Juan J. Molina

Juan J. Molina
Juan J. Molina

jueves, 5 de agosto de 2010

LIBERALISMO, CONSERVADURISMO Y “CULTURA DE DERECHAS” (XII)




Aunque desde el punto de vista histórico la distinción no siempre resulta clara, el liberalismo se halla tan lejos del intervencionismo de marchamo progresista como del conservadurismo. El primero le reprocha al liberalismo clásico ser una filosofía política conservadora en cuanto se opone a una filosofía de la historia que considera al estado como realizador de la idea de progreso. El segundo reprocha al liberalismo, especialmente a sus posiciones individualistas y estatalistas, el haber fomentado el proceso de decadencia y disolución de la comunidad política llamada estado.
La ideología positivista e historicista que ve en el estado el instrumento y el fin del progreso, ha intentado así presentar como conservadores (por lo demás, ¿de qué? A quienes han manifestado críticas o reservas respecto a este modo de pensar.
Para darse cuenta de lo poco explicativo que es este modo de pensar, baste tener presente que, si se define el liberalismo como ideología conservadora, no se explica como es que no quiere “conservar” todas las manifestaciones históricas del estatalismo, sino que quiere precisamente superarlas en cuanto a crecientes peligros para la libertad individual, y que se basa en una visión evolucionista-cultural que tiende constantemente a remozar las instituciones sociales cuando las cosas cambian.
El conservadurismo, como el socialismo, sostiene que también los ideales morales y religiosos pueden ser sometidos a la coacción en vista a la consecución de fines considerados deseables. El liberalismo, por el contrario, sostiene que las convicciones morales ligadas a cuestiones de comportamiento que no interfieran directamente en la esfera privada de los demás no justifican la coacción. El conservador está convencido de que “en toda sociedad existen personas reconocidas como superiores, cuya herencia de valores Standard y de posiciones debe ser garantizada y que deben tener una influencia mayor que la de los demás sobre las cosas públicas”, y tiende por ello a “defender una jerarquía constituida especial”. Por el contrario, el liberalismo, aun no siendo igualitario, sostiene que “ningún respeto por los valores establecidos puede justificar el recurso al privilegio o al monopolio o a cualquier otro poder coercitivo del estado con el objeto de proteger a tales personas contra las fuerzas de la evolución económica”. Por consiguiente, las élites “deben afirmarse logrando mantener su posición con las mismas normas que se aplican a los demás miembros de la sociedad.
Aunque políticamente no hostiles al liberalismo clásico, los conservadores le atribuyen un individualismo, un relativismo ético y una neutralidad en el campo religioso que consideran inaceptables.

Bibliografía, Talas del liberalismo.Raimondo cubeddu. Unión editorial.
CONTINUACIÓN

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