Juan J. Molina

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Juan J. Molina

lunes, 7 de enero de 2019

LAS ETIQUETAS, por J. J. Molina


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El deporte de moda en la política de nuestro país es poner etiquetas, no importa que no se tenga ni idea de lo que significan dichas etiquetas o de si los etiquetados responden realmente al fondo de dicha etiquetación. Una vez marcados, no cabe hablar de nada con los estigmatizados, como en la mejor de las épocas del nacional socialismo sólo falta poner una estrella cosida en la pechera como hacían con los judíos y así poder reconocerlos con más facilidad. Una vez convertido en un proscrito, ya no cabe hablar de propuestas o de programas, y no digamos compartir la mesa de un parlamento o el gobierno. Lo realmente importante para algunos es atacar a los adversarios directamente por lo que ellos pretenden que representen, sin tener en cuenta, que ellos mismos también representan algo que a lo largo de la historia ha podido ser peor que lo que le achacan a los etiquetados.
Por tener, todas las ideologías políticas tienen un pasado que puede ser, en algunos casos, truculento, bochornoso y deleznable.
A caso,  el marxismo con sus variantes socialistas revolucionarias, el socialismo gremial fascista de Italia, el repulsivo nacional socialismo alemán, o el socialismo volibariano de Venezuela por nombrar unos pocos ¿no tienen nada por lo que avergonzarse? Naciones sometidas a dictaduras proletarias ruinosas, sociedades sometidas a la ruina material y miles de muertos, represaliados y exiliados ¿no son suficientes para poner una etiqueta que supusiera la vergüenza de quienes la portaran? Suficiente para aplicarles el mismo jarabe de cordón sanitario que ellos pretenden administrar a sus contrincantes políticos.
Tampoco es de extrañar que aquellos que autocalifican de izquierdas o de derechas, puedan entender el mecanismo de las democracias de corte liberal como son todas las occidentales; cuyo fin principal no es aislar o excluir al que piensa diferente, por mucho asquito que te de lo que piensen, si no, muy al contrario buscar la forma de convivir respetando los derechos y las libertades individuales y cumpliendo con los deberes que todo ciudadano tiene.
Intentar incendiar las calles, llamar a las barricadas, rodear o asaltar parlamentos, atacar e incumplir la ley y los mandatos constitucionales, no aceptar los resultados de las elecciones democráticas y todas las barbaridades que estamos escuchando de determinados líderes políticos son síntomas de una grave enfermedad, se llama totalitarismo, disfrazado de una falsa superioridad moral que justifica cualquier acción más o menos violenta o subversiva.
Unos crean las etiquetas y los eslóganes y otros de manera consciente o inconsciente hacen de altavoces quitándole, a los etiquetados merecida o inmerecidamente, el derecho a hablar.
Un político canadiense llamado Michael Ignatieff, que había vivido casi toda su vida fuera de Canadá, fue llamado por el partido liberal para encabezar su candidatura en la primera década del 2000, un reputado profesor de universidad con su vida resuelta que decidió embarcarse en un lío de tal envergadura por puro idealismo, por ayudar a mejorar la vida de los canadienses. El partido conservador, en el poder en aquel momento, acuñó dos etiquetas para él: “Está de visita” y “No ha venido por ti”. Fueron demoledoras, falsas pero eficientes, fuera donde fuera Ignatieff no podía quitarse ese San Benito y perdió el derecho a hablar: era un extranjero en su propio país.
En nuestro país ocurre lo mismo, mal de muchos consuelo de tontos. La izquierda y la derecha se afanan en etiquetar al contrario y sobre todo a Ciudadanos ya sea en la diestra o en la siniestra y por desgracia, algunos se tragan los eslóganes sin masticar. La guerra, dicen que es la continuación de la política de otra manera, pero la política no es la continuación de la guerra, sino todo lo contrario, es la alternativa a la guerra. Convertir al adversario político en un enemigo como hacen los populistas de izquierda y derecha, es un salto cualitativo en las intenciones, a un adversario se le derrota en las urnas pero se puede llegar a pactar con él, a un enemigo no sólo hay que derrotarle, hay que destruirlo quitándole el derecho a hablar y explicarse. La cuestión no es con quién pactas o llegas a gobernar, si no para qué pactas o gobiernas, qué medidas y acuerdos son los que vas a poner en práctica que puedan suponer una mejora en la vida de los ciudadanos, lo demás, son sólo etiquetas y lenguaje belicista.

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