Juan J. Molina
domingo, 30 de junio de 2019
sábado, 29 de junio de 2019
domingo, 16 de junio de 2019
lunes, 8 de abril de 2019
jueves, 21 de marzo de 2019
lunes, 7 de enero de 2019
LAS ETIQUETAS, por J. J. Molina
El deporte de moda en la política de nuestro país es poner
etiquetas, no importa que no se tenga ni idea de lo que significan dichas
etiquetas o de si los etiquetados responden realmente al fondo de dicha
etiquetación. Una vez marcados, no cabe hablar de nada con los estigmatizados,
como en la mejor de las épocas del nacional socialismo sólo falta poner una
estrella cosida en la pechera como hacían con los judíos y así poder
reconocerlos con más facilidad. Una vez convertido en un proscrito, ya no cabe
hablar de propuestas o de programas, y no digamos compartir la mesa de un
parlamento o el gobierno. Lo realmente importante para algunos es atacar a los
adversarios directamente por lo que ellos pretenden que representen, sin tener
en cuenta, que ellos mismos también representan algo que a lo largo de la
historia ha podido ser peor que lo que le achacan a los etiquetados.
Por tener, todas las ideologías políticas tienen un pasado
que puede ser, en algunos casos, truculento, bochornoso y deleznable.
A caso, el marxismo
con sus variantes socialistas revolucionarias, el socialismo gremial fascista
de Italia, el repulsivo nacional socialismo alemán, o el socialismo volibariano
de Venezuela por nombrar unos pocos ¿no tienen nada por lo que avergonzarse?
Naciones sometidas a dictaduras proletarias ruinosas, sociedades sometidas a la
ruina material y miles de muertos, represaliados y exiliados ¿no son
suficientes para poner una etiqueta que supusiera la vergüenza de quienes la
portaran? Suficiente para aplicarles el mismo jarabe de cordón sanitario que
ellos pretenden administrar a sus contrincantes políticos.
Tampoco es de extrañar que aquellos que autocalifican de
izquierdas o de derechas, puedan entender el mecanismo de las democracias de
corte liberal como son todas las occidentales; cuyo fin principal no es aislar
o excluir al que piensa diferente, por mucho asquito que te de lo que piensen,
si no, muy al contrario buscar la forma de convivir respetando los derechos y
las libertades individuales y cumpliendo con los deberes que todo ciudadano
tiene.
Intentar incendiar las calles, llamar a las barricadas,
rodear o asaltar parlamentos, atacar e incumplir la ley y los mandatos
constitucionales, no aceptar los resultados de las elecciones democráticas y
todas las barbaridades que estamos escuchando de determinados líderes políticos
son síntomas de una grave enfermedad, se llama totalitarismo, disfrazado de una
falsa superioridad moral que justifica cualquier acción más o menos violenta o
subversiva.
Unos crean las etiquetas y los eslóganes y otros de manera
consciente o inconsciente hacen de altavoces quitándole, a los etiquetados
merecida o inmerecidamente, el derecho a hablar.
Un político canadiense llamado Michael Ignatieff, que había
vivido casi toda su vida fuera de Canadá, fue llamado por el partido liberal
para encabezar su candidatura en la primera década del 2000, un reputado
profesor de universidad con su vida resuelta que decidió embarcarse en un lío
de tal envergadura por puro idealismo, por ayudar a mejorar la vida de los
canadienses. El partido conservador, en el poder en aquel momento, acuñó dos
etiquetas para él: “Está de visita” y “No ha venido por ti”. Fueron
demoledoras, falsas pero eficientes, fuera donde fuera Ignatieff no podía
quitarse ese San Benito y perdió el derecho a hablar: era un extranjero en su
propio país.
En nuestro país ocurre lo mismo, mal de muchos consuelo de
tontos. La izquierda y la derecha se afanan en etiquetar al contrario y sobre
todo a Ciudadanos ya sea en la diestra o en la siniestra y por desgracia,
algunos se tragan los eslóganes sin masticar. La guerra, dicen que es la
continuación de la política de otra manera, pero la política no es la
continuación de la guerra, sino todo lo contrario, es la alternativa a la
guerra. Convertir al adversario político en un enemigo como hacen los
populistas de izquierda y derecha, es un salto cualitativo en las intenciones,
a un adversario se le derrota en las urnas pero se puede llegar a pactar con
él, a un enemigo no sólo hay que derrotarle, hay que destruirlo quitándole el
derecho a hablar y explicarse. La cuestión no es con quién pactas o llegas a
gobernar, si no para qué pactas o gobiernas, qué medidas y acuerdos son los que
vas a poner en práctica que puedan suponer una mejora en la vida de los
ciudadanos, lo demás, son sólo etiquetas y lenguaje belicista.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)