tenemos un aeropuerto de talla internacional como se merece una comunidad de cerca de un millón y medio de habitantes.

Pero quizás porque estas tierras la ganamos con la sangre de todos los que vinieron a
derramarla generosamente en sus fronteras, gentes que se quedaron y somos los
murcianos de hoy, quizás porque aquí sabemos muy bien lo importante que es arrimar el
hombro todos juntos sin prejuicios territoriales o lingüísticos, nosotros los murcianos no nos reivindicamos ahondando en las diferencias con nuestros vecinos, no queremos más fronteras donde aburrirnos vigilando al enemigo. No queremos que nuestros niños hablen solo panocho y se queden más solos que la una en un bancal de paletismo provinciano. No necesitamos que los que quieran venir aquí a trabajar y hacerse una vida se tatúen Murcia en la frente y les pongan a sus hijas Fuensanta. Nos sobra con saber que son buenas personas, gente honrada y trabajadora que busca lo mejor para los suyos como es de ley, si es así verán que estas tierras y sus gentes les acogen con los brazos abiertos como no podía ser menos.

La grandeza de una nación no se mide en metros cuadrados sino por la grandeza de sus
ciudadanos y aquí, en esta tierra huertana queremos ser muy grandes pero eso si, sin que se sepa mucho.

martes, 16 de marzo de 2010

ABORTO LIBRE Y PROGRESISMO




En estos días en que tan frecuentes son las manifestaciones en favor del aborto libre, me ha llamado la atención un grito que, como una exigencia natural, coreaban las manifestantes: «Nosotras parimos, nosotras decidimos». En principio, la reclamación parece incontestable y así lo sería si lo parido fuese algo inanimado, algo que el día de mañana no pudiese, a su vez, objetar dicha exigencia, esto es, parte interesada, hoy muda, de tan importante decisión. La defensa de la vida suele basarse en todas partes en razones éticas, generalmente de moral religiosa, y lo que se discute en principio es si el feto es o no es un ser portador de derechos y deberes desde el instante de la concepción. Yo creo que esto puede llevarnos a argumentaciones bizantinas a favor y en contra, pero una cosa está clara: el óvulo fecundado es algo vivo, un proyecto de ser, con un código genético propio que con toda probabilidad llegará a serlo del todo si los que ya disponemos de razón no truncamos artificialmente el proceso de viabilidad. De aquí se deduce que el aborto no es matar (parece muy fuerte eso de calificar al abortista de asesino), sino interrumpir vida; no es lo mismo suprimir a una persona hecha y derecha que impedir que un embrión consume su desarrollo por las razones que sea. Lo importante en este dilema es que el feto aún carece de voz, pero, como proyecto de persona que es, parece natural que alguien tome su defensa, puesto que es la parte débil del litigio.
La socióloga americana Priscilla Conn, en un interesante ensayo, considera el aborto como un conflicto entre dos valores: santidad y libertad, pero tal vez no sea éste el punto de partida adecuado para plantear el problema. El término santidad parece incluir un componente religioso en la cuestión, pero desde el momento en que no se legisla únicamente para creyentes, convendría buscar otros argumentos ajenos a la noción de pecado. En lo concerniente a la libertad, habrá que preguntarse en qué momento hay que reconocer al feto tal derecho y resolver entonces en nombre de qué libertad se le puede negar a un embrión la libertad de nacer. Las partidarias del aborto sin limitaciones piden en todo el mundo libertad para su cuerpo. Eso está muy bien y es de razón siempre que en su uso no haya perjuicio de tercero. Esa misma libertad es la que podría exigir el embrión si dispusiera de voz, aunque en un plano más modesto: la libertad de tener un cuerpo para poder disponer mañana de él con la misma libertad que hoy reclaman sus presuntas y reacias madres. Seguramente el derecho a tener un cuerpo debería ser el que encabezara el más elemental código de derechos humanos, en el que también se incluiría el derecho a disponer de él, pero, naturalmente, subordinándole al otro.
Y el caso es que el abortismo ha venido a incluirse entre los postulados de la moderna «progresía». En nuestro tiempo es casi inconcebible un progresista antiabortista. Para éstos, todo aquel que se opone al aborto libre es un retrógrado, posición que, como suele decirse, deja a mucha gente, socialmente avanzada, con el culo al aire. Antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia. Años después, el progresista añadió a este credo la defensa de la Naturaleza. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos. Para el progresista eran recusables la guerra, la energía nuclear, la pena de muerte, cualquier forma de violencia.
En consecuencia, había que oponerse a la carrera de armamentos, a la bomba atómica y al patíbulo. El ideario progresista estaba claro y resultaba bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. Había, pues, tarea por delante. Pero surgió el problema del aborto, del aborto en cadena, libre, y con él la polémica sobre si el feto era o no persona, y, ante él, el progresismo vaciló. El embrión era vida, sí, pero no persona, mientras que la presunta madre lo era ya y con capacidad de decisión. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto y políticamente era irrelevante. Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme, podría atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad si su eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y esterilizada. Los demás fetos callarían, no podían hacer manifestaciones callejeras, no podían protestar, eran aún más débiles que los más débiles cuyos derechos protegía el progresismo; nadie podría recurrir. Y ante un fenómeno semejante, algunos progresistas se dijeron: Esto va contra mi ideología. Si el progresismo no es defender la vida, la más pequeña y menesterosa, contra la agresión social, y precisamente en la era de los anticonceptivos, ¿qué pinto yo aquí? Porque para estos progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier forma de violencia, esto es, siguen acatando los viejos principios, la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado.

Miguel DELIBES de la Real Academia Española
Domingo , 14-03-10 ABC

jueves, 11 de marzo de 2010

EN ESTE PAÍS HAY DÉFICITS DEMOCRÁTICOS, ¿CUÁNTOS PODEMOS SOPORTAR...?


En este país hay déficits democráticos, ¿cuántos podemos soportar algunos? Esta es la pregunta que no tenemos más remedio que hacernos viendo las evoluciones del personal en esta nuestra querida España.
Si la separación de poderes ejecutivo, legislativo y judicial es uno de los principios básicos de una democracia ¿por qué en nuestro país los partidos políticos no lo cumplen ni tienen intención de hacerlo?
Si la ley prohíbe expresamente el pago de rescates a terroristas o delincuentes, ¿por qué el gobierno del señor Zapatero incumple la ley sistemáticamente y lo peor de todo, nos miente descaradamente sobre el tema?
Si las dictaduras comunistas y populistas no respetan los derechos humanos, no respetan las libertades, torturan, encarcelan y asesinan, ¿por qué el gobierno del señor Zapatero apoyado por la izquierda de este país disculpa, justifica y trata con tanta delicadeza a esos gobiernos y a sus dictadores?
Si los ciudadanos somos iguales ante la ley, ¿por qué este gobierno del señor Zapatero aprueba leyes que discriminan a los hombres y les aplica penas más graves que a las mujeres ante el mismo delito?
Si los ciudadanos tenemos los mismos derechos, ¿por qué nuestros políticos gozan de privilegios económicos que están expresamente prohibidos o son inalcanzables para el resto de los españoles?
Si nos regimos por leyes modernas que amparan a los ciudadanos de abusos o discriminaciones de cualquier tipo, ¿por qué este gobierno del señor Zapatero y los anteriores han permitido la supervivencia de privilegios medievales para algunas comunidades?
Si nuestra constitución dice que todos los ciudadanos tenemos derecho a una vivienda digna, ¿por qué nuestros políticos no hacen nada para que se cumpla ese derecho? O en caso de que no sean capaces de hacerlo, ¿por qué no cambian la constitución para que dejemos de regirnos por mentiras?
Si todos los seres humanos tenemos derecho a la vida y eso parece que lo defienden todos los demócratas, ¿por qué nuestra clase política y sobre todo el gobierno del señor Zapatero pone tanto hincapié en hacer leyes para permitir el aborto y no le preocupa tanto discernir cuándo y en qué momento somos seres humanos y tenemos derecho a la vida y a ser protegidos?
Si para ocupar cualquier cargo en la administración del estado por bajo que sea se exigen unos requisitos de adecuación y preparación, ¿por qué para ocupar los más altos cargos de la misma administración no se exige ni el más mínimo requisito en este sentido?
Si el sistema permite que los corruptos se introduzcan en él y delincan, ¿por qué nuestra clase política no hace nada para cambiarlo creando mecanismos adecuados y líneas rojas que impidan a los corruptos seguir dentro del sistema?
Si la democracia es el gobierno del pueblo y para el pueblo, ¿por qué permitimos que las organizaciones políticas nos hagan vivir en una partitocracia? Gobernados por y para el interés de los partidos.
Si empujar todos en la misma dirección y sumar fuerzas es de sentido común, ¿por qué seguimos pagando el sueldo a esta clase política que empujan en sentidos opuestos y se restan continuamente sus fuerzas unos a otros?
En este país hay unos déficits democráticos y una falta de capacidad en nuestros políticos insoportable, ¿hasta cuando vamos a poder seguir soportándolos?

lunes, 8 de marzo de 2010

EDUCAR NO PUEDE SER ESTO, EDUCAR ES OTRA COSA


Hace 20 años que ejerzo como profesor, son muchos años para una profesión que nunca me atrajo pero que desempeño con toda la dignidad de la que soy capaz. Cuando empecé recuerdo que en uno de mis primeros destinos le dije a un viejo profesor que lo mío allí era pasajero y que más pronto que tarde me dedicaría a otra cosa, él me miró y con una media sonrisa me contestó; desengáñate, esto es una trampa de aquí no se va nadie. No recuerdo ni su nombre ni su cara pero nunca olvidé su lapidaria sentencia.
Desde entonces he visto y comido el rancho de las aulas a diario y he sido testigo en primera línea de cómo estamos perdiendo esta guerra.
Hoy me decido a escribir estas palabras cubiertas de esa fina capa de polvo y sabiduría que nacen de la experiencia de no haber sido capaz, como me auguró aquel viejo, de escapar de esta trampa.
Al mirar hacia atrás veo todas las equivocaciones como un paisaje desolador, un sembrado de despropósitos a cual más estúpido y osado. Hoy nuestras escuelas están vacías de sentido común, son como un palomar con palomeros y palomas en el que cada uno cumple su cometido como puede y le dejan para cubrir las apariencias. Educar no puede ser esto, es una tarea sagrada en cualquier sociedad, es el futuro lo que nos jugamos en ello. Los profesores no tienen autoridad ni ganas, los alumnos carecen de los mínimos de educación y desconocen el significado de palabras como superación o esfuerzo, los políticos en este tiempo son el colectivo con el nivel intelectual y moral más bajo que ha conocido la historia reciente y los padres, los padres no saben o no pueden ni quieren educar a sus hijos.
Con este libreto tan pobre la obra no puede por menos que acabar en un triste sainete que pagaremos todos a no tardar y muy caro.
No nos queda más remedio que reaccionar todos y pronto, no estamos educando a nuestros hijos sino cubriendo el expediente de una sociedad narcotizada e ignorante, que no ve más allá de su serie favorita en la pantalla de plasma desde el sofá de su salón. Educar y enseñar es otra cosa y no esto, o nos volcamos en la educación de nuestros jóvenes o no habrá un futuro digno para nuestra civilización y nuestra cultura. Las escuelas deben ser las catedrales de nuestra sociedad, un lugar sagrado y venerado donde los que tienen el honor de llevar a cabo la labor de educar lo hagan con el máximo respeto de la sociedad. Las escuelas tienen que ser el pilar junto con el parlamento y la justicia sobre la que crezcan nuestras democracias.
Los niños no pueden seguir asistiendo a los colegios como el que va a un cine o un parque a ver una película aburrida y comer bollería y golosinas, a reírse del profesorado y a reivindicar sus derechos de libertad para rascarse la barriga. La escuela no es una democracia de iguales, los profesores no son iguales a los alumnos, hablamos de maestros y discípulos que están allí para aprender y cultivarse. En la escuela no cabe ni vale todo, no pueden estar juntos entre cuatro paredes los delincuentes, los que estudian, los que tienen deficiencias graves, los enfermos mentales, aquello se ha convertido en un totum revolutum ingobernable.
Lo digo por que lo vivo cada día y nadie sale ganando, los problemáticos y deficientes no se integran, todo es ficticio y de cara a la galería, los agresivos y delincuentes abusan de los débiles y todos juntos arruinan cualquier intento de progresar en algo. La prueba de todo esto la tenemos delante de nuestras narices, las únicas clases que funcionan medianamente bien son las llamadas bilingües, ¿por qué? Porque el personal está seleccionado y son los mejores alumnos de cada etapa.
La educación no puede ser esto, educar es otra cosa.

sábado, 6 de marzo de 2010

DEMOCRACY AND RULES


Democracy and rules, I’m going to try explaining the confusion that people have between these two words.
Democracy means decided by the people or their representatives, by the members of an association or member of a political group etc... If a rule has been voted in a legal process without corruption then we have to admit that rule as democratic. However one democratic thing can be unfair too. A democratic rule can be opposite to our principles and values therefore we couldn’t accept it. What would happen then?
In that case we will suffer the consequences and they can be very different as prison, to be fined, to be spelled from a country or a party etc… Therefore a rule can be democratic but at the sometime it can be unfair for some people. I give you an example, in the plural society from North Ireland that was divided in a protestant majority and a catholic minority, govern of the protestant majority carries that Union party, which represented the protestant majority, won every elections and formed the governs from 1921 to 1972. The massive Catholics protests ended in a civil war between Catholics and Protestants that could be only controlled with an English military intervention and a govern imposed from London.
Under this conditions, govern of the majority (although democratic) become danger too, since the minority are systematically excluded of the power and then they feel discriminated and therefore they can leave to believe in the system.
The excuse more used today is “the rules” You know, these are the rules and you have to comply with them or otherwise you will have to face the consequences. But this argument is very weak by itself. By example, we can do a general rule as this: albino people can’t drive because of their vision’s problems. It can be a democratic rule but it is not a good rule, a good rule would say: albino people due to their vision’s problems they will be obligated to pass especially medical revision in order to get drive license.
I mean with all this that somebody thinks democratic rules are the same thing that fair rules and this is absolutely false. Rules have to be voted and accepted but above all they must be scrupulously fair and not discriminatory, only when these requirements have been complied we can talk about a fair democracy.
We have a lot of examples in the history about “democratic governs” that using democratic rules got impose dictatorships in their countries. In those cases governs confused to the people using in a danger and deliberate way democracy and rules.
Everybody is entitled to comply or not a rule although they will have to face with the consequences.
Finally, success or failure of a democratic govern or a political group will depend not enough to give legitimacy to their rules but the fair, ethics and respectful that the rules were.

martes, 2 de marzo de 2010

PROBLEMS OF CONSENSUAL DEMOCRACY


Problems of Consensual Democracy

»In a modern participative democracy, consensus would seek legitimacy in the accord between personal liberties. It would be the product of an autonomous decision involving all citizens.«

The idea of consensual democracy originated before modern thought. It is peculiar to societies founded upon the need for collective labor; it generally concerns agricultural or stock-breeding societies, where community-based forms of life still remain. Collective work in the countryside demands cooperation, mutual assistance, and shared decisions. Likewise these consensual procedures are never questioned; they are part of a commonly accepted tradition, forming part of the established customs.

But traditional communities are torn apart when they have to adjust to "modern" forms of life. Democracy in this situation is the result of the agreed-upon will of autonomous individuals; it is no longer founded upon the customs transmitted by tradition but upon the legal system settled on by individual citizens. We should then wonder: Could these concepts from premodern societies traverse into modern individualistic societies? It is not possible to go back in time; we cannot resurrect, within a society, forms of life that are much less complex and belong in agrarian societies. Nevertheless these ways of living could offer us a means by which to overcome individualism and the lack of political participation amongst people, things that typically characterize modern liberal democracies. For this, it may be necessary to lift (in the Hegelian sense of Aufheben: to conserve and to overcome) the principles of liberal democracy to the height of a renovated communitarian democracy.

This proposal fosters theoretical problems. I will point out the two that appear to be most important:

The procedures for arriving at a consensus in the afore-mentioned communities found their legitimacy in inherit collective wisdom, which is often expressed in secular myths; these procedures form a part of the moral conventions that are observed in the society. Their acceptance expresses an attitude that reiterates traditional ideals and ways of life. Dissent from a group or individual falls outside of this social moral code; it is disruptive to the community and cannot be considered legitimate. In a modern participative democracy, on the other hand, consensus would seek legitimacy in the accord between personal liberties. It would be the product of an autonomous decision involving all citizens. Dissent, therefore, would have to be accepted as legitimate in front of a tradition or custom earlier agreed upon. It supposes a norm prior to the acceptance of the collective tradition: respect for the autonomy of all the members of the community and, therefore, for their right to dissent.

»Human beings have the ability eventually to cut trough their differences to the rock bottom identity of interests.«
Kwasi Wiredu

As Wiredu accurately indicates, consensual democracy presumes that all the members of the society are able to arrive, by way of communication, at a substantive common good: »Human beings have the ability eventually to cut trough their differences to the rock bottom identity of interests.« 3 In effect, in premodern communities, the people may coincide with the best goals and values that are accepted by tradition, which tend to maintain unity within the community. On the other hand, modern, multifaceted democratic societies do not necessarily behave this way. Rather the liberal idea of democracy is grounded upon the opposite supposition; it is a way of responding to the multiplicity of conceptions about the common good that spring from divergent interests. If the state were to accept a basic idea of the common good, it would be because of the imposition of one social sector above the rest. In fact, this is what could happen in reality if the principle of majority rules continues to be rigidly adhered to.

¿Could this practice be modified in order to promote the principle of consensus? To me it appears that the response would be different depending on the types of decisions being dealt with. Within local spaces, communities, municipalities and even aotonomous peoples, where citizens are able to maintain personal contact and where, when discrepancies arise, there is still a consciousness of common necessities, it is possible to employ procedures that would lead to a general consensus. These procedures would involve the solution of local problems, those that affect all members of the particular community.

»All that is suitable in this situation is a basic consensus that reflects an identity of interests: respect for the plurality of points of view regarding the common good and recognition of the differences.«

In geographically larger countries, interpersonal communication, along with an extensive knowledge of common problems, is rare. At this level, there actually exists a plurality of groups, each with different points of view and different interests that are generally not communicated between groups. All that is suitable in this situation, therefore, is a basic consensus that reflects an identity of interests: respect for the plurality of points of view regarding the common good and recognition of the differences. This is a value of second order, for to say so; it consists in the equal consideration and importance of the fundamental values that choose the different groups of the society. It is not innocuous, however. Recognition of differences implies giving to each person what is his or her, that is the classical definition of justice. Justice is equity in dealing with all the differences.

Given the absence of an all-encompassing definition of the common good in modern democracies – which was previously attained by reaching an autonomous consensus –, an agreement can only be realized considering those different ideas and goals that at least partially coincide, in the way of an overlapping consensus that John Rawls introduced in the debate. To accomplish this it would be necessary that rational dialogue is accompanied by willful cooperation. Applying the principle of equality to the recognition of differences would lead to the obtention of this at least partial rational consensus.

Consensual democracy, I believe, would tend to provide institutional solutions to both of these problems.

Luis Villoro
On Consensual Democracy
Concerning Kwasi Wiredu's Ideas

PROBLEMAS DE UNA DEMOCRACIA CONSENSUAL


Problemas de una democracia consensual

»En una democracia participativa actual, el consenso buscaría su legitimidad en el acuerdo entre libertades personales. Sería producto de la decisión autónoma de todos los ciudadanos.«

La democracia consensual forma parte de una concepción anterior al pensamiento moderno. Es propia de sociedades fundadas en la necesidad del trabajo colectivo; se trata, por lo general, de sociedades agrarias o ganaderas, donde permanecen formas comunitarias de vida. El trabajo colectivo en el campo exige cooperación, ayuda mutua, decisiones compartidas. Por otra parte, esos procedimientos de consenso no se ponen nunca en cuestión; remiten a una tradición comúnmente aceptada; forman parte de costumbres establecidas.

Pero las comunidades tradicionales se rompen al pasar a formas de vida "modernas". La democracia pretende ser ahora el resultado de la voluntad concertada de individuos autónomos; ya no se funda en las costumbres transmitidas por la tradición sino en el ordenamiento legal decidido por los ciudadanos individuales. Debemos entonces preguntar: ¿acaso podrían las concepciones de comunidades premodernas transpasarse a las sociedades individualistas modernas? No es posible regresar al pasado; no podemos resucitar en una sociedad diferente formas de vida propias de sociedades agrarias menos complejas. Sin embargo éstas podrían ofrecernos una vía para superar el individualismo y la falta de participación política de las personas situadas, propios de las democracias liberales actuales. Para ello sería menester levantar (en el sentido del Aufheben hegeliano: conservar y superar) los principios de la democracia liberal a la altura de una democracia comunitaria renovada.

Esta propuesta suscita problemas teóricos. Señalaré los dos que me parecen más importantes.

Los procedimientos para llegar a consensos en las comunidades mencionadas fundan su legitimidad en una sabiduría colectiva heredada, que a menudo se expresa en mitos seculares; forman parte de las convenciones de la moralidad social vigente. Su aceptación expresa una actitud reiterativa de formas de vida y concepciones tradicionales. El disenso de un grupo o de un individuo cae fuera de esa moralidad social; es disruptivo de la vida comunitaria; no puede considerarse legítimo. En una democracia participativa actual, en cambio, el consenso buscaría su legitimidad en el acuerdo entre libertades personales. Sería producto de la decisión autónoma de todos los ciudadanos. Tendría que aceptar como legítimo, por lo tanto, el disenso frente a cualquier forma de tradición o de costumbre consensuada anteriormente. Supone una norma previa a la aceptación de la tradición colectiva: el respeto a la autonomía de todo miembro de la colectividad y, por ende, de su derecho a disentir.

»Los seres humanos tienen la capacidad de abrirse paso entre sus diferencias hasta tocar fondo en la identidad de intereses.«
Kwasi Wiredu

Como señala acertadamente Wiredu, la democracia consensual supone que todos los miembros de la comunidad pueden llegar, por el diálogo, a descubrir un bien común sustantivo. »Los seres humanos tienen la capacidad de abrirse paso entre sus diferencias hasta tocar fondo en la identidad de intereses.« En efecto, en las comunidades premodernas, el pueblo puede coincidir en los fines y valores superiores, aceptados por la tradición, que presentan unidad a la comunidad. En cambio, las sociedades democráticas modernas y complejas no comparten necesariamente ese supuesto. La concepción liberal de la democracia se levanta sobre el supuesto contrario; es una manera de responder a la multiplicidad de concepciones del bien común que responden a intereses divergentes. Si el Estado aceptara una concepción sustantiva del bien común, sería por la imposición de un sector de la sociedad sobre los demás. De hecho, eso es lo que puede suceder, en la realidad, si se sigue con rigidez el principio del gobierno de la mayoría.
¿Podría modificarse esa práctica para promover el principio del consenso? Me parece que la respuesta sería diferente según el ámbito de decisiones de que se trate. En los espacios locales, comunidades, municipios y aún pueblos autónomos, donde los ciudadanos pueden mantener un contacto personal y donde, bajo las discrepancias, puede haber conciencia de necesidades comunes es posible preservar o recrear procedimientos para llegar a consensos. Estos versarían sobre la solución de problemas locales, los que afectan a todos los miembros de esa comunidad particular.

»Sólo cabe un consenso básico que reflejara una identidad de intereses: el respeto a la pluralidad de puntos de vista sobre el bien común, el reconocimiento de las diferencias.«

En el espacio amplio de un país complejo, en cambio, la comunicación interpersonal, así como el conocimiento recíproco de los problemas comunes, son escasos. En ese nivel subsiste de hecho una pluralidad de grupos con puntos de vista e intereses que no se comunican. Sólo cabe, por lo tanto, un consenso básico que reflejara una identidad de intereses: el respeto a la pluralidad de puntos de vista sobre el bien común, el reconocimiento de las diferencias. Esto es un valor de segundo nivel, por así decirlo; consiste en la igual consideración de los valores sustantivos que elijan los distintos grupos de la sociedad. No es inocuo. El reconocimiento de las diferencias implica dar a cada quien lo suyo, vieja definición de la justicia. La justicia es equidad en el trato de todas las diferencias.
Dada la ausencia de una sola concepción del bien común, previamente consensuada por la tradición, en la democracia moderna sólo puede establecerse un consenso sobre los puntos en que coincidieran parcialmente concepciones y programas diferentes, al modo del overlapping consensus del que habla John Rawls. Para lograrlo sería necesario que el diálogo racional se acompañara de la voluntad de cooperación. El principio de igualdad en el reconocimiento de las diferencias guiaría la obtención de ese consenso racional parcial.
La democracia consensual, creo, tendría que dar soluciones institucionales a esos dos problemas.

Luis Villoro
Sobre democracia consensual
En torno a ideas de Kwasi Wiredu